Revisión de Mitos

Sandro Spinsanti
Mercabá, 13 octubre 2025

        El término ética va unido, en el uso corriente, al comportamiento moral, que tiene su origen en una motivación de conciencia. Este es su significado moderno.

        Heidegger ha observado que en la raíz griega la palabra tenía, en cambio, una resonancia cósmica. Ethos decía relación al lugar en que el hombre vive, y hábitat al paso del tiempo. La ética sería entonces la reflexión, inspirada en la sabiduría, sobre la estancia del hombre y su comportamiento adecuado a ese habitar.

        No se trata de puras sutilezas filológicas. El recurso a la valencia originaria cósmica de la ética nos obliga a tomar conciencia, por contraste, de que la reflexión moral del hombre occidental moderno ha descuidado completamente la relevancia ética de cuanto no se refiere al hombre en primera persona. En torno al hombre encontramos sólo otros hombres; después, el vacío.

        La tecnología parece haber causado una regresión del horizonte ético y, en consecuencia, de los sentimientos humanos. Es como si nuestra dimensión óptica se limitase a cuanto se halla delante de nuestra mirada, pero sólo a la altura del hombre.

        Muchas cosas se nos escapan, tanto hacia arriba como hacia abajo. En particular, el hombre occidental no siente una obligación ética frente a los animales y las plantas, ni se representa a la naturaleza como una entidad de la que puede surgir una interpelación.

        El diálogo con la naturaleza no forma parte del ethos del hombre secular. Lo deja gustoso a aquellas religiones ahistóricas que aún no se han sustraído a lo fascinosum y tremendum de lo sagrado percibido en los acontecimientos naturales. O a los artistas románticos, para los cuales la vivencia más embriagadora es el cortejo de la naturaleza. O también a los místicos, con toda la habitual desconfianza (de ello da fe el doloroso caso humano e intelectual de Teilhard de Chardin).

        La restricción de la ética a las relaciones entre seres humanos no ha llevado a un crecimiento cualitativo de la sensibilidad moral; muy al contrario. La conciencia de la mayoría ha quedado tan anestesiada, que ni siquiera advierten los casos más estridentes de inmoralidad. Piénsese en todo el trágico capítulo de la relación del hombre con los animales.

        Schweitzer, en su apasionada denuncia de la inhumanidad de una ética que sólo se ocupa de los seres humanos", sigue siendo una voz que clama en el desierto. Entre tanto, continúan aceptándose sin pestañear prácticas absurdas y brutales, como las torturas infligidas a animales so pretexto de investigación científica. Se ha calculado que la práctica de la vivisección ocasiona en todo el mundo la muerte entre atroces sufrimientos a un número de animales que oscila en torno al medio millón al día.

        El ethos del hombre occidental se ha considerado menos obligado todavía hacia los otros habitantes de su casa, es decir, las plantas y la naturaleza inanimada. Al hombre le ha emborrachado el orgullo de sentirse sujeto, dotado de poderes arbitrarios sobre el objeto-naturaleza (la fórmula cartesiana suena literalmente: "maitres et possesseurs de la nature"). Cuando la técnica ha multiplicado su poder, ha llegado precipitadamente a la bancarrota actual.

        La crisis ecológica seguirá agravándose si no forman parte constitutiva de la ética valores positivos que integren entre sí a los hombres y a la naturaleza. Prerrequisito esencial para ello es abatir el mito antropocéntrico, que hace al "horno faber" prisionero de la torre de marfil que se ha construido.

        Frente a la tierra, el hombre tiene todavía una actitud que, por analogía, podríamos calificar de ptolomaica. Es necesario que se añada a la Revolución Copernicana un nuevo capítulo: que el hombre deje de concebirse inmóvil en el centro, con la naturaleza a sus pies. El hombre y la naturaleza deben referirse juntos al sol constituido por la gran aventura de la vida.

        La naturaleza puede ser partner del hombre. Esta afirmación ha perdido su evidencia para el hombre tecnológico. Más aún, ni siquiera ve su sentido. En cambio, ocurre lo contrario en muchos pueblos subdesarrollados, que han conservado una relación bilateral con el cosmos y, en consecuencia, una sabiduría ecológica. ¿No será acaso el papel histórico de los pueblos subdesarrollados civilizar, desde este punto de vista, a los pueblos desarrollados?

        Para que se establezca una nueva relación con la naturaleza, es necesario revolucionar los módulos expresivos que nos son familiares. Basta pensar en la euforia por la conquista de la luna y en la contribución de la retórica de ocasión al mito prometeico.

        El acceso a la nueva ética se realiza por la puerta baja de la humildad. Es duro para el hombre, que se ha separado de la naturaleza y se ha contrapuesto a ella, admitir que es uno de los numerosos intentos experimentales de la misma naturaleza; como experimento, es el más reciente y pertenece ciertamente a los planes más arriesgados de la naturaleza. Debe temer que, como ya antes que él otras muchas especies, pueda ser expulsado de la evolución cual intento abortado.

        El reajuste de la relación con la naturaleza a nivel ético no es sólo una medicina amarga que la humanidad debe deglutir si quiere curar de sus males. Al tratar a la naturaleza como partner, el hombre se beneficiará de una comprensión más profunda de la misma naturaleza. Pues sólo se puede comprender lo que se toma en serio. El beneficio personal será aquella particular sabiduría del hombre que vive en simbiosis con la naturaleza, de la cual existe una vaga nostalgia.

