Mártires Macabeos
Murcia,
1 enero 2022 Los libros I y II de los Macabeos narran la historia de un breve período de la vida de Israel (del 175 al 135 a.C), como una experiencia que otros pueblos ya habían vivido: la resistencia contra el dominio extranjero. La única diferencia está en que nuestros libros insisten en el carácter religioso de la lucha, y en el auxilio que Israel recibe de Dios. El título que se les ha dado proviene de Judas, 3º hijo de Matatías y "designado por Dios" para llevar a cabo una tarea específica. El libro I de Macabeos empieza haciendo una presentación del Imperio Griego de Alejando III Magno y de la muerte de éste (ca. 323 a.C), que iba a crear la situación política en que se desarrollan los hechos. Al parecer, Alejandro Magno mantuvo unidas todas sus conquistas durante su vida, pero sus generales las dividieron en 4 tetrarquías (Mesopotamia, Capadocia, Egipto y Grecia), y ellos mismos se proclamaron sus reyes (o diádocos) 17 años más tarde: Seleuco, Lisímaco, Ptolomeo y Casandro (respectivamente). El autor hace seguidamente un salto de 131 años, y nos sitúa en la Mesopotamia del 175 a.C (dividida ya en satrapías por los griegos), cuando Antíoco IV de Siria sucede a su hermano Seleuco IV de Siria y se impone el nombre de Epífanes (lit. dios manifiesto). Después de 200 años de ocupación persa, Israel pasó a estar ocupada por el gigante Imperio Helénico (ca. 333 a.C), perteneciendo en un principio al Reino griego de Egipto (ca. 306 a.C), poco después al Reino griego de Mesopotamia (s. III a.C) y años después a la Satrapía griega de Siria (ca. 198). Hasta que llegó al poder sirio Antíoco IV Epífanes (ca. 175 a.C) y se empezó a imponer a todos los súbditos judíos la cultura griega, como la única verdaderamente válida. El poder central favorecía la cultura helenística, y fomentaba la unidad religiosa y social de Mesopotamia. E incluso muchos judíos contemplaban con simpatía la helenización de Israel, y la consideraban como un signo de cultura y modernización. Entre ellos destacaba Jasón, que había comprado el gran sacerdocio (2Mac 4, 7-20). Pero el helenismo encerraba graves dificultades para los judíos más ortodoxos, como la implantación de los gimnasios, donde los atletas jugaban desnudos y provocaban graves escándalos para la moral tradicional. Más aún, muchos judíos empezaron a disimular su circuncisión con una operación quirúrgica, lo cual equivalía a la apostasía. Antíoco IV de Siria atacó a su sobrino Ptolomeo VI de Egipto, y durante el tiempo que estuvo fuera de Mesopotamia corrió la voz de que había muerto. Fue el momento en que el judío Jasón se hizo con el control de Israel, y se apoderó de Jerusalén. Al regresar victorioso de Egipto, Antíoco IV expolió el Templo de Jerusalén, y endureció las medidas anti-judías. Para someter al pueblo judío, edificó Antíoco IV una fortaleza en el interior de Jerusalén, para tener una especie de 5ª columna. Y consiguió su propósito, porque muchos judíos se vieron obligados a abandonar la ciudad, y el Templo de Jerusalén quedó completamente vacío. Como medidas legales, Antíoco IV revocó el decreto de su padre (Seleuco III de Siria, que permitió a Israel regirse por sus leyes y costumbres), y puso a raya todo intento de resistencia a lo helénico. A nivel religioso, el nuevo Decreto de Antíoco IV suponía la supresión de todo culto en el Templo de Jerusalén, la abolición del sábado y demás fiestas judías, la prohibición de la circuncisión, el uso de animales impuros en los sacrificios y la construcción de lugares de culto idolátrico. El 7 diciembre 167 a.C. llegó a su cenit la profanación del Templo de Jerusalén, pues Antíoco IV ordenó instalar en él un altar idolátrico, justo encima del altar de los holocaustos. Toda Israel se paganizó, y en las plazas de todas sus localidades se