Hombre y Hábitat, III Antonio
Moroni Las dificultades cada vez más graves que vive hoy la relación entre el hombre y la naturaleza han tenido como vertiente positiva: -el descubrimiento del medio
ambiente como realidad de la que ocuparse, No obstante, hasta llegar aquí ha habido un largo proceso de relación entre el hombre y el hábitat natural en que vive. Veamos ese proceso. a) Dominio humano de la naturaleza La evolución histórica de la relación entre el hombre y su medio es la historia de las manifestaciones de esta ambigüedad. El hombre ha pasado de sentirse parte de la naturaleza a un comportamiento de dominador y explotador de la misma, sin prestar atención alguna a la realidad y a los límites de la naturaleza y del medio humano mismo. Las comunidades humanas han hecho una distinción entre plantas y animales, por un lado, y personas, por otro, a la vez que han establecido una relación de radical distanciamiento del aire, el agua, el suelo, las plantas y los animales, es decir, del medio natural. Este conflicto no se ha limitado a las relaciones entre naturaleza y sociedad, sino que se ha extendido a las relaciones entre persona y persona, entre países en vías de desarrollo y países industrializados, entre economía y ecología, entre ciencias y técnica, entre valores cuantitativos y cualitativos. Según algunos autores, interesados en los últimos decenios en el conflicto generalizado entre hombre y medio ambiente, la matriz cultural de esta actitud tendría un origen religioso y se remontaría a la antropología judeo-cristiana. Lynn White, por ejemplo, ha señalado tres motivos, a su entender presentes en la Biblia: la actitud de dominio que impregna los relatos bíblicos de la creación; la desacralización de la naturaleza llevada a cabo por la concepción bíblica; el impulso dado por el cristianismo al desarrollo de las ciencias y de la tecnología. b) Actitud bíblica del dominio Escribe Lynn White: "La ciencia y la tecnología están tan penetradas por la arrogancia cristiana ortodoxa frente a la naturaleza, que no es posible esperar que provenga de ellas solas la solución de la actual crisis ecológica. Y puesto que las raíces de la crisis actual son mayoritariamente religiosas, también el remedio deberá ser esencialmente religioso". En síntesis, Lynn White apunta a la religión judeo-cristiana como a la principal fuerza instigadora del comportamiento erróneo que el hombre de los países industrializados tiene hacia la naturaleza. Ello se debe, en opinión de White, a que esta religión considera al ser humano superior a cualquier otra cosa creada y cualquier otra cosa ha sido creada para uso y disfrute de los humanos. En Design with Nature sostiene McHarg (1969) que "el mandato del Génesis de someter la tierra y dominarla es el responsable básico de la explotación y del mal uso que la humanidad hace de los recursos naturales: alienta en efecto, los peores instintos del hombre". ¿Qué dice en realidad la Biblia? El AT presenta un primer modelo de relación hombre-naturaleza en los dos primeros capítulos del Génesis. La descripción de la creación del ser humano en el relato sacerdotal (Gén 1,26ss) remite a la representación egipcia (creación mediante la palabra), a una cultura, pues, ya evolucionado, eficiente y rígidamente organizada:
Es diversa la representación de la creación del ser humano por parte de Dios en el relato yavista (Gén 2,7ss), el cual, como es sabida, es anterior como redacción al relato sacerdotal. El relato yavista describe al hombre según la representación del ambiente cultural babilónico. El hombre aparece, en Adán, con sus tres dimensiones principales: en relación con Dios, con la tierra y con sus hermanos. Después de hablar de la belleza de la creación, dice el texto: "El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén, para que lo guardara y lo cultivara". La creación del hombre es coronación de la del universo, a propósito del cual el autor de este primer texto (sin duda menos reflexivo y elaborado que el relato sacerdotal) hace notar que Dios, al verlo, lo encontró muy bueno. El pensamiento bíblico, derivado de una lectura crítica comparada de ambos relatos del Génesis, se puede sintetizar de la siguiente manera. El ser humano debe programar y llevar adelante su relación con plantas, animales y los demás seres humanos, sabedor del poder que posee y de la realidad de la naturaleza. El hombre puede ejercer de 2 maneras esta tarea que Dios le ha encomendado (guardar la tierra, trabajándola y sometiéndola en un contexto de colaboración): En 1º lugar, el hombre puede destruir la naturaleza, deformando el mandato de Dios y aduciéndolo como justificación de sus comportamientos de dominio-explotación con políticas de grupos o de individuos, de