Creación Bíblica Manuel
Gonzalo Cuando aún no existían ni los días ni los tiempos para ser medidos, dijo Dios: ¡Hágase! Y lo que no existía comenzó a existir. Dios creó la posibilidad de ser, todo lo que ha existido, todo lo que existe y existirá. Dios creó nuestro universo. Lo que Dios creó en aquel 1º momento no es lo que ahora vemos realizado en su estado actual, sino posiblemente todo aquello que estaba contenido por sus partículas más elementales (los quarks, los electrones, los neutrinos...). De ellas generaría Dios otra serie de partículas de 2ª generación (los protones, los neutrones...), y de ellas las más complejas (los átomos). Tras la creación del átomo, una fuerza impresa por Dios debió originar las 4 fuerzas que motorizaron todos los fenómenos de la existencia: la fuerza gravitatoria (con su capacidad de atraer masas), la fuerza electromagnética (creadora de atracciones y repulsiones eléctricas) y las dos fuerzas nucleares, una fuerte y una débil (responsables de los procesos que ocurren en los núcleos de los átomos). La creación ya estaba puesta en marcha, pero únicamente formada por partículas elementales y por las 4 fuerzas. Dios había dotado a todo ello de la posibilidad de existir, y de muchas formas diferentes de existir. Y vio que era bueno lo que había creado. Desde el 1º momento de su creación, Dios impregnó todo de creatividad. Sus pequeñas semillas cósmicas fueron un monumento a la inventiva, al ingenio, a las diferentes posibilidades del ser. Todo era muy caliente y muy denso, y tanta energía no provenía sino de un abismo de inteligencia y amor. Esa estructura tan pequeña era su obra maestra, y Dios la miró con cariño. Tras las partículas elementales, y las 4 fuerzas elementales, Dios creó el tiempo. Fue el momento 0, a partir del cual empezar a contar la edad del universo. Fue el punto 0, pues dentro del tiempo fue surgiendo el movimiento (o rotación de partículas), y con él los espacios o, mejor dicho, el espacio. Con toda la ensalada preparada ya (permítaseme la expresión), y con todos sus ingredientes a punto, debió ocurrir entonces una gigantesca y masiva expansión del universo, que el sacerdote belga Lemaitre llamó Big Bang. En efecto, Dios quiso que su obra se expandiera a unas coordenadas espacio-temporales gigantescas, a través de unas leyes naturales y evolutivas que fuesen adaptándose y transformándose en nuevas realidades. El universo se expandió cataclísmicamente (como un globo hinchándose), y dicha expansión multiplicó los movimientos, los espacios y los tiempos. Desde ese momento, el universo está en movimiento, y vio Dios que era bueno. Lo ocurrido desde entonces vino a convertirse en una serie de encuentros significativos, y de encuentros creativos que permitieron a Dios generar la enorme especificidad de los seres. De los elementos esenciales se formaron los átomos de hidrógeno y de helio, los más abundantes de todo el universo. El hidrógeno, de hecho, sería el combustible de las estrellas que estaban a punto de nacer en las galaxias. Las estrellas comenzaron a existir y a brillar (a tener y emitir luz propia, la proveniente del Big Bang o Gran Expansión). Y en su desgaste (emitiendo luz), algunas explotaron y murieron. Pero esa muerte fue fecunda, pues en el gran calor producido se gestaron átomos más pesados, como el calcio, el hierro o el magnesio. Así, se originaron átomos tan diferentes que millones de años después serían usados en la construcción de la vida. Dios se alegró de esta enorme y nueva variedad, y siguió adelante con su universo. En cierto momento, y en una de las tantas galaxias dispersas, una brutal nube de polvo y gas se arremolinó, y por causas ajenas (o por la mano de Dios) originó un sistema helicoidal de planetas (nuestra llamada Vía Láctea, por parecerse a una "mancha de leche"). Así nació el sol y, entre otros planetas, la Tierra. Dios quería crear, por lo visto, un propio jardín, en medio del vasto universo. Nuestro planeta (la Tierra) nació dotado de infinitas posibilidades, plagado de milagros maravillosamente perfectos. No obstante, lo hizo ardiendo por sus 4 costados, y de ahí que fuese necesario su enfriamiento, así como ser cubierto a través de una corteza. Con el paso del tiempo, o de millones de años, Dios vio el momento adecuado de crear los océanos y sus derivados (la tierra firme). Por lo visto, Dios no tenía prisa. Hace 3.500 millones de años, y en un derroche de creatividad, o de algo impensable para aquellas partículas primigenias (amén del agua, genial invento de Dios), tuvo lugar la aparición de los seres vivos. De repente, sencillas bacterias, o células separadas de sus entornos, comenzaron a presentar propiedades realmente insospechadas (tomar energía, reproducirse, interactuar con el medio...). La maquinaria creativa de Dios estaba en marcha, y una estructura profundamente compleja había aparecido: lo vivo. Dios sintió que era un artista, y brindó por la obra de sus manos. Lo vivo revolucionó el planeta Tierra. Durante millones de años pulularon los seres unicelulares, poco después los pluricelulares, y en un reparto de tareas los seres complejos de las profundidades marinas. La vida se enriqueció con la aparición de esponjas, medusas, gusanos, moluscos y peces. El mar era una fantasía viviente, y Dios siguió observando que todo eso era "muy bueno". Con el paso del tiempo, la vida salió de las aguas, y emprendió la conquista de los continentes. Desde hace unos 400 millones de años las plantas crecieron sobre lo seco, los invertebrados sobre lo terreno, y los peces se transformaron en anfibios (terráqueos, con respiración branquial) o exocétidos (voladores, en más de 70 especies). La Tierra experimentó, así, una inédita explosión de especies, tanto en sus montañas, atmósfera como madrigueras del subsuelo. Anfibios, reptiles, aves y mamíferos poblaron los rincones más desconocidos, y la diversidad de especies aumentó, y la vida se expandió sobre lo seco. Por su parte, vio Dios que "todo era muy bueno". Hace tan sólo 6 millones de años, en las sabanas del Rift africano, unos primates descendieron de los árboles y comenzaron a caminar erguidos. Hace 2 millones de años, estas especies dieron lugar a otro grupo poseedor de un mayor cerebro, llamado homo. Y nuevas evoluciones hicieron que, apenas el 100.000 a.C, apareciera nuestra propia especie: el homo sapiens. Esta última criatura empezó a pintar en las cavernas, a dominar la agricultura, a construir ciudades, a inventar complicadas tecnologías, a preguntarse sobre su existencia, a ... Y tú, Creador de todo, la acogiste con amor, y por amor la dotaste de tu propia imagen, y la hiciste tu guardiana sobre la Tierra. .
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