Ciencia Ecológica Pedro
Saez El término ecología alude a dos realidades distintas, aunque conectadas entre sí, que suelen socializarse de manera un tanto confusa. Por un lado, la disciplina científica, dentro de las ciencias biológicas, estudia los ecosistemas naturales y sus complejas interacciones, especialidad de la que surgen aplicaciones al campo de los sistemas sociales, como la denominada ecología humana. Por otro lado, el movimiento social defiende una relación entre el medio físico y la acción humana fundamentada en el diálogo y el respeto hacia la naturaleza, denunciando los problemas ambientales derivados de una política de consumo energético y de recursos, que pone en peligro la existencia de la vida en el planeta. En el 1º caso, el ámbito de actuación es el científico; en el 2º caso, se trata de una determinada lectura de la realidad, que tiene implicaciones políticas y culturales. Por eso, algunos autores prefieren denominar a esta 2ª acepción ecologismo, reservando la palabra ecología, más aséptica y descriptiva, para la lectura científica de los ciclos de la vida en la tierra. En realidad, tal diferenciación no existe en la práctica, ya que ambos, ecología y ecologismo, tienen un mismo referente etimológico: los términos griegos oikos (lit, casa, entendida en sentido biológico y planetario) y logos (lit. palabra, entendida como principio de orientación). La palabra economía tiene la misma raíz que ecología, (oikos), pero de manera significativa introduce el nomos, equivalente a lo que pudiéramos denominar reglas de gestión. Se trata, pues, de 2 aproximaciones a la realidad, cualitativa la 1ª, cuantitativa la 2ª, estrechamente relacionadas entre sí, y en permanente conflicto. Desde una perspectiva ética, el logos, en la medida en que establece límites y horizontes a las conductas individuales y a los proyectos sociales, debe organizar y dar sentido al funcionamiento del nomos. Este es el principio orientador dentro del cual surge el movimiento ecologista, al comprobar que, en la práctica, la economía triunfa descaradamente sobre la ecología, imponiendo sus criterios, que no sólo no reconocen límites (puesto que, dentro de su lógica, la idea de establecer barreras al crecimiento es un error profundo que conduce al estancamiento de la sociedad y de la historia), sino que subordinan todos los intercambios y relaciones entre los seres vivos a su valor de mercado, sin atender a las necesidades básicas de los mismos. a) Teoría ecológica Las manifestaciones de la subordinación del logos al nomos son numerosas. Los medios de comunicación social difunden a diario noticias, opiniones, informes, anuncios publicitarios... que tienden, consciente o inconscientemente, a justificar el predominio del mercado sobre cualquier otra realidad. Hace unos pocos años, por ejemplo, la prensa se hacía eco de un informe confidencial destinado a documentar la política del Banco Mundial con respecto a los países empobrecidos, en el que se alertaba sobre la escasa contaminación del continente africano, como posible solución para otros lugares del planeta con problemas más graves en este sentido. El autor del informe argumentaba que la lógica económica capitalista suministraba razones evidentes para contaminar África. Así, los habitantes de este continente contribuyen muy poco al crecimiento del mercado mundial, mientras que otros clientes más ricos, excelentes consumidores (europeos, japoneses, estadounidenses) tienen, por lo mismo, más derecho a exigir una política ambiental acorde con su elevado nivel de vida. Por otro lado, la conciencia ecologista, según el informe, surge a partir de un determinado nivel educativo y cultural al que África aún no ha llegado. Además, los africanos mueren por causas no directamente relacionadas con la contaminación, antes de que esta repercuta negativamente en su salud; finalmente, la escasa densidad en la ocupación humana del continente africano hace que los efectos de la contaminación tengan menos impacto en su población. Probablemente esta lógica, tan cínicamente expuesta, es la que condujo a algunas empresas europeas a negociar con los señores de la guerra somalíes la concesión de tierras para realizar vertidos de desechos industriales altamente contaminantes, a cambio de ayuda económica para sostener sus parcelas de poder. O la que provocó la desecación del mar de Aral, catástrofe ambiental de similar gravedad a la destrucción de la Amazonia, y que está condicionando el ecosistema biológico y social en que viven más de tres millones de personas, incluso desde el punto de vista genético. Las reacciones de la opinión pública ante noticias como las citadas revelan que el crecimiento de la sensibilidad frente a las