Reto IV de la Tierra: la población

Joaquín Menacho
Mercabá, 3 febrero 2025

        Hoy en día se afirma que una de las causas de la degradación ambiental es la superpoblación, y que la presión demográfica ejercida sobre el medio natural es una causa de los problemas ecológicos, pues una población con un crecimiento importante implica una sobreexplotación del medio en el que vive.

        Esto es cierto en determinados lugares, como algunas zonas de África (con un clima próximo al desértico, que ve como su escasa vegetación es destruida por la ganadería y la recolección de leña), y también es cierto en otros puntos del planeta, como en Guatemala (donde se produce una fuerte deforestación de tierras vírgenes, que se convierten en tierras de cultivo).

        Pero todo esto no es más que una apariencia. La cuestión, si se quiere examinar fríamente, es: ¿existe una correlación objetiva entre superpoblación y destrucción del medio?

        Para responder a esta pregunta, primero tendríamos que definir qué entendemos por superpoblación. Si entendemos por superpoblación aquella que supera la capacidad del país para alimentarla, llegaríamos a la absurda conclusión de que Holanda está despoblada (con 1.044 hab/km2) mientras que Sudán (con 27 hab/km2, es decir, con una densidad de población 38 veces inferior) está superpoblado.

        En resumidas cuentas, es la ausencia de una tecnología adecuada lo que produce la superpoblación. En Sudán no se produciría la destrucción del medio por la recogida de leña, si su población dispusiese de un suministro de combustible que hoy en día no puede permitirse. No olvidemos que, para los pobres, es más urgente el hambre de hoy que el medio ambiente de mañana. No se puede pedir otra cosa.

        Por otro lado, los hechos indican que no existe correlación entre superpoblación y problemas medioambientales. El ejemplo de Guatemala que acabamos de citar se entiende de diferente manera si pensamos que en aquel país el 2% de los propietarios acaparan 2/3 de las tierras cultivables. Es lógico que el resto de los agricultores tengan que roturar nuevas tierras.

        Con estos datos en la mesa, ¿es esto un problema de superpoblación o de distribución? Porque Paraguay, uno de los países con más baja densidad de población de América, es el país con el mayor índice de deforestación de América. E incluso Argentina y Uruguay, de población poco densa, son los que presentan los más altos índices de erosión y salinización de tierras. 

        Respecto a la destrucción de la selva amazónica del Brasil, ésta no tiene nada que ver con el aumento de población autóctona, sino con el intento de evitar una reforma agraria que conllevase una colonización de la selva.

        En resumen, no puede decirse que el crecimiento de población sea causa de la degradación ambiental. En su lugar, habría que hablar de un conjunto de factores tecnológicos, sociales, políticos y económicos.

a) La cuestión demográfica

        Es de dominio publico que la población de nuestro planeta está experimentando un crecimiento sin precedentes durante los últimos 100 años. De hecho, los habitantes de nuestro planeta han pasando de los 1.600 millones (ca. 1900) a los 6.000 millones (ca. 1999), hoy somos 8.000 millones (ca. 2020), y la ONU espera que se superen los 12.000 millones (ca. 2050).

        Para hacernos una idea de esta evolución, aportamos las claves del baby boom (1950-1970), o comienzo del crecimiento explosivo de la población mundial[1]:

 

1950/55

1965/70

1985/90

1990/95

Índice.de.crecimiento.anual.promedio,.%

1,78

2,04

1,72

1,48

Crecimiento.anual,.millones.de.habitantes

47,0

71,9

87

81

        El crecimiento demográfico mundial es, huelga decirlo, enorme. Durante el s. XX, la población no sólo fue cada año más numerosa, sino que el incremento anual fue también mayor (en 1950 de 47 millones, y en 1985 de 87 millones).

        Sin embargo, este crecimiento inició un proceso de enfriamiento en los últimos años del s. XX, cuando el índice de crecimiento anual disminuyó del 2,04 al 1,48. La población crecía, sí, pero no ya de manera acelerada, y a inicios del s. XXI la velocidad de crecimiento disminuyó.

        ¿Cuál será la evolución futura? Está claro que la humanidad seguirá creciendo durante los próximos decenios. Pero su evolución a largo plazo sigue siendo una incógnita. Las previsiones elaboradas por la ONU para el s. XXI presentan tres hipótesis posibles:

-una variante alta, según la cual la población mundial superaría los 10.000 millones de habitantes hacia mediados de siglo y seguiría creciendo;
-una variante media, en virtud de la cual, en el año 2050, la población se acercaría a los 9.000 millones de habitantes, pero con un crecimiento bajísimo, con una tendencia a la estabilización de la población mundial;
-una variante baja, que prevé una población de unos 7.300 millones de habitantes para el año 2050, con inicio de un proceso de reducción de la población mundial que se acentuaría en el futuro.

        Si consideramos la variante media, y la miramos con un poco de perspectiva histórica, podemos concluir que estamos viviendo un momento de transición fortísima en lo que respecta a la demografía de nuestro planeta.

        Si a principios del s. XIX, la población del planeta era de 1.000 millones de habitantes, a mediados del s. XXI podemos esperar una estabilización de la población en torno a los 12.000 millones. Durante estos 250 años, la población mundial habrá dado un salto como consecuencia de la revolución industrial, científica y tecnológica.

        Ésta es la situación que estamos viviendo y que comporta unas consecuencias problemáticas. La falta de alimentos y de tierra habitable, que ya se deja sentir en algunas zonas del planeta. Las necesidades de una humanidad en rápido crecimiento también crecen de forma rápida. Y cuanto más elevado sea el grado de desarrollo de dicha población, tanto mayor será esta demanda.

