Hombre y Hábitat, IV

Antonio Moroni
Mercabá, 25 agosto 2025

        El modelo de la transición ecológica interpreta mejor que ningún otro la historia de la relación entre el hombre y el medio ambiente, tal como esta historia se ha venido desarrollando en el mundo occidental. Este modelo, a su vez, coincide ampliamente con la evolución cultural del ser humano.

        La transición ecológica distingue tres fases en la relación hombre-medio ambiente, caracterizadas:

-la primera, por la persistencia del equilibrio entre hombre y naturaleza;
-la segunda, por el tránsito del equilibrio natural al desequilibrio del sistema medioambiental provocado por las alteraciones naturales (1º) y el control de la naturaleza por arte del hombre (2º);
-la tercera, por la puesta en marcha de un restablecimiento del equilibrio entre naturaleza y sociedad humana mediante un nuevo proyecto cultural.

a) El reduccionismo científico

        La 1ª causa histórica de la difícil relación entre el hombre y el medio ambiente se puede situar en la falta de adecuación de los métodos de análisis y de intervención para conseguir la relación.

        El desarrollo de la investigación científica y la transferencia de los conocimientos y metodologías adquiridos al desarrollo tecnológico han aportado mucho de positivo a la relación entre los colectivos humanos y su marco de vida.

        Sin embargo, la interpretación dada al método científico por el positivismo del s. XIX, limitando la ciencia a los solos hechos empíricos, ha impedido ver las acciones recíprocas que, en el orden de la naturaleza, unen a componentes, factores y procesos en el "sistema de relaciones" que es el medio ambiente.

        Se ha asistido a la multiplicación de especialidades desconectadas entre sí, cada una de ellas referida a un determinado sector de la investigación científica y vista como algo autónomo. Ha surgido en Occidente una sociedad tendente a la productividad económica, fragmentada en áreas de especialización y con una división de trabajo cada vez más rígida.

        Contemporáneamente, la tecnología ha experimentado un considerable desarrollo y sus aplicaciones han estado dirigidas a este o aquel sector, sin plantearse el problema de las consecuencias que para el medio ambiente natural y humano pudiera tener la acción recíproca entre ellos.

        Las consecuencias de todo ello sobre programas y administración del medio ambiente han sido y son dramáticas. Ha tenido lugar una neta separación entre ciencias naturales y ciencias humanas, entre economía y ecología, entre ética, política y economía, entre individuo y sociedad.

        Cuando se hace de la metodología especializada el método más idóneo de análisis y de administración de un proceso o de un sistema medioambiental, esa metodología adquiere una fisonomía científica y metodológicamente limitada.

        De los libros de los filósofos y de los laboratorios de los científicos esta limitación se ha transferido después a la cultura cotidiana de la organización del territorio, a los programas escolares, al modo de concebir y de llevar a la práctica el desarrollo urbano, la estructura de la sociedad y las relaciones económicas.

        Por exigencias de una demanda creciente de bienes naturales, del aumento de la población humana y de un fuerte incremento de la tecnología, se ha visto superado el potencial de los mecanismos de regulación natural y de la propia adaptación cultural humana.

        Ello ha desencadenado unas consecuencias que, ciertamente, ninguno quería: desajustes del suelo, desertización, contaminación, ruidos, violencia urbana, degradación de la calidad del medio ambiente, pérdida de identidad y desaparición de las culturas subalternas.

        Nuestra sociedad sólo podrá ser plenamente consciente del drama que estos hechos representan cuando comprenda que la naturaleza y la ciudad no nacen de la suma del suelo, agua, aire, plantas, animales y, llegado el caso, bienes culturales, sino del sistema de relaciones que se establezcan en el curso del tiempo entre estos componentes.

b) La superación del reduccionismo

        En la historia de la percepción de la realidad de la naturaleza y del medio humano la sociedad ha pasado fundamentalmente por dos momentos.

        En un 1º momento, la revolución científica, y su orientación reduccionista, ha desmantelado el carácter orgánico característico de la percepción pre-científica de las sociedades agrícolas tradicionales.

        En un 2º momento, la investigación científica en ecología, la ciencia de los sistemas y el estructuralismo, han planteado una visión global de la realidad natural y social basada en una concepción sistemática del medio ambiente que supone la superación del reduccionismo científico y metodológico.