construyeron altares idolátricos, y se ofrecía incienso a las divinidades colocadas en las puertas de las casas. Todo se hacía en nombre de la unidad del reino, pero en el fondo estaba el miedo a oponerse al absolutismo helénico de Antíoco IV. Los judíos prefirieron perder su libertad y su religión, antes que perder sus casas y sus vidas. a) Resistencia de Matatías La Revuelta Macabea contra Antioco IV de Siria empieza cuando un inspector real llega a Modín, lugar de residencia del sacerdote Matatías. El pueblo, situado a unos 30 km de Jerusalén, ha escapado durante cierto tiempo al control policial. Pero finalmente se presenta un emisario real y obliga a hacer un sacrificio, probablemente el conmemorativo del día natalicio del rey (2Mac 6, 7). Invita de manera especial a Matatías, por su ascendiente sobre los demás. Pero éste se niega rotundamente. Entonces un judío, para evitar posteriores represalias contra el lugar, intenta cumplir las órdenes del rey. Matatías lo mata y mata también al inspector real. La escena es dura, por la tentadora oferta a Matatías (hombre de prestigio) y por la firmeza admirable de éste: "Aunque todos obedezcan al rey, yo y mis hijos viviremos según la alianza de nuestros padres: ¡Dios me libre de abandonar la ley y nuestras costumbres!". No es de extrañar que, animados por esta actitud tan decidida, se encendiera la indignación de aquel grupo de seguidores de Matatías, al ver cómo un judío se adelantaba y ofrecía el sacrificio idolátrico delante de todos. Un judío al que ese grupo le mata, derribando su sacrílego altar. Tras lo cual, Matatías con sus hijos y otros seguidores "se echaron al monte". Y uno de sus hijos, Judas el Macabeo (lit. el Martillo), capitaneará a partir de ahora la guerra contra los enemigos del pueblo y de su fe. Hay una interesante noticia adicional: "Muchos bajaron al desierto para instalarse allí, porque deseaban vivir santamente según su ley". Seguramente a estos grupos pertenecen los restos de las cuevas y vida monástica de Qumram (mar Muerto). Al grupo de Matatías se suman, entre otros, los asideos, que parecen formar ya en esta época un partido religioso más o menos estructurado. Son los piadosos, los que han permanecido fieles a las tradiciones patrias, mientras muchos judíos se han relajado en lo que respecta a la observancia de la ley. Se cree que son los antepasados de los fariseos y los esenios. Entre todos forman un verdadero ejército, no suficiente para enfrentarse abiertamente con el real, pero sí para hacer una auténtica guerra de guerrilla. Pero Matatías, que ya es anciano al comienzo de la revuelta, no puede resistir demasiado tiempo esa vida. En sus labios moribundos se pone una especie de testamento espiritual semejante al de Jacob (Gn 49, 1-33), y en él repasa la historia de Israel y sus principales personajes, para demostrar que Dios no abandona a los que luchan por él. Acaba dicho testamento con una exhortación al coraje (pasaje que se ha omitido en nuestro texto). Por último, designa Matatías a sus sucesores. Curiosamente, no nos habla del hijo mayor (Juan), sino que designa a Simón como consejero, y encomienda al 3º (Judas) la dirección militar de la Revuelta Macabea. b) Martirio de Eleazar El martirio de Eleazar es el 1º que la Escritura cuenta con precisión. Eleazar era uno de los más eminentes escribas, hombre ya anciano (de 90 años) y de hermoso rostro. Y "abriéndosele la boca por la fuerza, se le quiso obligar a comer cerdo", lo que estaba prohibido por la ley de Moisés. Contemplemos ante todo la actitud interior de este hombre. Los que presidían esa comida ritual le aconsejaron que llevara manjares permitidos y que simulara comer carne de la víctima sacrificada. Toda la belleza, la autenticidad universal de esa escena reside aquí. Ya no se trata solamente de una