las que se encuentran ya exponentes claros en las antiguas civilizaciones clásicas. Actuando de esta manera, el hombre hace suya la tendencia instintiva que regula las relaciones entre especies vegetales y animales, y que la conciencia de sí y de los demás induce más bien a superar, a fin de conseguir una mejor calidad de vida; En 2º lugar, el hombre puede responder al mandato de Dios gestionando el funcionamiento del medio ambiente y las relaciones con los demás humanos de manera responsable, enriqueciendo el medio con el trabajo de sus manos y con sus proyectos, haciendo uso de los recursos naturales con la conciencia de los límites que esos recursos tienen y sin arrogancia individual o de especie. La elección de uno u otro tipo de comportamiento, por parte del hombre, se deja a merced de su libertad y de sus proyectos cuya ambivalencia, como ya ha quedado dicho, ha marcado durante milenios, a través de un alternarse de aspectos positivos y negativos, la trama de la relación entre humanidad y naturaleza, entre humanidad y ciudad. Una lectura "sin glosa", como la presentada en la Biblia, de la relación entre el hombre y la naturaleza, pone en evidencia la ambivalencia humana y propone un antropocentrismo impregnado de responsabilidad. La conciencia no coloca al hombre fuera o sobre la naturaleza, sino que lo hace superior por ser responsable de esa naturaleza y de los demás hombres. ¿De dónde, pues, ha desarrollado la humanidad la práctica del dominio-explotación de la naturaleza? Una visión crítica y más documentada de las raíces históricas de la actitud existencial y de la práctica de dominio de los individuos y de los grupos humanos sobre el medio ambiente demuestra la existencia de civilizaciones que han tenido un desarrollo fuera del ámbito de la tradición jadeo-cristiana y en cuyo contexto las poblaciones humanas han ejercido un articulado dominio-explotación del medio ambiente. En otros términos, las raíces del disenso entre hombre y naturaleza son todavía más universales y bastante más antiguas que la religión jadeo-cristiana. Hay que buscar esas raíces en algún otro denominador común, ínsito en la naturaleza humana, que ha estimulado una actitud de separación y de explotación de la naturaleza y de la misma sociedad humana independientemente de la geografía o de la religión. Ante esta ambivalencia humana, han ido surgiendo en la humanidad las siguientes posibilidades: 1º la actitud de distancia y separación respecto a la naturaleza desarrollada entre la población del mesolítico, ante la repentina falta de alimentos provocada por la mitigación del clima y por la fuga hacia el norte de la fauna. De hecho, con el neolítico nacieron la agricultura y la cría de ganado; 2º las prácticas de una errónea gestión medioambiental llevadas a cabo por las grandes civilizaciones mesopotámicas, que dieron curso a la desertización a través de intervenciones ecológicamente erróneas; 3º el racionalismo griego (con el hombre como la medida de todo) y el pragmatismo romano (de imperialismo tecnológico), que han ejercido una notable influencia en la humanidad y que nacieron y se desarrollaron fuera de la órbita judeocristiana; 4º una traducción cultural incoherente del mensaje bíblico, transmitido a través de las expresiones de la cultura griega y latina, cuyas orientaciones se han asumido. Esta última óptica bíblica ha ido evolucionando en Occidente con interpretaciones diferentes y no siempre coherentes. A diferencia de otros temas (el robo, la mentira, el respeto a los semejantes), la explotación masiva de la naturaleza no sólo no ha entrado como prohibición en la esfera de la ética, sino que se la ha interpretado como uno de los aspectos que caracterizan la misma identidad humana. Piénsese, a este respecto, en la cultura mercantil del s. XII, en el concepto renacentista del hombre, en la filosofía iluminista del s. XVII, en la cultura económica del crecimiento económico ilimitado sostenida por tecnologías cada vez más poderosas, que han conducido a una explotación de los recursos naturales y de los procesos ecológicos sin consideración alguna de los límites de unos y de otros, reduciendo la naturaleza y cualquier manifestación de la vida a mercancía y desarrollando, sin preocuparse por ello, la cultura de muerte del nihilismo. En la actualidad, los biblistas están ahondando en el sentido del término dominio. En todo caso, una de las propuestas, pequeña pero significativa, es la de eliminar el término mismo dominio de la Biblia, y sustituirlo por una expresión que traduzca mejor el pensamiento de la Biblia en toda su extensión (por ejemplo, el de custodia). c) Desacralización de la naturaleza Es posible que uno de los acontecimientos más importantes en el proceso de