Contra-reforma católica: la vuelta a las costumbres

Zamora, 17 julio 2023
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Los libros de historia fijan en el 1492, año del descubrimiento de América, el comienzo de la Edad Moderna. Pero si nos referimos a la cuestión religiosa, y consideramos moderno a lo que rompe con el pasado, es en la rebelión de Lutero y su Reforma Protestante, para bien o para mal, donde hemos de ver el inicio de la modernidad religiosa.

         Para muchos de los aficionados a la historia, Lutero da fuerza moral a la Revolución Burguesa, tanto que se puede hablar de una ética protestante como fuerza constituyente de ese capitalismo luterano del que habla Max Weber.

         Lo de la "fe sin obras", que predicó Lutero, ofrec una oportuna coartada a algunos príncipes alemanes y muchos hombres de negocios (burgueses), a los que cos muy poco trabajo suponer que el éxito en los asuntos de este mundo era muestra de predestinación divina.

         Pronto vendría el fundamentalismo calvinista a prestar a esa presunción carácter de dogma, mientras que fueron arrinconadas como antiguallas esas consideraciones al estilo de "el pan que no comes pertenece a los que tienen hambre, el agua que no bebes a los que tienen sed, el vestido que no usas a los que tienen frío" (que de escrito San Ambrosio), para tomar en mayor consideración la revolucionaria recomendación del "di que crees y déjate llevar por tus afanes de riqueza". ¿Qué más se puede pedir para tomar al prójimo como medio, y no como fin?

         A nivel general, no cua en los países católicos esa moderna forma de tratar las responsabilidades personales, y de ahí la causa del tardío despunte del capitalismo español, portugués, italiano... Sobre todo porque costaba trabajo creer en él, máxime cuando el auge que conseguía lo hacía a expensas de los medios de producción.

         Por lo demás, vemos ejemplos de prosperidad nacidos al margen del individualismo insolidario de la revolución burguesa, en el campo católico. Y es que siempre ha sido, y será posible, un éxito nacido de la armonía y del esfuerzo común, enfocado hacia el bien y para el bien de todos. Más adelante tendremos ocasión de volver a este asunto.

*  *  *

         Pese al éxito que en media Europa tuvo la avalancha de lo que se presentó como "necesaria reforma de la Iglesia", España siguió siendo católica en todos sus reinos y provincias. Tuvieron los españoles presencia muy activa en el Concilio de Trento, y los españoles fueron los primeros "soldados de Cristo" integrados por la Compañía de Jesús, por ejemplo.

         Fundada en 1540 por San Ignacio de Loyola, la Compañía de Jesús "trajo a la cultura de su tiempo un espíritu nuevo, abierto, humanista y apostólico", según Hirschberger. Y además del fundador ("un cojo que, cojeando, llegaba siempre hasta el final", como diría Pemán), no pocos jesuitas españoles hicieron historia en el mundo del pensamiento.

         Entre ellos destacó el jesuita Francisco Suárez, para quien el hombre es creador de su propio destino, y es libre porque Dios ha querido que sea libre y responsable. Adapta así Suárez la doctrina tradicional de la Iglesia a las cosas y asuntos de cada día, sin rehuir ninguno de los problemas que subyacen entre personas y pueblos. Fue el gran maestro del realismo cristiano, en la nea marcada por la Iglesia y con un ojo crítico para las corrientes de la historia, desde la humilde aceptación de las propias limitaciones.

         En una época inclinada a confundir a la razón con la fuerza o al éxito en la batalla con la voluntad de Dios, Suárez se atreve a marcar los límites al "derecho de intervención", que para sí reclamaban las potencias del momento. Y todo ello con una candente actualidad, a través de un penetrante Guerra, Intervención y Paz Internacional en que muestra que no hay conquistas legítimas sino:

-las que se hacen para defenderse,
-las
que redundan en provecho para el vencido y para el vencedor, como ya había señalado Aristóteles en su Política.

