¿Teoría del Caos?

Andreas Boehmler
Mercabá, 7 abril 2025

        En su vastísima producción intelectual, el filósofo Jaki viene defendiendo que las más avanzadas teorías físicas apoyan, con o contra la voluntad de sus propios autores, la fe cristiana en la creación del universo, desde sus momentos iniciales, decisivo orden y una causalidad eficiente que descarta toda especulación acerca de los multiversos, azar o caos.

        Además, en sus libros Chance and Reality, The Absolute beneath the Relative o God and the Cosmologists deja bien claro Jaki que lo que importa es el conocimiento, para no dejarse engañar por falsos profetas de la ciencia ni por el cataclismo moderno, cuyos cauces son polifacéticos.

a) Teorías mecanicistas del Mundo

        Las primeras teorías sobre el origen del mundo surgieron a la sombra de la relación entre espíritu y materia. Más en concreto, desde la no captación de la estrecha coexistencia, y cooperación, entre ambas.

        Basta con evocar a Lao-Tse y Confucio, a Siddartha y Mani, a Parménides y Platón, cuya visión miope sobre el tema volvió a reafirmarse en el yo cartesiano (res cogitans), a partir del cual llegó a definirse rotundamente el programa de la modernidad: la dialéctica entre lo libre y lo determinado.

        En concreto, se trataron de teorías que no supieron captar la unidad de todo lo creado, aunque afirmasen la existencia de un Ser trascendente que originó toda la creación. Tuvo que ser Aristóteles, y más tarde la Escolástica, quienes tuviesen que apuntalar esa analogía de todo ser creado con su Ser creador, en sus graduaciones específicas.

        Con la ruptura entre materia y espíritu, o fe y razón, en la forma de una agonía multisecular, se obscurece la razón especulativa y en lo sucesivo viene a identificarse lo racional con lo científicamente comprobable, lo calculable y lo medible. Asistimos al largo entierro del alcance de la razón humana, una vez desvinculado de "esa razón cristiana que la mantenía en una tensión vital entre grandeza y miseria", según Pascal.

        Volviendo al cosmos de estos miopes del pensamiento, tanto del pasado como del presente, y capaces de confinar el conocer humano a un único objeto, cabría decir: si ese Ser creador no lo creó todo armónicamente, necesariamente hubo de crearlo al azar. La tan rica noción de racionalidad y causalidad, que pronto será ejemplificado en el aristotelismo cristiano, todavía no da más de sí, ni sabe recurrir a otro argumento que la pura mensurabilidad.

        El concepto de "orden creado", con sus atributos de causalidad, racionalidad y libertad, se reduce así (todavía hoy en día, en muchas mentalidades) a una concepción mecanicista. El único orden y la única causalidad que se reconoce es el orden y la causalidad de lo sujeto a mensurabilidad.

        Afirmaciones sobre la causalidad llegaron a ser una mera tarea de mensurabilidad. No obstante, la falta de precisión en la medición y predicción no es lógicamente equivalente con la ausencia de causalidad.

        Esta herencia mecanicista, no cabe la menor duda, no satisface a las auténticas aspiraciones humanas, ni teóricamente ni en sus manifestaciones prácticas. De hecho, la vemos encarnada tanto en las doctrinas políticas y económicas del socialismo y comunismo como en unos modelos de organización empresarial como el taylorismo.

        Esta visión reduccionista fue la que provocó, por ejemplo, la usurpación epistemológica que hizo de sus conceptos el llamado empirismo. No obstante, en vez de abandonarlos de todo, ¿no cabría su interpretación mas allá del empirismo? Todo nos indica que sí.

        Constatando la obvia inadecuación del modelo mecanicista a la auténtica y completa naturaleza creada (cuerpo y alma, materia y espíritu), las teorías mecanicistas pronto tuvieron cabida en sus más extremos opuestos: la tecnificación de la naturaleza y la ecologización del hombre.

        La ecologización del espíritu humano, negando su estatuto trascendente al mundo físico-biológico, representa una auto-renuncia a todo lo específicamente humano, el retorno a la simplista cosmovisión de los orígenes y un funcionalismo relativista que presume de sustituir a la teleología creacionista. Como bien observa un conocido filósofo alemán contemporáneo, esta visión "surgió del estado de atrofía de la metafísica europea", así como "las afirmaciones apodícticas de la irreversibilidad".

        La racionalidad de la civilización técnico-científica hace del funcionalismo su forma de pensamiento universal, una forma que mediatiza todos los contenidos de la vida. El funcionalismo no es lo mismo que la teleología. Los fines ahí son mas bien funciones. La finalidad última termina siendo el funcionalismo mismo (Spaemann, universalismo y eurocentrismo).

        A ese relativismo y funcionalismo filosóficos iba a unirse la relativización de la Física Mecánica de Newton, por muy creyente y religioso que Newton fuese. La relatividad especial o relatividad restringida modifica conceptos básicos de la física de Newton. La masa ya no es constante, sino que depende de la velocidad. Las medidas del espacio y del tiempo no son siempre las mismas, sino que cambian en función del movimiento de quien los mide. Todas las leyes de la mecánica de Newton cambian.

        En 1915, el también creyente Einstein formuló la Teoría General de la Relatividad, que enseguida comenzó a aplicarse al estudio del universo en su conjunto. En definitiva, las teorías de la relatividad einsteinianas, en la macro-física, junto a la Teoría de la Incertidumbre Heisenberg, en la micro-física, acabaron con la reivindicación universal de la causalidad mecánica.

b) Teorías cientificistas del Mundo

        Tan sólidamente establecida resulta hoy la ideología cientificista, que ni siquiera los nuevos horizontes que intentan abrir la matemática, la genética, o la química cuántica, logran abrir un boquete o hacer un paréntesis en el mundo de la reflexión, respecto a esas teorías del azar como supuesto principio creador de todas las cosas.

        Antes de analizar toda esta pléyade de teorías cientificistas, como la Teoría Sinergética, la Teoría Cibernetica, la Teoría de Sistemas, la Teoría de la Auto-Organización... es conveniente recordar que, cuando se sepa poner al hombre (sus necesidades, anhelos y su fin) en la cúspide de la reflexión, se percibirá que hay un elemento sine qua non es imposible entenderlo todo: la libertad, que no sólo acompaña y perfecciona toda vida, sino que la hace posible.

