Reto I de la Tierra: la tierra

Joaquín Menacho
Mercabá, 13 enero 2025

        Decía Antonio Gala que, por aspirar a la super-humanidad, estamos a punto de acabar con la humanidad. El hombre volador se arriesga ya en el cosmos, y aspira a determinar el sexo de sus hijos. Las mujeres estériles optan por ser madres, y las fértiles no. Exigimos cualquier alimento en cualquier tiempo, e inventamos armas que ponen en peligro nuestra continuidad y la del mundo[1].

        A continuación, enumeraremos los hechos que se consideran síntomas del deterioro ecológico de nuestro planeta. Nuestro tratamiento no es exhaustivo. Algunos temas, como la escasez de recursos no renovables se nos han quedado en el tintero por falta de espacio. Como en toda enumeración, se puede tener la impresión de asistir a una especie de exposición alarmista de estilo apocalíptico. No es esta la intención. Más bien se trata de localizar los problemas, intentar calibrarlos y entenderlos para poder afrontarlos.

a) Desertización

        El proceso de desertización consiste en la pérdida de suelo fértil, a causa de los agentes atmosféricos (lluvia y viento). Para sobrevivir, la vegetación verde terrestre depende de la humedad del suelo, captada a través de las raíces. La erosión elimina este suelo fértil, de modo que imposibilita la vida vegetal, y de rebote, también la animal. Con frecuencia, este proceso de empobrecimiento de los ecosistemas es provocado por la actividad agraria.

        El riesgo más grande de desertización surge en las zonas áridas, esteparias o subdesérticas. En estos terrenos, las condiciones de vida de los vegetales son muy precarias por la debilidad del suelo fértil. De hecho, lo único que diferencia un clima desértico de uno estepario son los 100 o 150 mm de lluvias anuales. Si la pluviosidad media aumentase sólo 200 mm, desaparecerían todos los desiertos del planeta.

        La desertización es un fenómeno natural que siempre se ha producido. Por ejemplo, hay pruebas de la existencia de vida humana hace 5.000 años al norte del actual desierto del Sáhara. El desierto norteafricano dejó de ser habitable hace sólo 3.000 años. Ahora bien, también está claro que la acción del hombre puede provocar la desertización de tierras, sobre todo de aquellas que están próximas a la climatología desértica. El agotamiento de los acuíferos subterráneos por su explotación excesiva es uno de los peligros más claros: provoca la salinización de los terrenos imposibilitando la vida vegetal.

        El Programa para el Medio Ambiente de la ONU en su Agenda 21 (1992) considera que la cuarta parte de la superficie de las tierras del planeta está bajo la amenaza de la desertización. Esto significa que los medios de subsistencia de 900 millones de personas se hallan en peligro.

        Podemos hacernos una idea de la magnitud del problema viendo las cifras de la tabla siguiente que muestran la extensión de las tierras en proceso de desertización por la acción humana en las zonas áridas del planeta[2]:

Grado.de.desertificación

En.el.mundo,.km²

En.España,.km²

Leve

24.520.000

Moderada

13.770.000

140.000

Severa

8.700.000

60.000

Muy severa

73.000

Total

47.063.000

200.000

        La desertización "muy grave" es lo que vulgarmente denominamos desierto. Se trata de una situación de empobrecimiento de la tierra que se considera irreversible, pues dichas tierras han llegado a tener una utilidad prácticamente nula para hombres o animales. Estas son relativamente poco extensas y concentradas en algunas zonas. Por lo tanto, la desertización de nuestro planeta todavía puede ser reversible en la mayor parte de su superficie, si se aplican las medidas necesarias.

b) Disminución de la biodiversidad

        La variedad de formas de vida del planeta es enorme. Hasta la fecha, los biólogos han descrito aproximadamente 1.400.000 especies de organismos vivos. El grupo más numeroso es el de los insectos, con 750.000 especies conocidas. En cuanto a los mamíferos, se conocen unos 4.000. Aun así, los científicos piensan que solamente conocemos una parte relativamente pequeña de los seres vivos. Naturalmente, no sabemos cuántas especies nos quedan por conocer, pero las estimaciones al respecto se sitúan entre los 5 y los 30 millones[3].

        Esta variedad no permanece estable, sino que evoluciona, puesto que aparecen nuevas especies y desaparecen otras. Esto se produce de forma natural. Ha llegado a haber épocas de desaparición masiva de especies, incluso de familias de especies. Conocemos, al menos, cinco períodos de grandes extinciones, que se produjeron hace millones de años. En la extinción del Período Pérmico (hace 250 millones de años) se calcula que desaparecieron más del 95% de las especies.