         Es verdad que Suárez no despertó el mismo eco mundial que Cusa, Spinoza, Montaigne, Descartes, Hume o Hegel, sobre todo porque mar sus propios límites a la "loca de la casa", y renunció a trascender los límites de la doctrina y del sentido común. Y también porque los partidarios de templar gaitas, con tal o cual movimiento contemporizador, prefirieron seguir al amparo y capricho de los poderosos.

         Pero si filosofía es sabiduría de la vida, en su preocupación por captar o interpretar la realidad en la que se desarrolla la trayectoria vital en todas las dimensiones, he aquí a uno de sus más respetables filósofos. Al igual que lo fue el también español Luis de León, uno de los mayores eruditos de su tiempo y perfecto dominador del hebreo, griego, latín, caldeo e italiano.

         Monje agustino desde 1543, y profesor de Filosofía en la imponente Universidad de Salamanca, fue condenado Luis de León a 4 años de prisión por el atrevimiento de traducir al castellano el Cantar de los Cantares, de Salomón. Una vez rehabilitado, volvió a su tedra y, mostrando estar libre de cualquier rencor, arrancó su intervención con la frase "decíamos ayer". Es decir, nada de mirar hacia atrás, cuando el futuro es la puerta a la esperanza, y lo que cuenta es el valor  de la propia razón. Antes, en su celda, había escrito:

"Aquí la envidia y mentira me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y con pobre mesa y casa en el campo deleitoso
con sólo Dios se compasa, y a solas su vida pasa
ni envidiado ni envidioso".

         A la vista del elevado tono de alguna de sus composiciones poéticas, su contemporáneo Custodio Vega le calificó de "gran místico doctrinal", a lo que él respondió: "Yo no soy uno de ellos". Pero sí que fue un cristiano comprometido en la solución de los problemas de su tiempo, aparte de uno de los mejores poetas de la Contrarreforma, sobre todo cuando escribe:

"No condeno del mundo
la máquina, pues es de Dios hechura;
en sus abismos fundo la presente escritura,
cuya verdad el campo me asegura. Inciertas son sus leyes,
incierta su medida y su balanza, sujetos son los reyes,
y el que menos alcanza,
a miserable y súbita mudanza.
No hay cosa en él perfecta;
en medio de la paz arde la guerra,
que al alma s quieta en los abismos cierra,
y de su patria celestial destierra. Es caduco, mudable,
y en sólo serlo s que peña firme;
en el bien variable,
porque verdad confirme
y con decillo su maldad afirme".

         Mur Luis de León en 1591 en su Convento de Madrigal, ya retirado de toda actividad académica y entregado a la tarea de ponerse en paz con Dios. Durante unos cuantos años, su obra pasó desapercibida hasta que el genial Quevedo se preocupó de editar, y dar a conocer, una buena parte de ella.

         A Francisco de Quevedo le gustaba ser considerado como el Heráclito cristiano, y aunque podría aspirar al 1º puesto en la poesía de su siglo y de cualquier época, creemos que ha de ser aceptado como el filósofo del sentido común. Sobrecoge la sensibilidad y realismo trascendente de sus sonetos, como éste:

"Cerrar pod mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía hora, a su afán ansioso lisonjera.
Mas no de esotra parte en la ribera dejará la memoria, en donde ardía.
Nadar sabe mi llama el agua fría, y perder el respeto a ley severa.
Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
su cuerpo dejará, no su cuidado. Será ceniza, mas tendrá sentido,
polvo será, mas polvo enamorado".

         Si  hemos de recordar a otros españoles, que aplicaron lo mejor de sus energías a sintonizar con la realidad, no podemos pasar por alto a Santa Teresa de Jesús y a San Juan de la Cruz, los místicos españoles de mayor reconocimiento mundial y los más apasionados e incansables peregrinos del reencuentro con el amor divino.