observación formalista o legal, sino que se trata de una conformidad de todo el ser a la voluntad de Dios. Pues "hacer como si" es hacer el gesto ritual sin creer en él, y una hipocresía. En dicho martirio de Eleazar se afirma que el alimento prohibido es de carne de cerdo. Dato curioso, pues siendo el cerdo un animal impuro también para otros ( sirios, fenicios, árabes...), sólo los judíos fueron obligados a comerlo. Tal diferencia puede obedecer a que la prohibición del cerdo era considerada como una característica de las costumbres judías, y de su fanatismo religioso. Eleazar continúa siendo un ejemplo, pues todos los tiempos tienen ídolos (a los que no podemos sacrificar) y cerdos (a los que debemos renunciar). El ejemplo del anciano Eleazar, que se mantiene firme en su fe a pesar de las promesas y de las amenazas de los enemigos de Israel, es en verdad admirable y aleccionador para sus contemporáneos y para nosotros. No sólo no quiere claudicar, comiendo carne prohibida, sino que rechaza también la propuesta que se le hacía de comer carne permitida, simulando que comía la del sacrificio de los dioses: "No es digno de mi edad ese engaño: van a creer los jóvenes que Eleazar a los noventa años ha apostatado". El buen anciano quiere dar a todos un ejemplo de fidelidad a la Alianza: "Si muero ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años y legaré a los jóvenes un noble ejemplo". De esta manera terminó su vida, "dejando no sólo a los jóvenes, sino a toda la nación, un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud". San Juan Crisóstomo llama a Eleazar "protomártir del Antiguo Testamento" (Homilías sobre Macabeos, III), porque a sus 90 años se mantuvo fiel a la fe de sus padres, y prefirió la muerte a participar en los sacrificios a los dioses griegos que habían remplazado a Dios por orden del rey Antíoco IV de Siria. c) Martirio de los 7 hermanos Tras el relato del anciano Eleazar, testimonio de entereza y virtud, el libro de Macabeos nos ofrece el relato de una madre con sus 7 hijos, que asombra más por su lucidez y valentía. Seguimos en la persecución de Antíoco IV de Siria (ca. 175 a.C), que con una mezcla de halagos y amenazas intenta seducir a los israelitas, y conducirlos a la religión oficial pagana, olvidando la Alianza con Dios. Muchos judíos se resistieron a esa abominación, pero "ninguno más admirable y digno de recuerdo que la madre que, viendo morir a sus 7 hijos en el espacio de un día, lo soportó con entereza, esperando en el Señor". De nuevo, lo principal no es lo de comer (o no) la carne prohibida, sino mantenerse fieles al conjunto de la Alianza de Dios. Con el martirio de los 7 hermanos macabeos le iban arrancando a ella, la madre, un trozo de su ser. Por eso ya no le quedaba nada. Vivía, pero su vida se había ido agotando con la muerte de cada uno de sus hijos. Ni dolor posible había para ella. Era como un vaso lleno donde ya no cabe agua. Los había visto morir, uno a uno, casi cacho a cacho, en medio de una espantosa carnicería. La lengua, las manos, los pies... Y luego, así manando sangre, despojos humanos, a la caldera del aceite hirviendo. Pero, eso sí, valientes, erguidos, animosos. Proclamando su fe, cuando podían hablar, con palabras arrebatadas. Cuando ya no, con su mirada, con sus ojos brillantes de dolor o de esperanza, fijos en el cielo o en ella. Y luego, el mismo retorcimiento de sus miembros, el crepitar de sus carnes, el vaho espeso y atosigante de sus grasas, era como un incienso nuevo que traspasaba los techos del palacio y del mundo en un puro grito de amor. Y ella, allí. Cada tormento de sus hijos era un golpe de dolor y de asfixia que se le iba represando en la garganta. Venía el dolor a oleadas, amenazando romper el dique de su corazón. Pero no. El quiebro de su fortaleza se notaba apenas