        Ahora bien, parece que la acción del hombre acelera el ritmo de desaparición de las especies. Los cálculos (siempre aproximativos y discutibles) sugieren que en los últimos decenios se extingue una especie de mamíferos cada 2 años, mientras que hace tres siglos sólo desaparecía una cada 5 años. El proceso de deforestación mundial de la actualidad supondrá la desaparición de unas 5.000 especies vivas cada año, mientras que hace 1 millón de años, cuando entró en escena el homo sapiens, se calcula que el ritmo de extinción era unas 10.000 veces inferior.

        La conservación de la biodiversidad es un postulado de los conservacionistas. De hecho, parece que el hombre depende de un número muy reducido de especies. Las 3/4 partes de los alimentos consumidos por la humanidad provienen sólo de 7 especies: trigo, arroz, maíz, patata, avena, batata y tapioca.

        A pesar de ello, cada vez se habla más de la utilidad que tiene la biodiversidad para el ser humano. La biodiversidad, desde una cierta perspectiva, es un gran almacén vivo de información genética, que la humanidad puede aprovechar. Lo cierto es que gran cantidad de medicamentos que se utilizan actualmente obtienen sus principios activos de especies vegetales y animales. El hombre está todavía muy lejos de conocer la utilidad potencial de la vida que le rodea.

c) El problema demográfico

        Es de dominio publico que la población de nuestro planeta experimentó un crecimiento sin precedentes durante el s. XX pasado. Durante el año 1999, la población del planeta llegará al máximo histórico de 6.000 millones de habitantes.

        Para hacernos una idea de esta evolución, aportamos algunas cifras que caracterizan el crecimiento de la población mundial[4]:

 

1950/55

1965/70

1985/90

1990/95

Índice.de.crecimiento.anual.promedio,.%

1,78

2,04

1,72

1,48

crecimiento.anual,.millones.de.habitantes

47,0

71,9

87

81

        El crecimiento demográfico mundial es, huelga decirlo, enorme. Durante el s. XX, la población no sólo fue cada año más numerosa, sino que el incremento anual fue también mayor (en 1950 de 47 millones, y en 1985 de 87 millones). Sin embargo, en los estudios más recientes se observa que este crecimiento inició un proceso de enfriamiento. En los últimos años del s. XX, pues, el índice de crecimiento anual disminuyó del 2,04 al 1,48. La población crecía, pero ya no de manera acelerada, y la velocidad del crecimiento disminuyó.

        ¿Cuál será la evolución futura? Está claro que la humanidad seguirá creciendo durante los próximos decenios. Pero su evolución a largo plazo sigue siendo una incógnita. Las previsiones elaboradas por la ONU para el s. XXI presentan tres hipótesis posibles:

-una variante alta, según la cual la población mundial superaría los 10.000 millones de habitantes hacia mediados de siglo y seguiría creciendo;
-una variante media, en virtud de la cual, en el año 2050, la población se acercaría a los 9.000 millones de habitantes, pero con un crecimiento bajísimo, con una tendencia a la estabilización de la población mundial;
-una variante baja, que prevé una población de unos 7.300 millones de habitantes para el año 2050, con inicio de un proceso de reducción de la población mundial que se acentuaría en el futuro.

        Si consideramos la variante media, y la miramos con un poco de perspectiva histórica, podemos concluir que estamos viviendo un momento de transición fortísima en lo que respecta a la demografía de nuestro planeta. Si a principios del s. XIX, la población del planeta era de 1.000 millones de habitantes, a mediados del s. XXI podemos esperar una estabilización de la población en torno a los 9.000 millones. Durante estos 250 años, la población mundial habrá dado un salto como consecuencia de la revolución industrial, científica y tecnológica.

        Ésta es la situación que estamos viviendo y que comporta unas consecuencias problemáticas. La falta de alimentos y de tierra habitable, que ya se deja sentir en algunas zonas del planeta. Las necesidades de una humanidad en rápido crecimiento también crecen de forma rápida. Y cuanto más elevado sea el grado de desarrollo de dicha población, tanto mayor será esta demanda.

        Una característica agrava dramáticamente el problema: la heterogeneidad de la situación según la zona del planeta. Un niño nacido hoy en Gambia tiene una esperanza de vida de 46 años, mientras que en España, un niño nace con una esperanza de vida de casi 80 años. Mientras en el Primer Mundo la mortalidad infantil es inferior al 1%, en Sudamérica a menudo supera el 3% y en África es del 10%.

