Ser y Sentirse Tierra

Leonardo Boff
Mercabá, 10 marzo 2025

        La Tierra se ha transformado actualmente en el grande y oscuro objeto del amor humano. Nos damos cuenta de que podemos ser destruidos, y no por algún meteoro rasante ni por algún cataclismo natural de proporciones fantásticas, sino por causa de una irresponsable actividad humana. Se han construido dos máquinas de muerte, que pueden destruir la biosfera: el peligro nuclear y la sistemática agresión ecológica al sistema Tierra.

        En razón de esta doble alarma, despertamos de un ancestral sopor. Somos responsables de la vida o de la muerte de nuestro planeta vivo. De nosotros depende el futuro común, nuestro y de nuestra querida casa común, la Tierra.

        Como medio de salvación de la Tierra, invocamos hoy a la ecología. No en el sentido palmario y técnico de gestionamiento de los recursos naturales, sino como una visión alternativa del mundo, como un nuevo paradigma de relación respetuosa y sinergética para con la Tierra y para con todo lo que ella contiene.

        Cada vez entendemos mejor que la ecología se ha convertido en el contexto de todos los problemas: de la educación, del proceso industrial, de la urbanización, del derecho y de la reflexión filosófica y religiosa.

        A partir de la ecología, se está elaborando e imponiendo un nuevo estado de conciencia en la humanidad que se caracteriza por más benevolencia, más compasión, más sensibilidad, más ternura, más solidaridad, más cooperación, más responsabilidad entre los seres humanos hacia la tierra y hacia la necesidad de su conservación.

        En esta perspectiva alimentamos una perspectiva optimista. La Tierra puede y debe ser salvada. Y será salvada. Ella ya pasó por más de 15 grandes devastaciones, y siempre sobrevivió y puso a salvo el principio de vida. Y llegará a superar también el actual impasse, pero con una condición: que cambiemos de rumbo y de óptica. De esta nueva óptica surgirá una nueva ética de responsabilidad compartida, y de sinergía para con la Tierra.

a) El hombre, tierra que piensa, siente y ama

        El ser humano, en las diversas culturas y fases históricas, reveló una intuición segura: que pertenecemos a la Tierra, que somos hijos e hijas de la Tierra, que somos Tierra. De ahí que hombre venga de humus, porque venimos de la Tierra y volveremos a la Tierra, así como venimos de Dios y volveremos a Dios.

        En efecto, fue voluntad del Creador que la Tierra no estuviera frente a nosotros como algo distinto de nosotros mismos. Y por eso hizo que la Tierra estuviese dentro de nosotros. Somos la propia Tierra en sus estadios de sentimiento, de comprensión, de voluntad, de responsabilidad y de veneración. En una palabra: somos parte de la Tierra, en su auto-realización y auto-conciencia.

        Inicialmente, pues, no hay distancia entre nosotros y la Tierra, en cuanto atañe a esa parte material del hombre (no en cuanto a su parte espiritual, o alma). Y con ella formamos una misma realidad compleja, diversa y única.

        Ha sido lo que han testimoniado los diversos astronautas, los primeros en contemplar la Tierra desde fuera de la Tierra. Todos ellos vinieron diciendo enfáticamente: Desde aquí, desde el espacio, no notamos diferencia entre la Tierra y la humanidad, entre negros y blancos, demócratas o socialistas, ricos y pobres. Humanidad y Tierra forman una única realidad espléndida, reluciente, frágil y llena de vigor. Esta percepción no es ilusoria, sino radicalmente verdadera.

        Dicho en términos de moderna cosmología, estamos formados con las mismas energías, con los mismos elementos físico-químicos y con la misma red de relaciones que actúan desde hace 15 billones de años, desde que Dios creó el universo y, de forma magistral, originó las formas que hoy conocemos. Conociendo esta historia del universo y de la Tierra, y de su Creador, podremos conocernos mejor a nosotros mismos y a nuestra ancestralidad.

b) El hombre, parte de la naturaleza

        Cinco grandes actos han estructurado el teatro universal del que somos co-actores, por decisión divina:

        El 1º acto fue el cósmico, cuando irrumpió el universo en proceso de expansión, y en la medida en que se expandía se diversificaba. Nosotros estábamos allí, en las posibilidades contenidas de ese proceso.

