Ética de la Tierra Aldo
Leopold Cuando Odiseo regresó de las guerras de Troya, ahorcó de una misma cuerda a una docena de jóvenes esclavas que formaban parte de su patrimonio familiar, porque sospechó que se habían comportado mal durante su ausencia. Colgarlas no involucraba una cuestión de propiedad, pues las muchachas eran su propiedad y, entonces como ahora, se imponía el sentido práctico, y no las consideraciones acerca del bien y el mal. Los conceptos de bien y mal no eran desconocidos en la Grecia de Odiseo, como lo atestigua la fidelidad de su esposa (que le esperó largos años, hasta que por fin las negras proas de sus navíos viraron rumbo al hogar). La estructura ética de esos días se aplicaba a las esposas, pero todavía no se incluía en ellas a los vasallos. Durante los 3.000 años que han transcurrido desde entonces, los criterios éticos se han expandido a muchas otros campos de la conducta, con la consecuente contracción de los ámbitos donde el único criterio de juicio es únicamente la conveniencia práctica. a) La secuencia ética La evolución de la ética, que hasta ahora sólo ha sido estudiada por los filósofos, ha sido en realidad un proceso de evolución ecológica, y sus secuencias se pueden describir tanto en términos filosóficos como ecológicos. Ecológicamente, la ética se impone a la libertad de acción, en la lucha por la naturaleza. Filosóficamente, la ética es lo que permite diferenciar la conducta social de la antisocial. Son dos definiciones de la misma cosa, pero ésta (la ética filosófica) tuvo su origen en la tendencia de los individuos (o grupos interdependientes) a desarrollar modalidades de cooperación. En el campo ecológico, esto se llama simbiosis. La política y la economía son, así, simbiosis avanzadas, donde la competencia original de libertad para todos ha sido reemplazada por mecanismos de cooperación dotados de un contenido ético. La complejidad de los mecanismos cooperativos ha aumentado con la densidad de población y la eficacia de las herramientas. Por ejemplo, es más sencillo definir los usos antisociales de los mazos y piedras, en la época de los mastodontes, que los de las balas y la publicidad en la era de los motores. Las primeras éticas se ocuparon de la relación entre los individuos, como se ve en los mandamientos de Moisés. Los añadidos posteriores se refirieron a la relación entre el individuo y la sociedad. La Regla de Oro trata de integrar al individuo a la sociedad, y la democracia intenta integrar la organización social al individuo. Todavía no existe una ética claramente definida acerca de la relación del hombre con la tierra, con los animales y con las plantas que viven de ella. La tierra, como las esclavas de Odiseo, todavía es una propiedad del hombre, y la relación con la tierra sigue siendo estrictamente económica, otorgándosele privilegios pero no obligaciones. La ampliación de la ética, a este 3º elemento del medio ambiente natural, es una posibilidad evolutiva y una necesidad ecológica. Es el 3º paso de la secuencia, y los dos primeros (hombre y sociedad) ya ocurrieron. Desde los tiempos de Ezequiel e Isaías, los pensadores han dicho que la devastación de la tierra no sólo es inconveniente sino también equivocada. Sin embargo, la sociedad todavía no ha afirmado esa creencia. Creo que el actual movimiento, a favor de la conservación de la naturaleza, es un embrión de esa afirmación. La ética debe ser considerada como una guía para encarar las situaciones ecológicas nuevas o intrincadas, o que implican reacciones tan tardías, o que el sendero de la conveniencia social no perciba, o que los nuevos desafíos humanos estén ofreciendo. Los instintos animales son una guía para el individuo, cuando se enfrenta a tales situaciones. Las éticas son posiblemente un tipo de instinto comunitario en gestación. b) El concepto comunidad Toda la ética que ha evolucionado, hasta la fecha, se basa en una sola premisa: que el individuo es miembro de una comunidad formada por partes independientes. Sus instintos lo inducen a competir por su propio sitio en la comunidad, pero su ética lo induce también a cooperar en lugar de competir. La ética de la tierra, simplemente, amplía las fronteras de esta comunidad, y en ésta trata de incluir el suelo, el agua, las plantas, los animales o, colectivamente, la tierra. Esto parece simple, pues ¿acaso hemos dejado de exaltar nuestro amor y nuestro deber para con la tierra de los libres y el hogar de los valientes? Sí, pero ¿qué y a quiénes amamos? Ciertamente, no amamos a los suelos, pues dejamos que se pierdan arrastrados por el agua que baja hacia los ríos. Ciertamente, tampoco amamos al agua, ya que no le reconocemos otra función que mover las turbinas, hacer flotar a los barcos y arrastrar nuestros desechos cloacales. Ciertamente, no amamos tampoco a las plantas, ya que exterminamos comunidades enteras de ellas sin parpadear. Ciertamente, tampoco a los animales, de los cuales ya hemos acabado con muchas de las especies más grandes y hermosas. La ética de la tierra, por tanto, no puede proscribir la modificación, administración y utilización de estos recursos, pero sí afirmar sus derechos a seguir existiendo, y que por lo menos en algunos lugares continúen su existencia en estado natural. En suma, la ética de la tierra transforma el papel del homo sapiens, de conquistador de la comunidad de la tierra, a miembro y ciudadano común de ella. Esto implica respeto hacia los demás miembros, y también a toda la comunidad como tal. En la historia humana, hemos aprendido que en el papel del conquistador está eventualmente su propia derrota. ¿Por qué? Porque el conquistador cree conocer, ex cathedra, los mecanismos que hacen funcionar la comunidad, y qué y quién es valioso, y qué y quién carece de valor en la vida de la colectividad. Sin