Algo lo cambia todo: ¿Dios se hace hombre?

Zamora, 11 diciembre 2023
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Si Dios se hizo hombre, tal acontecimiento resultaría ser el más importante acontecimiento de la historia de la humanidad. Y tanto fue así que, con el paso del tiempo, comenzó a señalar el comienzo de un nuevo ciclo (del 1 a.C al 1 d.C), con el del nacimiento de Jesucristo. Fue el comienzo del desarrollo de la civilización del amor, de todas las voluntades, razas y condiciones sociales. Una magistral lección de amor y libertad que Dios mismo dictó al mundo, hecho hombre:

"En principio la Palabra (Verbum o Logos) existía y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, el mundo fue hecho por ella y el mundo no la conoció. Vino a su casa y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios" (Jn 1, 1-13).

         No obstante, antes que esto sucediera, ya estaba escrito que:

"Belén de Efrata, eres pequeña para ser contada entre las familias de Judá, pero de ti saldrá quien señoreará de Israel y se afirmará con la fortaleza de Dios. Habrá seguridad porque su prestigio se extenderá hasta los confines de la tierra" (Miq 5, 2).
"Porque un niño nos ha nacido, y un hijo nos ha sido dado. El señorío reposará en su hombro y se llamará admirable consejero, Dios poderoso, Padre sempiterno, príncipe de paz. Grande será su señorío, y la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino, para restaurarlo y consolidarlo por la equidad y la justicia" (Is 9, 5-6).

         Efectivamente, Jesucristo nacen Belén, durante la llamada pax augusta, y años después "fue condenado a muerte por Poncio Pilato, procurador de Judea en el reinado de Tiberio". Tácito, historiador romano del s. II d.C, da fe ello, y también otros escritores de la época como Luciano, que se refiere al "sofista crucificado, empeñado en demostrar que todos los hombres son iguales y hermanos". Son testimonios que vienen a corroborar la experiencia de cuantos lo conocieron y pudieron decir que "todo lo hizo bien", y comprobaron su resurrección. A muchos de ellos tal testimonio les costó la vida.

         Todo lo hizo bien porque "sobre él reposó el esritu de sabiduría y de inteligencia, esritu de consejo y de fortaleza, esritu de entendimiento y de temor de Dios". Y porque "no se guió por las apariencias, sino que supo leer en el fondo de los corazones, juzgando en justicia a todos los hombres". Efectivamente, el legado de Jesús llegó hasta los confines de la tierra.

         Por el evangelio sabemos que tal vástago de David se for y traba en Nazaret hasta que, cumplidos los 30 años, inic su vida pública "predicando y haciendo el bien por los pueblos y ciudades de Israel", incluida su propia ciudad de Nazaret (en la que, por cierto, no fue muy bien recibido), tal como nos relata Lucas:

"Jesús volv a Galilea por la fuerza del Espíritu, y su fama se extend por toda la región. Él iba enseñando en sus sinagogas, alabado por todos. Vino a Nazaret, donde se había criado, y según su costumbre entró en la sinagoga el día de sábado, y se levan para hacer la lectura (Lc 4, 16-21).
“Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose le arrojaron fuera de la ciudad y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad, con intención de despeñarle. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó" (Lc 4, 28-30).

         Coeterno con el Padre, y conocido entre los suyos como Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios se hizo hombre viniendo al mundo desde el seno de la bienaventurada María, y con este natural acto inic su normal pertenencia a la sociedad de la época, de cuyos problemas se hizo parcipe con una apasionada práctica del bien, y con una muerte absolutamente inmerecida pero ofrecida al Padre por todos los crímenes y malevolencias de la humanidad.

         Es así como mostró el camino, la verdad y la vida para la acción diaria de todos y cada uno de nosotros, en todos los órdenes de la vida. Desde la adhesión a Cristo, ya contamos con lo necesario para cambiar viejas formas de vida presididas por el atropello, el egsmo, el vicio, la superstición, la tibieza, el relativismo moral y el ideal-materialismo en diversas formas.

         Cuando la crueldad, el orgullo, los títulos de propiedad, o la humillación del débil marcaban la pauta del orden social, el Logos de Dios nos viene a decir que "los últimos serán los primeros" y que es en el amor donde es la medida de la dignidad humana: "Amaos los unos a los otros".

