Teología de la Creación

Leonardo Boff
Mercabá, 21 julio 2025

        Los desafíos ecológicos provocan a la teología. Hacer teología es preguntar siempre: ¿cómo se relaciona todo esto con Dios? Las cuestiones suscitadas animan a la teología a rever concepciones del pasado, a proyectar otras y, en razón de nuevos problemas, actualizar antiguas visiones que quedaron en el depósito de su experiencia acumulada y que ahora cobran relevancia.

a) Rescate teológico de la creación

        La ecología, más que cualquier otra ciencia, nos coloca ante la naturaleza como una totalidad orgánica, diferenciada y única. Ella nos facilita entender el concepto teológico de creación, mediante el cual Dios y el universo se diferencian y al mismo tiempo se aproximan. Decir que somos creados significa afirmar que vivimos de Dios, tenemos en nosotros marcas de Dios y caminamos hacia Dios.

        La reflexión cristiana dominante no profundizó mucho el misterio de la creación. Por razones históricas e institucionales ella se concentró más en el misterio de la redención. Pero siempre hubo también una fuerte vertiente que supo articular mejor creación y redención, como la herencia de San Francisco o las reflexiones Duns Escoto y Guillermo de Ockham, así como toda la teología de la Iglesia Ortodoxa.

        No se trata aquí de esbozar los rudimentos de una teología de la. creación. Bástenos señalar algunas referencias de base.

        En 1º lugar, debemos entender la creación como juego de la expresión divina, danza de su amor, espejo en el cual él mismo se ve y donde proyecta compañeros en su vida y comunión. En este sentido, cada ser es mensajero de Dios, su representante y sacramento. Cada uno es digno, debe se acogido y escuchado.

        En esta visión creacional no existen jerarquías ni representantes exclusivos. Todo vienen del mismo amor de Dios. La revelación es permanente, en continuo proceso, pues Dios continúa auto-donándose y haciendo aparecer históricamente otras dimensiones d su misterio, en la medida en que la propia creación avanza. El magisterio cósmico enseña, infaliblemente, la humildad, la ternura y bondad del principio que todo lo sustenta: Dios.

        En esta teología de la creación aparece el lugar singular del ser humano. Él no está encima sino dentro, y en el límite de la creación. Él es el último en despuntar, y se encuentra en la retaguardia. El mundo no es fruto de su deseo o de su creatividad, y no vio su principio. Porque es anterior a él, el mundo no le pertenece al hombre, sino que pertenece a su Creador Dios.

        No obstante, el mundo le es dado al hombre como "jardín que debe cultivar y cuidar". Por lo tanto, la relación que el ser humano tiene para con la creación es fundamentalmente de responsabilidad, una relación ética.

        Esa responsabilidad no es resultado de una libertad humana que puede o no decidirse en favor del mundo, sino que es anterior a su libertad y se encuentra inscrita en su ser creacional. La libertad se realiza en el interior del mundo que el ser humano no creó, pero en el cual se encuentra.

        El ser humano fue hecho de tal forma que estará siempre junto y en medio de la creación, como aquel que va a actuar sobre ella, de acuerdo con el dinamismo divino que él posee en si mismo recibido de Dios, pues de él es imagen y semejanza.

        En otras palabras, el ser humano solo podrá ser humano y realizarse, realizando el mundo e insertándose en él mediante el trabajo y el cuidado. Aquí no hay nada de destructivo y dominador. Por el contrario, estamos ante una inserción profundamente ecológica y destinada a mantener el equilibrio de la creación, avanzando y siendo transformada por el trabajo humano.

        Una teología de la creación nos ayudará a encontrar el sentido de una teología de la redención. Redención supone un drama, una decadencia en la creación, una ruptura en la vocación humana que alcanzó a todos los humanos y también a su entorno cósmico.

        La redención supone un drama porque el ser humano no cultivó ni preservó la creación, y ésta se siente herida. Por eso, de acuerdo con San Pablo, "la creación gime y clama por su liberación" (Rm 8,22).

        La redención no exige una substitución, sino un rescate. La creación, fundamentalmente, conservó su estatuto bueno. El ser humano no tiene poder absoluto sobre la obra de Dios al punto de dañarla en su corazón. Pero él puede herirla gravemente.

        En el 1º caso no cabría que hablásemos de redención, sino de substitución, de creación de otra naturaleza. En el 2º caso, la redención reasume la creación, reorienta la dirección del tiempo y sana la llaga que sangra.