embargo, dicho conquistador ignora realmente estas cosas, y por eso sus conquistas van paulatinamente hacia su fin. En la comunidad biótica existe una situación paralela. Abraham sabía exactamente para qué servía la tierra (para que la leche y miel gotearan dentro de su boca), y en el momento actual seguimos suscribiendo exactamente esta suposición, de forma inversamente proporcional al grado de educación académica recibida. En efecto, el ciudadano ordinario de hoy supone que la ciencia sabe cuáles son los mecanismos que mueven a la comunidad. En cambio, el científico está igualmente seguro de que no lo sabe, al percibir que el mecanismo biótico es demasiado complejo y sus funcionamientos tal vez muy alejados de su comprensión. El hecho de que el hombre es solamente un miembro más de un equipo biótico se demuestra mediante una interpretación ecológica de la historia. Muchos eventos históricos que hasta hoy sólo se han interpretado en términos de empresa humana, fueron en realidad interacciones bióticas entre la gente y la tierra. De hecho, las características de ésta determinaron los hechos con tanta fuerza como las características de los hombres que vivían en ella. Recordemos, por ejemplo, la colonización del valle del Mississippi. En los años siguientes a la Guerra de Independencia, 3 grupos se disputaban su control: los indios nativos, los comerciantes europeos y los colonizadores norteamericanos. Los historiadores se preguntan qué habría pasado si los ingleses de Detroit le hubieran añadido un poco más de peso al lado de la balanza que correspondía a los indios, para decidir el resultado de la migración colonial hacia los cañaverales de Kentucky. En efecto, ¿qué habría pasado si la sucesión vegetal espontánea de esa tierra oscura y sangrienta, sometida al impacto de esas fuerzas, nos hubiera dado alguna juncia, arbusto o maleza carente de valor? ¿Se habrían quedado allí Boone y Kenton? ¿Habría habido tanto flujo migratorio hacia Ohio, Indiana, Illinois y Missouri? ¿Se habría realizado la compra de Louisiana? ¿Habría habido una unión transcontinental de nuevos estados? ¿Y una guerra civil? Sobre Kentucky, por tanto, rara vez se nos aclara que su éxito (su pasto azul) dependió en alto grado de la reacción de sus suelos particulares al impacto de las fuerzas particulares a las que fueron sometidos a causa de la ocupación. Comparemos ahora los cañaverales de Kentucky con el Suroeste, donde los pioneros eran igualmente valientes, ingeniosos y perseverantes. Allí, el impacto de las ocupaciones no trajo consigo ni pasto azul ni ninguna otra planta adecuada para soportar los rigores y el maltrato del uso pesado. Cuando esa región fue utilizada para el pastoreo de ganado, se revertió en una serie de pastos, arbustos y malezas cada vez menos valiosos, hasta alcanzar una situación de equilibrio inestable. Cada recesión a otro tipo de planta ocasionó mayor erosión; cada incremento de la erosión propició una mayor recesión de las plantas. El resultado actual es un deterioro progresivo y mutuo, no sólo de las plantas y los suelos sino también de la comunidad animal que subsiste en ellos. los primeros colonizadores no esperaban esto: algunos incluso excavaron zanjas en las ciénagas de Nuevo México para acelerar su desecación. El proceso ha sido tan sutil que pocos residentes de la región lo han percibido. Es casi invisible para los turistas, que encuentran pintoresco y encantador a ese paisaje devastado (y sin duda lo es, pero tiene muy poca semejanza con lo que fue en 1848). El paisaje ya había sido desarrollado en fecha anterior, pero con resultados muy diferentes. Los indios se asentaron en el Suroeste en la época precolombina, pero ellos no poseían ganado de pastoreo. Su civilización se extinguió, pero no porque ellos hayan destruido la tierra. En la India se han ocupado regiones desprovistas de hierba tipo pastizal, aparentemente sin estropear la tierra, con el simple expediente de llevar la pastura hasta la vaca, y no a la inversa. ¿Fue esto el resultado de una profunda sabiduría, o sólo se debió a la buena suerte? En pocas palabras, la sucesión ecológica de plantas determinó el curso de la historia. El pionero sólo demostró, para bien o para mal, qué sucesiones heredarían la tierra. ¿Se enseña la historia con este espíritu? Así se hará, en cuanto el concepto de la tierra como comunidad penetre verdaderamente en nuestra vida intelectual. c) La conciencia ecológica La conservación es un estado de armonía entre los hombres y la tierra. A pesar de casi un siglo de propaganda, la conservación sigue avanzando, aunque sea a paso de tortuga, y sobre todo porque el progreso todavía consiste en membretes piadosos y oratoria de convención, que da dos pasos hacia atrás por cada uno hacia adelante. La respuesta usual a este dilema es "más educación para la conservación". Eso nadie lo discute, pero ¿será verdad que sólo se debe aumentar el volumen de educación? ¿No faltará algo también en el contenido? Es difícil presentar un sumario justo de dicho contenido, pero a mi entender debería consistir sustancialmente en esto: obedecer la ley y ejercer el derecho de voto, al mismo tiempo que afiliarse en organizaciones que practiquen la conservación de la tierra. El gobierno de turno hará el resto. ¿No será esta fórmula demasiado simple para lograr algo que valga la pena? Puede, pero por lo menos no se define lo correcto o incorrecto, ni se imponen obligaciones, ni se llama a sacrificios, ni implica cambio alguno en la vigente filosofía de valores. Con respecto al uso de la tierra, esta fórmula apela solamente al interés propio bien informado. ¿Cuán lejos nos podrá llevar este tipo de educación? Y si no, pongamos un ejemplo un ejemplo ilustrativo, que nos ofrezca una respuesta parcial. En 1930 toda la gente había