Ecocidio Emilia
Conde Hace 5 siglos la mirada descubridora de españoles y portugueses encontró en América un panorama social y económico con ciertos niveles de civilización y riqueza. Los criterios cortoplacistas generaron economías de importación y exportación dependiente. En ellas, los determinantes fueron la demanda del mercado consumidor (generalmente en el hemisferio norte) y el beneficio inmediato de quien detentaba los medios de producción. Este panorama económico respecto a la naturaleza no fue exclusivo de la España y Portugal Imperial, sino que ha sido el círculo repetitivo a lo largo de los siglos, y se cierra cuando el área destinada a este tipo de producción teledirigida se convierte, compulsivamente, en mercado consumidor de productos de comercialización prohibida en el norte (plaguicidas, medicamentos...), de tecnología superada y de maquinaria obsoleta, (industrial, agrícola...) que sus propios clientes producen. Esta modalidad de sometimiento del hombre, y sus exclusivos fines de lucro, tiene como consecuencia la pauperización de la población, la devastación de la naturaleza y la modificación, difícilmente reversible, del hábitat. Valen como ejemplo el impacto de ltaipú y Jasiretá. a) Verdadera causa del ecocidio Frecuentemente se oyen voces que responsabilizan de esta situación a la base judeo-cristiana de la cultura occidental, basándose en el relato creatural del Génesis (Gn 1,28) en que el hombre es constituido señor de la creación. Sin duda, se trata de un anacronismo entender el señorío del que habla el Génesis del mismo modo en que hoy lo entendemos. Esto resulta claro si se comparan las posibilidades reales de ejercicio de dominio de que disponía el hombre entonces, y el enorme aparato científico y tecnológico de que dispone hoy. Por otra parte, la imagen de señorío aludida por el Génesis es la de Dios Creador, y este señorío y su creación se funda en el amor. En el capítulo siguiente (Gn 2,15) al hombre y a la mujer se les encomienda el cuidado del jardín. Podría decirse que desempeñan en él una mayordomía (mayordomus), pero no que son sus dueños. Admitimos, por tanto, que la lectura de estos textos ha sido hecha erróneamente en clave de dominación del hombre sobre la naturaleza, dada la fuerte cultura antropocéntrica que la escribió. Es decir, en dichos textos el hombre no se sitúa sobre la naturaleza, sino en la naturaleza. Para una comprensión más completa del tema, es imprescindible la lectura armónica de los 3 primeros capítulos del Génesis. Sobre todo del cap. 3, que ofrece la clave interpretativa y el elemento que siempre estará presente en el horizonte humano, como verdadero causante del ecocidio: el pecado. En efecto, en el Génesis es el pecado el que trastorna la original armonía naturaleza-hombre, y el que origina la malicia tanto de una como de otro. Se trata de un pecado que, según la Biblia, siempre tratará de teñir todos los actos humanos, y marcará su impronta en todas las etapas de la historia. Es necesario, por tanto, retomar la lectura de los 3 capítulos del Génesis, poniendo énfasis en "el cuidado del jardín de Dios" y en que éste es su último y único dueño legítimo. Esta idea de cuidado de la naturaleza, como tarea del hombre y deseo de Dios, se ejemplifica en el Deuteronomio (Dt 20,19-20) en el que ni siquiera la emergencia de la guerra hace que el hombre quede exonerado de esta misión de proteger la naturaleza. La tradición hebrea, por tanto, sí tiene conciencia de los límites que Dios pone entre el hombre y el medio natural. El hombre puede tomar de los frutos naturales, pero sólo de los vegetales y para su alimentación (Gn 1,29). Más tarde, al establecer el nuevo orden post-diluviano, Dios autoriza al hombre a comer carne, pero siempre bajo ciertas condiciones (Gn 9,2-6). Esto significa que el uso de la naturaleza no ha de ser fruto del antojo humano, sino que ha de estar ordenado por Dios. De hecho, en el castigo de Dios al ser humano, en el jardín del Edén (Gn 3,15-19), la naturaleza no es ajena al actuar de Dios (su amo) y del hombre (su mayordomo), y es el mismo Dios quien clama por la sangre derramada (Gn 4, 10). Del mismo modo, la restauración de la armonía creacional (naturaleza-hombre) será algo prometido por Dios, a través del envío de su mesías (Is 11,6-9). La capacidad humana es crear a partir de lo preexistente (yetzirah), así como reproducir la imagen de Dios Creador de la nada (beriah). Es decir, que el signo de esta capacidad no puede ser sino positiva, en tanto es y viene de Dios. Cuando este signo se torna negativo, su capacidad se hace pecado. La firma conciencia de la trascendencia de Dios, evita en el judeo-cristianismo la idea de un Dios fundido en la creación, que conllevaría el riesgo de un cierto panteísmo e idolatría de lo creado. No obstante ello, si se lo aleja demasiado en su trascendencia, sin enfatizar la presencia de su Espíritu en su obra, queda una zona de cierta laxitud en la que el pecado del hombre se introduce, como ejercicio de poder y dominación. A pesar de la brevedad de nuestro recurso a la Escritura, podemos afirmar que la cultura judeo-cristiana