cuestiones ambientales es evidente. Las acciones de algunas organizaciones ecologistas como Greenpeace han sido y son portada de periódicos y noticiarios de televisión. Instituciones supranacionales, gobiernos, partidos políticos, ayuntamientos y otras entidades públicas y privadas incorporan en sus decisiones a corto y a largo plazo, en sus programas electorales y en sus presupuestos municipales, constantes referencias, en muchos casos retóricas, a las cuestiones ambientales. La Conferencia de Río de Janeiro de 1992 refleja claramente, a este respecto, los debates en torno a las posiciones oficiales y alternativas al respecto. Por su parte, la publicidad ha descubierto las ventajas de relacionar los productos cuyo consumo promueve con la estética de lo verde, lo que, de paso, permite lavar la imagen de determinadas empresas sospechosas de contribuir al deterioro ambiental. Al tiempo que los científicos debaten acerca del cambio climático, el efecto invernadero, la destrucción de la capa de ozono y otras alteraciones de la biosfera que pueden afectar al conjunto del planeta, numerosos programas educativos en ámbitos formales y no formales centran sus objetivos en el cambio de valores y actitudes frente a la crisis ecológica, especialmente entre niños, adolescentes y jóvenes. Incluso las viejas doctrinas militares sobre defensa nacional se ven superadas por acontecimientos como el accidente de Chernobil, que obliga a introducir nuevas nociones de seguridad compartida en el plano ecológico, superadoras de fronteras y otras divisiones políticas convencionales. El caso del Mediterráneo es un ejemplo significativo a este respecto. No existe, pues, ámbito alguno de la realidad social que no se vea frecuentado por los conflictos ambientales descritos. Semejante éxito es revelador de la gravedad del problema, pero también de las contradicciones en que se debate dicha fama. Como suele ser frecuente en los tiempos que corren, lo que empezó siendo un movimiento minoritario, fuertemente comprometido con unas ideas, en un principio limitadas al conservacionismo naturalista, pero muy pronto preocupadas por poner en marcha trasformaciones políticas, económicas y culturales a largo plazo, ha alcanzado un nivel de difusión tal que se ha diversificado notablemente. Los rasgos de esta expansión de lo ecológico se manifiestan en reacciones de supervivencia doméstica, que tienden a atenuar los efectos inmediatos de los problemas, preocupándose menos de las causas profundas de los mismos. O en movilizaciones puntuales, fruto de una respuesta compulsiva a lo que afecta de modo directo a las personas o las comunidades implicadas. O en las relaciones de la problemática ambiental con cuestiones exclusivamente naturales, sin integrar en las mismas las dimensiones humanas de dicha problemática. Un somero repaso a las experiencias habituales en el entorno inmediato, permite aclarar en qué consiste esta difusa conciencia ecologista que ha ido construyéndose en los últimos años. En una 1ª escala de dicha conciencia podemos situar la percepción del problema en el ámbito de lo cotidiano, pues el creciente consumo doméstico de papel provoca, como reacción comprometida con la salvaguardia de los bosques amenazados, la difusión de hábitos de reciclado, aunque no detiene el aumento del mencionado consumo. En 2º lugar tenemos la ampliación del conflicto en un nivel más amplio y con una perspectiva de medio plazo, pues la instalación de una papelera o una incineradora de residuos provoca de inmediato una reacción de protesta ciudadana en aquellos lugares donde se va a construir, reclamando su traslado fuera del espacio afectado y, al mismo tiempo, cuestionando la validez de este sistema para fabricar papel o para eliminar residuos sólidos. El 3º nivel incorpora una perspectiva planetaria más difícil de comprender y asumir, pero tan necesaria como las anteriores actuaciones locales, al poner en relación el consumo de papel en las sociedades informatizadas del mundo occidental y los procesos de empobrecimiento de países situados a miles de kilómetros de distancia. Como ejemplo de este 3º nivel, la presión sobre los bosques cercanos a los cursos altos de los ríos que nacen en el Himalaya y desembocan en el delta de Bangladesh, por parte de las grandes compañías madereras, es una de las causas de las catastróficas inundaciones periódicas que sufre el país, al desaparecer los diques naturales que sujetan la tierra y que impedirían que se viera arrastrada por las crecidas anuales. La pérdida de infraestructuras, recursos materiales y, sobre todo, vidas humanas que dichas inundaciones provocan contribuye a aumentar la pobreza y la dependencia del espacio afectado. Existe, pues, una lectura