Los judíos inventan el comunismo, y subjetivan la sociedad

Zamora, 19 septiembre 2022
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         "El comunismo es una necesaria consecuencia de la obra de Hegel", escribió Moisés Hess en 1840. Moisés Hess era el primero de cinco hermanos en una familia judía bien acomodada y muy respetuosa con la ortodoxia hebrea tradicional. Apenas adolescente, hubo de interrumpir sus estudios para integrarse en el negocio familiar; pero siguió con curiosidad las tendencias intelectuales de la época aliñadas con una previa simpatía por la obra de Spinoza y de Rousseau.

         Cuando apenas ha cumplido los 20 años, Hess pasa una larga temporada en París que, a la sazón, vive la fiebre de mil ideas sociales en ebullición bajo la displicente tolerancia de la oligarquía en el poder. Muy seguramente, contactó con alguno de los socialistas franceses, en particular con Proudhon.

         El agotamiento de sus recursos obligó a Hess a reintegrarse en los negocios de la familia. Siguió aprovechando el tiempo libre con nuevas lecturas y cursos, preferiblemente, todo lo que procedía del omnipresente Hegel.

         Inició su actividad en el mundo de las ideas con una pretenciosa Historia Sagrada de la Humanidad. Apunta en ella una especie de colectivismo místico de raíz panteísta; la ha llamado historia sagrada porque "en ella se expresa la vida de Dios" en 2 grandes etapas, la 1ª dividida, a su vez, en 3 períodos:

-el primitivo, o "estado natural" de que hablara Rousseau,
-el cristiano, que para Hess (como buen judío) es "fuente de discordia",
-el revolucionario, que según Hess se inicia con el panteísmo de Spinoza (también judío) y culmina con la Revolución Francesa (o "gigantesco esfuerzo de la humanidad por retornar a la armonía primitiva").

         La 2ª y "principal etapa" de esa Historia Sagrada la ve Hess coincidente con su propio tiempo e, incluso, con su propia persona. Ve abierta ante sí una excepcional y brillante perspectiva a cuyo término sitúa la plena libertad e igualdad entre todos los hombres.

         Aunque Hess apunta que se llegará a tal beatífica situación por vía pacífica, no descarta la eventualidad de una sangrienta revolución promovida por las insultantes diferencias sociales; si tal fuera el caso, esa etapa habría de ser tomada por un inevitable bache, cuya superación brindaría a la humanidad la "consecución de la última meta de la vida social presidida por una igualdad clara y definitiva".

         El aludido bache habrá significado un inevitable enfrentamiento entre 2 protagonistas: la Pobreza y la Opulencia. La 1ª como víctima, y la 2ª como mentor de "la discordancia, desigualdad y egoísmo que, en progresivo crecimiento, alcanzarán un nivel tal que aterrarán hasta el más estúpido e insensible de los hombres". En efecto, gracias al carácter dialéctico de Hegel, como inherente a cualquier conflicto, nos dice Hess que "hay ccontradicciones que han llevado al conflicto entre Pobreza y Opulencia hasta el punto más álgido que, necesariamente, ha de resolverse en una síntesis que representará el triunfo de la primera sobre la segunda".

         Pocos años más tarde, escribe Hess su Triarquía Europea (representada por Alemania, Inglaterra y Francia). Comienza su obra con una extensa referencia a Hegel y a sus discípulos que, "aunque han alcanzado el punto más alto de la filosofía del espíritu, yerran en cuanto proponen a la filosofía como valor esencial: el primer valor de la vida del hombre es la acción por cambiar el mundo". Tras lo cual continúa:

"De lo que ahora se trata, continúa Hess, es de construir los puentes que nos permitan volver del cielo a la tierra. Para ello será necesario volver los ojos a Francia en donde se están preocupando seriamente por transformar la vida social".

         Con su obra, Hess rompe moldes en las tendencias de los jóvenes hegelianos, y apunta a la conveniencia de ligar el subjetivismo idealista alemán con el pragmatismo social francés. Dos fenómenos que, como explica Hess:

"Han sido consecuencia lógica de la Reforma, la cual, al iniciar el camino de la liberación del hombre, ha facilitado el hecho de la Revolución Francesa, gracias a la cual esa liberación ha logrado su expresión jurídica. Ahora, desde los dos lados, mediante la Reforma y la Revolución, Alemania y Francia han recibido un poderoso ímpetu. La única labor que queda por hacer es la de unir esos dos caminos y acabar la obra. Inglaterra parece destinada a ello y, por lo tanto, nuestro siglo debe mirar hacia esa dirección".