        La sabiduría que se puede aprender de la naturaleza no es sólo la instintiva, representada por el hombre que vive en contacto con la naturaleza haciendo uso de sus cinco sentidos no atrofiados. Hoy es sobre todo a través de la ciencia como el hombre puede aprender la sabiduría de la naturaleza.

        No sólo la tecnología es fruto del desarrollo de la ciencia, sino también un mejor conocimiento del hombre y del universo que le rodea. El curso de los acontecimientos futuros puede verse influido de manera decisiva por el conocimiento de la sabiduría de la naturaleza, que nos ayudará a escoger entre las diversas alternativas. Por la vía sapiencial se están poniendo a punto eminentes hombres de ciencia.

        La religión judeo-cristiana armoniza sin violencia con esta nueva ética ecológica. Además de la categoría bíblica del hombre guardián de la naturaleza, se puede inspirar en la noción de alianza. En el mundo de la Biblia no sólo existe la alianza particular con Abraham y su descendencia en orden a la historia de la salvación, que conduce a Cristo.

        Hay también una alianza universal de Dios con todos los hombres, que se refleja en la estabilidad y en el orden de lo creado. Su expresión es la alianza con Noé (Gn 9,8-13). De esta alianza, la imaginación destaca su signo simbólico, el arco iris.

        Como todas las alianzas bíblicas, también ella contiene la promesa de otros signos reales. Son las bendiciones. Estas presentan un carácter concreto y un alcance cósmico; consisten en seguridad, felicidad, salud, fertilidad del suelo, armonía con el mundo animal. A la humanidad entera la alianza le promete que vivir en la tierra en el orden universal constituirá la bendición del Señor. En el anuncio de esta alianza encuentra el cristianismo la base para proponer una nueva relación con la naturaleza en lugar del antropocentrismo, que conduce a la esquizofrenia.

        Un 2º aspecto de la ética contemporánea necesitado de una urgente revisión de rumbo es el del mito del progreso. La utopía progresista, que desde hace dos siglos embriaga el pensamiento occidental, se identifica cada vez más con metas de orden cuantitativo.

        De las conquistas en el orden de la libertad civil y de conciencia se ha pasado al dominio cada vez más férreo de la naturaleza; el último paso lo constituye el ideal de la abundancia de bienes, de la multiplicación de necesidades y de la consiguiente escalada del consumo.

        El evangelio de esta religión consumista sólo conoce una bienaventuranza: "Bienaventurado el que posee". Un mensaje tácito está en la base de todos los anuncios publicitarios: "Sólo te falta una cosa para ser feliz; ve, cómprala y quedarás satisfecho".

        La promesa de la felicidad, ligada a los productos de la sociedad de consumo, arrastra al hombre a un abismo sin fondo. En efecto, es imposible satisfacer las necesidades propiamente humanas (necesidades espirituales, necesidad de vivir la fiesta, exigencia de gratuidad y de amor) si primero no se han satisfecho las necesidades de base biológica.

        Ahora bien, en la sociedad del bienestar (conocida ya como la "aflluent society") las necesidades primarias están hipertrofiadas, de suerte que no se llega nunca a su plena satisfacción. La mejora de las condiciones de vida sólo satisface temporalmente. Al sentirse desequilibrado, el hombre vuelve a las necesidades primarias y pide cada vez más: más bienes de consumo, salarios más altos para comprarlos y, para ello, más trabajo.

        Desde hace algunos años, un movimiento de protesta atraviesa esta sociedad, fundada sobre el mito del progreso entendido como crecimiento cuantitativo.

        Ya antes de que el Club de Roma denunciase que el crecimiento tiene límites intrínsecos a las posibilidades naturales, miles de jóvenes de todo el mundo se alejaron del tipo de vida establecido por la civilización occidental. Nacieron las contraculturas".

        El denominador común de todo esto es lo mismo: la denuncia de una felicidad basada en el tener, en lugar del ser. Y no sólo del ser mañana (como expresión de una confianza en la perfectibilidad de la naturaleza humana y en la posibilidad de recrear el paraíso en la tierra, identificado comúnmente como ideal de vida americano), sino del ser hoy, en el "aquí y ahora".

        Bajo la bandera de la "calidad de la vida", las contraculturas libran valerosas batallas para despedazar el mecanismo frustrador de la civilización de consumo y para librarse de los deseos artificialmente suscitados por la persuasión oculta, los cuales no responden a necesidades reales.

        Con ello se abren senderos nuevos para satisfacer las necesidades más propias del hombre:

-la necesidad de amar sin hipocresía;
-la necesidad de ser libre derribando los muros invisibles de la prisión edificada por la dependencia de los bienes de consumo;
-la necesidad de crear por el placer del acto creador y no por obedecer al mito de la eficiencia;
-la necesidad de contemplar y de adorar.

        En esta búsqueda multiforme, el cristianismo puede insertarse de dos maneras. Negativamente, desenmascarando el culto del crecimiento cuantitativo como religión subyacente e inconfesada de nuestro tiempo. Positivamente, con el fermento del espíritu de las bienaventuranzas. Un crecimiento en este sentido, además de ser perfectamente ecológico, satisface las necesidades más auténticas de la persona humana.

.

  Act: 13/10/25       @portal de ecología            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A