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         Hasta la venida de Dios al mundo, y salvo escasísimas excepciones, privaba entre los pueblos la ley del más fuerte, del más rico o del más embaucador, mientras los centros del nuevo saber (Alejandría, Pérgamo, Rodas...) parecían como vivir a la espera de la respuesta definitiva en los campos de la gica, la ética o el trasfondo de la realidad física (la metafísica).

         Ya no se resignaban tales centros a "saber que no saben nada", sino que ante las dificultades para encontrar categóricas respuestas sobre lo impalpable y lejano, optaron por adentrarse en el hombre interior para superar el desencanto de la ruina y la destrucción de tantas empresas guerreras con sus respectivos sueños de grandeza, todas ellas traducidas en realidades de indignidad y miseria.

         Se diría que a la preocupación platónico-aristotélica por conocer los secretos del universo le seguía algo más terreno y más cercano al ciudadano medio. Así que ¿qué he de hacer para organizar mi propia vida? Los estoicos con sus buenas dosis de resignación, y los epicúreos con su obnubilante materialismo, ofrecían respectivas líneas de comportamiento, que influían en el pueblo considerablemente más que lo habían hecho la academia platónica o el liceo aristotélico.

         Con el avasallador imperialismo romano el hombre medio se siente aún más inseguro y más afanoso por encontrar un asidero de vida y esperanza mínimamente consistente. Es cuando, en una porción de ese imperio aparece la figura de Cristo, que dice y muestra ser la luz del mundo y abre el camino para la resurrección y la vida.

         Éste fue el mayor revulsivo de la historia de la humanidad, que hasta la consumación de los siglos trató de cambiar las vidas de los seres inteligentes que pueblan el ancho mundo. No era una empresa de avasallamiento y destrucción, sino una obra de contagio en valores como el amor y la libertad sin descuidar aproximarse al conocimiento de la realidad en todas sus dimensiones.

         Por eso, más que neutralizar o extirpar una parte substancial del saber greco-romano, lo que hizo fue absorberlo, y encauzarlo hacia lo que realmente importa a personas y pueblos de todas las razas y culturas:

"Al contemplar vuestros monumentos sagrados (llegó a decir Pablo en el Areópago de Atenas), he encontrado un altar en el que vi grabada esta inscripción: Al Dios desconocido. Es a ése Dios, a quien adoráis sin conocer, al que yo os vengo a anunciar. En él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vosotros" (Hch 17, 22-28).

         El evangelista Juan utiliza el término Logos para identificar a la eterna sabiduría con el Hijo de Dios que se hace hombre y que, para difundir su gracia y mensaje, hace uso de su palabra, esencial facultad humano-divina con la que, merced a la energía infinita de que se alimenta, contagia amor y libertad a los que la escuchan y traducen en acción creadora.

         Este Logos de Juan no es el mismo que el logos creado de Filón de Alejandría, ni el logos satélite de Heráclito o de los estoicos. Sino que es una clara y directa alusión al Hijo de Dios, coeterno e increado con el Padre y un solo Dios verdadero. Insondable misterio en el que, desde sus inicios, se apoya  la fe cristiana; insondable pero no por ello menos aceptable para los limpios de mente y corazón en cuanto viene avalado por el testimonio de quien "todo lo hizo bien y dijo verdad".

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         Al extraordinario acontecimiento de la venida del Hijo de Dios, sucedió la primitiva y espectacular difusión de su buena nueva. Y fue Pedro el que, apoyado por los otros 11 astoles, se dirig a sus compatriotas para proclamar la resurrección y exaltación sobre todo lo creado de Jesús de Nazaret, a quien ellos haan crucificado (Hch 2, 14-39).

         Les habló en su nombre, tras haber recibido la elocuencia y fortaleza del Esritu (Ez 36, 27), y les recordó que con ello se cumplía lo adelantado en las Sagradas Escrituras: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies" (Sal 110, 1).

         En el decir del historiador romano Tácito (ca. 55-119), desde el s. I eran "multitud los cristianos de Roma y de las otras provincias del Imperio". Hoy resulta muy difícil de explicar el amplio y rápido reconocimiento de una doctrina que no venía impuesta por las armas. y sí por el contagio del vivir y pensar entre los más generosos y más libres de conciencia.

