Hombre y Creación

Antoni Carol
Mercabá, 3 noviembre 2025

        La ecología es de esas cosas de las que antes nadie hablaba y hoy se han convertido es un tema de gran actualidad. No es para menos, pues en ello nos va la supervivencia y la sostenibilidad de nuestro mundo.

        Hemos de comenzar afirmando, por tanto, que la actitud y el respeto ecológico responden a una exigencia básica: el deber moral de conservar y cultivar aquello que nos ha sido confiado (en este caso, la creación).

        El propio Creador, antes de traer al hombre a la existencia, se tomó un tiempo largo para preparar en la Tierra un entorno suficientemente ecológico como para que fuera habitable por nosotros. Por lo menos, eso es lo que narra el libro del Génesis.

        En el Relato de la Creación del Génesis el hombre aparece casi al final: en el sexto día. Y es justamente en ese relato de la creación del hombre cuando la Sagrada Escritura experimenta un cambio en su manera de expresarse. Según dicho relato, el Creador pareció detenerse antes de llamar al hombre a la existencia, como si volviese a entrar en sí mismo para tomar una decisión.

        En concreto, al crear al hombre, Dios exclamó: ''Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza'' (Gn 1,26). Notemos este hecho: que cuando se trata del hombre, Dios (por 1ª vez) habla en 1ª persona y en plural. Nunca lo había hecho antes.

        En efecto, hasta entonces el lenguaje de Dios había usado expresiones como ''haya luz'' (Gn 1,3), ''haya un firmamento" (Gn 1,6), ''haya estrellas'' (Gn 1,14)... Es decir, hasta aquel momento había hablado Dios con un tono imperativo e impersonal, como si todo aquello que estaba haciendo prácticamente no le afectara. 

        De repente, refiriéndose al hombre y a la mujer, Dios habla en 1ª persona del plural, como para dar a entender que se co-implica personalmente en lo que está creando, lo cual es tanto como decir que Dios se complica la vida. Es decir, ¡Dios se la juega!

        Llegados a este punto, vale la pena referirnos a una idea que Juan Pablo II contribuyó a difundir: ''El hombre es sacerdote de toda la creación, habla en nombre de ella'' (Cruzando el Umbral de la Esperanza, ed. Plaza & Janés, Barcelona 1994, p. 389).

        Realmente, a 1ª vista, puede resultar extraña esta afirmación, o por lo menos no nos resulta familiar, ya que con sacerdote identificamos inmediatamente la imagen del cura o del presbítero, y en este caso se aplica el término sacerdote a todo hombre. La idea, sin embargo, es bonita y fecunda.

        ¿Qué significa ser sacerdote?, ¿quién es ese sacerdote? En principio, aquél que hace de mediador entre Dios y los hombres. Juan Pablo II nos dice, en el libro citado que todo hombre, por la voluntad de Dios, es mediador entre él y la creación.

        Por describirlo mejor, el hombre (cada mujer y cada varón) es administrador de la creación, de manera que (con agradecimiento) tiene que reconocer la creación como un don venido de la divinidad, lo ha de perfeccionar y finalmente, realizando el correspondiente ofrecimiento de las obras, tiene que devolverlo a Dios.

        Tanto es así, que Dios espera que el hombre hable en nombre de la creación. Toda criatura, toda cosa existente, habla del Creador y da gloria al Señor, es decir, toda cosa creada (a su manera) contribuye a reflejar la perfección y la belleza divinas.

        Todo existente y todo viviente habla de Dios siguiendo ciegamente las inclinaciones de su naturaleza. El hombre, en cambio, está destinado no solamente a hablar de Dios de una manera más profunda y a la vez más elevada, sino que sobre todo puede y debe hablar a Dios, pues está hecho a su imagen y semejanza.

        El hombre sí que puede hablar de verdad: con inteligencia y voluntariedad. Sí, con libertad, que por eso se dice que es un animal débil en instintos. Aquí reside el aspecto que radicalmente diferencia al hombre del resto de los existentes: el hombre ha de ser moralmente un ecologista. Pero, a la vez, puede degenerar en el menos ecologista de los vivientes en la Tierra. De hecho, puede no querer hablarle a su propio Creador e, incluso, puede ir en contra de su propia naturaleza.

        Había afirmado Ortega y Gasset que, mientras el tigre no puede destigrarse, el hombre sí puede deshumanizarse. Dramática posibilidad ésta, ya que, si bien es cierto que ''Dios perdona siempre y el hombre, a veces'', al mismo tiempo, la realidad muestra que ''la naturaleza no perdona nunca''. Ya lo hemos dicho: es una cuestión moral y, además, es una cuestión de sostenibilidad de la vida humana.

        Esta simple observación (que el hombre puede y debe hablar de Dios de manera distinta de los otros seres) lo sitúa en un status muy singular, en una situación de privilegio.

        La Sagrada Escritura así lo refiere en uno de sus salmos: ''Cuando veo los cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas, que tú pusiste, me digo: ¿Qué es el hombre, para que de él te acuerdes? Lo has hecho poco menor que los ángeles, le has coronado de gloria y honor. Le das el mando sobre las obras de tus manos. Todo lo has puesto bajo sus pies'' (Sal 8, 4-7).

        Digámoslo nuevamente, el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y eso marca un estilo de amor: un amor respetuoso de la creación que le ha sido legada. En definitiva, un amor ecologista.

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