        Resulta evidente la tentación de caer en un pragmatismo sin fundamento cuando se propaga alegremente una teoría sólo porque tiene alguna utilidad para sustituir otra teoría, evidentemente falsa: la mecanicista. Pero siempre vale también aquello de que el fin no justifica los medios. Así que el anhelo de superación del mecanicismo no justifica caer en los lazos del funcionalismo y pragmatismo.

        Por tanto, los modelos tomados de la genética, o mundo cuántico, o matemática geométrica, por mucho que sean críticos contra el mecanicismo de cualquier índole, tampoco resuelven los problemas de la verdad y de la libertad, por falta de poder percibirlos. Antes bien, los agravan, porque discurren sobre algo que, lo mismo que a la cosmovisión mecanicista, se escapa por completo también a la ideología anti-mecanicista.

        Es lo que bien percibió el científico norteamericano Smith en su Cosmos y Transcendencia, cuando dijo que "una ciencia como creencia sustituye a otra", rompiendo con ello la barrera de la fe científica.

        O lo que también percibió Compton, el gran científico que abrió el camino para que Heisenberg pudiera formular su Principio de Incertidumbre, y que afirmó que "si alguna vez ocurriera que la libertad y la física entrasen en conflicto, la ciencia física habría de ser corregida, y no se debería dudar lo mas mínimo de nuestra libertad".

        Por supuesto, toda ciencia ficción abunda en maniobras cosméticas, de modo que incluso utilizando el término libertad no se suele tomar en serio ni la libertad (bien) ni la racionalidad (verdad) del hombre (ser personal), como referencia obligatoria a toda reflexión acerca de lo humano.

        Hay que estar precavido, por tanto, porque tras la fachada de unos modelos no suficientemente radicales (o sea, que no radican y fundamentan la libertad en todas sus dimensiones de apertura, indeterminación, señorío, responsabilidad, verdad) fuera de lo material, y mas allá de lo azaroso y caótico, late el determinismo, el sin-sentido, el vacío y la negación de la creación, por no querer reconocer ni obedecer al Creador, en su forma de "creencia vestida de ciencia".

        El caos, por tanto, vendría a ser para estas teorías el origen del orden racional, así como la fealdad sería la causa de la belleza. El materialismo considera como una señal de inteligencia no creer en Dios pero sí creer en el azar.

        No obstante, estas teorías cientificistas, que predican que el hombre proviene de la Teoría del Azar Creador, se muestran incapaces de explicar un asunto para ellos espinoso: la máquina, la cual es imposible de ser engendrada por el azar, sino por una mano inteligente. Es lo que propicia la Hipótesis del Sacrificio de la Inteligencia, con tal de seguir envanecidos en la negación de un Creador.

        Esto es lo que hoy en día echan en cara a los cientificistas numerosos autores de altura intelectual, a la hora de no estar dispuestos a sacrificar su inteligencia por la ciencia ficción, ni tirar por la borda sin prueba alguna la conexión entre fe y razón, espíritu y ciencia, libertad y determinismo.

        He ahí la cuestión central que decide sobre la validez o no de una teorización sobre la sociedad. Y la solución no podría ser más clara. La Teoría del Caos no vale como soporte de una teoría social, porque (según sus propios teóricos) ella misma se declara determinista, así como habla del "deterministic chaos" como principio de una cosmogénesis impresionante de actos creadores libres y ordenados.

        Por tales actos, por tanto, y no por otra cosa, es por lo que lo creado refleja (de manera muy plural, por cierto, en el sentido de analogía y no de equivocidad) la libertad y el orden, y hasta la misma esencia del Creador. Todo lo demás es ciencia ficción.

        Por tanto, habrá que ir mas allá tanto de las buenas (y también no tan buenas) intenciones, como del pragmatismo de los propagadores de todas aquellas hipótesis pseudo-científicas, y habrá que acostumbrarse a llamar las cosas por su nombre.

        Todas las teorías acerca del hombre y de sus manifestaciones culturales (hasta las mismas teorías físicas, biológicas...) son teorías que tratan del orden, sobre todo en cuanto pretenden ofrecer una teoría general o visión holística, que vendría a decir: en cuanto hay que buscar el todo, la noción de caos es eo ipso descartable.

        En efecto, el caos no puede engendrar un todo organizado, por ser éste una coordinación de partes, sin dejar de ser caos, o ausencia de orden, o carencia de sentido. Así que no nos volvamos locos, o propaguemos la falacia y la confusión, o hipocresía filosófica.

        Si hablar, además, es un "hablar con sentido", esta misma presunción de sentido crea unos hábitos de pensamiento a cuya dinámica psicológica el hombre difícilmente puede sustraerse. Por tanto, preferimos hablar de orden libre en vez de caos al referirnos a las organizaciones humanos todas, ahorrándonos así la falaz dialéctica entre un orden llamado mecánico y otro opuesto espontáneo.

        No son realmente alternativas, por ser abstracciones lógicas. Además, ambas son modelos inadecuados para explicar y, menos todavía, comprender la libertad y verdad del hombre tal como se transparenta en las instituciones societarias.

        No lo son por esta sencilla razón: porque son transposiciones arbitrarias de la materia al espíritu, un tipo de reduccionismo en el cual han caído tanto los racionalismos aferrados al modelo mecanicista, como su presunto opuesto conceptual (las teorías de la auto-organización del universo o del caos, lo mismo en la teoría física que en la teoría social).

        Ambos extremos se unen en esta falacia en la que caen con la misma precipitación. Porque es pura falacia la dialéctica entre una cosmología cuyo principio de orden se dice maquina (tesis mecanicista de una Laplace) y otra cuyo principio de orden se dice caos, azar o auto-organización.

        Repitámoslo. Es la no-necesidad del mundo como tal que le confiere su gran valor. La contingencia se refiere a la voluntad del Creador (o sea, su amor), lo opuesto a una cosmología que se fundamenta en la hipótesis de un caos: la inespecificidad e indiferencia.