         A los ojos de los tibios choca la evidencia de ese fenómeno en el ambiente de un radical y egsta materialismo, mundo pagano, en el que privaba el prestigio del poder y de la fortuna, en el que todas las satisfacciones de la carne estaban permitidas, en el que las creencias en un alma inmortal eran rechazadas por la inmensa mayoría del ámbito intelectual, en el que el derecho civil seguía la línea de la crueldad y el orgullo de los revestidos de impunidad para aplastar tanto a sus esclavos como a la llamada plebe o numeroso conjunto de ciudadanos sin fortuna o favor político.

         Factor determinante de las primeras y multitudinarias conversiones fue la directa percepción de la asombrosa e innegable trasformación de cuantos haan vivido de cerca la vida, pasión muerte y resurrección de Cristo. Obraban prodigios, aparecían revestidos de fuerte personalidad y hablaban al corazón de forma que todos ellos les entendían. ¿Qué había ocurrido para un cambio así en "hombres sin instrucción ni cultura" (Hch 4,13)? Para ellos resultó indudable que lo sucedido era lo que estaban esperando para vivir en consecuencia. De hecho, así fue con cacter general:

"La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo lo tenían en común. Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús. Y gozaban todos de gran simpaa. No había entre ellos ningún necesitado porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta y los ponían a los pies de los apóstoles y se repartía a cada uno según sus necesidades" (Hch 4, 32-35).

         Muy pronto al equipo apostólico se incorporó la arrolladora personalidad de Saulo de Tarso, que había sido testigo y cómplice del injustificado y cruel apedreamiento de Esteban. Un Pablo que, "respirando todavía amenazas y muertes contra los discípulos del Señor, se presen al sumo sacerdote y le pid cartas para las sinagogas de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores del camino, hombres o mujeres, los pudiera llevar atados a Jerusan" (Hch 9, 1-2).

         Sabemos que esa pasión cambió radicalmente de signo en ese mismo viaje a Damasco en cuanto el Señor Jesús, haciéndole caer del caballo e imprimiendo en sus ojos nueva luz, le "lle del Espíritu Santo" (Hch 9, 17) e hizo de él "un instrumento de elección para llevar su nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel" (Hch 9, 15). Él mismo nos lo cuenta así:

"Yendo de camino, estando ya cerca de Damasco y hacia el mediodía, me envolv de repente una gran luz venida del cielo. Caí al suelo, y oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo respondí: ¿Quién eres, Señor? Y él a mí: Yo soy Jesús a quien persigues. Los que estaban conmigo vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba. Yo dije: ¿Qué he de hacer, Señor? Y el Señor me respondió: Lentate y ve a Damasco, pues al se te dirá todo lo que está establecido que hagas" (Hch 22, 6-10).

         Inmenso y aleccionador el ejemplo de Saulo, personaje visceral y sin miedo, ya convertido en Pablo, astol de los gentiles, estudioso y observador hasta el mínimo detalle de lo escrito, dicho y oído sobre la buena nueva antes y durante la venida del Señor Jesús resucitado. Le sobrecoge y convence el hecho de la resurrección (tal cual, no simbólica ni puramente espiritual), tanto que para él es la demostración incuestionable de la divinidad de Jesucristo: "Si Cristo no resucitó, vana sería toda nuestra fe" (1Co 15, 14).

         San Pablo puede muy bien ser considerado "el primero después de Cristo", puesto que, aparte de ser su mensajero directo, supo poner en juego todas sus facultades personales para viajar, derrochar valor y decir la palabra justa en cada momento y lugar, hasta atreverse a decir sin el mínimo rubor: "Sed imitadores míos, como yo lo soy de Jesucristo" (2Tes 3, 7).

         A caballo entre dos civilizaciones, la judía y la griega (siendo, además, ciudadano romano), Pablo asum una misión realmente universal, viviendo y llevando la Palabra de un lado a otro, trasmitiendo a muchas de las gentes con que se encontró la fe, la energía y la generosidad necesarias para trasformar en ilusión creadora la abulia, desesperanza y materialismo en que transcurrían sus vidas.

