Estudiar y orar intensamente, para saber predicar
El dominico Esteban de Salanhac describió una vez al fraile dominico como "canónigo de profesión, monje en austeridad de vida y apóstol por su oficio". Por supuesto, los dominicos no somos exactamente canónigos regulares, pero sí encontramos gran alegría en la recitación orante de la liturgia de las horas, en todos nuestros prioratos y comunidades. Tampoco somos monjes, pero sí abrazamos la pobreza y la sencillez evangélica, aun sin estar atados a un solo claustro. Lo que sí somos es apóstoles, que "tenemos todas las cosas en común" como los primeros discípulos de Jesús. En efecto, los dominicos compartimos el oficio de los apóstoles al proclamar el evangelio en todo tiempo y lugar. ¿Cómo lo hacemos? Evangelizando, combatiendo el error y realizando obras espirituales de misericordia. Sin embargo, no somos sacerdotes diocesanos. Alimentados por muchas horas de estudio y oración, los dominicos ofrecemos nuestra propia vida por la predicación del evangelio. Así es como compartimos los frutos de nuestra contemplación, para que todos lleguen a conocer y amar a Dios a través de nuestra predicación. Antes de fundar la Orden de Predicadores, ya Santo Domingo de Guzmán sabía que la contemplación de Cristo, a través de la oración perfecta al Padre, era el comienzo de la salvación. Al fundar la Orden, Domingo percibió el estudio como una oportunidad para explorar con más profundidad la creación de Dios (a través de la naturaleza) y el ministerio de Jesucristo (a través de la Sagrada Escritura y los padres de la Iglesia). Así, la oración del dominico ha de ser ilustrada, y su estudio contemplativo. Santo Domingo, al fundar la Orden, vinculó íntimamente al ministerio de la salvación el estudio (LCO, 76). Así, durante 800 años, los dominicos nos hemos dedicado con fervor al estudio riguroso de las ciencias naturales, la filosofía, la teología y la Sagrada Escritura, con la idea de ilustrar la salvación de los demás. Para el dominico, "el estudio está ordenado a la predicación, y la predicación a la salvación de las almas" (De Vita Regulari, VIII). El dominico Humberto de Romans ofrece una extensa lista de elogios a la utilidad y bondad del estudio, viniendo a decir que el estudio forma al hombre interior, da calidad a la vida exterior, es útil para los demás, lleva a amar más a Dios, refresca y reconforta el alma del estudiante. Sin un estudio vigoroso los dominicos "no somos capaces de predicar, ni de dar consejos, ni de oír confesiones, ni de sembrar verdades espirituales". De otra parte, si el estudio mora entre nosotros, los dominicos "conocemos más y mejor a Dios, y tenemos mayor ocasión de amarle y servirle". El dominico Santo Tomás de Aquino escribió que "así como es mejor iluminar que brillar, así también es mejor dar a los demás los frutos de la propia contemplación que simplemente contemplar" (Suma Teológica, II-II.188.6). Compartir lo contemplado es, por tanto, el tipo de predicación que caracteriza la vida dominica. En definitiva, los dominicos estamos llamados a una vida de profunda contemplación, para poder hacer mejor la predicación. El término predicación se usa hoy a menudo con todo tipo de significados, pero nosotros la entendemos en cuatro categorías: catequética (instruir sobre la fe), apologética (eliminar los obstáculos a la fe), moral (enseñar a vivir la fe) y espiritual (guiar en el encuentro con Dios). Como distintivo especial, la Orden de Predicadores ha promovido durante siglos el rosario entre los fieles, estableciendo cofradías del rosario y grupos de oración en todo el mundo. Diariamente, los dominicos rezamos al menos cinco decenas, fomentando la devoción a la Santísima Virgen María e implorando su intercesión. .
|