        La creación no es un proceso de auto-organización fisico-químico, sino una dolorosa historia de amor entre Dios y el hombre. El refinamiento de las construcciones intelectuales que edifican los materialistas exige una inteligencia superior que se caracteriza por su falta de sabiduría.

        Respecto a la riqueza real del hombre y de la naturaleza se contrapone, pues, la pobreza intelectual de la Hipótesis de la Auto-Organización de la Materia, que ensoberbecidamente sigue apelando al azar.

        Los círculos del materialismo intelectual siguen empapándose en la contemplación de los éxitos tecnológicos, sin darse cuenta que ninguno de ellos ha tenido lugar ni por el caos ni por el azar, sino por una mente y una mano inteligente y creadora, aunque sea a nivel de inteligencia humana.

        Por todo ello, dichos círculos cientificistas pueden ser considerados, según lo que ellos mismos proclaman, bajo un denominador común: reducir las ciencias experimentales a algo sin medición ni cálculo, como algo muy alejado, por cierto, del pecado de Galileo.

        El universo debe su existencia a un Creador, que muy bien podría haber creado un número infinito de mundos, tal como el que vemos entre nosotros, o muy distintos entre sí. ¿Quién sabe? Lo que sí sabemos es que no se puede cerrar a priori ninguna posibilidad, ni tampoco negar que este mundo que vemos está dotado de multivariantes ordenadas, materias espirituales, bellezas racionales e infinitas posibilidades que enganchan con inteligentes leyes impresas.

c) Sobre la Teoría del Azar

        Hasta ahora he centrado mi atención en la ilegítima trasgresión del método científico hacia el campo de lo humano. Ahora quiero volver sobre la cuestión, no menos controvertida, de si (aun dentro de las ciencias naturales) es lícito hablar de caos o azar.

        A este propósito analizaré en mayor detalle la hipótesis cosmogenética del caos (por un lado), y el evolucionismo biológico en cuanto hipótesis biogenética (por otro lado). Porque si ni siquiera dentro de su propio campo se dejasen verificar científicamente sus reivindicaciones, menos todavía en la ilegitima trasgresión a las ciencias humanas.

        Citaré en lo siguiente algunos textos que nos harán ver que la física contemporánea, en su más eminentes representantes (Einstein, Plank, Heisenberg, Bohr...), más que sustentar las hipótesis de una "cosmogénesis azarosa", o de un "caos primitivo", abren nuevos horizontes a la hora de apoyar y comprender mejor la doctrina creacionista cristiana.

        Comenzando por la Teoría de la Relatividad, la teoría más absolutista jamás propuesta por los físicos, hay que comenzar diciendo que nunca tuvo Einstein ninguna duda respecto a la idea del Dios Creador. Es más, según él la hipótesis "del caos al orden" no responde a la cuestión de qué es el azar.

        Los esfuerzos del hombre del s. XX a la hora de desvelar las cualidades del universo muestran un resultado común: que el universo aparece por todas partes extremadamente específico, y que todos los esfuerzos por diluir estas especificidades chocan contra la experiencia.

        Dejando al margen el universo de los filósofos, el universo científico es hoy lo más opuesto a la doctrina del "open universe" o del "open society", tanto de Popper como de Hayek.

        Según la experiencia científica, la teoría a la que se inclinó Popper, de que el universo estuviera gobernado por propensidades, o de que fueran parcialmente causal (parcialmente probabilístico y parcialmente emergente), se revela como "pseudo-misticismo materialista".

        El adviento de la nueva física era una amenaza latente a una visión cósmica de novedad o apertura inespecífica e indeterminable; pero como cualquier ente específico, el universo está terminantemente limitado a un número bien reducido de posibilidades o novedades futuras.

        Vivimos en un clima de opinión de que todo puede ocurrir y, por ello, que el hombre no está obligado por nada específico como por ejemplo la 'ley natural' que obviamente presupone un orden ontológico específico.

        Resulta cada vez más obvio que los enemigos verdaderos de la "sociedad abierta" no son sociedades basadas en verdades absolutas o reveladas sobrenaturalmente sino círculos intelectuales que han optado por el azar como última explicación de todo. Una ideología que defiende el azar y el caos como principios cosmogenéticos, aunque fuere sobre una base presuntamente científica, invitará inevitablemente a la anarquía.

        El libro de Popper The Open Universe contiene tan sólo una página sobre lo que ha sido revelado por la cosmología científica moderna acerca de la realidad del universo. Todavía defiende sus teorías sociales sobre equivocaciones de hace medio siglo que afirmaban la indeterminación (la cual, sin embargo, no podría hacer surgir nunca especificidades permanentes).

        La cosmología científica contemporánea, no obstante, entierra toda reivindicación de cualquiera de las filosofías post-humeanas y post-kantianas de que el universo sería sin más un producto bastardo de las indagaciones metafísicas del intelecto. Precisamente porque sus cualidades son tan específicas, disuaden cualquier intento de considerarlas como meras creaciones de la mente.

        Estos y muchos otros aspectos del universo tienen su explicación en una muy específica coordinación de todas las partes constituyentes del mismo. El Principio Antrópico (o sea, el principio de carbón científico) nos enseña que muy pocas cosas son posibles. Aquella coordinación, sorprendente en sí misma, lo es tanto mas cuanto mas atrás la seguimos en el tiempo. Se es plenamente consciente de que la cosmología científica contemporánea casi se trueca en teología natural, sobre el Creador y la creación.

        Solo la voluntad adolescente de no querer tener padre puede contentarse con creer, con un simplismo primario, que lo existente, como consecuencia de una gigantesca explosión, hubiera surgido de colisiones de átomos y de moléculas guiadas físico-químicamente, todo ello debido al azar.

        La fe en un Dios Creador es considerada por los representantes del materialismo científico como hostil a la ciencia[1], pues lo que entienden por ciencia es un materialismo particularmente cultivado por los biólogos moleculares que calientan todo tipo de especulaciones sobre una auto-organización de la materia.