en aquel sordo sollozo interior, en aquella leve crispación súbita de sus miembros, en aquella acentuada presión de sus manos al estrechar contra su pecho el apiñado racimo humano que iba reduciéndose. Hasta que no pudo abrazar más que el vacío. Había entregado su último hijo, el pequeño, el que estaba más cerca aún de su carne. Y fue entonces cuando hubo de hablar, a instancias del verdugo. d) Reacción de la madre macabea Se trata de la magnífica catequesis que la valiente mujer macabea dedica a sus 7 hijos martirizados, sobre el poder y la misericordia del Dios creador, y también sobre el más allá de la muerte. Así, anima la madre a sus hijos a que vayan al martirio con la esperanza de que Dios sabrá recompensarles: "Él, con su misericordia, os devolverá el aliento y la vida". En efecto, la narración de Macabeos llega hoy a su punto culminante con una 2ª escena de martirio, la de 7 hijos de una madre que, uno a uno, los va a ir viendo torturados y asesinados, uno tras otro. Y en cada uno de los martirios, la madre iba diciendo a cada uno de sus hijos: "No fui yo quien os dio el espíritu y la vida, sino el Creador del mundo, que modela al niño, que preside su origen y el de toda cosa. Yo te llevé nueve meses en mi seno, te amamanté, te alimenté y te crié. Pero mira el cielo y la tierra, y que sepas que Dios hizo todo esto". La piadosa madre macabea de hoy se considera criatura de Dios, y entiende que el Creador ha impreso en su naturaleza unas leyes por las que debe regular su existencia. Además, cree firmemente 2 cosas: que ese Dios creador nos ha revelado su amor paterno, y que ese Dios amoroso nos ha fijado unas pautas de fidelidad que han de respetarse. Y como lo cree, y encuentra razonable lo que cree, es capaz de jugarse la vida propia (y la de sus 7 hijos) para mantenerse en coherencia y fidelidad. Dios y ella en acción. Las palabras de la madre, aunque formuladas en un lenguaje excesivamente filosófico, son maternales: cree que Dios puede resucitar a los hombres. Aunque no sabe cómo lo hará, porque tampoco sabe cómo ha hecho en ella la maravilla de la generación. Se nota un in crescendo en la obra creadora de Dios. Y la idea de un Dios creador y gobernador del mundo no podía expresarse con más fuerza, ni más palpablemente, que con el ejemplo de la transmisión de la vida y de las almas inmortales. Sólo faltaba la expresión técnica, pero ésta también llega al final: la creación de la nada. Es la 1ª vez que la Biblia afirma explícitamente esta creación ex nihilo, si bien ya en el Génesis (Gn 1, 1) está implícita. El discurso del hermano pequeño es un resumen de lo que han dicho los otros seis: "Al perseguidor le espera un castigo, mientras que los mártires tienen reservada una vida eterna". El judaísmo del s. II y I a.C. guardó el recuerdo del martirio de esta familia, juntamente con el del anciano Eleazar. A comienzos del s. I d.C, un judío helenista aprovechará la narración para ampliarla en el llamado libro IV de los Macabeos, haciendo de estos hermanos un símbolo de la capacidad de la razón para dominar los instintos (demasiado filosóficamente). La posterior disminución de la importancia de este relato, del s. III d.C en adelante, no se debió a las dudas sobre su historicidad (que fue incuestionable), sino al hecho de que en la teología judía siempre ha tenido una importancia relativa la salvación individual. Y es que para los antiguos rabinos, el sacrificio de la vida sólo era admisible cuando había motivos proporcionados, como el bien de la comunidad o la conservación de la ley. En el cristianismo, por el contrario, estos mártires macabeos fueron tenidos en gran veneración, al ver en ellos un ejemplo sublime de profesión de fe. Es la visión del martirio, como un medio heroico de santificación personal. . CATECISMO JUVENIL MERCABÁ .
|