no sólo no da cobertura para esta actitud, definitivo que por el contrario aporta los valores fundantes de una ética ecológica. b) Creación, Creador y criaturas "Sólo hay cosmos para el hombre si el universo se torna su case" (oikós), decía Buber[1]. El replanteo integral del hombre en la perspectiva de la novedad absoluta, se ubica entre los dos polos que activan su relacionalidad. Por un lado su referencia al creador y por otro la creación misma, hombre-naturaleza, que lo comprende. Entre ambos existe un punto de equilibrio en el que el hombre accede a la vez a su verdadera conciencia de ser criatura y a su verdadera conciencia de ser responsable de lo creado. Desde allí es que el hombre puede hacer su opción más radical por vida o por no-vida, asumiendo la libertad ganada por Cristo en la cruz. Optar por nuevo cielo y nueva tierra es haber optado de algún modo por un hombre nuevo. En esta perspectiva la creación recupera su transparencia y su dimensión sacramental, y el hombre su capacidad de mirar en profundidad que le permite redescubrir una realidad transida de presencias que lo remiten a Dios. Desde esta premisa no es posible plantear una cultura que violente las realidades creadas, sino una cultura de no violencia, con espacios fermentales, que de lugar a criterios y formas nuevas de relación entre el mundo y el hombre. En esta línea, el primer punto es la necesidad de una ecología social que relacione los sistemas humanos y los ambientales con criterios de largo aliento que respeten su equilibrio vital. Otro punto importante es el discernimiento entre los proyectos de "desarrollo sostenible" o "eco-desarrollo" y los imprescindibles limites al "crecimiento económico". También es necesaria la denuncia de los sistemas de explotación del hombre y del media que con filosofía de mercado revierten el proceso de creación en des-creación. En otras palabras, es necesario romper con el ordenamiento antropocéntrico del mundo, sin caer en una concepción biocéntrica de tipo reduccionista. Tal vez este sea el punto en el que cabe preguntarse por la necesidad de un centrismo del tipo que sea. Nuestra propuesta es por la posibilidad de un centre en el que pondríamos la comunión como relación redimida, articulante e integradora de todo lo creado entre sí y con el creador. Tal vez llegaríamos a pensar en la creación como imagen perijorética, de semejanza incierta, sin duda, pero abierta a más en su inacabamiento. También nos permitimos aquí plantear la urgencia de un nuevo ethos cultural que entienda la vidanatural y la vida humana en el mismo gesto creador. ¿Estamos planteando un nuevo giro copernicano? Ciertamente, planteamos más que eso, por cuanto hablamos de metanoia. En definitiva, es imperioso el cambio de mentalidad y de actitud, y decimos que para un cristiano, la conversión se expresa en la radicalidad y coherencia de su testimonio: "conviértanse y crean la buena nueva" (Mc 1,15). Toda hora es hora de conversión cristiana y buena para su testimonio, pero "el arrepentimiento y la conversión son ahora cuestión de supervivencia"[2]. La distancia entre la intuición y la conciencia puede ser cualquiera. Para nosotros es la que hemos recorrido desde una experiencia muy puntual del hombre, del mundo y, por supuesto de Dios, andando un camino erizado de preguntas, orientados por la fe y apoyados en la reflexión de la Iglesia. Escuchando a Juan Pablo II, y mirando a América Latina desde los Decretos de Santo Domingo, encontramos al hombre alienado en un mundo enemigo donde no queda ni tiempo ni lugar para el sentido. Surge entonces, con urgencia la pregunta por la posibilidad de conversión de esta situación y simultáneamente, la respuesta desde Dios, única respuesta adecuada a la pregunta del hombre. En este trabajo elegimos plantear las preguntas desde un problema concrete: la crisis ambiental. Y la respuesta desde la gracia de la redención-nueva creación, en el proceso de conversión de la creación entera a Dios hasta que él sea todo en todo. Hemos planteado hasta aquí muchas de nuestras inquietudes en torno a un tema que consideramos urgente para el mundo e interpelante para la fe. Como sabemos, aún el más largo viaje comienza con un paso. Ese es el que creemos haber dado en este trabajo. Esperamos, con la ayuda de Dios, perseverar en la marcha. c) Creación y destrucción En cumplimiento de su sueño de autodonación amorosa, Dios creó el cielo y la tierra, el día y la noche, los mares, las estrellas, las plantas, los animales y el hombre... hasta que descansó (Gn 1,2) y confió el fruto de su trabajo a la criatura, a la que dotó su propia imagen para poder cuidarlo (Gn 1,28-29; 2,15). Las condiciones eran claras, y en ellas el hombre cuida el mundo y el mundo es su posibilidad de vida. Uno hacienda al otro, ambos son lo que deben ser y Dios ve cumplido su sueño. Es decir, el ser del hombre y del mundo se entiende cabalmente cuando se los descubre en su intima relación. Entonces Dios descansó, santificó el 7º día y bendijo al mundo, revelándolo como su creación. En definitiva, en el principio... era la comunión. Esta imagen de equilibrio y de