        Una característica agrava dramáticamente el problema: la heterogeneidad de la situación según la zona del planeta. Un niño nacido hoy en Gambia tiene una esperanza de vida de 46 años, mientras que en España, un niño nace con una esperanza de vida de casi 80 años. Mientras en el Primer Mundo la mortalidad infantil es inferior al 1%, en Sudamérica a menudo supera el 3% y en África es del 10%.

        Todo ello ha llevado a plantear el tema demográfico como uno de los factores de riesgo ecológico. Así lo hicieron las Naciones Unidas cuando convocaron la Conferencia del Cairo-1994, después de la Cumbre de Río-1992.

b) La concentración urbana

        Uno de los fenómenos que ha avanzado con más decisión a lo largo del último siglo ha sido la concentración urbana de la población. Mientras a principios del s. XIX sólo un 5% de la población mundial vivía en las ciudades, hoy en día es ya el 45%, y en los próximos 15 años seguramente se llegará al 55%.

        Esto es especialmente grave en los países en vías de desarrollo, en los que el crecimiento de las grandes ciudades no puede ir acompañado de la correspondiente actuación urbanística y de servicios.

        La ciudad representa un ecosistema completamente diferente de los ecosistemas naturales. En ella, la población de consumidores es desproporcionadamente superior a la de productores: por ello la ciudad necesita importar gran cantidad de energía del exterior, en forma de agua, alimentos o energía propiamente dicha (química, eléctrica...).

        Tampoco hay que olvidar que, actualmente, el 19% de la población mundial vive ya en las grandes ciudades (de más de 750.000 habitantes)... y buena parte en países subdesarrollados, en los que los problemas generados por el desequilibrio ecológico están menos controlados.

        Desde el punto de vista de la ecología, las ciudades producen diferentes efectos sobre el entorno exterior a ellas. En 1º lugar, hay que mencionar la exportación de residuos de la ciudad que produce contaminación de suelos y aguas.

        Sobre todo, el efecto de las vías de comunicación es especialmente destructivo: la fragmentación de los biotopos debido al paso de una vía de ferrocarril o de una autopista provoca la huida o la extinción de muchas especies animales.

        La concentración de la población en las grandes ciudades afecta fuertemente a su entorno, por tanto, pero lo hace debido al exceso de demanda (que le exige tanto la explotación agraria como la explotación intensiva, de los parajes naturales destinados a espacios de ocio).

        Se trata, en resumen, de un proceso de hipertrofia de las ciudades en detrimento de la vida agraria. Para invertir esta tendencia, habría que incentivar la vida en núcleos de población más pequeños y esto sólo podría hacerse canalizando inversiones en estrategias de desarrollo de las poblaciones rurales pequeñas.

        La concentración de la población en territorios tan pequeños como las ciudades comporta también una concentración de los requerimientos básicos (agua, energía, alimentos, vivienda) y también una concentración de la producción de residuos. En términos generales, ésta es la proyección en cuanto a la concentración urbana de población[2]:

 

Población,.1995

Población,.2025

México

16.562.000

19.180.000

Sao Paulo

16.533.000

20.320.000

Bombay

15.138.000

26.218.000

Shangai

13.584.000

17.969.000

Buenos.Aires

11.802.000

13.853.000

Seúl

11.609.000

12.980.000

Lagos

10.287.000

24.640.000

Karachi

9.733.000

19.377.000

Dacca

8.545.000

19.486.000

Metro.Manila

9.286.000

14.657.000

El Cairo

9.690.000

14.418.000

Jakarta

8.621.000

13.923.000

Estambul

7.911.000

12.328.000

        Es especialmente universal el efecto de la contaminación atmosférica en las ciudades debido a la acumulación de los residuos generados. Recordemos, por poner un ejemplo significativo, los episodios de restricción del tráfico a causa de la contaminación en París en el otoño de 1997.

        Los principales ingredientes de la contaminación del aire urbano son los residuos de la combustión de los derivados del petróleo: dióxido de carbono (CO2), monóxido de carbono (CO), alquitranes, hidrocarburos, plomo, óxidos de azufre y nitrógeno y partículas de carbón y cenizas. Las industrias emiten todo tipo de sustancias peligrosas.

        La contaminación atmosférica puede adoptar diferentes formas y características. Las dos más importantes son el smog ácido y el smog oxidante (o fotosmog).

        El smog ácido se produce en situaciones anticiclónicas, frías y húmedas (es el caso típico de Londres). Una atmósfera húmeda en la que, debido a la estabilidad del aire provocada por la situación anticiclónica, se produce una elevada concentración de óxidos (sobre todo de azufre y nitrógeno) y se comporta como un medio ácido.

        Esto tiene un efecto corrosivo muy fuerte sobre los metales y sobre los edificios en general. Si bien la acidez no tiene un efecto grave sobre la salud humana, si se le añade el efecto de los aerosoles y cenizas, puede producir enfermedades graves.

        Por lo que se refiere al fotosmog, se caracteriza por la presencia de determinadas sustancias clave: el ozono, el monóxido y el dióxido de nitrógeno, y los hidrocarburos aromáticos. Se produce en situaciones de estabilidad atmosférica, pero en lugares de poca humedad y temperaturas elevadas (como Atenas o Los Angeles).

        La energía solar actúa sobre estas sustancias presentes en la atmósfera, descomponiendo los óxidos y liberando átomos de oxígeno libre, de reactividad máxima. Esto provoca reacciones que acaban generando productos diversos (ozono, peroxiacilnitratos y aldehídos), irritantes para los tejidos vivos, animales y vegetales.

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  Act: 03/02/25       @portal de ecología            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A  

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[1] Fuente: ONU Population Division 1997.

[2] Fuente: Informe PNUD 1998.