        En conclusión, más vale apoyar la condición humana libre en una reflexión ética, abierta a la trascendencia, que en unas determinadas ficciones científicas sacadas de hipótesis físicas, o mal hechas o mal entendidas.

d) Sobre la Teoría de la Evolución

        Por último, habrá que hacer algunas reflexiones dubitativas acerca de las diversas teorías sobre la llamada "evolución biológica", con el propósito de completar lo antes referido sobre las teorías físicas repecto de la cosmogénesis y su desarrollo.

        Y habrá que hacer constar, como preámbulo, que acaso no advertimos que tan inmersos estamos en la pagana creencia pública en un origen monogenético, material-energético, que ya no nos repugna demasiado tragarnos unos cuantos relatos de ficción sobre el paso del no-ser al ser, del ser al ser vivo, y del ser vivo al ser consciente.

        ¿Descendemos del caos primitivo? ¿Somos un fruto azaroso pero consistente de las proteínas o del mono? Hasta en congresos supuestamente científicos no nos ahorran representaciones gráfica sobre un presunto crecimiento cerebral, con el propósito de hacernos asentir tácitamente a la teoría de que nuestra mente sería un producto del ecosistema, por muy avanzado y muy innovador que sea.

        A esto se habrá de contestar sólo una cosa: nunca caiga ningún hombre inteligente en el error de confundir la articulación del cerebro con la existencia de la mente o del espíritu. El pensamiento precisa el soporte del cerebro, pero no se explica por el cerebro. Es lo radicalmente distinto de los procesos bioquímicos. Los buenos filósofos dicen: el pensamiento es un acto, no fruto de un proceso, sea físico, químico o biológico[2].

        Ahora bien, ¿que diremos de la consistencia de las teorías de la evolución biológica? Porque hay muchas líneas y muy contradictorias dentro de este pensamiento tan propicio a la divulgación popular.

        El mecanismo darwiniano es tan primario que millones de personas pueden comprenderlo. La única certidumbre del darwinismo resulta de que éste es indemostrable científicamente. Se trata de una fe: la fe de creer en todo menos en un Creador.

        La hipótesis del darwinismo se apoya en la idea de que lo que a nosotros nos parece una organización dotada de sentido se compondría de elementos minúsculos que ya no contienen ese carácter de finalidad.

        Sería muy deseable que los científicos que defienden una o la otra de las numerosas teorías de la evolución se impongan la obligación de subrayar inequívocamente que sus consideraciones son especulaciones no verificables, apoyadas en métodos químicos y físicos, o sea, por mediciones realizadas en el transcurso de experiencias de laboratorio sistemáticamente reproducibles.

        Estas teorías no pertenecen a la ciencia pura sino que son especulaciones procedentes de la "capacidad imaginativa del intelecto"; no son un saber empírico sino una creencia. Muchas de estas teorías descansan sobre la creencia de no creer en Dios. Para ellas todo puede ser la causa de lo existente, aun las más improbables de las verosimilitudes o azares, pero sobre todo no Dios.

        Se actúa como si se dispusiera de hechos científicamente demostrados. Los que presumen saber más son aquellos que creen más fuertemente en sus especulaciones. De este modo, la Teoría de la Evolución ha penetrado hasta los manuales escolares y ella está tenida por millones de hombres por ciencia pura".

        No obstante, desafiando esta fe en la evolución, el biólogo y antropólogo suizo Portmann llegó a afirmar, en contra de la Ley Fundamental Biogenética de Haeckel, que "el hombre es integralmente hombre desde la creación".

        Portmann ha logrado describir biológicamente este Ser único a través de la ontogénesis del hombre, a partir de la especificidad de su desarrollo humano. En el seno materno, después del nacimiento, su estado adulto tardío, especificidad que los antropólogos han denominado Fenómeno de Portmann. Una sola cosa es insostenible, a saber: que el espíritu humano haya podido nacer, por evolución, de un psiquismo animal.

        A la misma conclusión llega también el biólogo alemán Schrädinger, cuando dice:

"Partiendo de todo lo que hemos aprendido sobre la estructura de la materia viva tenemos que estar preparados a encontrarla operando de una manera que no puede ser reducida a las leyes ordinarias de la física. En contra del paradigma analítico en física, una característica especialmente notable de organismos vivos es lo que puede denominarse la primacía del todo. Así, en el campo biológico se llega de hecho a la antítesis exacta de la hipótesis mecanicista: no es el todo el que se deriva de las partes, sino son justo las partes que derivan su existencia como tales de un todo dado".

"Este todo dado, en términos de la filosofía aristotélica, se llama esencia o forma, precisamente conceptos inadmisibles para toda teoría que se precie teoría general de la evolución. El gran problema es dar cuenta del origen de tal forma, o si se quiere, de este orden estupendo. El misterio del organismo vivo reside en su forma. En último término, lo que transparenta en esta forma como principio de orden y como fuente de vida (no es el azar espontáneo creador sino) es la sabiduría divina, sin la cual nada ha sido hecho".

        Queda patente que tal principio biológico del todo (forma, esencia) desdice a toda filogénesis a partir de la Hipótesis de Auto-Organización de la Materia. Ni falta hace evocar la fealdad de tal doctrina frente a la hermosura de la doctrina del Ser divino.

        Además de estas aporías, la ideología evolucionista tiene otra principalísima. A este efecto, procede mostrar la ética in statu nascendo. Es decir, la ética surgiendo del ser humano, desde lo biológico a lo más alto en el hombre, lo espiritual.

        Tenemos que descubrir, detectar lo ético en el meollo mismo de la constitución humana. Puesto que no hay leyes constitutivas del ser humano que sean independientes de la ética tiene sumo interés tratar de la constitución humana acudiendo a la teoría de la evolución para demostrar que la índole ética de toda actividad humana arranca ya desde la misma corporeidad humana, es decir, de su peculiar corporeidad, a saber, el hombre tiene un cuerpo potencial.

        Sin embargo, existen varios niveles de evolución. La evolución biológica presupone ciertamente la evolución cosmológica, la física y la química. Aquí interesa estudiar la evolución biológica, lo que quiere decir nada más que estudiar los procesos de especificación, el paso de una especie a otra distinta, de modo que el proceso de especificación conduce a una barrera de interfecundidad (la dotación genética puede permanecer similar, pero está organizada cromosomaticamente de distinta manera), único criterio válido para distinguir las especies.

