Frenos a la Ecología Sandro
Spinsanti a) Freno I: la propaganda política Desde que el tema de la defensa del medio ambiente se ha puesto de moda, al menos en Occidente, se han multiplicado no sólo los trabajos científicos, sino también las encuestas periodísticas y fotográficas, los espectáculos cinematográficos y televisivos y las transmisiones radiofónicas sobre el mismo. La utilización del tema por la publicidad se ha vuelto frenética. Se han creado cátedras universitarias de ecología, se han inventado nuevos héroes de tebeo especializados en combatir no ya a los delincuentes de viejo cuño (a los ladrones y gangsters), sino a los nuevos enemigos de la humanidad: los contaminadores. Pero no sólo han sido los mass media los que se han lanzado sobre la ecología; esta nueva ciencia se ha convertido en el campo de batalla preferido por los más aguerridos "cazadores de ideologías". Es decir, por los que quieren desenmascarar la intención (escondida tras la pasión ecológica y, por lo mismo, más pérfidamente operante) de los países ricos de frenar el desarrollo de los países pobres, que no han llegado aún al umbral del desarrollo económico y tecnológico, a fin de poder seguir manteniéndolos en su condición de meros suministradores de materias primas y de explotarlos. Los tales airean la bandera ecológica en nombre no de toda la humanidad, sino específicamente contra el modo capitalista de producir, único verdadero responsable de los daños ocasionados al ambiente por el hombre. b) Freno II: la tecnología natalicia Si se considera inaceptable este enfoque antropológico de la ecología y se prefiere, en cambio, otro más eficiente, como más científico, hay que enfrentarse seriamente con las dificultades que encuentra, y no puede menos de encontrar, una ecología en cuanto disciplina estrictamente técnica. Consideremos, con toda brevedad y a modo de ejemplo, las respuestas técnicas que se proponen más corrientemente como posibles soluciones al máximo problema ecológico de nuestro tiempo: el de la superpoblación planetaria. Por una parte, se insiste en la necesidad de frenar el crecimiento demográfico a través de una serie de medidas pedagógicas, y hasta coercitivas, de suerte que se mantenga la población de la tierra en los niveles numéricos actuales. Por otra parte, se sugiere potenciar el desarrollo tecnológico, a fin de explotar la tierra de manera más amplia y orgánica para obtener de ella una mayor cantidad de bienes y poder satisfacer así las crecientes necesidades de la población mundial. c) Cómo superar estos frenos c.1) La propaganda política Semejante entrelazamiento de opiniones y de pasiones diversas exige un notable esfuerzo en quien se pone a reflexionar sobre nuestro tema, sin dejarse arrastrar por las opiniones corrientes ni subestimarlas. Es evidente que el tema de la ecología no puede abordarse con frialdad; la amenaza de una "contaminación total" del planeta que lo haga de todo punto inhabitable ha reemplazado en los hombres de los últimos 20 años al miedo que había suscitado en la humanidad la amenaza de la bomba y de la guerra atómicas. Si se tiene en cuenta, además, que el tema ecológico puede ser utilizado (de maneras diversas, pero, a la postre, igualmente fascinantes) por los apocalípticos y por los optimistas, por los conservadores y por los progresistas, por los realistas cínicos y por los entusiastas de la tecnología, existe la posibilidad de que surja la sospecha legítima de que la ecología sea un tema enmascarado, más útil como condensador de angustia y de energías o como elemento eficaz para promocionar programas ideológicos opuestos que por su carga (indudablemente auténtica) de verdad. Es esencial poner en claro este punto: que si existe un programa ecológico, éste no se puede abordar (y mucho menos resolver) más que de un modo específico, renunciando: -a las campañas
