Creer para entender, y experimentar para saber

Zamora, 12 junio 2023
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Creer para entender fue el posicionamiento de los maestros medievales San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino, conocido el 1º como doctor universal y el 2º como doctor anlico, y ambos coincidentes en la Universidad de París en torno al año 1244, durante el reinado de Luis IX de Francia.

         Alberto y Tomás formaron un tandem medieval de similar carácter al de Ambrosio y Agustín en la antigüedad, con la salvedad de que, entre estos últimos, era Platón preferente referencia sobre Aristóteles (al que, en cierta forma, cristianizaron aquellos, al depurarle de su panteísmo y de los errores propios de quien había vivido 3 siglos antes de la venida de Jesucristo).

         Cuatro años empleó Tomás de Aquino en la redacción de la Suma Teológica, obra maestra de 14 tomos y base de toda la enseñanza católica hasta nuestros as. En ella la reflexión filosófica recorre todo el camino que permite el dictado de los sentidos y la gica natural hasta la misma frontera del misterio, inexplicable por su propio carácter, pero no por ello menos aceptable para todas las personas de buena voluntad puesto que viene avalado por la vida y testimonio del missimo Hijo de Dios.

         Tal es la importancia de la Suma Teológica que, en el Concilio de Trento, fue principal libro de consulta junto con la Biblia y los decretos de los papas. Hoy sigue viva en la reflexión de los exegetas católicos que no han logrado superar cuestiones como la de las 5 pruebas de la existencia de Dios, ni su equilibrada y convincente manera de exponer los postulados de lo que hoy se cataloga como "verdades eternas". Etienne Gilson dice de Santo Tomás:

"No es la originalidad, sino el vigor y la armonía de la construcción, lo que encumbra a Santo Tos sobre todos los escolásticos. En universalidad de saber le supera Alberto Magno; en ardor e interioridad de sentimiento, Buenaventura; en sutileza lógica, Duns Escoto. Pero a todos sobrepuja Tos en el arte del estilo dialéctico, como maestro y ejemplar clásico de una ntesis de meridiana claridad".

         Murió Tomás de Aquino el 7 marzo 1274, con 49 años de edad y tras su última oración al recibir la eucarisa: Ahora te recibo a ti mi Jesús, que pagaste con tu sangre el precio de la redención de mi alma. Todas las enseñanzas que escribí manifiestan mi fe en Jesucristo y mi amor por la Iglesia Católica, de quien me profeso hijo obediente".

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         Casi 300 años después de Tomás de Aquino, el sacerdote polaco Nicolás Copérnico fue el 1º en romper de forma oficial con las llamadas Tablas de Ptolomeo, que pretendían explicar la totalidad del universo como una serie de estrellas (algo más de 2.000) prendidas a la esfera exterior (o firmamento) y subsiguientes esferas, todas ellas conntricas y coincidentes con las órbitas sólidas de Saturno, Júpiter, Marte, el Sol, Venus, Mercurio y la Luna.

         La revolución copernicana vino, por tanto, a alterar tal estado de cosas, y demostró científicamente que la Tierra no era el centro del universo, y sí uno más de los planetas que giran alrededor del Sol.

         Se trata de la obra De Revolutionibus Orbium Coelestium, firmada por Copérnico en 1543, y que vino a concluir que "no es cierto que el Sol y los otros planetas giren alrededor de la Tierra", tras más de 30 años de observación de la trayectoria elíptica de Marte y otros planetas. Es decir, que tanto la Tierra, como el resto de planetas, comparten un fantástico viaje alrededor del Sol.

         Años más tarde, el genial Kepler corroboraría tales conclusiones, enriqueciéndolas con nuevas apreciaciones sobre la inmensidad y las leyes físicas por las que se rige el universo. No obstante, la ciencia oficial seguía reacia a aceptar cualquier remodelación de sus viejos supuestos, y eso que todavía no había llegado Galileo Galilei.

         Tenía 17 años Galileo cuando descubr la Ley del Péndulo. Pocos años más tarde, demostró Galileo que la velocidad de caída de los cuerpos esen relación directa con su peso específico, contrariamente con lo que había defendido Aristóteles (para quien tal velocidad de caída estaba en relación con el volumen).

         Tal descubrimiento supuso para Galileo incurrir en herejía contra la doctrina científica oficial (la de Ptolomeo y Aristóteles, bautizada por Aquino), y por eso hubo de refugiarse en Venecia. Allí siguió investigando el italiano, hasta descubrir en 1609 un anticipo de telescopio que le permitió localizar 4 satélites de Júpiter, las fases de Venus, los cráteres y mares de la Luna, el anillo de Saturno, las manchas del Sol y la inmensidad del universo.

         Se haan abierto nuevos caminos que, para los timoratos de la época, hacían tambalear peligrosamente la fe en la inmutable armonía de las esferas. Hemos de sospechar que su temor real era el de perder posiciones en la consideración social, algo tan simple, tan mezquino y tan humano que no es difícil encontrar en cualquier época y lugar.

         Se ha querido hacer de la persecución a Galileo una prueba del eterno anquilosamiento en que vive la Iglesia, en lugar de una torpe defensa de tal y cual poderoso de turno. Ya hemos hablado de cómo la Iglesia y la ciencia pueden vivir (y, de hecho, viven, sin romper ninguna los moldes de la otra), pero volvamos a hacerlo.

         La Iglesia se basa en la aceptación de determinados e imprescindibles misterios, y en que hay cosas que, aunque sean connaturales a la condición humana, escapan a nuestra capacidad de entendimiento, aunque sean creíbles en cuanto avaladas por la palabra y testimonio de Jesucristo. La ciencia, por su parte, se ocupa de las cosas de este mundo, y estudia lo experimentable desde el sustrato físico-químico (de las realidades perceptibles por los sentidos) y las relaciones y correspondencias (de unas realidades con otras).

         Desde ese reparto de papeles, no hay objeción para admitir que Iglesia y ciencia pueden y deben estar al servicio de la verdad asequible al hombre. Pero en el caso de Copérnico, Kepler y Galileo ambas fallaron, y no supieron captar los cimientos de la nueva ciencia que estaban forjando los 3 grandes sabios del momento (todos ellos de vida y muerte católica), tras los descubrimientos del sacerdote Copérnico.

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  Act: 12/06/23        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A