Del Cogito ergo Sum al Res sunt ergo Cogito

Zamora,5 septiembre 2022
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Porque pienso soy capaz de dictar lo que me venga en gana, sobre el ser y el destino de las cosas. Esa fue la pretenciosa conclusión de ese círculo de "jóvenes doctores" alimentados por la palabrería de un coloso de la especulación, cual resultó ser el tan citado Hegel. En cierta forma y puesto que desarrollaron su actividad intelectual dentro de la órbita cartesiana, ése fue también un fuerte condicionamiento de los más representativos teorizantes de la economía política inglesa y del socialismo francés.

         Es pobre empeño erigirse en dictador de la realidad, aunque para ello nos hayamos servido de toda la fuerza que da un prestigio académico reconocido universalmente o el carácter dogmático prestado al cógito cartesiano, tan escandalosamente capitalizado por los padres del subjetivismo especulativo.

         ¿Cogito ergo sum? Sí, claro, y... Y que sin otro bagaje, que el mi propio pensamiento, yo puedo elevarme a las cumbres del saber, y desde allí decidir qué es esto y qué ha de ser aquello. Tal era la mal disimulada pretensión de todos los racionalistas-idealistas, desde Descartes al último hegeliano.

         Situados en la más elemental óptica realista, la conclusión deberá ser, justamente, la contraria: pienso en razón de que las cosas están ordenadas de tal forma, que hacen posible mi pensamiento.

         Efectivamente, el soporte de mi pensamiento es el cerebro, complejísimo órgano material que realiza la excepcional función de pensar porque, a lo largo de miles de años, sus partículas elementales han ido hilvanándose y entrelazándose según un complejísimo plan totalmente ajeno a mi pensamiento.

         La evidencia dicta que ha tenido lugar un lento y bien orientado proceso de complejización en el que, además de una intencionalidad extra-material, han tomado parte activa las virtualidades físicas y químicas de la materia en variadísimas y sucesivamente superiores manifestaciones, formándose, una tras otra, sucesivas entidades materiales. Es decir, las propias cosas, las plantas y los animales hasta llegar a uno de estos últimos, cuyo más complejo cerebro alcanza la debida preparación para recibir ese "soplo divino" que es el espíritu.

         La evidencia de mi pensamiento puede llevarme, y de hecho me lleva, a la evidencia de mi existencia. Es la misma evidencia que me dicta que el pensamiento humano es posterior a la existencia humana (la cual, a su vez, es consecuencia de un proceso que se pierde en la aurora de los tiempos).

         De algo tan simple o perogrullesco como el "pienso, luego existo", en papirotazo racionalista-idealista, no se puede deducir que "existo porque pienso". De hecho, son muchas las realidades que no piensan y que, evidentemente, existen. Tanto valor intelectual como el cógito cartesiano tiene la proposición "padezco dolor de muelas, luego existo". Y es ésta una obvia constatación que resultaría exagerada si de ella pretendiera deducir que existo para padecer dolor de muelas.

         Reconozcamos, pues, que lo cartesiano (o subjetivo-idealista, mal llamado racional) es un cúmulo de razonamientos que, a base de retorcidas y archirepetidas vueltas, se convierten en sinrazones capaces de adulterar cuando no de subvertir el sentido y significado de la realidad más elemental.

         Para el hombre, sinceramente preocupado por optimizar la razón de su vida y de su muerte, es una seria dificultad el cúmulo de capciosos sofismas que han venido a complicar el directo y expeditivo juicio sobre lo que ha de hacer para llenar pertinentemente su tiempo. La cuestión habría de limitarse a usar sus facultades para perseguir su propia felicidad en libertad y trabajo solidario con la suerte de los demás hombres (eso que, lisa y llanamente, llamamos amor).

         Seguro que, entonces, dará el hombre (los hombres y mujeres, consecuentes con la realidad) el valor que les corresponde (ni más ni menos) a todos y a cada uno de los fenómenos en que se expresa su existencia sin ignorar, por supuesto, que es su propia facultad de pensar la virtualidad que da carácter excepcional a la propia existencia.

         Cierto que es el pensamiento lo más peculiar de mi condición de hombre. Pero éste mi pensamiento es realidad porque, previamente, al principio de mi propia historia, tuvo lugar la fusión de 2 elementales y complementarios seres vivos. En un trascendente acto de amor de mis padres, tales elementales y complementarios elementos vivos, al amparo de su propia química y en sintonía con uno de los más geniales misterios del mundo natural, establecieron una indisoluble asociación que se tradujo en un embrión de ser reflexivo.

         Que reflexione yo ahora, e invite a reflexionar a cuantos quieran escucharme (sobre los compromisos que despierta esa valiosísima peculiaridad), muestra que el pensamiento es un producto espiritual (claro que sí) tan real como todo lo que percibo con los sentidos. Y que es un tesoro específicamente humano que, por incomprensible regalo del Creador y por virtud de su Plan General de Cosmogénesis, ha nacido de la previa configuración de las cosas y con el muy probable objetivo de que lo utilice para vivir en amor y libertad.

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  Act: 05/09/22        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A