        El 2º acto fue el químico, cuando en el seno de las grandes estrellas rojas (los primeros cuerpos que se densificaron, hace por lo menos 10 billones de años) se formaron todos los elementos pesados con los que Dios constituyó a cada uno de los seres, como el oxígeno, el carbono, el silicio, el nitrógeno...

        Con la explosión de las grandes estrellas (que se volvieron super novas) tales elementos se desparramaron por todo el espacio, y con ellos Dios constituyó las galaxias, las estrellas, la Tierra, los planetas y los satélites de la actual fase del universo. Aquellos elementos químicos empezaron a circular por todo nuestro cuerpo, sangre y cerebro.

        El 3º acto fue el biológico, porque la materia se complejificó y se enrolló sobre sí misma, en un proceso llamado autopoiese (lit. organización) con el que, hace 3'8 billones de años, Dios originó la vida en todas sus formas, y ésta llegó hasta nosotros en su inconmensurable diversidad.

        El 4º acto fue lo humano, o subcapítulo de la historia de la vida, en que el principio de complejidad y de organización encontró en los seres humanos inmensas posibilidades de expansión. La vida humana floreció en África, cerca de 10 millones de años atrás. A partir de allí, se difundió por todos los continentes, hasta conquistar los confines más remotos de la Tierra.

        Lo humano mostró gran flexibilidad, y se adaptó a todos los ecosistemas, tanto a los más gélidos de los polos como a los más tórridos de los trópicos, y ya fuese en el suelo, en el subsuelo o en el aire. Lo humano sometió a las demás especies, menos a la mayoría de los virus y de las bacterias. Fue el triunfo peligroso de la especie homo sapiens y demens.

        Por fin, hoy en día se está desarrollando el 5º acto, o planetario, en que la humanidad dispersa está volviendo a la casa común, al planeta Tierra. Es el momento en que nos estamos descubriendo como humanidad, y todos con el mismo origen y el mismo destino en este planeta Tierra. A partir de aquí, la humanidad comenzará a sentirse como un sujeto consciente y colectivo, por encima de las culturas singulares y de los estados naciones.

        A través de los medios de comunicación globales, y de interdependencia de todos con todos, está fraguándose hoy en día esta una nueva fase de la evolución, o fase planetaria. A partir de ahora, la historia será la historia de la especie homo (a secas), de la humanidad unificada e interconectada con todo y con todos, bajo la mirada del Creador.

        Sólo podremos entender al ser humano si lo conectamos con todo este proceso universal, en que Dios fue entrelazando los elementos materiales y las energías sutiles para, lentamente, ir gestando y sacando a la luz al hombre.

c) La dimensión Tierra, dentro del hombre

        Pero ¿qué significa concretamente, más allá de nuestra ancestralidad, nuestra dimensión terrena? Significa, en 1º lugar, que somos parte y parcela de la Tierra, que vivimos de ella y que somos producto de su actividad. Significa que en el cuerpo tenemos la sangre, el corazón y la mente de los elementos de la Tierra.

        De esta constatación resulta nuestra profunda identificación con la Tierra, así como de la constatación del alma resulta nuestra profunda identificación con Dios. Por ello, no podemos caer en la ilusión racionalista y objetivista de que nos situamos ante la Tierra como delante de un objeto extraño, porque ya desde el 1º momento se impone una relación sin distancia con ella, sin bis a bis ni separación. Somos uno con ella.

        En 2º lugar, podemos pensar la Tierra y, entonces, sí, distanciarnos de ella para poder verla mejor. Ese distanciamiento no rompería nuestro cordón umbilical con ella, sino que nos devolvería a ella con mayor amor.