llegado a ver con claridad, salvo los ecológicamente ciegos, que la capa superficial del suelo del suroeste de Wisconsin era arrastrado hacia el mar. En 1933 se dijo a los agricultores que si adoptaban ciertas prácticas correctivas durante 5 años, el público les donaría la mano de obra, además de la maquinaria y los materiales necesarios. La oferta tuvo mucha aceptación, pero las prácticas fueron olvidadas casi por completo cuando terminó el período contratado de 5 años, y los granjeros siguieron aplicando solamente aquellas prácticas que les producían una ganancia visible e inmediata. Esto condujo a la idea de que los agricultores aprenderían más si ellos mismos escribían las reglas. Con ese fin, la legislatura de Wisconsin aprobó en 1937 la Ley del Distrito para la Conservación de Suelos, en que se decía a los agricultores: "Nosotros, el público, les daremos servicio técnico gratuito y les prestaremos maquinaria especializada, si elaboran sus propias reglas para el uso de la tierra. Cada condado podrá redactar sus propias reglas y éstas tendrán fuerza de ley". Casi todos los condados se organizaron con prontitud para aceptar la ayuda propuesta, pero al cabo de 10 años ningún condado redactó ni una sola regla. Hubo progresos visibles en el cultivo en franjas, la renovación de pastizales y la adición de cal al suelo, pero nada se ha hecho para cercar los bosques a fin de protegerlos del ganado, ni evitar que el arado y las vacas entren a las tierras con pendientes pronunciadas. En suma, los propios granjeros eligieron las prácticas correctivas que les reportaban algún tipo de ganancia, e ignoraron las que pudieran ser benéficas para la comunidad al no resultarles claramente lucrativas. Cuando alguien pregunta por qué no se redactaron aquellas reglas, todo el mundo responde que la comunidad todavía no estaba preparada para apoyarlas, pues la educación debe preceder a los reglamentos. Sin embargo, la educación de hoy en día sigue sin mencionar las obligaciones para con la tierra. El resultado neto es, por tanto, que cada vez tenemos más educación y menos tierras de cultivo, más inundaciones y menos bosques sanos, tanto en 1937 como en 2007. Lo desconcertante de la situación es que la existencia de obligaciones antes y por encima del interés propio se toma como dado en los proyectos para la comunidad rural, como el mejoramiento de caminos, escuelas, iglesias y equipos de béisbol. En cambio, su existencia no se toma por dada ni se la discute seriamente cuando se trata de mejorar el efecto del agua que cae sobre la tierra o para preservar la belleza y la diversidad del paisaje agrícola. La ética del uso de la tierra sigue estando gobernada íntegramente, por tanto, por el interés individual económico, tal como ocurría hace un siglo con la ética social. O dicho de otro modo, pedimos al agricultor que haga lo que crea más conveniente para salvar sus tierras de cultivo, y eso es lo que él ha hecho. Pero nada más. El granjero que tala un bosque en una pendiente del 75%, por ejemplo, lleva luego su ganado a ese claro y provoca que el agua de la lluvia, las rocas y el suelo sean arrastrados por el río de la comunidad, sigue siendo un miembro respetable de la sociedad (si en lo demás es decente). Si agrega cal a sus campos y planta sus cultivos en curvas de nivel, tiene el mismo derecho a recibir todos los privilegios y emolumentos de su Distrito para la Conservación de Suelos. El distrito es un hermoso motor de la maquinaria social, pero tose avanzando penosamente con sólo dos pistones porque hemos sido demasiado tímidos, y también demasiado impacientes en nuestra ansia de un éxito inmediato, para decirle al granjero la verdadera magnitud de sus obligaciones. Las obligaciones carecen de significado si no hay conciencia social; y el problema que encaramos es cómo ampliar la conciencia social desde las personas hasta la tierra. Jamás se ha logrado un cambio importante en materia de ética sin un cambio interno en nuestra lealtad, afecto, prioridades y convicciones intelectuales. La prueba de que la conservación no ha logrado tocar esos cimientos de la conducta yace en el hecho de que ni la filosofía ni la religión se han ocupado todavía de ella. En nuestro intento de facilitar la conservación, la hemos vuelto trivial. d) Los hábitats de la tierra Cuando la lógica de la historia nos pide pan y le damos una piedra, estamos en dificultades para explicar que las piedras se parecen al pan. Ahora describiré algunas de las piedras que empleamos como sustitutos de la ética de la tierra. Una de las debilidades básicas de un sistema de conservación basado íntegramente en motivos económicos es que la mayoría de los miembros de la comunidad de la tierra no poseen valor económico. Las flores silvestres y los pájaros canoros son ejemplos de esto. De los 22.000 animales y plantas superiores nativos de Wisconsin, es dudoso que más del 5% pueda venderse, usarse como forraje, sea comestible o tenga algún otro uso económico. Sin embargo, esas criaturas también son miembros de la comunidad biótica, y si la estabilidad de ésta depende de su integridad (como creo yo), tienen derecho a persistir. Cuando una de esas categorías no económicas está amenazada y nosotros le sentimos afecto, inventamos subterfugios para atribuirle alguna importancia económica. A principios s. XX, por ejemplo, se pensó que las aves canoras estaban desapareciendo. Los ornitólogos salieron al rescate y presentaron pruebas, bastante discutibles, de que los insectos nos devorarían si los pájaros no los controlaban. La evidencia tenía que ser económica para que fuese válida. Hoy nos resulta penoso leer esos circunloquios. Todavía no tenemos una ética de la tierra, pero por lo menos estamos más cerca de admitir que las aves deberían seguir existiendo por un derecho