Ahondar en el monte de la Contemplación
Los carmelitas, más formalmente conocidos como Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, somos una orden religiosa del s. XII surgida para escuchar las constantes llamadas de Dios y renovar constantemente la espiritualidad. Durante siglos, los carmelitas hemos afrontado el reto de la contemplación y la mística, en cada una de las etapas de la historia. La Orden del Carmen está guiada por los principios y valores de su Regla de Vida, que para nosotros escribió San Alberto, patriarca de Jerusalén. Según éstos, nuestra norma fundamental es abrazar el evangelio como norma suprema de nuestras vidas. La vida en el Carmelo invita a un compromiso con la persona de Jesús, desde una conversión profunda y una liberación interior de toda posesión personal. Encarnando los valores del evangelio, los carmelitas tratamos de construir un nuevo cielo y una nueva tierra, preparando así la nueva creación de Dios. Los carmelitas dejamos que sea el Espíritu Santo quien dirija y mueva toda nuestra vida. Así, nuestra entera vida consiste en una búsqueda intensa de Dios, desde un proceso de gradual transformación en Cristo. Este proceso de vaciamiento, o desprendimiento hacia la unión con Dios, ha de pasar por la puritas cordis (lit. pureza del corazón) y vacare Deo (lit. disponibilidad total para Dios), a través de la experiencia del desierto. Esta experiencia del desierto nos lleva a la contemplación, valor fundamental en la Orden del Monte Carmelo. Se trata de un camino interior que, vaciando toda limitación o imperfección que cada uno lleve dentro de sí, nos abra a la experiencia transformadora del amor de Dios, en sus múltiples manifestaciones. Los carmelitas buscamos el rostro de Dios en sus divinas Escrituras, hacemos de Cristo crucificado el centro de nuestras vidas y tratamos de permanecer en el corazón de la Iglesia, como icono de la Trinidad abierto al misterio de comunión con el resto de hermanos del mundo. Nuestra naturaleza contemplativa se desarrolla, por tanto, en medio de la gente, tratando de fortalecer la faz de Dios sobre el mundo actual. Se desarrolla a forma de contemplación profética, como la que desarrolló el profeta Elías allá por donde pasó. La oración es la que alimenta nuestros deseos de servir a los demás, y presentar a Dios todas las aspiraciones, angustias, esperanzas y gritos de la gente. En la medida de lo posible, también nos abre a la caridad, aunque demos lo poco que tenemos. En primer lugar con los que más necesitados están de reflejar a Cristo, y de forma especial con lo pequeños de este mundo, con quienes los carmelitas compartimos un mismo estilo de vida. .
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