de la crisis ecológica desde la perspectiva de la pobreza planetaria. Los disparatados niveles de consumo energético, el despilfarro de recursos no renovables y el alarmante crecimiento de la contaminación en los mares, los suelos y la atmósfera, constituyen no sólo una agresión grave, y a menudo irreversible, contra la biosfera, sino también la manifestación más evidente de la flagrante desigualdad en el reparto de los bienes comunes de la humanidad. Los debates en torno al precio en biodiversidad que deben pagar los países que pretendan poner en marcha procesos de expansión económica, el crecimiento demográfico incontrolado, la defensa de un modelo de desarrollo sustentable desde el punto de vista ecológico, o las medidas para paliar el deterioro ambiental, desde la prohibición de determinadas sustancias, pasando por las multas e impuestos por contaminar, hasta el intercambio de deuda externa por ecología que propugnan algunos países del Sur, son abundantes y necesarios, pero esconden el verdadero origen del problema: el sistema mundial, basado en el consumo de masas, el beneficio a corto plazo, el crecimiento económico a ultranza y sin cortapisas y el mercado como único referente legitimador. De esta manera, el problema ecológico más importante, origen de todos los demás, tiene una doble cara: hambre para el Sur, consumo para el Norte. b) Práctica ecológica ¿Qué hacer frente a este grito de la tierra, que es también el grito de los pobres? La respuesta del sistema dominante es continuar creciendo, sosteniendo una especie de fundamentalismo ecocida que provocará, en un tiempo progresivamente más cercano, el colapso energético y ambiental, ya que la capacidad de la biosfera no puede resistir el aumento de la actividad humana generadora de residuos. Las advertencias sobre los límites del crecimiento, que empezaron a difundirse con ocasión de la crisis del petróleo de principios de la década de 1970, no parecen haberse traducido en una respuesta política y económica acorde con la gravedad de la situación, contentándose con declaraciones formales y lamentaciones teóricas ante los velatorios ecológicos que progresivamente van instalándose en el planeta (la Amazonia, el mar de Aral, el África sudsahariana...). Las consideraciones sobre el crecimiento cero, el desarrollo sin crecimiento, o los derechos ambientales de las generaciones futuras, quedan fuera de la agenda oficial del orden mundial hegemónico. Frente a la huida hacia adelante, existe otra postura de huida hacia atrás, que abomina de la actual situación y se refugia en una fusión incondicional con la naturaleza, alejada de la historia y de la realidad. Este fundamentalismo ecólatra constituye una postura minoritaria de carácter intimista, llena de contradicciones y carente de un proyecto emancipador viable, más allá de la búsqueda imprecisa de la reconciliación individualista con el cosmos. En el punto intermedio podemos situar el planteamiento de una austeridad responsable y solidaria, que impulse cambios parciales para provocar el paso de una sociedad de consumo a una sociedad de suficiencia, atenta a los pensamientos y actuaciones locales y globales que permitan, por ejemplo, un incremento de los niveles de desarrollo en el Sur, con la contrapartida de una seria limitación en el uso de recursos en el Norte. Esto exige educar para la complejidad, es decir, en unos hábitos culturales atentos a la interdependencia de todos los fenómenos, y preocupados por la intervención en las diferentes escalas, de lo cotidiano a lo planetario, en que aparecen. Si el mercado capitalista es la única forma de organizar la sociedad (y no parece que existan de momento alternativas practicables), no habrá prioridades sociales, puesto que el precio que regula los intercambios excluye los bienes colectivos, en la medida en que no se someten a su dinámica. Sólo las personas y los grupos comprometidos con el mundo en que viven pueden trabajar para poner sobre la mesa esa ecología social y culturalmente liberadora, que denuncie la falacia de un sistema que asegurada mayor felicidad para unos pocos, pero es incapaz de cubrir las necesidades básicas de todos, planteando alianzas con los afectados no sólo por una cuestión de justicia, sino de supervivencia. c) Teología ecológica La ecología se ha convertido en objeto de atención por parte de la teología al agudizarse, sobre todo en Occidente, el problema ambiental. Los creyentes han advertido: 1º la necesidad de interrogarse sobre las propias responsabilidades eventuales en relación con la aparición y la permanencia de la actitud depredatoria que tomó respecto a la naturaleza la civilización occidental, sobre todo a partir de la revolución industrial; 2º la