armonía entre lo creado y con el Creador que llamamos comunión, está ciertamente, muy lejos de la realidad presente. Y el profundo cambio operado, la gran fracture que afecta todo, es la patencia de lo que llamamos pecado. La propia auto-experiencia humano es de honda ruptura. El hombre que conocimos para la comunión sobrevive en la soledad, ha roto sus relaciones con su Creador y con la creación, está alienado de Dios (Ez 14,7-8) y excluido de Dios (Ef 4,18). Alienación y exclusión de Dios, lo son también de sí mismo. El hombre ha salido de su ser hombre a un ser no-hombre, incumpliendo su vocación radical. Como dice el Vaticano II, "los desequilibrios que fatigan al mundo moderno, están conectados con este otro peor desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano" (GS, 10,10). Este desequilibrio fundamental se visualiza en todas las relaciones humanas: con Dios, con el mundo, con los demás hombres y consigo mismo. La experiencia humana se desarrolla entonces en tensión entre lo que desde dentro, en tanto imagen, lo convoca, y la fuerza del pecado que lo retiene. No es posible para el hombre romper esta tensión, pues su no a Dios se ha hecho tan pasado que sólo puede ser levantado por un sí categórico y radical, un sí definitivo. d) Restauración de la vida y del hábitat La diversidad de culturas coexistentes en América Latina se evidencia en todos los órdenes de acción humana, y es muy clara en las formas de relacionamiento del hombre con el media en general y con la tierra en particular. Si tomamos como referente la comprensión cristiana de la creación como don del amor de Dios, confiado al hombre para su conservación y protección, es posible reconocer al menos otras 2 concepciones diferentes con valoraciones de la tierra y su relación con el hombre también diferentes. Encontramos una mentalidad propia de las culturas indígenas (amerindios) en la que la tierra tiene un alto valor religioso, propio de lo divino, que sólo llega al hombre como don y nunca como objeto en propiedad. La tierra es un elemento integrador de la comunidad, es la madre común que los hace hermanos. La maternidad de la tierra (pachamama, cuahtlicue) se extiende a lo que ella produce (sarama o maíz, oxamama o papa) y a lo femenino en general. La vida del hombre depende de la tierra, hay entre ellos una relación filial amorosa determinante: no es posible agredirla sin agredirse. En el extremo, se reconoce lo que podemos llamar la mentalidad mercantilista-utilitarista, que no ve en la tierra sine un media de producción generador de riqueza. Por tanto, se relaciona con ella en términos de explotación. Se trata de un bien de capital sometido a leyes de mercado. El hombre, inadvierte en ella la presencia del misterio de lo creado y queda en soledad. Reconocida la interrelación vital entre el hombre y la tierra, se entiende que la explotación mercantilista del media, conlleva la misma explotación para los seres humanos que la habitan. La marea de la des-creación alcanza el grado de la des-humanización. Entre el hombre cosificado y el hombre cosificador, el tú a tú se pervierte en un yo-ello que hiere profundamente la dignidad humana, degradándola en ambos extremos. El deterioro de las condiciones de vida de muchos latinoamericanos y el agotamiento del media ambiente que ocupan ha llegado al punto en que debe plantearse en términos de viabilidad. A la hora del discernimiento ecológico, el planteamiento adecuado es que para muchos pueblos y para algunas culturas la demora en asumir la crisis en todos sus términos, incluso el ambiental, comprometa su posibilidad de seguir existiendo. Se funda aquí el compromiso con la vida asumido por el Decreto de Santo Domingo que deberá traducirse de modo diferente ante cada uno de los desafíos que se le presentan. Un abordaje serio del tema ambiental en América Latina exige la perspectiva de una ecología social, que haga un planteo interdisciplinar amplio del tema, desde su etiología socio-política más próxima y ético-religiosa más profunda. e) Hacia una restauración ecológica La cuestión ambiental se ha convertido en un signo de nuestro tiempo, y por tanto, para los cristianos, en tema de discernimiento de fe en el seguimiento de Cristo. Las situaciones de impacto ecológico se dan en todo el mundo y la ecología las estudia en dos niveles según afectan el planeta en toda su extensión o en parte de ella. Se reconocen hay al menos tres problemas con extensión universal: el recalentamiento de la atmósfera, la disminución de la capa de ozone y la población. En América Latina son 5 los problemas más acuciantes: -la deforestación de los bosques tropicales, La crisis ambiental en nuestro continente exige una pluri-perspectiva social, jurídica, política, económica, ética y religiosa. Desde todos estos frentes se han dado ya pasos para llegar a ella, y desde todos ellos habrá que seguir dar nuevos pasos, si lo que se quiere es detener el avance ecocida y revertirlo. .
_______ [1] cf. BUBER, M; Tú y Yo, ed. Nueva Visión, Buenos Aires 1967. [2] cf. CONSEJO MUNDIAL DE IGLESIAS, "Ha llegado la hora", en XXIX Asamblea General, India 2023. |