Del Homo homini Deus al Ego mihi Deus

Zamora, 8 agosto 2022
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Ludwig Feuerbach puede ser reconocido como uno de esos "mercaderes de ideas" aludidos por Marx, aunque éste le tratara con mucho más respeto que a los restantes miembros de la Sagrada Familia, al copiar muchas de sus ideas y calificarle admirativamente como el "purgatorio de nuestro tiempo" (pues feuer bach, en alemán, significa "arroyo de fuego").

         Hegel había asegurado que "la Idea es el principio del Ser", quien habría de tomar conciencia de sí mismo superando las alienaciones de lo contingente histórico a través de los hombres más ilustrados.

         Pero Feuerbach huye de tal situación, y dice haber visto "el secreto de la teología en la ciencia del hombre", entendido éste no como persona con específica responsabilidad (porque es capaz de amar y obrar en libertad), sino como simple elemento masa de una de las familias del mundo animal ("der mensch ist was er isst", lit. el hombre es lo que come).

         Porfía Feuerbach que, al contrario de las formuladas por sus condiscípulos Strauss y Bauer, su doctrina es absolutamente laica, y no una teología más o menos disimulada. Y asegura que eso de adorar (la religión) es directa consecuencia de la especial situación del hombre en el conjunto de sus hermanos animales.

         Las diferencias del hombre con éstos últimos proceden de una azarosa y especial circunstancia, según el antropólogo alemán, y a lo largo de los siglos el hombre habría desarrollado particulares instintos animales, que por pura espontaneidad material habrían derivado en peculiaridades como la razón, el amor y la fuerza de voluntad, las cuales lo han desarrollado como especie.

         Se trata de las particularidades de la especie, que en su ignorancia el hombre proyecta fuera de sí, hasta personificarlas en un ser extrahumano e imaginario al que llama Dios. En sus propias palabras:

"El misterio de la religión es explicado por el hecho de que el hombre minusvalora su esencia, para hacerse esclavo de ese ser espejo de sí mismo (al que convierte en un poder decisorio). Es entonces cuando el hombre se despoja de todo lo valioso de su personalidad, para volcarlo en Dios. Así, el hombre se empobrece, para enriquecer lo que no es más que un producto de su imaginación".

         Según él mismo la define, la trayectoria intelectual de Feuerbach podría expresarse así:

"Dios fue mi primer pensamiento, la razón el segundo y el hombre mi tercero y último. Pero mi tercero y último pensamiento culminará una revolución sin precedentes, una revolución iniciada con la toma de conciencia de que no hay otro dios del hombre, más que el hombre mismo: homo homini deus".

         En Feuerbach resurge, así, la figura del Prometeo, que se rebela contra toda divinidad ajena a la propia especie. Presume también así Feuerbach de situar a la religiosidad en su justa dimensión: "un efecto de la verdadera esencia del hombre, que se vuelca hacia sus semejantes hasta encontrar en el hombre-especie la realidad suprema".

         Se trata del dios comunitario de carne y fantasía, hijo de un Prometeo atormentado por su propia impotencia, que resultó un genial descubrimiento para algunos (como Karl Marx), y un bodrio vergonzante para otros (como Max Stirner).

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         Según Max Stirner, otro de los que se presenta como discípulo del "oráculo de los tiempos modernos" (Hegel, por supuesto), todo lo que salió por la boca de Feuerbach fue una soberbia majadería.

         Stirner dice ser materialista consecuente, y ve en Feuerbach a alguien que, "con la energía de la desesperanza, desmenuza todo el contenido del cristianismo, para entrar en él, arrancarle su divino contenido y encarnarlo en la especie".

         Para Stirner, lo de Feuerbach no es materialismo, pues "yo no soy Dios ni el hombre especie, sino que soy simplemente yo. Nada, pues, de homo homini deus; pues el puro materialista se impone un crudo y sincero ego mihi deus". Y lo explica más detenidamente:

"¿Cómo podéis ser libres, y verdaderamente únicos, si alimentáis la continua conexión entre vosotros y los otros hombres? Mi interés no radica en lo divino ni en lo humano, ni tampoco en lo bueno o malo. Sino que radica en lo que es mío, y no en lo que es de interés general. Ése es mi único interés, único como yo soy único".

         Observareis que, aun desde la más cruda óptica materialista, es imposible quitar del medio el latente carácter religioso, de indestructibles raíces naturales en el hombre. Y que lo que más que logra este "apóstol del egoísmo" (que fue Stirner) es sustituir al verdaderamente Único por el diosecillo llamado yo, de su propia invención y sin otra finalidad que la de mirarse a sí mismo y considerarse lo único de atención en todo el universo. Como ya dijo el sabio Agustín de Hipona, "la mayor perversión del hombre es tomarse a sí mismo como principio".

         La doctrina de Stirner, aceptado como el gran precursor de los movimientos anarquistas, puede ser considerada como la forma más rigurosa y extrema de la desfachatez egoísta, al ofrecer sentencias como:

"Para actuar como uno mismo, uno debe comportarse de manera inmoral. Dicho de otro modo, uno debe determinarse por sí mismo, en vez de estar determinado por consideraciones de orden moral".

"Nadie merece mi respeto, ni siquiera mi semejante. Pues los demás seres sólo son objetos que despiertan mi indiferencia, o a lo sumo sujetos utilizables o no utilizables".

"Lo divino pertenece al dominio de Dios, y el problema de lo humano al de la humanidad. Pero mi misión no es lo divino ni lo humano; ni la determinación de lo verdadero, o lo bueno, o lo justo. Lo que yo busco es la determinación de lo que es mío, y no las cuestiones de trato general. Para mí, nada es superior a mí mismo".

"El hombre ha matado a Dios, para convertirse él mismo en el único dios que reina en los cielos".

         Estas sentencias, y otras muchas por el estilo, constituyen el meollo de El Único y su Propiedad, un libro que alcanzó notable audiencia en el grupo de los freien (o jóvenes hegelianos), cuyo sello de identificación era la radical oposición a todo lo anterior, y de la que formó parte el joven Carlos Marx.

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  Act: 08/08/22        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A