Al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios

Zamora, 19 diciembre 2022
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Para pensar hay que ponerse antes a comer. Tal obviedad nos lleva a trabajar en la parte que nos toca ("el que no trabaje que no coma", dijo San Pablo) y a procurar, también en la parte que nos toca, que sea bien administrado el producto del trabajo, tanto mío como de todos los demás productores de bienes y servicios.

         Por delegación nuestra, al poder político corresponde la administración del erario y velar por la fluidez de los canales de distribución. Ello implica un coste que, entre todos y a la medida de nuestras posibilidades, estamos obligados a cubrir. Es lo que se desprende de la respuesta de Jesús a los fariseos: "Dad al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22, 21).

         En democracia, el césar o gobernante (regular, malo o menos malo, según el acierto de nuestros votos) es producto de la política con sus aparatos de poder (partidos, líderes, fiestas electorales... todo ello transitorio pero imprescindible para el orden social) procura que todos podamos trabajar y vivir en relativa libertad. De esos gobernantes depende nuestra intendencia (cuyo costo nos corresponde satisfacer), y por eso les respetaremos en el uso de sus funciones. Pero no les regalaremos lo que corresponde a Dios, porque la "fidelidad hasta la muerte", que muchos de ellos intentan exigirnos, sólo le corresponde a Dios.

         Por cierto, además de esa "fidelidad hasta la muerte", lo que también debemos a Dios es una correspondencia a su inmenso y eterno amor, amando a los demás desde nuestra propia realidad y en la línea que nos enseñó Jesucristo. No encontraremos mejor forma de responder a los dictados de nuestra conciencia, de la historia y de las más recientes aportaciones de la ciencia.

         Es lo que hemos intentado demostrar en las precedentes enseñanzas de la vida, en que hemos visto que el pensamiento (o facultad de pensar) es un "natural resultado" de ese fantástico proceso de creación-evolución que, desde el principio de los tiempos, fue cubriendo las sucesivas etapas de la historia, y cada día con mayor claridad (desde que la ciencia mostró la magistral complejidad y complementariedad de esta creación, que desechaba toda fortuita intervención del azar).

         En efecto, hemos visto cómo toda la obra del universo, con todo el tiempo por delante, y con escrupuloso ajuste a las leyes que rigen la permanencia y perfeccionamiento de lo grande y de lo pequeño, parecía responder a una muestra de amor de quien vive en perpetua libertad, a propósito de una enamorada convergencia en la eterna plenitud.

         Principal objeto de ese amor era el ser físico-espiritual, que además de reunir en sí mismo todas las perfecciones (de los otros seres anteriores y coetáneos de él), gozaba de una exclusiva facultad en el ámbito de lo natural, pudiendo incluso colaborar reflexivamente en la obra de la creación-evolución. Colaboración que ese hombre puso en marcha, desde el completo uso de su libertad, y en directa correspondencia al amor con que fue distinguido, a través de un trabajo diario según sus capacidades.

         Trabajar y compartir han sido, pues, las más fecundas consecuencias de la libertad, sin la cual carece de sentido ese especial amor con que el Creador ha distinguido a su criatura inteligente, con capacidad para optimizar su propio destino y responder a ese especial amor (con la entrega al servicio de sus semejantes).

         Con el paso del tiempo, vimos también que a ese espíritu humano generoso le sobrevino un escalofriante e inédito sentimiento: se vio a sí mismo como un ser importante, amado desde toda la eternidad y revestido de la libre facultad de responder (o no) al amor abierto. Y se lanzó en búsqueda de una inimaginable plenitud, como libre y consciente hacedor de una historia (la suya propia) cuya orientación progresiva era, en parte, su propia responsabilidad.

         En la búsqueda de su propio destino, surgió entonces en el hombre lo malo junto con lo bueno, lo mejor y lo peor de sí. Y las consecuencias empezaron a aparecer.

         Hasta que en Belén, y desde una voluntaria asunción de la condición humana (Jesucristo), el Creador del universo se asoció en libertad a todos sus hermanos, a esos hombres y mujeres que, desde hacía ya tiempo, habían poblado el mundo entero.

         De esa asociación libre y responsable entre Dios y el hombre (Jesucristo, y sus seguidores) surgió la más realista manera de amorizar la Tierra: ciencia y esfuerzo, trabajo y fe... factores de una ilusionante y muy positiva forma de amar, que era tanto como crear el soporte comunitario de una precisa eliminación de la servidumbre y esclavitud que el hombre, por sí solo, se había fabricado. Todo ello superando las mil ocasiones para el desaliento, porque (no nos engañemos) todavía faltaba mucho camino por recorrer, y "siempre habrá pobres entre nosotros".

         Entre tanto, los que somos partidarios de esa nueva comunidad libre y humanitaria contamos con una clara luz para descubrir y seguir el camino. Es mucha la tarea y muy débiles las fuerzas, pero ahí está la gracia de ese Creador que ya es Dios nuestro, y Padre nuestro. Porque en el caudal de la gracia encontramos energía suficiente para, en directa sintonía con los derechos de nuestros semejantes, desarrollar nuestra labor amorosa de cada día.

         Es así cómo, en el día a día, encontramos múltiples ocasiones para reorientar una y otra vez nuestro propio ser, en estrecha sintonía con la realidad del universo y saboreando progresivamente nuestra personal labor de amor y libertad.

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  Act: 19/12/22        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A