        He aquí el quid de la cuestión: es un hecho que la estrategia de especificación señalada por las teorías de evolución corrientes no responde a la realidad de las especies antecedentes del homo sapiens sapiens que somos nosotros los humanos[3].

        Las estrategias distintivas de especificación, que se apoyan en línea ascendente, se podrían clasificar en tres grandes grupos: adaptación (todas las especies animales), hominización (unas determinadas especies de homo: el homo habilis, el homo erectus y el homo sapiens), y humanización (el homo sapiens sapiens[4]).

        Se llama hominización al proceso de formación del tipo morfológico humano. Es decir, a la sucesión de fenómenos que da lugar a la corporeidad[5] peculiar del hombre que conocemos actualmente. En cambio, se llama humanización a la explicación de una serie de caracteres que ya no son simplemente corpóreos: la aparición de la inteligencia. Es decir, la cuestión máximamente controvertida, desde el punto de vista de las teorías evolutivas al uso de cómo surge la inteligencia[6].

        El homo es un género de viviente que culmina cuando tiene lugar la humanización, cuando es dueño de su conducta. La humanización, la aparición de la inteligencia y de la libertad en el hombre, es coherente con el indicado punto de vista morfológico (bípedo). Cuando se trata del homo, su cuerpo no está cerrado, sino que está abierto, no al ambiente, sino a una factura suya.

        Los antecesores nuestros del género homo (no siendo capaces de acciones racionales), desde el punto de vista meramente morfológico, son el homo habilis y el homo erectus, que se extinguieron porque su capacidad fabril no fue suficiente para competir con la primitiva estrategia evolutiva (es decir, con la adaptación).

        El homo sapiens sapiens por el contrario es notorio que puede extinguirse justamente por la razón contraria. He aquí la crisis ecológica. Es decir, nuestra peculiar condición de homo super habilis (o super faber), el trabajo humano crea unos problemas bastante notables.

        Ello precisamente porque el proceso de humanización no es el de hominización, sino otro distinto (aunque se apoye en él). La estrategia evolutiva llamada inteligencia ya no tiene sentido evolutivo, sino otro sentido. Mejor dicho, no es una estrategia evolutiva en absoluto.

        Pero todavía hay otros datos científicos que desmoronan la evolución en cuanto ideología.

        Primero, la Hipótesis de la Transformación no es directamente verificable en términos paleontológicos, más bien al contrario. Lo que queda en cualquier caso fuera de duda es que transformaciones micro-evolutivas ocurren en la naturaleza.

        La cuestión verdadera es, por tanto, no si lo que hemos definido como especies es de hecho absolutamente invariable sino si de modo alguno una transformación evolutiva puede producir lo que inequivocadamente reconoceríamos como un nuevo tipo de planta o animal.

        En otras palabras, hay un área gris dentro del cual opera una micro-evolución; lo que, sin fundamento científico alguno, no obstante, afirma la hipótesis transformista es que también han ocurrido transformaciones macro-evolutivas. Por esto propone Jaki que "la palabra evolución debería quizá ceder a la palabra desarrollo".

        Segundo, la esencia del darwinismo es que no hay esencias; excepto una esencia que es la materia. Hoy, sin embargo, el darwinismo ha llegado al término del callejón sin salida pasando por el neodarwinismo y el darwinismo molecular que se ingenió la Hipótesis de la Auto-Organización de la Materia, una materia eterna, evolucionando dialécticamente entre masa y energía, con el azar como principio de paso entre ser y no-ser.

        De la misma factura es la Teoría Evolucionista del Conocimiento (ecology of mind). Ya hemos demostrado la imposiblidad de que sea el conocimiento función de un órgano biológico (a saber, del sistema nervioso). No se puede simplificar más.

        En tales fantasías evolucionistas, sin embargo, fundamenta Von Hayek su doctrina liberal. Ya hemos sugerido que tal paso azaroso de la materia a la mente, del materialismo al liberalismo es una bonita ciencia ficción para no tener que creer en un Dios Creador trascendente, eliminando sucesivamente todos los niveles de autoridad, humana y social.

        Tanto respecto de las doctrinas del neoliberalismo como de las emergentes teorías empresariales sistémicas, en su compartida y justificada aversión al mecanicismo político y económico vale recordar que son una cosa muy distinta sus respectivas verdades prácticas y su fundamentación especulativa.

        De la teoría del caos o azar no sale ninguna teoría consistente de la libertad, y menos una libertad con cara amable, la única con fuerzas para dotar de sentido al nuevo orden mundial (económico, político, social), tan frecuentemente invocado, y sin embargo tan erroneamente enfocado.

        Al igual que sus adeptos posteriores, Darwin nunca cayó en la cuenta de que el espectáculo mental de una vida eternamente evolucionando era una visión metafísica. Por debajo del disfraz de humanismo acecha el materialismo científico en tanto que 'mito' más desolador que jamás asoló la humanidad.

        El lavado de cara, en términos humanísticos, del darwinismo constituye una amenaza mucho mas poderosa al bien humano (intelectual, ético y espiritual) que la afirmación franca del principio de guerra por los darwinistas a secas. Este falso humanismo debería ser desenmascarado a intervalos regulares, lo cual constituye una tarea esencialmente filosófica.

        Por lo visto, no podemos más que estar en alerta ante el acecho del mito de la auto-organización azarosa del universo, del caos determinístico que algunos pseudo-científicos, indebidamente amplificados por los mass-media, quieren vendernos como modelos adecuados para nuestra verdadera tarea: ordenar nuestras instituciones sociales sobre la base de la verdad y libertad.

        Para realidades básicas como la mente, el sentido y los principios éticos, la perspectiva darwinista no puede dar cuenta alguna si no es acudiendo a la creencia científica, o sea: la ciencia ficción. La noción evolución no merece ninguna simpatía si pretende servir como prueba de que la realidad existente puede surgir de donde no ha estado por lo menos embrionalmente.