anti-capitalistas genéricas, Es necesario, por el contrario, descender en profundidad para captar el logos que está en la raíz de la crisis ambiental, de la que somos espectadores y víctimas, y que indudablemente coincide con el logos que rige toda nuestra vida de hombres de hoy. En esta perspectiva es imposible separar el problema ecológico de lo que constituye el problema antropológico tout court; la reflexión sobre el ambiente es, en cierto modo, la reflexión sobre lo que ha sido y sobre lo que es el destino del hombre occidental y de su criatura más típica, la tecnología, causa al mismo tiempo de salvación y de muerte. c.2) La superpoblación El hombre no es algo que pueda ponerse esencialmente bajo el signo de la economía, de la demanda incesante o del disfrute igualmente incesante de los bienes. Pues bien, exactamente por contemplarse como homo oeconomicus le será imposible al hombre responder a los desequilibrios por él introducidos en el planeta con medios que, en definitiva, son simplemente coadyuvantes de aquella hybris que está en la raíz de los desequilibrios. Piénsese, en efecto, que, aun limitando el desarrollo cuantitativo de la población, no por eso se limita automáticamente el acrecentamiento de los deseos. La situación de las sociedades capitalistas avanzadas debiera enseñarnos mucho sobre este punto de vista; satisfechas las necesidades primarias, o sea las esenciales para la supervivencia, no por eso el hombre consigue un estado de sereno equilibrio. Todos somos espectadores de la multiplicación de las necesidades artificiales en las sociedades que han vencido el espectro del hambre, ya sea a causa de: -la lógica
expansionista, de la producción industrial, Sea como sea, está claro en cualquier caso que una población con tasa de crecimiento ya estable a un nivel bajísimo no por eso podrá considerarse inmune de responsabilidades ecológicas, al menos mientras sus exigencias no alcancen también un crecimiento cero. Por este motivo los países occidentales, aunque seriamente comprometidos en la obra de descontaminación (si bien preferentemente limitada a su ámbito interno), son responsables (en virtud simplemente de su elevadísima demanda de materias primas) del saqueo de los recursos planetarios, algunos de los cuales están ya seriamente amenazados de desaparecer por completo. La respuesta puramente demográfica a los problemas ecológicos no puede, pues, menos de ser insuficiente, incluso cuando se la propone con aquella buena fe que los países en vías de desarrollo se niegan a admitir cuando tales respuestas provienen de países occidentales. c.3) El tecnologicismo Más clara aún es la insuficiencia de la otra respuesta que suele darse al problema ecológico: la de quienes ponen sus esperanzas en el desarrollo tecnológico. En efecto, si es cierto que a través del aumento de la producción se puede proveer tanto al crecimiento de la población como al de las exigencias, es, sin embargo, del todo ilusorio pensar que se pueda seguir realizando indiscriminadamente tal aumento. La tecnología actúa dentro del ecosistema planetario, y la progresiva artificialización del ambiente que supone no puede menos de resultar, en última instancia, desastrosa para los valiosos equilibrios de la biosfera. El progreso tecnológico, ciertamente válido como respuesta sectorial a problemas sectoriales de desarrollo de poblaciones particulares, es, en cambio, uno de los riesgos supremos con que tropieza la humanidad, si se lo absolutiza como la respuesta a los problemas de la superpoblación. c) Hacia una ecología humana Queda, pues, sentado que es imposible dar una respuesta a los problemas planteados por la ecología si no se discute la misma auto-comprensión del hombre como hecho que, en última instancia, desencadena la agresión al planeta y a sus recursos, que todos lamentamos. La ecología, en efecto, no estudia los equilibrios ecológicos en cuanto tales, sino en cuanto funcionales para la vida. El ambiente que ella quiere proteger no puede ser identificado más que por su "ser para el hombre" (en caso contrario habría que dar la razón a quien con un razonamiento paradójico concluye que la naturaleza es la 1ª enemiga de la ecología: la naturaleza de los terremotos, de los aluviones, de las erupciones volcánicas, de los desiertos, de los ciclones). Rectamente entendida, la ecología invierte, pues, la relación que la ciencia establece usualmente entre el hombre y el ambiente, haciendo derivar a aquél de éste. La verdad, como finamente ha observado Víctor Mathieu, consiste exactamente en lo contrario; el ambiente comienza a actuar como tal sólo cuando el individuo existe ya:
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