urgencia de tomar posiciones ante el problema del medio ambiente. La necesidad de un cambio de actitud ante la naturaleza se justifica para los creyentes no sólo a partir de la amenaza que se cierne sobre la humanidad debido al desastre ambiental, sino también sobre la base de una correcta interpretación del dato revelado. La Biblia afirma ciertamente la singularidad del hombre y su señorío sobre las demás criaturas, pero no avala una visión del hombre como explotador y dueño absoluto de la naturaleza. En este sentido, el mandato de "dominar la tierra" (Gn 1,28) indica la necesidad de alimentarse y de vivir de lo que la tierra produce. El dominio que el hombre está llamado a ejercer, en analogía con el del Creador. tiene que ser señorial, de sustentamiento respetuoso de las criaturas. El dominio concedido por el Creador al hombre, por tanto, no es un poder absoluto, ni se puede hablar de libertad de "usar y abusar", o de disponer de las cosas a su antojo. La limitación impuesta por el mismo Creador desde el principio, y expresada simbólicamente con la prohibición de "comer del fruto del árbol" (Gn 2,16), muestra con suficiente claridad que, respecto a la naturaleza visible, estamos sometidos a leyes no sólo biológicas, sino también morales, que no se pueden transgredir impunemente (según Juan Pablo II). Hay que señalar además que, según la revelación bíblica, la superioridad del hombre sobre las criaturas infrahumanas nunca podrá transformarse en distancia o en desinterés por los demás seres vivos: la posición del hombre respecto a lo creado es parecida a la del jardinero, que "cultiva y guarda" sin robar ni saquear. Es parecida a la del artesano, que transfigura la materia sin desfigurarla. El hombre, además, según el dato bíblico, tiene que vivir en solidaridad con las demás criaturas debido a su misma naturaleza singular: por su doble dimensión, corporal y espiritual, el hombre es pariente de la tierra y del cielo (a pesar de que, en cierto sentido, es independiente de la una y del otro, no puede separarse de la una ni del otro). La suerte del hombre, según la visión de la Biblia, no prescinde de la relación justa con su casa, el mundo, lo mismo que no puede prescindir de su relación justa con el Creador. Esto supone la necesidad de desarrollar una actitud de solidaridad con la naturaleza; el conocimiento debe orientarse a poner de relieve las potencialidades de bien que encierra todo ser creado. La relación armoniosa y no conflictiva del hombre con la naturaleza permitirá al uno y a la otra una realización plena, pacífica y constructiva de la propia identidad lo mismo que la relación armoniosa con Dios es para el hombre la condición indispensable para poder llegar a una realización correcta y plena de sí mismo. Pero hay más todavía. La coronación de la creación, según la narración bíblica, no es el hombre, sino el sábado, el día en que todas las criaturas se encuentren pacíficamente y en el gozo entre ellas mismas y el Creador. La creación es querida para la gloria de Dios, es decir, con vistas a un encuentro de paz y de amor entre el Altísimo y las criaturas; de aquí se sigue que la división, el abuso y la lucha no entran en el proyecto del Creador. Esos aspectos negativos están vinculados de alguna manera con la experiencia del pecado, que condujo a todas las criaturas lejos del proyecto inicial de Dios. Si leemos bien la revelación bíblica, vemos cómo estimula una cultura de paz con la naturaleza: de ella proviene una invitación a fomentar una especie de "pasión por la totalidad" (según Altner), que lleva al rechazo de todo divide et impera y de todo presunto derecho de vida y de muerte que tenga el hombre sobre las demás criaturas. Las emergencias ecológicas que se derivan de una lectura correcta del mensaje bíblico se hacen todavía más urgentes cuando se considera que la creación es una obra trinitaria. Todo proviene gratuitamente del Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu Santo, todo lo que es distinto de Dios (las criaturas) tiene su origen en el amor de Dios, no en el odio ni en la casualidad. De aquí se sigue que todo está íntimamente marcado y estructurado por el amor, y que todo debe ser considerado por el hombre con una actitud de respeto, ya que todas las cosas son buenas y amables de suyo. Además, la realidad que rodea al hombre no es solamente escenario de la aventura humana, sino que comparte la suerte de las criaturas inteligentes. De hecho, no es una casualidad que el cumplimiento definitivo de la salvación, que realizará el Dios trinitario, sea indicado por la Escritura como la llegada de "unos cielos nuevos y una tierra nueva" (2Pe 3,13; Ap 21,1). .
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