        Todo ello ha llevado a plantear el tema demográfico como uno de los factores de riesgo ecológico. Así lo hicieron las Naciones Unidas cuando convocaron la Conferencia del Cairo-1994, después de la Cumbre de Río-1992.

d) Las concentraciones urbanas

        Uno de los fenómenos que ha avanzado con más decisión a lo largo del último siglo ha sido la concentración urbana de la población. Mientras a principios del s. XIX sólo un 5% de la población mundial vivía en las ciudades, hoy en día es ya el 45%, y en los próximos quince años seguramente se llegará al 55%. Esto es especialmente grave en los países en vías de desarrollo, en los que el crecimiento de las grandes ciudades no puede ir acompañado de la correspondiente actuación urbanística y de servicios.

        La ciudad representa un ecosistema completamente diferente de los ecosistemas naturales. En ella, la población de consumidores es desproporcionadamente superior a la de productores: por ello la ciudad necesita importar gran cantidad de energía del exterior, en forma de agua, alimentos o energía propiamente dicha (química, eléctrica...). Y no hay que olvidar que actualmente, el 19% de la población mundial vive ya en las grandes ciudades (de más de 750.000 habitantes)... y buena parte en países subdesarrollados, en los que los problemas generados por el desequilibrio ecológico están menos controlados.

        Desde el punto de vista de la ecología, las ciudades producen diferentes efectos sobre el entorno exterior a ellas. En 1º lugar, hay que mencionar la exportación de residuos de la ciudad que produce contaminación de suelos y aguas. Pero, sobre todo, el efecto de las vías de comunicación es especialmente destructivo: la fragmentación de los biotopos debido al paso de una vía de ferrocarril o de una autopista provoca la huida o la extinción de muchas especies animales. La concentración de la población en las grandes ciudades afecta fuertemente a su entorno debido al exceso de demanda que le exige tanto la explotación agraria como la explotación intensiva de los parajes naturales destinados a espacios de ocio.

        Se trata, en resumen, de un proceso de hipertrofia de las ciudades en detrimento de la vida agraria. Para invertir esta tendencia, habría que incentivar la vida en núcleos de población más pequeños y esto sólo podría hacerse canalizando inversiones en estrategias de desarrollo de las poblaciones rurales pequeñas.

        La concentración de la población en territorios tan pequeños como las ciudades comporta también una concentración de los requerimientos básicos (agua, energía, alimentos, vivienda) y también una concentración de la producción de residuos. Es especialmente universal el efecto de la contaminación atmosférica en las ciudades debido a la acumulación de los residuos generados. Recordemos, por poner un ejemplo significativo, los episodios de restricción del tráfico a causa de la contaminación en París en el otoño de 1997.

        Los principales ingredientes de la contaminación del aire urbano son los residuos de la combustión de los derivados del petróleo: dióxido de carbono (CO2), monóxido de carbono (CO), alquitranes, hidrocarburos, plomo, óxidos de azufre y nitrógeno y partículas de carbón y cenizas. Las industrias emiten todo tipo de sustancias peligrosas, como se ve en[5]:

 

Población,.1995

Población,.2025

México

16.562.000

19.180.000

Sao Paulo

16.533.000

20.320.000

Bombay

15.138.000

26.218.000

Shangai

13.584.000

17.969.000

Buenos.Aires

11.802.000

13.853.000

Seúl

11.609.000

12.980.000

Lagos

10.287.000

24.640.000

Karachi

9.733.000

19.377.000

Dacca

8.545.000

19.486.000

Metro.Manila

9.286.000

14.657.000

El Cairo

9.690.000

14.418.000

Jakarta

8.621.000

13.923.000

Estambul

7.911.000

12.328.000

        La contaminación atmosférica puede adoptar diferentes formas y características. Las dos más importantes son el smog ácido y el smog oxidante (o fotosmog).

        El smog ácido se produce en situaciones anticiclónicas, frías y húmedas (es el caso típico de Londres). Una atmósfera húmeda en la que, debido a la estabilidad del aire provocada por la situación anticiclónica, se produce una elevada concentración de óxidos (sobre todo de azufre y nitrógeno) y se comporta como un medio ácido. Esto tiene un efecto corrosivo muy fuerte sobre los metales y sobre los edificios en general. Si bien la acidez no tiene un efecto grave sobre la salud humana, si se le añade el efecto de los aerosoles y cenizas, puede producir enfermedades graves.