biótico independientemente de la presencia o ausencia de ventajas económicas para nosotros. Se presenta una situación paralela en el caso de los mamíferos depredadores, las aves de rapiña y las que se alimentan de peces. Hubo una época en que los biólogos exageraron un poco en cuanto a la evidencia de que esas criaturas protegerían la salud de los animales de caza mediante la supresión de los más débiles, o que controlen a los roedores en beneficios del granjero, o que sólo devoren a especies "sin valor". También en este caso, la evidencia tenía que ser económica para que fuera aceptable. Sólo en los últimos años se ha presentado el argumento, más honesto, de que los depredadores son miembros de la comunidad y que ningún interés particular tiene el derecho de exterminarlos en aras de su propio beneficio real o imaginario. Por desgracia, esta opinión ilustrada todavía está en la etapa de la discusión. El exterminio de depredadores en el campo sigue su marcha; esto lo atestigua la inminente erradicación del lobo gris de Norteamérica por decisión conjunta del Congreso, las oficinas de conservación y las legislaturas de muchos estados. Algunas especies de árboles han sido borradas del mapa por forestales obsesionados por la economía y convencidos de que esos árboles crecen demasiado despacio o que su valor de venta no es suficiente para justificar su cultivo; el cedro blanco, el alerce, el ciprés, la haya y el pinabete son algunos ejemplos. En Europa, donde la silvicultura está más avanzada desde el punto de vista ecológico, se reconoce a las especies de árboles no comerciales como miembros de la comunidad forestal nativa (pues así resulta razonable conservarlas, como tales). Además, los europeos han descubierto que algunas de ellas (como la haya) cumplen una valiosa función que favorece la fertilidad del suelo. La interdependencia del bosque y las especies de árboles que lo constituyen, la flora del suelo y la fauna, se acepta como un hecho natural. La ausencia de valor económico a veces es característica no sólo de especies o grupos, sino de comunidades bióticas enteras. Los bañados, los pantanos, las dunas y los desiertos son otros tantos ejemplos. En estos casos, mi fórmula consiste en dejar su conservación en manos del gobierno, ya sea en refugios, monumentos o parques. Las dificultades estriban en que esas comunidades suelen estar salpicadas de tierras privadas con mayor valor comercial y el gobierno posiblemente no puede apropiarse o controlar esas parcelas dispersas. El resultado neto es que hemos condenado grandes extensiones de esas comunidades a la extinción definitiva. Si el propietario privado tuviera mentalidad ecológica, se sentiría orgulloso de ser el custodio de una proporción razonable de esas áreas, que le suman belleza y diversidad a su finca y a su región. En algunos casos la supuesta falta de rentabilidad de las áreas de páramos ha resultado falsa, pero sólo cuando la mayor parte de ellas ya han sido destruidas. Un caso ilustrativo es la campaña actual para restituir el agua a los manglares donde vive la rata almizclera. El movimiento de conservación estadounidense acusa una clara tendencia en relegar al gobierno las tareas necesarias que los propietarios privados no realizan. La apropiación, operación, subsidio o regulación por el gobierno es hoy muy común en silvicultura, administración de pastizales, manejo de suelos y cuencas, conservación de parques y tierras vírgenes, administración de la pesca y las aves migratorias, y otros rubros por venir. La mayor parte de este incremento de la conservación a cargo del gobierno es apropiada y lógica, y en algunos casos es inevitable. Yo no desapruebo esa tendencia, como puede apreciarse por el hecho de que he dedicado la mayor parte de mi vida a trabajar por ella. Sin embargo, surge esta pregunta: ¿Cuál será la magnitud final de la empresa? ¿Tendrá que financiar el contribuyente todas sus ramificaciones futuras? ¿En qué momento la conservación gubernamental se volverá inválida, como el mastodonte, por sus enormes dimensiones? Tal parece que la respuesta, si la hay, radica en una ética de la tierra o en cualquier otra fuerza que le imponga más obligaciones al propietario de la tierra. Los propietarios y usuarios industriales de la tierra, sobre todo los madereros y ganaderos, son afectos a quejarse larga y ruidosamente por el grado en que el gobierno es dueño y regulador de tierras, pero (con notables excepciones) están poco dispuestos a aceptar la única alternativa visible: la práctica voluntaria de la conservación en sus propias tierras. Cuando se le pide al terrateniente privado que realice en bien de la comunidad alguna actividad no lucrativa, él acepta pero con la mano extendida esperando fondos para hacerlo. Si esa actividad le cuesta dinero, su actitud es justa y apropiada, pero cuando el único costo es la previsión, una mentalidad abierta o su tiempo, esa actitud es por lo menos discutible. El crecimiento abrumador de los subsidios por el uso de la tierra en los últimos años se debe atribuir, en gran parte, a las agencias del propio gobierno que están a cargo de impartir educación sobre conservación (las oficinas de tierras, las escuelas de agronomía y los servicios de extensión). Hasta donde me he podido dar cuenta, en esas instituciones no se enseña ninguna obligación ética para con la tierra. En resumen, un sistema de conservación basado solamente en el interés económico del individuo, es o será irremisiblemente sesgado. ¿Por qué? Porque tiende a ignorar, y eventualmente eliminar, muchos elementos de la comunidad de la tierra que carecen de valor comercial, pero que son esenciales (hasta donde sabemos) para su sano funcionamiento. Se supone erróneamente, en mi opinión, que las piezas económicas del reloj biótico funcionarán