        Tener olvidada nuestra unión con la Tierra fue el equívoco del racionalismo en todas sus formas de expresión. Este racionalismo fue el que generó la ruptura con la madre Tierra, así como rompió con nuestro padre Dios. Fue el que originó el antropocentrismo, en la ilusión de que, por el hecho de ser capaces de reflexionar sobre la Tierra, podíamos colocarnos sobre ella como sus jueces, dominadores y abusadores.

        Ser hijos e hijas de la Tierra significa que ella es uno de nuestros principios generativos. La Tierra representa a lo femenino que concibe, gesta y da a luz. De la misma manera que ella genera y entrega vida, ella también acoge y recoge vida, hasta el momento de la muerte (en que Dios vendrá a su rescate, para darle una nueva vida, y un nuevo cuerpo y una nueva Tierra).

        Sentir que somos Tierra nos hace tener los pies en el suelo, y nos hace percibir que, tanto su frío como su calor, todo en ella es belleza encantadora. Sentir la lluvia en la piel, la brisa que refresca, el huracán que avasalla, la respiración que nos entra, los olores que nos embriagan... es sentir sus nichos ecológicos, es captar el espíritu de cada lugar, es inserirse en un determinado lugar.

        Ser Tierra es sentirse habitante de una porción de tierra, habitando en ella y haciéndonos prisioneros, en cierto sentido, de su geografía, de su climatología, de su régimen de lluvias y vientos, de una manera de morar y de una manera de trabajar y hacer historia. Ser Tierra es sentirse un ser concreto y limitado, desde el cual podemos contemplar nuestra base firme y alzar vuelo, por encima de nuestro paisaje, rumbo hacia el Todo infinito que es Dios.

        Por fin, sentirse Tierra es percibirse dentro de una compleja humanidad de otros hijos e hijas de la Tierra. Porque no sólo nos trajo Dios aquí, sino que quiso hacerlo a través de esa miríada de microorganismos que componen 90% de la red vital, y la biomasa más importante de la biodiversidad. Gracias a ellos, o a través de ellos, Dios produjo las aguas, la capa verde y la infinita diversidad de plantas, flores y frutos.

        La Tierra produce una diversidad incontable de seres vivos, en su versión de animales y vegetales, y todos ellos con los 20 aminoácidos respectivos que entran en la composición de la vida. Para todos ellos, la Tierra produce las condiciones de subsistencia, de evolución y de alimentación, en el suelo, en el subsuelo y en el aire.

        Tierra es sumergirse en la comunidad terrenal, en ese mundo post-diluviano en que todo era tierra verde, rica y fértil, desde la cuenca del Mediterráneo a la China pasando por la India. La espiritualidad de aquellos pueblos originarios era profundamente rica en unión cósmica, y conexión orgánica con la Tierra y con su Creador.

        Al lado de esa espiritualidad surgió, en 2º lugar, una política: las instituciones patriarcales, organizadoras de la sociedad y de la cultura. Y también surgieron las sociedades sagradas, penetradas de reverencia, de ternura y de protección a la vida.

        Hasta hoy arrastramos la memoria de esta experiencia primigenia, en forma de arquetipos y de insaciable nostalgia por la integración, inscrita en nuestros propios genes. Esos arquetipos tienden a irradiar nuestra vida, y a rememorar un pasado histórico que ha de ser rescatado y obtener vigencia en la vida actual.

        El ser humano precisa rehacer esta experiencia espiritual de fusión orgánica con la Tierra y con su Creador, a fin de recuperar nuestras raíces y experimentar nuestra propia identidad radical. Esta nueva óptica podrá producir una nueva ética, orientada hacia la firmación y el cuidado por todo lo que vive. En el nuevo paradigma emergente, la Tierra y sus hijos serán la gran centralidad, el nuevo sueño del siglo XXI.

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  Act: 10/03/25       @portal de ecología            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A