        Por lo que se refiere al fotosmog, se caracteriza por la presencia de determinadas sustancias clave: el ozono, el monóxido y el dióxido de nitrógeno, y los hidrocarburos aromáticos. Se produce en situaciones de estabilidad atmosférica, pero en lugares de poca humedad y temperaturas elevadas (como Atenas o Los Angeles). La energía solar actúa sobre estas sustancias presentes en la atmósfera, descomponiendo los óxidos y liberando átomos de oxígeno libre, de reactividad máxima. Esto provoca reacciones que acaban generando productos diversos (ozono, peroxiacilnitratos y aldehídos), irritantes para los tejidos vivos, animales y vegetales.

e) La gestión del agua y del suelo

        El desarrollo comporta un incremento espectacular del consumo de agua (electrodomésticos, riego, higiene...). El consumo de agua potable en los países ricos se ha multiplicado por 500 en el siglo pasado. Este aumento no es tolerable en países de clima seco, como España. Es cada día más urgente mejorar la gestión del agua potable. Por otro lado, las técnicas modernas de explotación agropecuaria, que se caracterizan por su carácter intensivo y por la separación de agricultura y ganadería, presentan tres problemas principales:

-la erosión del suelo fértil,
-la utilización excesiva de fertilizantes artificiales (nitratos, fosfatos, potasio),
-los productos fitosanitarios (herbicidas, fungicidas, insecticidas y plaguicidas en general).

        Actualmente se están ensayando los métodos biológicos alternativos. La utilización de fertilizantes naturales (estiércol, purines y paja) se topa con la dificultad de la separación de las explotaciones agrícolas y ganaderas. Por otro lado, todavía pasará tiempo antes de que se desarrollen métodos garantizados que sustituyan los plaguicidas artificiales por métodos naturales (hormonas, depredadores).

        Por último, los países desarrollados se caracterizan por la enorme importancia cuantitativa de las actividades de transporte. El sector del transporte ha experimentado un incremento sin precedentes durante las últimas décadas. Y muy especialmente el transporte por carretera, con la generalización del automóvil particular. Precisamente el transporte por carretera es el más contaminante. Comparado con el ferrocarril, el transporte por carretera contamina entre 9 y 14 veces más por cada unidad transportada y kilómetro recorrido.

        El problema, como en tantas otras cuestiones medioambientales, es que los costes por contaminación, por menor eficiencia energética y por ocupación de espacio natural (lo que podríamos llamar "coste ecológico") no se ven reflejados en el precio de consumo. De esta manera, las enormes ventajas del transporte por ferrocarril no se reflejan en el mercado.

        En cuanto a la ocupación de los espacios naturales, hay que destacar que, en los países desarrollados, las vías de comunicación y sus zonas de apoyo ocupan la mitad de la superficie que utiliza la actividad humana.

f) La desaparición de los bosques

        Casi 1/4 parte de la superficie terrestre está cubierta de bosques. Pero, según datos del informe del World Resources Institute, cada año se pierde el 0,3% de dicha superficie. El ritmo de deforestación llega a superar el 3% en algunos países como Líbano, Filipinas, Costa Rica, El Salvador.

        En los países desarrollados, la combustión industrial para la obtención de energía produce, naturalmente, emisiones de gases. Los principales son el vapor de agua y el anhídrido carbónico (CO2). Pero también otros óxidos (de tipo anhídrido) de azufre, nitrógeno o fósforo. Una característica de estos óxidos es que, en contacto con el agua de la atmósfera, producen ácidos: ácido sulfúrico y sulfuroso (de los óxidos de azufre) y ácido nítrico y nitroso (de los óxidos de nitrógeno) principalmente. Éste es el origen de las lluvias ácidas: lluvias con un elevado grado de acidez, que se producen frecuentemente en las zonas industrializadas.

        La lluvia normal ya es ligeramente ácida (pH5[6]). Pero cuando el aire contiene los óxidos citados, la acidez puede aumentar mucho. Parece que estas lluvias son las causantes de las graves enfermedades que sufren muchos bosques de América del Norte. Así mismo, se considera que la mitad de los bosques centroeuropeos (Alemania, Polonia, Hungría) ya han desaparecido a causa de esta agresión ecológica.

