El hombre: ¿un camello, un león y un niño?

Zamora, 22 febrero 2022
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         El rebelde Nietzsche soñaba, desde su impotencia, con redefinir la libertad. Y como otros muchos genios del egocentrismo (Voltaire, Hegel, Stirner, Spengler...) aliñaba los supuestos y percepciones sobre la realidad con las paridas de su vanidad, entre otras cosas no aceptando una personalidad histórica más excelsa que la suya.

         Y el que siempre había sido admirador y amigo de Wagner, no dudó en apartarse de él tras el reconocimiento que éste hizo a la figura y doctrina del crucificado Jesucristo, reprochándole: "Ah, ¿también tú te has derribado ante la cruz? ¡Otro vencido más!".

         Y es que para Nietzsche el cristianismo era la principal rémora de la historia. De ahí que con feroz inquina presentase al progreso como una exclusiva creación del Anticristo (la técnica, que llamará Spengler más tarde), no dudando en identificar a este Anticristo con el dios Dionisos (quizás por su voluntad de dominio, desde las fuerzas del puro instinto).

         "Ha muerto Dios, viva el superhombre", gritó Nietzsche en su Zaratustra y a los cuatro vientos. Pero ¿qué entiende Nietzsche por superhombre? Diríase que una exagerada proyección de sí mismo, como él mismo confiesa en su Ecce Homo:

"Me he presentado a mí mismo con un cinismo que hará época, atacando sin miramiento alguno al Crucificado. Mi obra será rayos y truenos contra todo lo cristiano o infeccionado de cristiano, y dejará sin habla ni oído al que lo lea".

         En su Zaratustra traza Nietzsche el camino para desatar el instinto, sublimizar el arte y dominar a la naturaleza. Total nada. Pero hay más, porque en razón de ello, ¿por qué el hombre no ha de romper con la vieja moral, tan estrechamente ligada al respeto de un Absoluto que se encuentra al principio y al final de todo?

         Imagina así Nietzsche al espíritu del hombre como un sufrido camello, que durante muchos siglos soporta sobre sí mismo las pesadas cargas de la religión y de la moral (creadas, según él, por el entorno social, y por los caprichos de la historia). Convertido por Zaratustra, ese hombre medio ha de aceptar la muerte de Dios, y la entronización del superhombre como principio de todo lo imaginable. Es entonces cuando el espíritu del hombre se hace león, en su ciega voluntad por destruir el edificio de todos los viejos valores.

         Hecha tabla rasa de todo lo viejo, el espíritu del hombre se hace niño, que es tanto como sumergirse en la inocencia y en el olvido. Y ya puede empezar, como jugando, a crear valores, partiendo de un radical a los más espontáneos impulsos.

         No demostró Nietzsche que el progreso del hombre sea posible sin una respuesta positiva a la llamada del compromiso personal, la cual estaba inspirada en el cristianismo. Ni respondió nunca su fardo a las exigencias de la propia esencia humana, que per se empuja a la acción solidaria por humanizar algo más la Tierra, desde la concreta aplicación de las propias energías y virtualidades de cada hombre, fiel a su propia vocación.

         Por todo ello, la batalla del león de Nietzsche acabó siendo un derroche de energías en el vacío. Y en el vacío también quedó su niño, incapaz de establecer las bases morales de su nuevo mundo.

         Fue la de Nietzsche una escalofriante proclama de radical soledad, frente al drama de la propia existencia. Una soledad que es lo que menos necesitaba un hombre (Nietzsche) que, en su pensamiento y obra, quería ajustarse a las exigencias de la realidad, y aspirar al desarrollo de su personalidad amorizando su entorno.

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