sin el concurso de las partes no económicas. Se tiende a dejar en manos del gobierno muchas funciones que a la postre serán excesivas, por su magnitud, complejidad o dispersión, para que pueda realizarlas. El único remedio a la vista, para esas cuestiones, es que el propietario privado asuma una obligación ética. e) La pirámide de la tierra Una ética que sirva de guía para la relación económica con la tierra presupone la existencia de una imagen mental de ésta como un mecanismo biótico, pues sólo podemos ser éticos en relación con algo que podamos ver, palpar, entender o amar, o en lo cual tengamos fe por alguna otra razón. La imagen que se suele invocar para la conservación de la tierra es la del "equilibrio de la naturaleza". No obstante, por razones demasiado largas, esta expresión no describe con precisión lo poco que sabemos sobre el mecanismo de la tierra. En cambio, una imagen mucho más veraz sobre la conservación de la tierra puede ser la de "pirámide biótica". Respecto a esta imagen, la de "pirámide de la tierra", describiré 1º la pirámide como símbolo de la tierra, y en 2º lugar desarrollaré alguna de sus consecuencias para el uso de la misma. Las plantas absorben energía del sol. Esta energía fluye en un circuito llamado biota y que se puede representar como una pirámide formada por varios niveles. El nivel de la base es el suelo. En él se apoya el nivel que corresponde a las plantas, el de los insectos se apoya en el de las plantas, la capa de las aves y roedores se asienta en la de los insectos, y así se asciende a través de diversos grupos de animales hasta llegar al nivel superior, constituido por los grandes carnívoros. Las especies que conforman cada nivel no son similares por su procedencia o su aspecto exterior, sino por lo que comen. Para alimentarse, y a menudo también para otros servicios, cada capa sucesiva depende de las que están más abajo, y cada una aporta, a su vez, alimentos y servicios a las de más arriba. A medida que ascendemos, cada capa presenta menos abundancia numérica. Así pues, por cada carnívoro hay cientos de animales que son sus presas, millares de seres que alimentan a éstos, millones de insectos e incontables plantas. La forma piramidal del sistema refleja esta progresión numérica desde el vértice hasta la base. En él, el hombre comparte una de las capas intermedias con el oso, el mapache y la ardilla, ya que todos ellos comen carne y también vegetales. Las líneas de dependencia, para la alimentación y otros servicios, se conocen como cadenas alimenticias. Así, la cadena suelo-roble-venado-indio ha sido remplazada hoy casi en su totalidad por la cadena suelo-maíz-vaca-granjero. Cada especie, incluso la nuestra, es un eslabón de muchas cadenas. El venado come 100 plantas además de hojas de roble, y la vaca se alimenta con 100 plantas además del maíz. Por lo tanto, ambos son eslabones pertenecientes a 100 cadenas. La pirámide es una madeja tan compleja de cadenas que parece desordenada, pero la estabilidad del sistema demuestra que es una estructura altamente organizada. Su funcionamiento depende de la cooperación y la competencia de sus diversas partes. Al principio, la pirámide de la vida era baja y regordeta, y las cadenas alimenticias eran cortas y sencillas. La evolución ha añadido nivel tras nivel, eslabón tras eslabón. El hombre es uno de los miles de componentes que se han sumado a la altura y complejidad de la pirámide. La ciencia nos plantea muchas dudas, pero también nos ha dado por lo menos una certidumbre: la tendencia de la evolución consiste en incrementar la complejidad y diversidad de la biota. Así pues, la tierra no es solamente el suelo, sino una fuente de energía que fluye por un circuito de suelos, plantas y animales. Las cadenas alimenticias son los canales vivientes que llevan la energía hacia arriba, y la muerte y la descomposición la devuelven al suelo. El circuito no está cerrado, pues parte de la energía se disipa en la descomposición, otra parte se añade por la absorción de energía del aire, y algo más se almacena en los suelos, las turbas y los bosques longevos. Sin embargo, se trata de un circuito sostenido, como un fondo revolvente de vida que se incrementa poco a poco. Siempre hay una pérdida neta por el deslave cuesta abajo, aunque de ordinario es pequeña y se compensa con la desintegración de las rocas. Este material se deposita en el océano y, en el curso del tiempo geológico, resurge para formar nuevas tierras y nuevas pirámides. La velocidad y el carácter del flujo ascendente de energía dependen de la compleja estructura de la comunidad de plantas y animales, a semejanza del flujo de savia que sube por un árbol, que depende de la compleja organización celular del mismo. Cabe suponer que, sin esa complejidad, la circulación normal no se produciría. Por estructura se entiende la población característica, además de los tipos y funciones representativos de la especie en cuestión. Esta interdependencia, entre la compleja estructura de la tierra y su correcto funcionamiento como unidad de energía, es uno de sus atributos básicos. Cuando se altera una parte del circuito, muchas otras partes tienen que ajustarse también, pues el cambio no siempre obstruye o desvía el flujo de la energía. En definitiva, la evolución es una larga serie de cambios autoinducidos, cuyo resultado neto ha sido la configuración del mecanismo del flujo y la ampliación del circuito. Sin embargo, los cambios de la evolución suelen ser lentos y locales. Con la invención de las herramientas, el hombre se ha capacitado para hacer cambios de una violencia, rapidez y alcance sin precedente. Uno de esos cambios es en la composición de la flora y la fauna. Los grandes depredadores han sido expulsados del vértice de la pirámide, y por 1ª vez en la historia las