        La noción evolución requiere una visión que es principal y últimamente metafísica. El hombre es capaz de tal visión precisamente porque su naturaleza trasciende lo meramente físico-biológico-psíquico.

        Para rematar estas consideraciones acerca de la creencia en una macro-evolución considero oportuno un par de citas del ampliamente referido libro Cosmos and Transcendence, cuya lectura integra se recomienda a todos que todavía creen poder inferir de la Teoría del caos medidas válidas para la organización de la vida societaria. Creen porque creen. No hay más.

        En el cap. 6 de dicho libro, con el título Evolution: Fact and Fantasy, se inquieren las diferentes vías de investigación empírica para demostrar que ninguna de ellas permite concluir en la Teoría de la Transformación, propia de la Teoría de la Evolución.

        Comenzando por la ciencia paleontológica, aprendemos que los fosiles no hacen amigos favorables del evolucionista, hasta tal punto que  el mismo Darwin se sentía obligado a admitir en su Origen de las Especies que "esto, a lo mejor, es la más obvia y más seria objeción que puede aducirse en contra de nuestra teoría".

        Es un hecho que la mayoría de los tipos fundamentales en el reino animal se presentan a nosotros como sin-antecedente desde el punto de vista paleontológico. La única vía de escape de esta evidencia negativa es la creencia en la Hipótesis de una Criptogénesis en su versión de "evolución clandestina" o "evolución explosiva", producto del azar.

        La doctrina de la evolución, al contrario del presupuesto científico, no tiene virtualmente contenido predictivo. Una vez más, en definitiva, nos encontramos ante una situación donde prevalecen suposiciones ocultas, mientras que cualquier doctrina metafísica o trascendente es atacada de ininteligible.

        Hemos dicho lo suficiente para mostrar que la doctrina de la evolución no es de ninguna manera la bien fundamentada teoría científica por la que es tomada generalmente. El darwinismo ha dejado de ser una tentadora teoría científica y se ha trocado en filosofía, casi en una religión, para convertirse en una doctrina que "gana más aceptación como dogma que como útil hipótesis científica" (según Smith).

        Por la naturaleza del caso, la doctrina de la evolución no puede ser establecida sobre fundamentos empíricos, y por la misma razón es también no falseable. Esto es tanto su fuerza como su debilidad: su fuerza como dogma, y su debilidad como verdad científica.

e) Sobre la Teoría de la Transformación

        Otro punto aducido por los evolucionistas es la obvia semejanza entre los seres, por ejemplo, mono y hombre. No obstante, según concluye Smith, "está probada conclusivamente que el hecho de una fuerte correlación no entraña en sí mismo la hipótesis de un origen común, ni materialmente considerado".

        Otro argumento, de que los hechos de la embriología hayan suministrado uno de los argumentos principales a favor de la doctrina transformista, ha sido rechazado por los biólogos mismos, con su Ley de Recapitulación. Es decir, con que cada ontogénesis sería una recapitulación de la filogénesis. Por ejemplo, que cada embrión humano pasase por todos los estadios de la génesis del género humano.

        La conclusión no puede ser mas que la verdad es al revés. Es decir, que "la filogénesis esta basada en la ontogénesis". Además "ningún fósil muestra un órgano naciente". Es más, "si las especies estuvieran evolucionando, la mayoría de ellas debería exhibir estructuras nacientes en todos los estadios de compleción". Sin embargo, "ni una sola existe".

        Tampoco la genética con sus desarrollos fuertes en biogenética y genética molecular, a pesar de sus grandes presunciones al respecto, nada nos confirma sobre la formación de las especies, sobre una macro-evolución o su dinámica.

        Por otra parte, "antes de que una macroevolución pueda ser explicada habrá que estar en disposición de afirmar que existe, en primer lugar. Mientras tanto, lo queramos o no, una constancia inviolable de las especies permanece como hecho experimental dominante.

f) El universo, un todo ordenado y concreto

        De hecho, los mejores y últimos descubrimientos y leyes científicos acerca del universo nos muestran un universo que es la encarnación del más alto grado de consistencia, tanto en el espacio como en el tiempo.

        Sí, todo está tan consistentemente interconectado en el universo de un Planck, Heisenberg o Einstein, que la verdad de la extrema especificidad de la condición primaria del universo nos permite inferir que tan sólo en un tal universo el hombre podía existir, un ser mucho más específico o peculiar que el universo mismo.

        Mientras que el universo no se conoce a sí mismo, el hombre tanto se conoce a sí mismo como al universo. Mas aún, puede ver mas allá del universo lo primero y lo último que es (es decir, Dios), y tener así una idea de la creación". La realidad no es tan indescifrable como para consistir en ese supuesto "caos sofisticado" en el cual todo es falsificable excepto, por supuesto, el principio de falseabilidad.

        Nuestro universo es un universo sumamente específico que, por supuesto, entraña novedades pero nunca en el sentido de asemejarse a 'sobresaltos en la lógica. El hecho de que el paso de la no-existencia a la existencia sobre la base del caos perfecto o el mero azar preocupa a pocos científicos y filósofos de hoy nos dice mucho acerca de la verdadera medida de su sensibilidad por la verdad.

        Los esfuerzos del hombre del s. XX para desvelar la constitución del universo muestran un resultado común: que el universo, dondequiera que aparece, se nos muestra máximamente específico, y todos los esfuerzos dirigidos a diluir estas especificidades chocan con especificidades inexorables, tanto observacionales como teóricas.

g) El hombre, dotado de inteligencia y libertad

        La ciencia misma no está dispuesta a justificar el sobresalto lógico según el cual algo envuelve de algo que no está ahí (existe). Ni tampoco justifica la ciencia el tipo de acrobacia mental que pretende sugerirnos que haya surgido la vida a partir de una materia inanimada y, luego, que la conciencia (intelecto) haya emergido desde una mera vida sensitiva (sensibilidad).

        La ciencia sólo ofrece especulaciones acerca del origen de la vida, y en lo referente al origen de la conciencia, los darwinistas siguen haciendo caso omiso de él. En cambio, la única verdadera apertura (libertad) disponible para el hombre es la de un ser contingente abierto a su supuesto propio que es el acto libre del Creador.