        Esto significa que la revelación bíblica, las iglesias, el magisterio, los sacramentos poseen un estatuto relativo. Están siempre relacionados a la creación y al servicio de su rescate.

        Esto es algo que no siempre se recuerda. De hecho, cuando nos olvidamos de la creación, se exacerba la importancia de la Biblia (fundamentalismo), se infla el papel de las iglesias (eclesio-centrismo) y se exagera la función de los sacramentos (sacramentalismo).

        La revelación judeo-cristiana es para recuperar y no para sustituir la revelación de la creación. Por eso, no cabe esgrimir la Biblia contra las ciencias ni fetichizar el magisterio eclesiástico como si el tuviese acceso a un saber negado a los que están dentro de la creación.

        La comunidad eclesial debe sentirse parte de la comunidad humana, y ésta parte de la comunidad cósmica. Y todos parte de la comunidad trinitaria, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

b) Visión teológica de la creación

        Sabemos que el libro del Génesis presenta 2 versiones de la creación y de la misión del ser humano. En la 1ª versión se dice: "Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza, para que domine", y: "Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla" (Gn 1,26.28).

        Una cosa es el sentido del texto en el marco cultural del hagiógrafo casi 3.000 años atrás, y otra su recepción por los lectores actuales dentro de otro marco cultural. El sentido originario del texto es éste: El ser humano, en cuanto varón y mujer, es el representante de Dios en la creación, su hijo y su hija, su lugarteniente y aquel que prolonga la obra creadora de Dios.

        Dios creó al ser humano creador. Este es el sentido exegético de "imagen y semejanza". Los términos "someted y dominad la tierra" deben entenderse en este contexto y no en un sentido despótico, como las palabras sugieren.

        El hijo y la hija de Dios (otro sentido de "imagen y semejanza")participan de la naturaleza del Padre creador que es de sabiduría y de bondad. Someter y dominar es en el sentido de administrar y cuidar una herencia recibida del Padre.

        La finalidad creacional de Dios no se acaba en el trabajo creativo y la representación responsable de Dios, sino en el descanso del sábado, que significa la celebración por la perfección y la bondad de toda la creación (Gn 2,2-3). Por tanto, al término de la misión humana no encontramos el trabajo sino el ocio, no la lucha sino la gratuidad y el descanso gozoso.

        No obstante, no fue ése el sentido que predominó. De hecho, las palabras someter y dominar fueron leídas en el contexto de la modernidad, y asumidas literalmente. De allí se entendió la misión del ser humano como la plantearon Descartes y Bacon: un dominador y esclavizador de las fuerzas en la naturaleza, para beneficio individual y social.

        Dicha interpretación legitimaba, con la fuerza de la palabra de Dios, el saqueo que la tierra sufrió y viene sufriendo. Necesitamos rever esta comprensión y rescatar el sentido originario, profundamente ecológico del mensaje bíblico.

        La 2ª versión del Génesis dice que el ser humano fue hecho por Dios como un ser vivo, marcado con su soplo. Fue colocado en el jardín del Edén "para cultivarlo y cuidarlo" (Gn 2,15). Aquí el sentido es manifiesto.

        El ser humano es amigo de la naturaleza, trabaja con la tierra (eso es cultivar) y es su ángel guardián que la preserva. Este sentido podría haber limitado al otro pero, en verdad, apenas quedó en el papel, o fue espiritualizado.

        En la caja de resonancia de nuestra cultura occidental, de por sí orientada por el poder y el faraonismo, tal mensaje tenía pocas posibilidades de ser oído y vivido. Hoy tiene gran relevancia. Los que profesan la fe bíblica se inspiran en él para actitudes correctas y responsables.

        De todo ello, cabe recordar los elementos positivos, que balancean los negativos:

-la afirmación de la materia por el misterio de la encarnación y por los sacramentos, especialmente la eucaristía;
-el descubrimiento del carácter sacramental del cosmos, que trae signos del mismo Dios;
-el misterio de la creación, que nos hace hermanos de todos los seres, en una mística de confraternización.

c) Dios trino, creador intra-personal

        La ecología constituye un juego complejo de relaciones en el que todo incluye todo, nada olvida, valoriza y concatena todo. A partir de eso, se rescata la intuición más original del cristianismo: la unicidad de Dios, y la diversidad de las personas divinas (sin por eso multiplicar a Dios).