desacralización de la naturaleza, y de la conquista del dominio sobre ella, haya sido el promovido por los filósofos griegos. Con su rechazo de la mitología tradicional, que en cada realidad natural veía una divinidad, los griegos hacían hincapié en la capacidad de la mente humana para descubrir la verdad acerca de la naturaleza por medio de la razón. En efecto, el medio ambiente no era para los griegos un espacio lleno de dioses, sino un objeto de pensamiento y de análisis racional. La frase de Protágoras ("el hombre es la medida de todas las cosas") indica que "la razón de ser de todas las cosas está en la utilidad que ellas tengan para la humanidad" (según Platón). Lo que para los griegos fue una tarea filosófica, constituyó para los romanos el modo de gestionar la realidad, viendo en el medio ambiente una provincia por conquistar. A lo sumo, la filosofía griega sirvió a los romanos como justificación de su actitud escéptica de dominadores-explotadores y de manipuladores de la realidad natural y humana, actitud que constituye uno de los rasgos de su identidad. El comportamiento actual de la humanidad con la naturaleza empalma en muchos aspectos, al menos como orientación, con la práctica empresarial de los romanos. A este modo de entender la naturaleza, la Biblia aportó el elemento nuevo de la creación: el mundo no es divino, sino obra de Dios. De un solo golpe la naturaleza queda desacralizada, despojada de sus aspectos arbitrarios y ciertamente terroríficos. La doctrina bíblica de la creación ha contribuido de forma determinante al proceso de desacralización de la naturaleza, pero no ha dado justificaciones éticas para contaminar y destruir la naturaleza. La naturaleza tiene para el judío y para el cristiano un valor derivado de su ser de criatura ("vio Dios que todo era bueno"). De hecho, según la doctrina bíblica el hombre no tiene derecho a violentar la realidad la naturaleza, sino que tiene la obligación de administrar su contexto natural y los recursos correspondientes (agua, aire, suelo, plantas, animales...) con sentido de responsabilidad, evitando toda forma de rechazo de la vida. d) Visión ética de la tecnología En el marco de lo dicho anteriormente es importante preguntarse en qué medida ha influido la concepción judeo-cristiana de la relación hombre-naturaleza en el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Es necesario advertir que la ciencia ha florecido también fuera del cristianismo, en países como China, la antigua Grecia o el Islam, y que la concepción cristiana de la vida ha seguido en Oriente una orientación mística, indiferente a los acontecimientos y a los aspectos de organización. Dicho esto, es indudable que la incidencia que en la desacralización de la naturaleza ha tenido primero la religión judía antes de Cristo, y después el cristianismo ha abierto el camino a un conocimiento racional de la misma. En esta visión de la realidad es importante releer la evolución histórica del comportamiento humano ante el medio ambiente. La clave de lectura se encuentra en 2 constataciones básicas: 1º que el hombre ha superado, por medio de la inteligencia y de la conciencia, los determirnsmos del sistema natural, y ha organizado de forma original su propio medio social; 2º que el hombre ha ido adquiriendo, debido a un mayor y mejor conocimiento de los procesos del funcionamiento medioambiental, y a una tecnología cada vez más poderosa, una mayor cantidad de alimentos y espacio para la propia especie. En esta posición, el hombre debe considerarse, desde un punto de vista ético, como administrador responsable del capital de recursos naturales y de bienes culturales de que dispone en el curso de su vida. Por supuesto, el hombre debe luchar contra las negativas y desastrosas calamidades naturales, pero debe también prestar atención tanto a las leyes que regulan la economía de la naturaleza como al complejo sistema de relaciones que confieren identidad a su medio humano. Es indudable que el proceso de desacralización de la naturaleza ha incorporado la naturaleza misma a la historia humana y ha puesto en marcha un proceso de clarificación entre conocimiento científico experimental, conocimiento filosófico y conocimiento de fe, irreductibles entre sí desde el punto de vista del objeto y del método, pero relacionados a nivel de la persona viviente. La desacralización de la naturaleza ha sacado a la luz su dimensión temporal, su evolución en el tiempo. Existen ciclos anuales (los agrícolas) y ciclos más amplios (renacimiento de un bosque talado). En resumen, la naturaleza no es en la perspectiva bíblica un sistema fijo de ciclos que se repitan mecánicamente, sino un sistema en continua evolución. .
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