        El efecto de la lluvia ácida no se produce directamente sobre los seres vivos, sino a través de su medio físico. Así, las lluvias ácidas aumentan la acidez del suelo y de las aguas interiores (ríos, embalses y lagos), hasta hacerlos inhabitables para las especies que vivían anteriormente. Esta acidificación del suelo y de las aguas es notoria en algunos sitios y no tanto en otros. Por otro lado, hay que decir que en terrenos muy alcalinos, la lluvia ácida podría representar un factor de mejora de la fertilidad del terreno.

        De hecho, no siempre que se ha denunciado el efecto de la supuesta lluvia ácida sobre la vegetación ha sido una denuncia con fundamento. En muchos casos de bosques enfermos, se ha podido comprobar que la lluvia no presentaba una acidez anormal[7]. En cambio, en otros casos sí que parece clara la correlación entre la elevada acidez de las lluvias y las nieblas, a causa de la contaminación, y los efectos negativos sobre la vegetación.

        En todo caso, está claro que la industria produce una gran cantidad de emisiones contaminantes. Cada año, se lanza a la atmósfera una cantidad de dióxido de azufre del orden de 100 millones de toneladas. Eso es una amenaza constante para la biosfera.

        Por último, hay que mencionar las lluvias ácidas de origen natural. En determinadas regiones de bosque tropical (como en Costa de Marfil, Congo, en la Amazonia y en Australia) se han medido lluvias con un pH medio por debajo del normal, que se sitúa en torno al pH5, y con puntas inferiores que llegan incluso a un pH3. Esta acidez proviene de la intensa actividad bacteriana del suelo: la degradación de materia orgánica por parte de las bacterias produce ácido sulfhídrico (H2S) y óxidos de azufre y nitrógeno.

        De aquí proceden dos terceras partes de la acidez de la lluvia tropical. Sorprendentemente, la tercera parte restante, procede de las emisiones de los mismos vegetales que viven en los bosques: muchas de estas plantas tropicales liberan sustancias (hidrocarburos ligeros) que en contacto con la intensa humedad se oxidan hasta formar ácidos orgánicos (fórmico, acético).

        Esto cuestiona que sea sólo el efecto de los óxidos atmosféricos el que produzca la desaparición de los bosques en los países desarrollados. Si los bosques tropicales soportan bien la lluvia ácida ¿por qué ha de ser tan perjudicial para los bosques europeos? Por ello, conviene contemplar otros factores que puedan actuar sobre estas masas forestales. Los estudios realizados en Alemania ya señalan a los disolventes clorados como causa más importante de los daños a los bosques. También empieza a hablarse de la influencia que pueda ejercer el ozono y otros factores que habrá que descubrir en el futuro.

        Otro factor de importancia capital son los incendios. Naturalmente, no todos los incendios son provocados por la acción humana, pero está claro que la actividad humana provoca una cantidad cada vez mayor. El fuego es el peor enemigo del bosque, porque despoja a la tierra de la protección natural que le proporciona la vegetación que vive en ella. Los árboles y arbustos evitan que las lluvias y el viento barran la capa fértil de la tierra. De este modo, la gravedad de los incendios radica más que en la destrucción directa de la vida actual, en la destrucción de las condiciones de vida terrestre, dejando los terrenos a merced de la erosión.

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  Act: 13/01/25       @portal de ecología            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A  

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[1] cf. GALA, A; "Pobreza, Desarrollo y Medio Ambiente", en Deriva, I (Barcelona 1992), p.15.

[2] cf. DREGNE, H. E: "Desertification of arid lands, a Physics of desertification", en EL-BAZ, F; HASSAN, M; Dordrecht, The Netherlands, ed. Martinus, Nijhoff 1986.

[3] cf. WILSON, E. O; The current state of biological diversity, a Biodiversity, ed. National Academy Press, Washington 1988, pp. 3-18.

[4] Fuente: ONU Population Division 1997.

[5] Fuente: Informe PNUD 1998.

[6] El pH mide la acidez de una solución acuosa. La acidez máxima es un pH0. El pH7 es el de un líquido neutro como el agua destilada. Un pH superior a 7, hasta un máximo de 14 pertenece a un líquido antiácido o alcalino.

[7] Así sucedió en los bosques del Maestrazgo (Teruel), muy dañados supuestamente a causa de la contaminación procedente de la central térmica de Andorra (Teruel). Después se comprobó que la lluvia que recibía aquel bosque no sólo no era anormalmente ácida, sino que incluso era alcalina. Lo mismo ha sucedido en algunas zonas de Alemania en las que, una vez llevados a cabo estudios serios, se ha tenido que descartar a la lluvia ácida como causa de su patología.