         De Inglaterra, según Hess, habrá de venir "la libertad social y política", porque es allí donde está más acentuada la oposición entre Miseria y Opulencia. En Alemania, en cambio, "no es ni llegará a ser tan marcada como para provocar una ruptura revolucionaria. Solamente en Inglaterra alcanzará nivel de revolución la oposición entre Miseria y Opulencia".

         Apunta también Hess a lo que se llamará "dictadura del proletariado", cuando dice que "Orden y Libertad no son tan opuestos como para que el primero, elevado a su más alto nivel, excluya al otro. Solamente, se puede concebir la más alta libertad dentro del más estricto orden".

         En 1844 promovió Hess la formación de un partido al que llamó "verdadero socialismo" e hizo derivar del "materialismo idealista" (que a su vez, Luis Feuerbach había deducido de las enseñanzas de Hegel). Por obra de Engels y Marx, 4 años más tarde, todos los postulados de ese devorador de libros, que fue Moisés Hess, constituyeron el meollo de lo que se llamó comunismo, o más pretenciosamente "socialismo científico".

*  *  *

         Es el momento de referirnos a un joven de la época en que Hegel era considerado la más brillante lumbrera de la intelectualidad alemana. El maestro había muerto en 1831, tres años antes de la incorporación a la vida universitaria del más ilustre de sus seguidores, Carlos Marx.

         Nos parece oportuno comenzar nuestra referencia recordando un ilustrativo aunque poco conocido pasaje de la vida de ese joven. Cuenta 16 años y, por imposición de las circunstancias (de otra forma, su padre, por ser judío, habría perdido el empleo de prestigioso abogado), Carlos ha sido bautizado con toda su familia unos diez años atrás.

         Merced a su reciente formación y, posiblemente, a una generosa disposición, el joven Marx se confiesa conquistado por la posibilidad de colaborar en la obra de la redención. Así lo muestra en un trabajo escolar de libre elección: ha tomado como base la Parábola de la Vid y los Sarmientos (Jn 15, 1-14) para escribir Unión de los fieles en Cristo:

"Antes de considerar la base, la esencia y los efectos dela unión de Cristo con los fieles, averigüemos si esta unión es necesaria, si es consubstancial a la naturaleza del hombre y si el hombre no podrá alcanzar por sí solo, el objetivo y finalidad para los cuales Dios le ha creado".

"Tras hacer notar cómo las virtudes de las más altas civilizaciones que no conocieron al Dios del amor, nacía de su cruda grandeza y de un exaltado egoísmo, no del esfuerzo por la perfección total" y cómo, por otra parte, los pueblos primitivos sufren de angustia. Pues temen la ira de sus dioses y viven en el temor de ser repudiados incluso cuando tratan de aplacarlos, mientras que en el mayor sabio de la antigüedad, en el divino Platón, había un profundo anhelo hacia un Ser cuya llegada colmaría la sed insatisfecha de luz y de verdad. De ese modo la historia de los pueblos nos muestra la necesidad de nuestra unión con Cristo".

         Es una unión a la que el joven Marx se siente inclinado "cuando observamos la chispa divina en nuestro pecho, cuando observamos la vida de cuantos nos rodean o buceamos en la naturaleza íntima del hombre". Pero, sobre todo, "es la palabra del propio Cristo" la que nos empuja a esa unión:

"¿Dónde se expresa con mayor claridad esta necesidad de la unión con Cristo que en la hermosa Parábola de la Vid y de los Sarmientos, en la que él se llama a sí mismo la vid y a nosotros los sarmientos? Los sarmientos no pueden producir nada por sí solos y, por consiguiente, dice Cristo, nada podéis hacer sin mí. El corazón, la inteligencia o la historia, todo nos habla con voz fuerte y convincente de que la unión con él es absolutamente necesaria, que sin él somos incapaces de cumplir nuestra misión, que sin él seríamos repudiados por Dios y que solo el puede redimirnos".