         San Juan de la Cruz glosó dicho amor con frecuentes pasajes de poesía pura, de viva sica del alma, de estrecha unión con el Amado, de purísima ciencia de la vida, de razón del ser y del pensar. Basta recordar lo de:

"Buscando mis amores
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores, ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.
¡O bosques y espesuras
plantadas por la mano del Amado!,
¡o prado de verduras
de flores esmaltado!,
decid si por vosotros ha pasado.
Mil gracias derramando
pa por estos sotos con presura;
y, yéndolos mirando, con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura".

         No dudamos que fue San Juan de la Cruz uno de los pocos seres humanos que llegaron a saborear en este mundo un anticipo de la verdadera vida a raudales de amor y libertad. Eran vivencias que le impulsaban a trabajar por los demás, a roturar caminos de realismo cristiano, a corregir graves fallos de muchos de sus hermanos. Y todo ello en estrecha colaboración con su gran cómplice en la pluma, la doctora Santa Teresa de Jesús, la cual también podía muy bien decir:

"Vivo sin vivir en mí, y de tal manera espero
que muero porque no muero".

         Mientras vivieron, ambos se aplicaron a la verdadera humanización de su entorno, sin divagaciones estériles y en contundente réplica a las corrientes de la Reforma Protestante. En cierta forma, encontraban eco entre algunos predicadores de las diversas órdenes religiosas, y el Carmelo les debe una reforma en profundidad con proyección hacia toda la comunidad cristiana.

         Al parecer, Santa Teresa vivía más pegada a las realidades del día a día que su compañero de equipo, pero está claro que ambos ajustaron sus vida a las pautas del realismo cristiano, trabajando por la verdadera vida en un arrobo total.

         Las experiencias sticas de una y de otro sugieren caminos de difícil encuentro, pero de posible acceso. Bastaba amar sin límites la verdad, y disponerse a recibirla desde la humildad y un amor incondicionado. Será entonces cuando la fe, la razón y el sentimiento se fundirán, en certera percepción.

         Brillaron también en la Contra-Reforma católica los españoles Vitoria, Báñez y Molina, desde su actualización de la "filosofía inmemorial" y a través de los precisos límites a la intromisión del poder político en el ámbito de las conciencias.

         Sobre todo la Escuela de Salamanca, que se guardó muy bien de precisar que la autoridad del rey, como la de cualquier poder sobre la tierra, dependía de la voluntad divina, y había de estar al servicio del bien común. Según ello, carece de fundamento todo poder que atente contra la moral natural, haciendo referencia a un maquiavelismo que defendía un poder político sin escrúpulos, capaz de supeditar todas sus acciones a la razón de estado.

         Según la Escuela de Salamanca cualquier genuino poder real, radicalmente distinto al del tirano, ha de estar subordinado a la ley natural, y todas sus prescripciones han de ir encaminadas al servicio de la persona. Si es así, podrá ser aceptado como sabio, justo y razonable.

         Desde esa óptica, el tirano, aunque haya sido entronizado según el orden establecido, pierde su derecho a ejercer el poder, y viene a ser un ser execrable que ha traicionado la voluntad de Dios, en cuanto ha descuidado su obligado servicio al bien común.

         Pero, ¿quién está en condición de juzgar y condenar a ese tiránico poder? El propio pueblo, resuelve el padre Mariana, que en su De Rege et Regis Institutione-1599 justifica la rebelión civil, e incluso la muerte del tirano o tiranicidio.

         Para Francisco de Vitoria, en cambio, la solución puede que no esté en el tiranicidio, pues la tiranía sí que es una perversión de la autoridad legítima, pero la muerte violenta de un tirano no certifica que se esté evitando la llegada de un nuevo tirano, e incluso peor (tal como ha ocurrido múltiples veces, a lo largo de la historia).