         Pablo viaja, habla y escribe, sintiéndose vocero de Cristo resucitado e impulsor de un cambio radical en la marcha del mundo, hasta entonces juguete de múltiples desvaríos y animalescas obsesiones como a falta de realismo para entender el verdadero sentido de cada vida inteligente. A Pablo se debe una clara definición del pueblo de Dios: no por la sangre (como predicaban los fariseos), sino por un amor de amplitud universal:

"Aunque hablara yo todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada. El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jas. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá; porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecías, limitadas" (1Cor 13, 1-9).

         La estrategia apostólica de Pablo queda reflejada en sus viajes.

         El 1º viaje se desarrolló entre los años 45-47, e incluyó Salamina, Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra, Derbe y Perge (Hch 13-14). Y desde Antioquía de Siria va con Bernabé y Tito a Jerusalén, donde el año 48 se celebraba el concilio que reconoció la libertad cristiana y la misión de los gentiles (Hch 15). El 2º viaje se desarrolló entre los años 50-52, y abarcó los territorios de Derbe, Listra, Filipos, Tesalónica, Berea, Atenas y Corinto (Hch 15,36-18,22).

         El 3º viaje se desarrolló entre los años 53-56, y recorr las regiones de Galacia y Frigia para fortalecer la fe de los discípulos (Hch 18, 23). En Efeso fundó la comunidad central del Asia Menor (Hch 19, 8-10), y desde allí ideó venir a España, tras pasar a visitar Roma (Rm 15, 24). No obstante, antes acudió a Jerusalén (tras pasar por Macedonia y Acaya), y allí fue detenido y trasladado a Cesarea, donde permanec preso dos años (Hch 24,27).

         En Cesarea percibió Pablo que su prisión estrecharíua el círculo de su proyección vital, y aprovec su condición de ciudadano romano para apelar al César, único con capacidad legal para juzgarle (Hch 25, 11). Le llevan a Roma y allí permanece bajo arresto domiciliario durante 2 años (Hch 28, 18.30), realizando numerosas conversiones y, según se cree, en estrecha relación con San Pedro, el "príncipe de los apóstoles".

         Ambos murieron bajo la persecución de Nerón del 67 d.C, y con ellos miles de cristianos que, según la forma de vivir y las leyes de aquel mundo, eran culpables de no cultivar los vicios ni las perrunas infidelidades de la mayoría. No adoraban al césar, ni perseguían a la mujer del prójimo, ni sentían fiebre por acaparar a costa de lo que fuere, ni practicaban abortos, ni se dejaban llevar por el habitual desenfreno, ni peran la esperanza en una definitiva libertad aun cargados de cadenas o próximos a morir en la hoguera.

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         Por fuentes hisricas ajenas al cristianismo, sabemos de Jesús mucho más que de la mayoría de los personajes de la antigüedad. Pero lo verdaderamente ilustrativo es el testimonio de cuantos lo conocieron, pudieron decir "todo lo hizo bien", y comprobaron su resurrección. A muchos de ellos tal testimonio les costó la vida.

         El hecho único de la resurrección de Cristo, que algunos se empeñan en reducir a "fenómeno de carácter espiritual", es parte esencial de Jesucristo. Ya lo entendió así el astol Pablo, para quien "si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe".

         Coeterno con el Padre, Jesucristo nació de mujer, y con este acto natural inauguró su normal pertenencia a la sociedad de la época, de cuyos problemas se hizo partícipe en su apasionada práctica del bien. Su muerte fue absolutamente inmerecida, pero fue ofrecida al Padre por todos los crímenes y malevolencias. Con todo ello, mostró a la humanidad el camino, la verdad y la vida, para la accn diaria de todos y cada uno de nosotros.

         Gracias a su vida, muerte y resurrección, nuestro hermano mayor Jesucristo proyectó sobre cuanto existe la personalidad de un Dios que se hizo hombre sin dejar de ser Dios. Y de un Dios que, como tal, resucitó. Insuperable hazaña de amor y de libertad, que captaron muy bien sus primeros discípulos, fieles hasta la muerte en cuanto entendieron que su "reino no es de un mundo", mientras los pobladores de éste malgastan su vida y energías en atropellarse unos a otros en búsqueda del dinero, del prestigio social o del desbordamiento de los sentidos. La encarnación y resurrección de Dios, hecho hombre, fue el revulsivo testimonial y la energía que necesitaba la humanidad para iniciar una historia nueva, en amor y libertad.

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  Act: 11/12/23        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A