        Todo ello ha puesto de manifiesto que el medio en el que vivimos es el resultado final de una evolución que ha durado millones de años y que ha pasado por las siguientes fases:

-de un medio primitivo de naturaleza física y química, en el que la evolución química ha llevado a la formación de la 1ª molécula viva con capacidad de duplicarse a sí misma,
-a la formación del medio natural por medio de la aparición de la vida y la evolución biológica,
-hasta llegar a la formación del medio humano, debido a la aparición del ser humano y a la gestión cultural del medio ambiente.

        El concepto medio ambiente, entendido como "sistema de relaciones entre los componentes, factores y procesos que lo componen", representa la adquisición más importante a tener en cuenta en orden a una relación más equilibrada entre ser humano, naturaleza y ciudad.

c) Hacia una ética del medio ambiente

        También por influjo de los desastres ambientales, cada vez más graves y frecuentes desde la década de 1970, se ha impuesto con realismo la necesidad de establecer nuevas reglas de comportamiento humano frente al medio ambiente.

        Han surgido movimientos medioambientales, y las propias administraciones públicas, a través de la legislación, han contribuido eficazmente a que capas cada vez más numerosas de ciudadanos sientan el medio ambiente como algo propio y a lo que hay que prestar atención.

        Tras la década de 1960, y coincidiendo con el debate científico, económico y político sobre el medio ambiente, se ha venido desarrollando el interés de algunos grupos de filósofos por las relaciones entre el hombre y la naturaleza.

        Estos filósofos se han preguntado no tanto por los conceptos de bien, deber, justo o injusto, cuanto por lo que conviene y se debe o no hacer en problemas relacionados con el desarrollo de ciertas ciencias (medicina, biología, ecología), sin olvidar la necesidad de construir o reconstruir modelos de racionalidad práctica.

        Dos son los elementos que caracterizan a todas las éticas del medio ambiente:

-el rechazo de ciertas concepciones morales, que sitúan al hombre fuera y sobre la naturaleza (es decir, de un antropocentrismo absoluto);
-la ampliación del ámbito de la consideración moral, de manera que abarque no sólo a los hombres, sino también a las realidades no humanas presentes en un determinado marco medioambiental.

        Este supuesto va delineando en el interior de la ética medioambiental contemporánea una doble orientación:

        En 1º lugar, un reconocimiento de un valor moral intrínseco a los objetos naturales y a las leyes reguladoras del funcionamiento del sistema natural (equilibrio, capacidad de sustentación, homeostasis, mecanismos de regulación del volumen de los números y de la población...). Se trata de una filosofía moral radicalmente anti-antropocéntrica;

        En 2º lugar, un reconocimiento de un valor moral derivado a los objetos naturales y a sus leyes, por considerarlos un bien cuya realización o puesta en práctica sirve a los fines o a los intereses de las comunidades humanas. Se trata de una propuesta sobre la que hay que trabajar muy seriamente.

        Entre tanto, se han venido desarrollando otras orientaciones de ética medioambiental: la orientación de liberación de los animales, la escuela de la ética de la vida, la escuela de la ética de la tierra.

        Resumiendo, y en sintonía con lo expuesto anteriormente, parece que una ética medioambiental avanzada debe tener en cuenta dos hechos como base de una relación más correcta entre la sociedad humana y su contexto medioambiental:

-los conocimientos de la investigación científica, en particular de la ecología, acerca del funcionamiento de la naturaleza;
-la realidad biológica y cultural del hombre, su pertenencia a la naturaleza, su distanciamiento de ella a través de la conciencia y la responsabilidad en la gestión de sí mismo y del propio medio.

        Hacer de estos fundamentos científicos y metodológicos la base de un comportamiento más correcto del hombre para con el medio ambiente adquiere hoy valor estratégico. De aquí la necesidad de analizar también bajo el aspecto ético aquellos temas de la actividad humana en los que la relación hombre-medio ambiente tiene una incidencia cada vez más determinante:

-el progreso, encaminándolo hacia la recuperación de la calidad de vida;
-la tecnología, desarrollando el valor que asume en cuanto obra de las manos y de la inteligencia humanas y subrayando que sus límites son fruto no de la tecnología en sí, sino de la ambigüedad del comportamiento humano en el uso de la misma;
-la defensa de las realidades naturales, del mundo no viviente y viviente y de la vida humana;
-la coordinación entre economía y medio ambiente, pasando de la concepción errónea de un crecimiento económico ilimitado y basado en lo cuantitativo a un desarrollo en el que cantidad y calidad tengan igual dignidad y donde la disparidad entre países industrializados y países en vías de desarrollo (hambre, sed, endeudamiento exterior) se aborde desde un concepto-práctica de economía de austeridad y de reciclaje por parte de los países industrializados;
-los problemas de la superpoblación humana, resolviendo los graves problemas planteados por el crecimiento numérico (en una de las partes) y por el control de la natalidad (en la otra parte) a través de un tratamiento de los mismos en una óptica personal, de pareja y de comunidad;
-la recuperación de los valores del pasado, en la civilización actual de tecnología avanzada, desarrollando un interés vivo por el futuro como objetivo ético de enorme urgencia e importancia;
-el concepto y práctica de antropocentrismo, optando por un equilibrio en el que los humanos sean garantes y administradores del medio ambiente y de los correspondientes recursos y en el que se tienda al ejercicio de un dominio-servicio (o poder-servicio) en lugar de un dominio-explotación, el cual no se corresponde con la auténtica identidad biológica y cultural del ser humano;
-una reflexión crítica, acerca de la inclusión de la naturaleza en la esfera de la historia y de la ética que sirva de base a la práctica de la conservación dentro de un desarrollo de los recursos naturales (agua, aire, suelo, plantas, animales, parques y áreas protegidas) y de los bienes culturales, como testimonio que sonde la identidad de las generaciones que nos han precedido;
-una nueva cultura de la ciudad, el medio que a lo largo de los siglos ha sido y es hoy el centro de la elaboración cultural: pasando de una huida de la ciudad a una nueva apropiación de la misma a través del desarrollo de una ética nueva, abarcadora de la naturaleza además de la ciudad;
-la promoción de lo desinteresado, como alternativa a la ética del homo homini lupus.

        En la naturaleza, la relación entre la luz y las plantas, o la oveja y el león, es la de una competición, caracterizada por una depredación feroz. En estos procesos, en efecto, se basan el funcionamiento del medio natural y el grado de calidad del mismo.

        A la inteligencia y al corazón humanos se les pide la superación de la depredación y de la competición, del comportamiento de consumo, del egoísmo frío, de la política de poderío y de soledad propia del domimo-explotación para abrirse a una relación inédita, basada en el amor y la fraternidad, en la disponibilidad desinteresada, y llegar a un compromiso de participación en la evolución del medio ambiente.

        Una actitud así no es ciertamente instintiva, y el promoverla afianza la identidad de las personas, de la communitas y de la civitas.

        En 1º lugar, afianza el desarrollo de la capacidad de proyecto en todos los sectores comunitarios de la persona, en la enseñanza, en los medios de masas, en las artes y en las profesiones, en el urbanismo y en la administración del territorio. Proyecta así para el mundo real, para un mundo que emerge desde un sistema de relaciones vivo, en continua evolución, una configuración de factores, procesos y subsistemas naturales y culturales.

        En 2º lugar, afianza el desarrollo, en un momento de evidente transición cultural como es el actual, de la capacidad de escuchar las voces, a menudo subterráneas y anónimas, a menudo descompuestas e incluso irritantes, que se esfuerzan por llevar a la conciencia de la comunidad dramas y esperanzas de la situación actual del medio natural y del medio humano. Resulta difícil individuar estas voces, pero resulta todavía más difícil escucharlas y, con la responsabilidad del adulto, traducir su llamada en programas concretos.

        Surge espontánea la referencia a los jóvenes. Toda fase de transición de la sociedad ha tenido jóvenes que han advertido de los riesgos y los han denunciado con modos y lenguajes provocativos.

        La desgracia que una época como la nuestra puede tener es la de que no existan profetas, que no exista disenso, que no exista demanda de participación ni exista espacio para una denuncia libre y desinteresada de peligros mortales.

        Pobreza y riesgos de una época en la que se culpabiliza demasiado a la ligera al disenso, al que se le considera inútil y estéril o se le cataloga de rebelión, de apatía, de falta de compromiso, de desesperación.

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  Act: 25/08/25       @portal de ecología            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A