        En este acto, leyes específicas y libre albedrío fueron dados simultáneamente al hombre. Einstein, por lo menos, reconoció que la ciencia física no pone en condiciones a nadie para juzgar acerca de la cuestión de la libertad versus la determinación. Los físicos más eminentes subrayaron la incompetencia de la física en lo referente a la libertad.

        Si esto es así, si la ciencia física tiene que callar acerca del orden humano y su característica libertad, tenemos ya una idea inicial de la impropiedad del intento de fundamentación de una (más consistente) teoría de la organización y dirección de las instituciones sociales (estado, empresas, universidades...) en la lógica de la ciencia empírica.

        Sin embargo, puede ser oportuno manifestar que ninguna de las maneras de abordar el tema de la convivencia humana y, por tanto, de una humana organización de esta convivencia debe rechazarse de antemano.

        Por ejemplo, si hoy por hoy autores de libros o revistas especializadas en el mundo de la empresa dedican un espacio tan amplio a unas teorías tendencialmente revolucionarias (negación de la jerarquía y autoridad) de la dirección de las empresas, no nos debe caber la menor duda de que detrás hay unos cuantos problemas humanos reales que están por resolver.

        Sin embargo, resulta estrictamente futil el intento de fundamentar su solución en una mera ciencia ficción, aunque ella de buenos resultados[7].

h) Conclusión sobre las Teorías del Caos

        El trabajo es una de las expresiones fundamentales de la libertad. El trabajo en sociedad (en un sentido amplio, tanto como en el sentido estrictamente empresarial) es el medio del hombre por excelencia para enriquecer su propia vida, aunque sea tan habitual que se empobrezca (humanamente) enriqueciendose (materialmente) por faltar a ponerlo al servicio de los demás.

        Especializarse, repartirse las tareas y coordinarse de modo formalmente organizado según las limitaciones humanas es la condición sin la cual este plus, esta expansión o perfección que enriquece la vida humana no sería factible.

        La dificultad, no obstante, que caracteriza este largo y ajetreado camino que se ha denominado "proceso cultural", muchas veces no de modo inequívoco, consiste en armonizar este proceso en cada momento histórico, en cada hombre, y en cada situación vital, con la verdad del hombre: sus anhelos de realización, integración, plenitud y perfección, Es decir, con su necesidad de felicidad.

        Lo que importa, por tanto, es saber comprender la vida humana y sus múltiples modos institucionales, desde los retos de esta perfección. Esto precisa una armonía dinámica entre las exigencias de libertad y la fidelidad a lo que somos: la verdad de nosotros mismos.

        Por tanto, vale la pena afirmar sin desfallecer este carácter veritativo del cosmos. Desde esta perspectiva, el trabajo y sus modos de organización en instituciones societarias, en consecuencia, deben proporcionar un cauce que a cada hombre encamine a reflejar de la mejor manera esta verdad.

        Ahora bien, si las actividades societarias, su organización y dirección, giran entorno a estos dos ejes es difícilmente comprensible cómo pueda entusiasmar, incluso a pensadores católicos, una teoría de las organizaciones humanas (políticas, económicas...) que se fundamente sin más en la lógica de la ciencia empírica (física...).

        Gracias a Dios, ha perdido sus credenciales el viejo modelo mecanicista, tanto en sus formulaciones socialistas como capitalistas, pero no es así (todo lo contrario) con la teorías de la acción y de la organización, díganse Teoría de Sistemas, Teoría de la Evolución, Teoría de la Auto-Organización o Teoría del Caos.

        El problema que pocos parecen advertir es que, aunque cada una de esas hipótesis sociales aporte información y conocimiento de diferentes ámbitos científicos, no configuran ningún relato coherente, completo y satisfactorio de lo que importa realmente para el orden social y las organizaciones societarias (estado, empresas...).

        Constituye una verdad filosófica fundamental, tan frecuentemente olvidada, desconocida o despreciada, que el objeto del conocimiento es el que debe regir el modo de conocerlo. Si son distintos los objetos, tanto el hombre como el universo infrahumano, ¡cómo no lo serán los modos y métodos de comprenderlos!

        La metodología de las ciencias naturales de poco nos sirve para comprender el hombre, la sociedad y sus modos concretos de organización e institución. Esto lo puede intentar tan sólo una antropología filosófica o teológica, con capacidad de ser traducida, luego, en clave de una regeneradora teoría política, económica y social.

        En un epígrafe anterior, con unas breves pinceladas histórico-filosóficas, ya hemos dibujado el concepto de orden (realismo, nominalismo, idealismo). Ahora conviene ilustrar, con la misma brevedad, el nexo indisoluble entre libertad y orden.

        Acaso la mayoría de los hombres, al no molestarse en tomar conciencia de su dignidad (principalmente, de la libertad, en tanto que apertura radical a la verdad y al bien, sea individual o socialmente), siempre ha vivido (y aunque parezca que no, eso no ha cambiado tanto como la ideología y los medios modernos quieran hacernos creer) como si fuera una parte anónima de su entorno natural y social.

        Si bien este desmantelamiento es positivo, todas estas novedades no pueden contradecir la reivindicación de la realidad, verdad, racionalidad y del orden, por mucho que habría que resituar tales nociones más allá de las simplificaciones mecanicistas de la facticidad empirista.

        Una vez que se puso un "ropaje filosófico" (dice Jaki) a la incapacidad científica de medir la realidad con exactitud completa, llevaba esto con exactitud filosófica a la incapacidad de captar y mantener tal realidad[8]. El lugar de la realidad lo usurpaba el azar, un azar hace las veces de un fantasma filosófico que habita en el reino de las sombras entre el ser y el no-ser.

        Existe una diferencia entre la mecánica cuántica como ciencia y la dramática filosofía (ideología) que sus arquitectos científicos han erigido en torno a esta ciencia.

        La ciencia de la mecánica cuántica afirma sólo la imposibilidad de exactitud perfecta de medición. La filosofía (ideología) de la mecánica cuántica defiende, en último término, la imposibilidad de distinguir entre lo material y lo inmaterial, entre lo que es y lo que no es.