cadenas alimenticias se vuelven más cortas en lugar de alargarse. Las especies silvestres son sustituidas por especies domésticas de otras latitudes y las primeras son llevadas a nuevos hábitat. En este intercambio mundial de floras y faunas, algunas especies rebasan los límites y se vuelven plagas y enfermedades, mientras que otras se extinguen. Esos efectos rara vez son intencionales o han sido previstos; representan reajustes de la estructura, impredecibles y a menudo imposibles de rastrear. La ciencia de la agronomía es, en gran parte, una carrera entre la aparición de nuevas plagas y el desarrollo de nuevas técnicas para controlarlas. Otro cambio afecta al flujo de energía a través de plantas y animales, para luego regresar al suelo. En ese sentido, la fertilidad es la capacidad del suelo para recibir, almacenar y liberar energía. La agricultura, por el uso excesivo del suelo, o por la sustitución demasiado radical de especies nativas domésticas por otras en la superestructura, puede trastornar los conductores del flujo o agotar la energía almacenada. Los suelos que son despojados de esa energía, o de la materia orgánica que la sostiene, se deslavan antes que se formen nuevas capas. En eso consiste la erosión. El agua, igual que el suelo, forma parte del circuito de la energía. La industria, al contaminar las aguas u obstruir su flujo por medio de represas, puede llegar a excluir a las plantas y los animales necesarios para mantener la energía en circulación. El transporte trae consigo otro cambio fundamental: que las plantas (o animales) que crecen en una región son consumidas y regresan al suelo en otra región. En efecto, el transporte lleva la energía almacenada en las rocas y en el aire a otros lugares. Así, por ejemplo, fertilizamos el huerto con nitrógeno procedente del guano de aves que se alimentaron de peces en mares que están al otro lado del ecuador. De este modo, los circuitos antes localizados y contenidos en sí mismos son mezclados ahora a escala mundial. El proceso por el cual se modifica la pirámide, por la presencia del hombre, libera energía almacenada. De hecho, cuando llegaron los primeros colonizadores, tuvo lugar a una engañosa exuberancia de vida animal y vegetal (tanto silvestre como doméstica), cuyas emisiones de capital biótico tendieron a enmascarar (o aplazar) las tristes consecuencias de tal violencia. Este bosquejo práctico de la tierra, como un circuito de energía, contiene 3 ideas básicas: -que la tierra no es tan sólo el
suelo, De forma colectiva, estas ideas plantean 2 cuestiones básicas: ¿Es posible que la tierra se ajuste por sí misma al nuevo orden? ¿Es posible introducir con menos violencia las modificaciones deseadas? Las biotas parecen diferir en su capacidad para soportar la conversión violenta. Por ejemplo, Europa Occidental sustenta hoy una pirámide muy distinta a la que Julio César conoció, y desde entonces ha perdido los grandes animales, ha convertido los bosques pantanosos en prados o campos de cultivo, y ha introducido muchos nuevos animales y plantas (algunos de los cuales se salen de control y se vuelven plagas). También han habido, en la misma Europa Occidental, grandes cambios en la distribución y la abundancia de la flora y fauna nativas. Sin embargo, el suelo fértil sigue estando allí, las aguas fluyen normalmente, y la nueva estructura parece persistir, sin que se perciban desajustes visibles en el circuito. Así pues, Europa Occidental tiene una biota resistente. Sus procesos internos son robustos, elásticos y soportan la tensión. No importa cuán violentas sean las alteraciones, pues la "pirámide de la tierra" ha logrado desarrollar nuevos modus vivendi que preservan su habitabilidad para el hombre y la mayoría de las plantas y animales nativos. Según parece, Japón es otro ejemplo de conversión radical sin desorganización. La mayoría de las demás regiones civilizadas, y también algunas que apenas han sido tocadas por la civilización, exhiben diversos grados de desorganización, desde los síntomas iniciales hasta la devastación avanzada. En Asia Menor y el norte de África, el diagnóstico es confuso en virtud de los cambios climáticos, pues éstos pudieron haber sido la causa o el efecto del alto grado de destrucción. En Estados Unidos, el grado de desorganización varía según el lugar. Es peor en el suroeste, las montañas Ozark y algunos lugares del sur, y más leve en Nueva Inglaterra y el noroeste. Con un mejor uso de la tierra, todavía es posible contener los daños en las regiones menos estropeadas. En diversas partes de México, América del Sur, Sudáfrica y Australia, está en marcha un deterioro violento y cada día más acelerado, cuyas perspectivas no puedo calcular. Este despliegue de desorganización de la tierra en casi todo el mundo se asemeja a la enfermedad en los animales, salvo que nunca culmina con la desorganización total, o la muerte. La tierra logra recuperarse, pero en un nivel de complejidad más bajo y con una menor capacidad de carga, en términos de personas, plantas y animales. Muchas biotas a las que hoy se considera como "tierras de la oportunidad" subsisten en realidad a base de la agricultura de explotación; esto indica que ya han rebasado su capacidad de sustentación sostenible. La mayor parte de América del Sur está superpoblada en este sentido. En las regiones áridas tratan de compensar el proceso de deterioro mediante la rehabilitación de tierras, pero es evidente que las perspectivas de longevidad de los proyectos en cuestión suelen ser efímeras. Incluso aquí, en Occidente, los mejores de esos planes no durarán quizás ni siquiera un siglo. La evidencia conjunta de la historia y de la ecología parece respaldar, por tanto, una deducción general: que cuanto menos violentos son los cambios provocados por el hombre, tanto