Moisés
Murcia,
1 septiembre 2021 Juntamente con Abraham, Moisés es el personaje central del AT, como liberador del pueblo elegido, mediador de la Alianza con Dios en el Sinaí, y organizador de la sociedad teocrática hebrea. De hecho, tal fue la importancia de Moisés en la historia de Israel, que muchas veces su Mesías fue concebido como una reencarnación del gran caudillo, por antonomasia, del AT. Su actividad en el Exodo quedó como prototipo de los tiempos heroicos de la historia hebrea, y él mismo quedó en la memoria de todas las generaciones israelitas, como el enviado de Dios por excelencia. a) En la Corte de Egipto Oriundo de la tribu de Leví, fue Moisés abandonado por su madre en una cestilla de juncos, en el Nilo. La persecución de los israelitas en Egipto había llegado a su punto culminante, y las madres hebreas tenían que deshacerse de sus hijos varones, cuya extinción estaba decretada por las autoridades egipcias. Son los tiempos de reacción contra los semitas, y atrás quedaba el apoyo a los hebreos de los hicsos (asiáticos y protectores de los asiáticos, a cambio de ayuda para mantener sujetos a los egipcios) y de José (el cananeo que había logrado acceder a la administración egipcia), que supuso grandes privilegios para los semitas en la parte oriental del delta del Nilo. En este caso, al subir al trono otra dinastía egipcia, de procedencia netamente egipcia, se generalizó una política de persecución contra los extranjeros, especialmente contra los que habían colaborado con los hicsos. Víctimas de esta política sectaria fueron, entre otros, los hebreos, que pacíficamente se dedicaban a la cría de rebaños en Gesen. La opresión sobrepasaba toda medida, y Dios iba a intervenir milagrosamente para salvar a su pueblo vinculado a la promesa de bendición hecha al gran antepasado Abraham. Para ello había de preparar al instrumento de su especial providencia. La Biblia recalca estas intervenciones milagrosas de Dios en la vida de Moisés. El niño fue recogido por una princesa egipcia, que se lo llevó a la corte del faraón como hijo adoptivo, dándole el nombre de Mossu (lit. Niño, en egipcio). Allí creció formado conforme a la exquisita educación cortesana, la delicadeza y la bondad, posiblemente a través de las maravillosas Enseñanzas de Amenhemec, que dejarán futura huella en la literatura sapiencial hebraica. La vida de Moisés en la corte era muelle y distraída, entre cantos de arpistas y recitaciones de versos por los escribas. Pero en sus oídos resonaban los gritos de dolor de sus compatriotas, que estaban empleados en trabajos forzados en la construcción de una ciudad residencial para Ramsés II: Pi Ramsés. Los capataces egipcios imponían horas agotadoras de trabajo y manejaban el bastón con demasiada frecuencia. Por otra parte, los nativos despreciaban a sus compatriotas y les hacían la vida imposible. Un día el, joven cortesano Moisés vio que un egipcio estaba abofeteando a un compatriota. La sangre le hirvió en las venas, y en un momento de furor mató al egipcio agresor. Para evitar consecuencias enterró su cadáver en la arena. Pero el hecho trascendió, pues su compatriota, al que había ayudado, le delató ante la opinión pública. El asunto era muy grave, y Moisés tuvo que abandonar la corte para no caer en manos de la policía egipcia. La península del Sinaí con sus estepas era el mejor lugar para huir a las pesquisas de los egipcios. Saliendo de la zona oriental del delta del Nilo, donde estaba la corte del faraón, le bastaban unas horas de camino para encontrarse ya en terreno de nadie. b) Su retiro en Madián El joven hebreo debió adaptarse a la nueva vida, muy distinta de la complicada de la corte faraónica. Durante años su género de vida será la del beduino que conduce sus rebaños de un lugar a otro en busca de pastos. Pronto entró en relaciones con un jeque beduino (Jetró), que era el sacerdote de su tribu. De su experiencia se aprovechará más tarde para organizar la vida civil de los israelitas. El momento culminante de la vida trashumante de Moisés por las estepas sinaíticas es aquel en que el Dios de Israel se le apareció en una zarza ardiendo, con la declaración solemne: "Yo, soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob". Desde ese momento, Moisés tendrá que hacerse cargo de una ardua misión, la de salvar a sus compatriotas de la opresión egipcia. Sin duda que Moisés había oído entre los suyos de las bendiciones especiales que su Dios había prometido a sus antepasados, los gloriosos patriarcas Abraham, Isaac y Jacob. Ahora Dios se declaró solemnemente vinculado a sus legendarios padres. Pero el nombre de Elohim (lit. Dios de Abraham) le parece demasiado genérico para en nombre suyo presentarse como el liberador de sus compatriotas, y así preguntó a Dios por su nombre específico, que autenticara su misión. En su estancia entre los egipcios, Moisés había oído hablar de los diversos nombres de sus dioses, y por eso ahora quiere que su Dios le revele el nombre concreto que defina su personalidad. Por eso, la respuesta por parte de Dios no pudo ser más evasiva, y a la pregunta inquisidora llena de vana curiosidad ("¿tú quién eres?"), Dios respondió: "Yo soy el que soy". Dios quiso rodear de misterio su nombre para que no se le materializara concibiéndole de un modo sensible conforme a cualquier noción