         Noble, inquieto y generoso, vivía entonces Marx el ilusionante encuentro con Jesucristo, otro Judío no venerado por sus padres, judíos más o menos ortodoxos hasta que, por virtud de las caprichosas leyes de entonces, se inclinaron por la conveniencia de hacer pública profesión de fe cristiana. Y cuando le piden que proyecte su futuro, Carlos Marx, con diecisiete años, manifiesta un excepcional altruismo con sus Reflexiones ante la elección de Profesión:

"La naturaleza ha dado a los animales una sola esfera de actividad en la que pueden moverse y cumplir su misión sin desear traspasarla nunca y sin sospechar siquiera que existe otra. Dios señaló al hombre un objetivo universal, a fin de que el hombre y la humanidad puedan ennoblecerse, y le otorgó el poder de elección sobre los medios para alcanzar ese objetivo; al hombre corresponde elegir su situación más apropiada en la sociedad, desde la cual podrá elevarse y elevar a la sociedad del mejor modo posible".

"Esta elección es una gran prerrogativa concedida al hombre sobre todas las demás criaturas, prerrogativa que también le permite destruir su vida entera, frustrar todos sus planes y provocar su propia infelicidad. Cada hombre se marca una meta que considera importante, una meta que elige según sus más profundas convicciones y la voz más profunda de su corazón; puesto que nunca a los mortales nos deja sin guía, Dios habla en voz baja pero con fuerza".

         Ese era el Carlos Marx que siente la necesidad de volcar hacia los demás sus más valiosas virtualidades. Claro que, pronto, se dejaría ganar por la "corriente del siglo". ¿Fue la influencia de su acomodaticio y agnóstico padre? O tal vez un precoz enamoramiento que le llevó a compartir la moral convencional de la hermosa Jenny von Westphalen varios años mayor que él, de ascendencia aristocrática y, por lo que sabemos, de harto desvaídas convicciones?

         El propio padre de Jenny, Luis von Westphalen, hubo de tener notoria influencia en la formación del joven: rico y distinguido funcionario del gobierno prusiano, decía "preferir los poetas a los moralistas"; indiferente en materia de religión, no creía en otro cielo que no fuera la imaginada compañía de Schiller, Goethe y Holderlin; cultivaba sus muchos ocios con ilustradas lecturas de que, sin duda, haría partícipe al joven Marx, quien mostró su reconocimiento dedicándole su tesis doctoral ("al amigo paternal, que saluda todo progreso con el entusiasmo y convicción de la verdad").

         Sea cual fuere la fuerza de una u otra influencia, todas ellas quedaron chiquitas en relación con lo que, para Marx representó la Universidad de Berlín, "centro de toda cultura y toda verdad" (como se decía entonces), su pertenencia al llamado Doktor Club y una desaforada vida de bohemia que le lleva a derrochar sin medida, a fanfarronear hasta el punto de batirse en duelo, a extrañas misiones por cuenta de una sociedad secreta, a ir a la cárcel.

         Le salva el padre quien le reprocha "esos imprevistos brotes de una naturaleza demoníaca y fáustica" que tanto perjudican el buen nombre de la familia y de su novia: "no hay deber más sagrado para un hombre, le escribe el padre, que el deber que se acepta para proteger a ese ser más débil que es la mujer".

         Carlos Marx acusa el golpe y distrae sus arrebatos con utópicos proyectos, "disciplinadas rebeldías", trasiego de cerveza, la bohemia metódica y vaporosa... y también encendidos poemas con que quiere "conquistar el todo, ganar los favores de los dioses, poseer el luminoso saber, perderse en los dominios del arte".

         Parece que el religioso fervor, que presidió sus ilusiones de 1ª juventud, se traduce en Fiebre por transformar el Mundo, ahora desde una especie de descorazonador nihilismo. Lo expresa en una extraña tragedia que escribe por esa época, particularmente en un Soliloquio de Oulamen, el protagonista:

"¡Destruido! ¡Destruido! Mi tiempo ha terminado.
El reloj se ha detenido; la casa enana se ha derrumbado.
Pronto estrecharé entre mis brazos a toda las eternidad;
pronto proferiré gruesas maldiciones contra la humanidad.

¿Qué es la eternidad? Es nuestro eterno dolor,
nuestra indescriptible e inconmensurable muerte,
es una vil artificialidad que se ríe de nosotros.