mayor es la probabilidad de que la "pirámide de la tierra" se reajuste con éxito. La violencia, a su vez, varía según la densidad de la población humana, y una población densa requiere una conversión más violenta. A este respecto, América del Norte tiene mejores probabilidades de permanencia que Europa, si logra limitar su densidad demográfica. Esta deducción contradice nuestra filosofía actual, la cual supone que si un pequeño incremento de densidad enriqueció la vida humana, un incremento ilimitado la enriquecerá infinitamente. La ecología no conoce ninguna relación de densidad que pueda sostenerse si los límites son de amplitud indefinida. Todas las ganancias procedentes de la densidad están sometidas a una ley de beneficios decrecientes. Cualquiera que sea la ecuación empleada para describir al hombre y la tierra, no es probable que conozcamos aún todos sus términos. Descubrimientos recientes acerca de los minerales y las vitaminas en la nutrición revelan dependencias insospechadas en el circuito ascendente, y que cantidades increíblemente minúsculas (de ciertas sustancias) determinan el valor de los suelos para las plantas, y el de las plantas para los animales. ¿Qué sucede con el circuito descendente? ¿Y con la desaparición de especies, cuya preservación hoy nos parece sólo un lujo estético? Ellas ayudaron a formar el suelo, mas ¿en qué formas insospechadas pueden ser esenciales para su mantenimiento? El profesor Weaver propone el uso de flores de pradera para la refloculación de los suelos erosionados de la cuenca del polvo. ¿Quién sabe para qué propósitos se podría utilizar en el futuro a las grullas y los cóndores, las nutrias y los osos grises? f) La salud de la tierra y la división AB La ética de la tierra refleja, como se ha visto, la existencia de una conciencia ecológica. Y ésta, a su vez, denota una convicción de responsabilidad individual por la salud de la tierra. La salud es la capacidad de la tierra para auto-renovarse, y su conservación es obra de nuestro esfuerzo, a la hora de entender y preservar esa capacidad. Los conservacionistas son notorios por sus discrepancias. En una visión superficial, parecería que eso sólo aumenta la confusión, pero un examen más cuidadoso revela un mismo binomio de disidencia, que se extiende a muchos campos especializados. En cada especialidad, un grupo (A) considera que la tierra sólo es el suelo, y su función es la de ser un productor de productos. Otro grupo (B), por su parte, ve a la tierra como una biota, y cree que su función es más amplia (en una mayor amplitud que, todavía hoy, denota más duda y confusión). Desde mi punto de vista, el grupo A está muy satisfecho cultivando árboles como si fueran coles (desde su ideología agronómica), y ve la celulosa como el producto forestal básico, sin sentir inhibición alguna ante la violencia que se le genera. Por otra parte, el grupo B usa especies naturales y gestiona un medio ambiente natural, en lugar de crear otro artificial. En principio, el grupo B prefiere la reproducción natural, y se preocupa por la pérdida de especies (como el castaño o el pino blanco) y toda una serie de funciones forestales secundarias (fauna silvestre, recreación, cuencas acuíferas y tierras silvestres). A mi juicio, el grupo B tiene una incipiente conciencia ecológica, y se preocupa por las cuestiones bióticas colaterales. Para el grupo A, los productos básicos son el deporte y la carne, y las medidas de la producción son el volumen de las capturas de faisanes y truchas. La propagación artificial es aceptable como un recurso temporal que puede ser también permanente (si su costo unitario lo permite). ¿Qué costo se debe pagar, en términos de depredadores, para producir una cosecha de animales de caza? ¿Debemos recurrir más a menudo a especies exóticas? ¿Cómo puede lograrse, mediante la administración, que se restituyan las especies disminuidas, como los papagallos de la pradera, que ya se han perdido irremisiblemente para la cacería? ¿Cómo puede la gestión restablecer las especies raras amenazadas, como el cisne trompetero y la grulla blanca? ¿Son aplicables los principios de la administración a las flores silvestres? En esto vuelvo a percibir con claridad la misma división AB que existe en la silvicultura. Estoy menos capacitado para hablar del ámbito general de la agricultura, pero creo que existe en ella una división más o menos similar. La agricultura científica se desarrolló activamente antes que naciera la ecología, por lo cual cabe esperar que los conceptos ecológicos penetrarán más lentamente en ella. Así mismo, el granjero, por el carácter de sus técnicas, debe modificar la biota en forma más radical que el silvicultor o el administrador de la vida silvestre. Sin embargo, en la agricultura hay muchos descontentos que, en conjunto, parecen anunciar una nueva visión de "cultivo biótico". Lo más importante de esto es, quizás, la nueva evidencia de que el peso o el volumen no son una medida fiel del valor alimenticio de los cultivos agrícolas, y de que los productos de un suelo fértil pueden ser superiores tanto cualitativa como cuantitativamente. Es posible, en efecto, elevar el peso de las cosechas obtenidas en suelos agotados, agregando fertilizantes importados. Pero eso no enriquece necesariamente su valor alimenticio. Las últimas consecuencias posibles de esta idea son tan inmensas, que debo ceder la tarea de describirlas a otros autores más aptos. El descontento cuya bandera es "el cultivo orgánico", mientras posee ciertos rasgos propios de un culto, tiene sin embargo una orientación biótica, particularmente porque insiste en la importancia de la flora y la fauna en relación con el suelo. Los fundamentos ecológicos de la agricultura son tan poco conocidos por el público como otros aspectos del uso de la tierra. Por