        Sobre esta base todo esfuerzo de decir algo sobre la libertad y determinación se convierte en puro sinsentido. Einstein finalmente llegó a reconocer que la ciencia física no autoriza a nadie a administrar justicia acerca de la cuestión libertad versus determinismo. En cambio, otros físicos eminentes ya habían subrayado la incompetencia de la física en asuntos relacionados con la libertad.

        Esto tiene claras consecuencias. Si las instituciones que configuran la vida social son lo que son, a saber: fruto, objeto y centro de una actividad humana, o sea: libre, entonces parece obvio que la Teoría del Caos es una teoría totalmente inadecuada para el gobierno y la organización de la multiforme vida en sociedad.

        Por lo tanto, si bien es frecuente, es sin embargo racionalmente inadmisible caer en la trampa de lo que el anteriormente citado matemático Smith define como "creencia científica", ya no ciencia. Muy a cuenta viene a este efecto también un comentario del propio Maxwell: "Una de las más duras pruebas para una mente científica es discernir los límites de la aplicación legítima del método científico".

        Concluyendo: si estas reflexiones tienen el talante propio de una apología de la libertad, frente a la idea de caos, lo tienen principalmente por su intención pedagógica. Aprendemos por repetición de argumentos o actos. Justo por ello es tan nocivo la débil "doctrina del caos". Es pegajosa como cualquier error bien orquestado. Cuanto más lo estudiamos, más nos lo creemos.

        Los hábitos intelectuales y morales son siempre, así también en este asunto, una espada de doble filo. En sí mismo son un dote humano que permite tanto el asentamiento de la verdad y del bien como del error y del mal respectivamente.

        No nos habituemos a buscar soluciones a la crisis social en la teoría del caos o azar, la teoría de auto-organización... sino ataquemos con valentía los problemas de desorden allí donde residen: en la ignorancia muchas veces abrumadora respecto a la verdad, y en el mal uso de la libertad.

        Toda la literatura abundante y confusa sobre la organización y gobierno de la sociedad (instituciones políticas y económicas), desde cualquier otra rama del saber (física, biología, antropología y psicología zoológicas) que dan lugar a la teoría de sistemas funcionalista (pragmatismo), no ha de confundirnos al respecto.

        Se trata de verdades muy parciales, empaquetadas más o menos espléndidamente en papel ciencia ficción. No cabe duda que las sobreviviremos, sobre todo en la medida en que permanezcamos firmes en la convicción de que la verdad, y la libertad, y la bondad, y el orden, y su polimórfica belleza, no puede provenir del tenebroso caos ni del irracional azar.

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  Act: 07/04/25       @portal de ecología            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A  

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[1] Hace falta mucha rectitud de intención para reconocer la verdad cuando es contraria a nuestras opiniones e intereses. Así Bartley, uno de los seguidores más radicales de Popper, no quedó satisfecho con su maestro, porque entreveía que éste "seguía sosteniendo que la adopción de la actitud racional depende de un acto irracional, de una especie de fe en la razón, y que eso responde a una decisión moral" (cf. ARTIGAS, M; Ciencia y Fe. Nuevas Perspectivas, ed. Eunsa, Pamplona 1992, p.31).

[2] A este respecto, Polo explica la diferencia real entre acciones inmanentes y acciones transitivas, recurriendo a la terminología aristotélica Oigámoslo:

"Cuando se edifica algo no existe lo edificado, y cuando existe lo edificado no se edifica, luego distinto es lo edificado del edificar. En cambio, cuando se ve se tiene lo visto, y se sigue viendo. Lo inmanente de la operación es la posesión. Conocer en acto, si el acto es una operación, es poseer lo conocido. Al conocer ya se ha conocido y lo conocido tiene carácter de pretérito perfecto. La operación de conocer no procede gradualmente hacia un resultado, sino que ya ha logrado. La operación de conocer no es sucesiva o continua (a diferencia del edificar). Hay, pues, dos tipos de movimiento: los movimientos transitivos y los no transitivos. El conocimiento humano es un movimiento no transitivo (es decir, una operación inmanente), luego inmanente significa, estrictamente, no transitivo" (cf. POLO, L; Teoría del Conocimiento, vol. I, ed. Eunsa, Pamplona 1987, p. 53).

        El mismo tema, desde la perspectiva de la distinción entre hominización y humanización, queda ampliamente desarrollado a la hora de plantearse la relación entre evolución (morfológica) y la aparición de la inteligencia. El típico proceso de especificación vegetal y animal se caracteriza, pues, por una ruptura de interfecundidad.

[3] cf. POLO, L; op.cit, pp. 29-32.

[4] El homo sapiens tenía una capacidad craneal incluso mayor que la nuestra, y no sólo en términos de tamaño (hasta 2 kg) sino en neuronas libres (sistema nervioso). Prueba en cierto modo que el proceso de crecimiento de cerebro se ha detenido porque el homo sapiens sapiens (nosotros) no lo precisa en virtud de la inteligencia, en una estrategia de vida superior.

        Un crecimiento cerebral sería seguramente contraproducente porque el cerebro óptimo es justamente el que puede utilizar una inteligencia, y como ésta lo trasciende le basta el cerebro del hombre actual.

        Queda claro, por tanto, que tener cerebro y tener inteligencia no es lo mismo y que la inferencia del último desde el 1º es científicamente inadmisible. ¿Por qué? Porque esencialmente tiene que ver con el hecho de que el cerebro no explica de por sí el fenómeno de que los humanos conducimos nuestra conducta práctica a partir de ideas universales.

[5] cf. POLO, L; op.cit, pp. 32-35.

[6] cf. Ibid, pp. 51-58.

[7] La ciencia lógica nos enseña que unas consecuencias verdaderas pueden ser obtenidas a partir de premisas falsas, y que la comprobación de unos resultados no garantiza que la teoría sea verdadera.

[8] A este efecto, el doctor Eccles, premio Nobel de Medicina, es rotundo en su afirmación cuando dice que el "materialismo es ciego con respecto a los problemas fundamentales que surgen de la experiencia" (cf. ECCLES, J; "Ciencia, alma humana y religión", en ARTIGAS, M; Las fronteras del Evolucionismo, Madrid 1991, p.171).