Somos nosotros la ciega e inexorable máquina del reloj
que convierte en juguetes al tiempo y al espacio,
sin otra finalidad que la de existir y ser destruidos
pues algo habrá que merezca ser destruido,
algún reparable defecto tendrá el universo".

         Tras una enfermedad que le obliga a larga convalecencia en el campo, Marx cree haber encontrado su nirvana en el material-idealismo subjetivo que flota en todos los círculos que frecuenta. Es lo que escribe a su padre, por esta época: "Ya desaparecida la resonancia emotiva, doy paso a un verdadero furor irónico, creo que lógico después de tanto desconcierto". Y simula rendirse al coloso, de cuya auténtica filiación atea y materialista le han convencido alguno de sus nuevos amigos (de Bruno Bauer, en particular).

         Es una disimulada rendición que habrá de permitirle contraatacar mejor pertrechado, a ser posible, con las armas del maestro enemigo y por el flanco más débil.

         A debilitar ese flanco se aplica en su 1ª obra de cierto relieve, su tesis doctoral (Diferencia entre le materialismo de Demócrito y el de Epicuro). Una tesis en la que ya apunta a un apasionado ateismo, al certificar: "En una palabra, odio a todos los dioses"

         Tenía 18 años Marx cuando se matriculó en la Universidad de Bonn para pasar pronto a la Universidad de Berlín. Aquí, ya lo hemos dicho incontables veces, se vivía de la estela intelectual de Hegel. Son los tiempos de la pasión especulativa según esas líneas de discurrir llamadas la Derecha Hegeliana con sus coqueteos al orden establecido y la Izquierda Hegeliana (Freien y sus jóvenes hegelianos), con su rebeldía y con un ostensible ateismo testimonial.

         Marx se adhiere a la Izquierda Hegeliana, y busca en ella el medio para ejercer como intelectual de futuro y hace suya la búsqueda de raíces materialistas al panlogismo de Hegel. Colecciona argumentos para desde, un materialismo sin fisuras, asentar la plena autoridad de un joven doctor que no oculta su intención de marcar la pauta, ya no a la sociedad en que le ha tocado vivir, sino también, al mismísimo futuro de toda la humanidad: ello será tanto más fácil si se apoya en una apabullante originalidad.

         Cuando, en los libros de divulgación marxista, se abordan los "años críticos" (de 1837 a 1847), parece obligado conceder excepcional importancia a la cuestión de la alienación ó alienaciones (religiosa, filosófica, política, social y económica) que, al parecer, sufriría en su propia carne Marx. La sacudida de tales alienaciones daría carácter épico a su vida, a la par que abriría el horizonte a su teoría de la liberación (o doctrina de salvación) desde la radical identificación con las fuerzas materiales.

         También pudo suceder que lo suyo no pasara de un afán por redondear su carrera y que ésa fuera la principal motivación que le acompañó hasta su muerte.

         Pero de lo que no cabe duda es que Marx estudió a Hegel, criticó a Strauss, siguió a Bauer y copió a Feuerbach, Hess, Riccardo, Lasalle (promotor de la "social-democracia alemana) y Proudhon. Atacó la fe de los colegas menos radicales, practicó el periodismo, presumió de ateo, se cebó en las torpezas de los socialistas utópicos, presentó a la lucha de clases como motor de la historia, predicó la autosuficiencia de la materia y formuló su teoría de la plusvalía.

         También participó Marx activamente en la Primera Internacional, criticó el "poco científico buen corazón" de la social democracia alemana de su tiempo, y publicó obras como Santa Familia, Miseria de la Filoso fía, Manifiesto Comunista y El Capital, todo ello, puede ser, más por imperativos de su profesión que por escapar o ayudar a escapar de la "implacable alienación".

         Era novedoso y, por lo tanto, capaz de arrastrar prosélitos el presentar nuevos caminos para la ruptura de lo que Hegel llamara "conciencia desgraciada o abatida bajo múltiples alienaciones". Cuando vivía de cerca el testimonio del Crucificado apuntaba que era el amor y el trabajo solidario el único posible camino; ahora, intelectual consagrado, doctor por la gracia de sus servicios al subjetivismo idealista, ha de presentar otra cosa.

         ¿Y por qué no el odio que es, justamente, lo contrario que el amor? Lo responderá Marx: porque desde una original óptica materialista, habrá que prestar "raíces naturales" a ese odio. Ya está: en buena dialéctica hegeliana se podrá dogmatizar que "toda realidad es unión de contrarios", que no existe progreso porque esa ley se complementa con la "fuerza creadora" de la "negación de la negación".