basada en la imaginación. En adelante, Yahveh (lit. Yo Soy) será la mejor definición de la trascendencia divina. En el Decálogo se prohibirá representar sensiblemente al Dios de los israelitas, que se ha querido definir misteriosamente como El que Es. Ahora empieza una nueva etapa de la vida de Moisés. Por orden de su Dios debe volver a Egipto para convencer al faraón de la necesidad de que el pueblo israelita salga hacia el desierto. En los planes de Dios Israel debe aislarse de los otros pueblos hasta adquirir una nueva conciencia religiosa y nacional. En los años de estancia en el país del Nilo se había contaminado con los cultos idolátricos y era preciso despertar en él la añoranza de sus antiguas tradiciones patriarcales en tierra de Canaán, que les iba a ser entregada como heredad. Para ello nada mejor que llevarle a las estepas del Sinaí para hacerle olvidar las idolatrías de Egipto e ilusionarle con la "tierra que mana leche y miel" de Canaán. c) La liberación del pueblo hebreo El cometido de Moisés es difícil. El faraón se resistía a desprenderse de aquellos semitas que necesitaba para sus obras de construcción. Por fin, después de los milagros de las 10 plagas permitió que los israelitas se fueran al desierto. Moisés decidió la marcha, y en el mes de Abib (Nisán) sus compatriotas celebraron la fiesta agrícola de la Pascua, que este año tenía carácter de despedida, y que había de quedar como recuerdo de la liberación de la opresión egipcia. Los israelitas salieron furtivamente de Egipto, con los despojos de los egipcios y camino del desierto. El éxodo hebreo no quedó desapercibido. El faraón revocó su permiso y envió un destacamento armado para obligarles a volver. La suerte estaba echada, y Moisés no permitió a los suyos el retorno, y así les animó a correr hacia la estepa, pero llegó un momento en que no pudieron avanzar. Ante ellos se extendía una laguna de agua que les cerraba el paso. De nuevo la intervención taumatúrgica de Moisés salvó la situación. Dios envió un viento huracanado, y el agua se retiró de forma que los hebreos pudieron pasar a pie enjuto el Mar Rojo. Detrás de los hebreos, el ejército del faraón entró en su persecución en el Mar Rojo, sin apercibirse de la anomalía de la retirada del agua, creyendo fuera la retirada normal de la marea. Pero cuando los israelitas habían pasado, el agua volvió de nuevo, y anegó a los soldados y carros del faraón. Es el gran portento del Paso del Mar Rojo, que será el símbolo de la protección de Dios a su pueblo. Durante generaciones los israelitas contarán el gran milagro, que había tenido lugar allá en tiempos de los faraones de la XIX dinastía (s. XIII a.C). d) En el desierto del Sinaí Pasado el Mar Rojo, los hebreos se adentraron en la península sinaítica, hasta llegar a una gran montaña, que también iba a tener eco en la tradición israelita. La nueva legislación que iba a enmarcar la teocracia hebrea surgiría en la cima de ese monte donde Dios se manifestó a Moisés como "un amigo a otro amigo". Allí se establecieron, en efecto, las bases de la nueva teocracia: de un lado Israel debía reconocer a Yahveh como Dios único, comprometiéndose a guardar sus preceptos, y de otro Dios prometía protegerle como pueblo a través de la historia. Sin embargo, este pacto (o Alianza del Sinaí) fue roto muchas veces ya en los días de la peregrinación en el desierto. El pueblo hebreo siguió con su propensión a la idolatría, levantando al pie del Sinaí un becerro de oro para adorarle. En la marcha a través del desierto Israel se mostró como pueblo de dura cerviz. Se multiplicaban los milagros (el maná, las codornices, el agua de la roca...), pero a la 1ª contrariedad los hebreos querían abandonar a su Dios y volverse a Egipto. Y fue el caudillo Moisés el que tuvo que hacer frente a esta obstinación materialista. Durante una generación, la vida de Moisés estuvo consagrada a modelar el alma nacional y religiosa de un pueblo rudo y recalcitrante, y cuando se hallaba ya para entrar en la tierra de promisión murió, haciendo sus últimas recomendaciones de fidelidad a Dios. Por una falta misteriosa que la Biblia no especifica, el gran libertador de los israelitas fue privado de entrar en Canaán, término de la larga peregrinación por el desierto. e) Legado de Moisés El recuerdo de Moisés permaneció vivo en el pueblo de Israel, que escribió de él que "no hubo nunca más en Israel un profeta como Moisés, a quien Dios habló cara a cara". Es la síntesis que de él hace el autor del Deuteronomio. Su obra (la ley hebrea) constituyó la base de la vida religiosa y política del pueblo elegido hasta los tiempos del Mesías. Jesucristo dirá de su ley (la mosaica) que no sería él quien la aboliese, pero que sí era necesario su perfeccionamiento, en su pleno sentido espiritualista y ético. Es la mejor consagración de una obra legislativa que giraba en torno al destino excepcional de un pueblo del que había de salir el Salvador del mundo. En la visión del Tabor, Moisés (símbolo de la ley) y Elías (símbolo del profetismo) hacen la escolta de honor al Mesías. Por eso la Iglesia cristiana, que se considera la heredera del "Israel de las promesas", ha sentido siempre una gran veneración por el gran legislador y profeta del AT. . CATECISMO JUVENIL MERCABÁ .
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