        El cristianismo desde los orígenes, confiesa que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esas divinas personas coexisten eternamente, distintas, unidas, igualmente eternas e infinitas. Ellas son simultáneas, de tal forma que no existe ninguna anterioridad, subordinación o posterioridad entre ellas.

        Parecería que estamos ante 3 dioses (triteísmo), o una forma suave de politeísmo (muchos dioses). ¡Alegre representación, pero alejada de la realidad! En efecto, existen 3 personas divinas distintas, pero entre ellos rigen tales lazos de vida, y tal entrelazamiento de amor, y tal juego de relaciones eternas, que los tres son uno solo Dios verdadero, que es amor, comunión y relación.

        El universo constituye un desbordamiento de esta diversidad y de esta unión. El mundo es así complejo, diverso, uno, entrelazado e interconectado porque es espejo de la Trinidad. Dios despunta en cada ser, aparece en cada relación, irrumpe en cada ecosistema.

        No obstante, principalmente Dios se sacramentaliza en la vida de cada persona humana, pues en ella encontramos la inteligencia, la voluntad y la sensibilidad como concreciones distintas de nuestra única y entera humanidad. Somos una sola vida y comunión realizadas distintamente, siendo unos y múltiples en analogía con el misterio del Dios trino.

d) Dios espíritu, presente en la creación

        Las reflexiones que hicimos dejaron en claro que nuestro cosmos está constituido de energías en permanente integración. Ellas toman forma más densa en el sistema de vida, pues la vida es energía en altísimo grado de complejidad y en relación consigo misma. Esa vida se concretiza en mil formas, desde el movimiento primitivo de la materia/energía original, hasta su expresión autoconsciente del ser humano.

        La tradición cristiana posee una categoría para entender la realidad como energía y como vida. Es la figura del Espíritu Santo. Él es, por excelencia, el Spiritus Creator. Actúa en todo lo que se mueve, hace expandir la vida, suscita los profetas, inspira a los poetas, inflama a los líderes carismáticos y a todos llena el corazón de entusiasmo

        El Espíritu, según el testimonio de las Escrituras, plenifica el universo y renueva constantemente la estructura del cosmos. Él inhabita su creación semejante al Hijo que se encarnó en la humanidad de Jesús. Los cristianos no tienen dificultad en concebir la encarnación por la cual el Hijo de Dios se hace hombre y convive con el dramático destino humano.

        Profesamos también la presencia cósmica del Cristo resucitado, actuando en el proceso de evolución, como lo proclamó genialmente Teilhard de Chardin con su evangelio del Cristo cósmico. Pero somos poco sensibles a la inhabitación del Espíritu en la creación. El Espíritu hizo del cosmos su templo, el lugar de su actuación y manifestación.

        Acogiendo la inhabitación, los cristianos podrían desarrollar una actitud distinta de cara al universo creado biótico y abiótíco. Surgiría así una espiritualidad espontánea, cósmica y ligada a los procesos de la naturaleza y de la historia.

        Integraríamos también así más fácilmente lo femenino y la mujer, pues ella está mucho más próxima que el hombre del misterio de la vida. No sin razón la mujer María, madre de Jesús, guarda una relación única con el Espíritu, pues él armó su tienda sobre ella (Lc 1,35), divinizando para siempre lo femenino.

        Contemplando el correr del tiempo, contemplamos la acción del Espíritu en el mundo.
Bien decía un poeta que vivía esa mística de la omnipresencia del Espíritu: "El Espíritu duerme en la piedra, sueña en la flor, despierta en los animales, sabe que está despierto en los hombres y siente que está despierto en las mujeres".

        Hay aquí una intuición certera de la ubicuidad cósmica del Espíritu, como es testimoniada por tantos místicos de las culturas originarias como lo manifiestan los indígenas sioux de los Estados Unidos, los bororos del Brasil y otros maestros de la tradición zen del Oriente.

        En los padres de la Iglesia latina y griega, particularmente en los capadocios Basilio Magno, Gregorio Nacianceno y Gregorio Niseno, encontramos con frecuencia las expresiones del "Spiritus ubique diffusus" (lit. el Espíritu penetrándolo todo).

        Tales visiones nos ayudan a alimentar una mística ecológica, Estamos sumergidos en un océano de vida, de espíritu, de vibración y de comunión. Formamos un todo en el Espíritu que, como el hilo de un collar de perlas, une todo, atrae todo hacia lo alto, en la dirección de una comunión plena en el reino de la Santísima Trinidad.

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  Act: 21/07/25       @portal de ecología            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A