         ¿Y qué quiere esto decir? Que así como "toda la historia pasada es la historia de la lucha de clases" (Marx mismo) y "toda realidad material es unión de contrarios" (sugerido por Marx y convertido en dogma de fe por Engels, Lenin y Stalin), la obligada síntesis o progreso nace de la pertinente utilización de lo negativo.

         En base a tal supuesto ya están los seguidores de Marx en disposición de dogmatizar que, en la historia de los hombres, no se progresa más como por el perenne enfrentamiento entre unos y otros: la culminación de ese radical enfrentamiento, por arte de las "irrevocables leyes dialécticas" (recuérdese a Hegel) producirá una superior forma de "realidad social".

         Y será el odio, guerra latente o enfrentamiento continuo, tanto en la materia como en el entorno social, el marco en el que, según el materialismo marxista, se desenvuelve la realidad: no cabe responsabilidad alguna al hombre cuya conciencia se limita a "ver lo que ha de hacer" por imperativo de "las fuerzas y modos de producción".

         Asentado en tal perspectiva, de lo único que se trata es de que la subsiguiente producción intelectual y muy posible ascendencia social del joven doctor gire en torno y fortalezca la peculiar expresión de ese subjetivismo material-idealista reconocido como muestra de excelencia entre sus propios compañeros de profesión.

*  *  *

         Estrecho colaborador de Marx fue Federico Engels, de quien proceden las principales formulaciones de una concepción materialista de la naturaleza y de la historia que, en su origen, quiso ser reconocida como materialismo dialéctico (el calificativo es de Plejanof), que, como herramienta revolucionaria, sus promotores presentaron como "socialismo científico" y que hoy lleva el nombre de marxismo o doctrina marxista y podemos expresar más o menos así:

         1º La materia, en sus múltiples expresiones y derivaciones, es el principio y fin de toda realidad.

         2º La aplicación de la dialéctica hegeliana a las "ciencias de la naturaleza" y a la historia prueba la autosuficiencia de la materia, cuya forma de ser y de evolucionar marca (por lo que podríamos llamar "estricta inercia material" que es, al mismo tiempo, movimiento creador por virtud de la Ley de Contrarios, la Ley de la Negación...) cauces específicamente dialécticos a la historia de los hombres "obligados a producir lo que comen" y, como tal, a desarrollar espontáneamente "los modos y medios de producción".

         3º Por la propiedad o no propiedad de esos "medios de producción" se caracterizan las clases y sus perennes e irreconciliables conflictos.

         4º Creencias, moral, arte o cualquier expresión de ideología son simples soportes y efectos de los intereses de la clase dominante.

         5º El proletariado, última de las clases, está llamado a ser el árbitro de la historia en cuanto sacuda sus cadenas ("lo único a perder") e imponga su dictadura, paso previo y necesario para una idílica sociedad sin clases y, por lo mismo, sin freno para su felicidad.

         6º Eso, y no más, es el socialismo científico, o teoría que enseña cómo la materia es autosuficiente, evoluciona en razón a estar sometida en todo y en cada una de sus partes a perpetuas contradicciones en que se basa su propia razón de ser. Al igual que el hombre, que está sometido, en su vida y en su historia, a perpetuas contradicciones, luchas, que abren el paso a su destino final (cual es el de señorear la tierra como especie, para administrar sus placeres).

         7º Se dice que a esta forma de colectivismo le cuadra el nombre de "socialismo científico" porque es materialista y por que es dialéctico, es decir, "heredero directo de lo mejor que creó la humanidad en el pasado siglo" (según Lenin).

         8º Ello podrá aceptarse desde las indemostradas e indemostrables proposiciones del idealismo subjetivo, no desde una elemental perspectiva realista.

         Termino con una de las frases del propio Korsch, uno de los más prestigiosos intelectuales marxistas de la 1ª mitad del s. XX, el cual llegó a reconocer desde la más cruda sinceridad:

"Carece de sentido plantear el problema de hasta qué punto la teoría de Marx y Engels es válida y susceptible de aplicación práctica. Todos los intentos de aplicarla a la mejora de la clase trabajadora son ahora utopías reaccionarias".

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  Act: 19/09/22        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A