ejemplo, pocas personas instruidas comprenden que los maravillosos adelantos técnicos logrados en las últimas décadas son perfeccionamientos de la bomba, pero no del pozo. Hectárea por hectárea, esos avances apenas han bastado para compensar la caída en el nivel de fertilidad. En todas estas divisiones vemos que se repiten las mismas paradojas básicas: el hombre conquistador contra el ciudadano biótico, la ciencia afiladora de espadas contra la ciencia exploradora del universo, la tierra esclava y sierva contra la tierra como organismo colectivo. La interdicción de Robinson a Tristram se puede aplicar, en esta coyuntura, al homo sapiens como una especie en el tiempo geológico: "Te agrade o no, Tristam, eres un rey, porque eres uno de los pocos que han pasado la prueba del tiempo, y cuando dejes el mundo, éste ya no será el mismo de antes. Tú has dejado huella". g) La perspectiva terráquea Me parece inconcebible que pueda existir una relación ética con la tierra sin amor, respeto y admiración por ella, y sin un alto aprecio de su valor. Por supuesto, por valor quiero decir algo más amplio que la simple utilidad económica, y por él me refiero al valor en sentido filosófico. El obstáculo más grave que impide la evolución de la ética de la tierra es, quizás, el hecho de que nuestro sistema educacional y económico se ha alejado de la conciencia de la tierra, en lugar de acercarse a ella. El hombre moderno, en efecto, está separado de la tierra por muchos intermediarios y por una infinidad de dispositivos físicos. No tiene una relación vital con ella, y la ve únicamente como el espacio que está entre las ciudades, o allí donde crecen las cosechas. Déjalo solo todo un día en la campiña y verás que, si no se trata de un campo de golf, o de un paisaje escénico, se aburrirá terriblemente. Si fuera posible obtener cosechas por hidroponia y no por labranza, a este hombre moderno le sentaría muy bien. Los sustitutos sintéticos de la madera, el cuero, la lana y otros productos naturales de la tierra, le gustan más que los materiales genuinos. En suma, la tierra es algo que él "ya ha dejado atrás". Otro obstáculo casi igualmente grave para la ética de la tierra es la actitud del granjero, para quien ésta sigue siendo un adversario o un capataz que lo esclaviza. En teoría, la mecanización de la agricultura libera de sus cadenas al agricultor, pero es discutible que lo haya hecho en realidad. Uno de los requisitos para la comprensión ecológica de la tierra es el conocimiento de la ecología, pero esto no está incluido de ningún modo en la educación actual. De hecho, gran parte de la educación superior parece eludir deliberadamente los conceptos ecológicos. El conocimiento de la ecología no siempre se obtiene en los cursos que ostentan un título ecológico, y es sustituido bajo las etiquetas de geografía, botánica, agronomía, historia o economía. Esto no nos debe extrañar, pero cualquiera de estas etiquetas no es formación ecológica. En definitiva, la causa de la ética de la tierra parecería perdida si no fuera por esa minoría que se ha levantado en oposición a todas estas tendencias y sustitutos modernos. El obstáculo clave que es necesario suprimir, para liberar el proceso evolutivo y obtener una ética de la tierra, es simplemente éste: -dejar de pensar en el
uso apropiado de la tierra como un problema económico, Una cosa es correcta cuando tiende a preservar la integridad, estabilidad y belleza de la comunidad biótica. Y es incorrecta cuando no tiende a esos fines. Por supuesto, no hace falta decir que la factibilidad económica limita el alcance de lo que se puede o no se puede hacer por la tierra. Siempre ha sido así y siempre lo será. La falacia que los deterministas de la economía nos han atado al cuello, y debemos desechar, es la creencia de que la economía determina todos los usos de la tierra. Esto, simplemente, no es verdad. Un cúmulo infinito de acciones y actitudes, como son las que forman la mayor parte de las relaciones con la tierra, no está determinado por los recursos económicos, sino por los gustos y predilecciones de los usuarios finales. En este sentido, la mayor parte de las relaciones con la tierra se basa en la dedicación de tiempo, previsión, habilidad y fe, más que en la inversión de dinero. Son como el usuario de la tierra las concibe. Con toda intención he presentado la ética de la tierra como fruto de la evolución social, porque nunca se ha escrito nada tan importante como se ha hecho en la ética. Sólo el estudioso más superficial de la historia supone que Moisés escribió los mandamientos, que éste evolucionó en la mente de una comunidad pensante, y que finalmente redactó un resumen provisional de los mismos. Subrayo lo de provisional, porque la evolución nunca se detiene. La evolución de la ética de la tierra es un proceso intelectual, y también emocional. Por otra parte, el camino de la conservación de la tierra está empedrado de buenas intenciones que, a la postre, resultan inútiles e incluso peligrosas, porque están desprovistas de un conocimiento crítico de la tierra o de su uso económico. Considero una verdad de perogrullo decir que, a medida que la frontera ética avanza del individuo a la comunidad, su contenido intelectual se enriquece. El mecanismo de operación es el mismo en cualquier campo de la ética: -la aprobación social,
para las acciones correctas, En términos generales, nuestro problema actual es de actitudes e implementos. Estamos remodelando la Alhambra con una pala de vapor, pero nos sentimos orgullosos de la rapidez de nuestro avance. Nos es difícil renunciar a la pala mecánica, que después de todo tiene muchas ventajas, pues necesitamos un criterio más amable y un objetivo que pueda ser alcanzado con éxito. .
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