         Ante una situación de tiranía, no cabe para Vitoria mejor actitud que la de negar al césar lo que es de Dios, y sólo dar al césar lo que es del césar. Es decir, no dar al sar más de lo "ordenadamente establecido", y exigirle también a él el más estricto cumplimiento de sus obligaciones para con la ley de Dios.

*  *  *

         En la España de la Contra-Reforma, la de los Reyes Católicos Fernando e Isabel, el poder religioso y el poder político vivían en ostensible armonía, pero con responsabilidades sociales perfectamente diferenciadas. Eso sí, en ambos casos había preocupación por llevar a la práctica la consigna evangélica de "al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios”.

         Por supuesto que hubo excepciones, cuya resolución correspondió siempre a la más alta instancia (es decir, a la Iglesia), al estilo de "Roma habla, causa terminada", aplicable para todo tipo de asuntos de este mundo.

         Ejemplo de ello lo tenemos en las Bulas Alejandrinas del también papa español Alejandro VI, que a través de la "línea de demarcación" establecían la partición del nuevo mundo entre España y Portugal. Era entonces Alejandro VI un papa de vida poco ejemplar, pero para los Reyes Católicos fue siempre respetable en cuanto ocupaba la silla del príncipe de los astoles. De hecho ellos mismos, así mismo, no se escondían a la hora de presentarse como los propulsores y defensores del catolicismo.

         En la España de los Austrias, de 1504 a 1713, privó la doctrina de los "límites naturales al poder civil". Sobre todo en el emperador Carlos I de España, monarca con mayores dominios territoriales en toda la historia de la humanidad.

         Por supuesto que, a lo largo de su vida, no todos los comportamientos de Carlos I fueron ejemplares. Es más, hasta podrían achacársele ciertos reproches sobre el "sed imitadores míos" de Jesucristo. Pero lo que sí hay que concederle es las facilidades que dio para la propagación de la fe, para la defensa de la ortodoxia y para el apoyo cerrado al papa, frente a los descarríos protestantes y anti-católicos.

         A pesar de su probada aspiración al absolutismo, el valor superior de la unidad religiosa estuvo muy presente en todos los aspectos de la vida de Felipe II de España, frente a una fe acosada por las distintas ramas de la Reforma Protestante, y un papa muy seriamente amenazado por las incursiones berberiscas y turcas en las costas mediterráneas.

         Para hacer frente a los enemigos de Roma, Felipe II promovió una Liga Santa (integrada por el Imperio español, junto a Venecia, Génova y el papado), puesta al mando de Juan de Austria y heroica en la magfica victoria de Lepanto (ca. 1571). Como se ve, los derroteros de los propios monarcas españoles fueron siempre en la línea de la Contrarreforma católica, anti-protestante y anti-islamista. Y en esa línea movieron todos sus territorios esparcidos por el mundo entero, a lo largo de ese "Imperio donde no se ponía el Sol".

         Es decir, que todos los dominios y territorios de buena parte del mundo, gracias a la España de los Austrias, tardaron bastantes años en dejarse contagiar por el burguesismo racionalista de la Reforma Protestante, que al hilo de ese "esritu burgués" fijaba en el "auri sacra fames" uno de sus irrenunciables valores.

         Con la llegada de la España de los Borbón, en 1713, gran parte de ese aburguesado modernismo racionalista fue prendiendo en una parte de la intelectualidad española, sobre todo cuando los que ponían y quitaban altos cargos eran unos reyes borbones (franceses, y afrancesados) que provenían de la misma cuna del calvinismo, y que se convirtieron al catolicismo bajo la máxima de que "París bien vale una misa", en una de las conversiones más sorprendente de la historia.

         Felipe V de España, nieto de Luis XIV de Francia (el Rey Sol), fue el principal introductor de todos esos "sugestivos aires de paganización", y con él se dio por finalizada la Contrarreforma Católica llevada a cabo por lo mejor de la intelectualidad y espiritualidad del Imperio español.

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  Act: 17/07/23        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A