Un suceso insospechado: el despertar de China

Zamora, 17 octubre 2022
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Sobrecoge la experiencia china de los últimos 50 años. Una de las etapas de esa reciente historia, no más de 10 años, hizo exclamar a Malraux, entonces ministro del gobierno del general De Gaulle: "En solo diez años, China ha pasado de la miseria a la pobreza". En efecto, 10 años antes los chinos eran indigentes que se movían en la miseria y total carencia de recursos, que a lo sumo disponían de un elemental alimento para reponer energías y poder desarrollar así un trabajo, sin apenas espacio para la libertad.

         Una muralla de 2.400 km, empezada a construir hace casi 2.000 años, sugiere un inmenso mundo cerrado, autosuficiente e inmóvil. Y así se ha manifestado la China Imperial durante siglos y siglos, con los mismos ritos, costumbres y creencias, generación tras generación y dinastía tras dinastía. A la legendaria dinastía Chou le sucedió la dinastía Han, a ésta la dinastía Sui, a ésta la dinastía Tangs y a ésta la dinastía Sung.

         Hace no menos de 25 siglos, Confucio (551-479 a.C) resaltaba el "estado de pequeña tranquilidad" en el cual vivía China, y en el que "cada uno mira solamente a sus padres y a sus hijos como sus padres y sus hijos". En efecto, "los grandes hombres se ocupan en amurallar ciudades, y los ritos y justicia son los medios para mantener una estable relación entre el príncipe y su ministro, el padre y su hijo, el primogénito y sus hermanos, el esposo y la esposa".

         El propio Confucio presenta como deseable, aunque muy lejano en el futuro, el Principio de la Gran Similitud, por el cual el mundo entero debería ser " una república en la que gobernarán los más sabios y los más virtuosos".

         El acuerdo entre todos era para Confucio la garantía de una paz universal, y de que los hombres no miraran a sus padres como a sus únicos padres, ni a sus hijos como a sus únicos hijos. Si eso fuese así, continúa diciendo Confucio, "se proveerá la alimentación de los ancianos, se dará trabajo a cuantos se hallen en edad y condiciones de hacerlo, y se velará por el cuidado y educación de los niños". Pues de prevalecer ese Principio de la Gran Similitud, " no habrá ladrones ni traidores, y las puertas y ventanas de las casas podrán permanecer abiertas día y noche".

         La peculiar ciencia de la vida confucionista ha propugnado la falta de pasión (y de interés) por lo que no se oye ni se recuerda. Es decir, por lo que "no se conoce". Preconiza el pacifismo por su carácter utilitarista, y el orden jerárquico como garantía de paz social.

         Se trata de un orden jerárquico que expresa la absoluta dependencia del hijo al padre ("mientras el padre vive, el hijo no debe considerar nada suyo"), la sumisión de la mujer al hombre ("unida a un hombre, la mujer mantendrá tales lazos durante toda su vida, y aunque el hombre muera la mujer no se casará otra vez"), el ritualismo hasta en los más pequeños detalles ("si llevas un objeto con una mano, ha de ser a la altura de la cadera; si con las dos, a la altura del pecho") y el pago del odio con el odio y del amor con el amor ("si amamos a los que nos odian ¿qué sentiremos por los que nos aman? Severidad, pues, para cuantos nos hagan daño; amor para los que nos quieran bien").

         Más que religión, el confucionismo se presentó y pervivió en China como ciencia de la vida, y como una moral adaptable a las religiones con mayor número de adeptos, especialmente al taoísmo ( de raíz naturalista y multitud de mágicos ritos) y al budismo (que defendía el materialismo trascendente, en que se evidencia la interrelación y armonía de todas las cosas, invitando a la paz estática como valor supremo).

         Pero volvamos a la historia, porque el dominio mogol (1279-1353) no influyó gran cosa en el quehacer diario de China, como recoge Marco Polo en sus crónicas y experiencia de hospedaje bajo Kublai Khan. La dinastía Ming sucedió a los mongoles y llenó 3 siglos de historia, hasta que, "decadente y extranjerizante", fue derrocada por los elementos más tradicionales de la dinastía Manchú, a la que perteneció la emperatriz Tzu-Hsi (1834-1908).

         Estos fenómenos contribuyeron a mantener la línea de anquilosamiento social, y a que las élites fuesen las primeras interesadas en monopolizar la cultura (hasta hace pocos años, la compleja escritura china estaba reservado a pocos miles, entre cientos de millones). Paralelamente, se mantenían las abismales diferencias económicas entre unos pocos y la multitud, así como entre los súbditos y el Hijo del Cielo (mantenido como intocable, por la llamada burocracia celeste).

         Cuando la Revolución Industrial generó en Occidente la sed de materias primas, China resultó apetecible como campo de expansión y colonialismo. La profunda división entre los poderosos y la inmensa masa de coolies fue el abono perfecto para tratados de administración, como el de Nankin suscrito con Inglaterra (ca. 1842), el de Wangsia con Estados Unidos (ca. 1844) o el de Whampoa con Francia (ca. 1844). Años más tarde Rusia logró su salida al mar desde Siberia a través de Vladivostok, Japón ocupó Formosa (ca. 1895) y Alemania Cantón (ca. 1898).

         Las potencias imperialistas, además de ocupar los enclaves estratégicos, se disputaban los monopolios e influencias sobre enteras regiones de China, totalmente al margen de los derechos de un pueblo que ya superaba los 300.000.000 habitantes, y que sufría sin rechistar la pasividad del poder imperial, más preocupado por aprovecharse de la tutela del "poderoso bárbaro" que por cumplir con la heredada responsabilidad.

         La presencia del extranjero fue ocasión para las élites chinas de conocer nuevas formas de vida y de pensamiento. Y así se plantó China en su paso al s. XX, con aires de innovación. Hacía 3 años que había muerto la carismática Tzu-Hsi, y el teórico Sun Yat-Sen aprovechó la ocasión para proclamar una república, cuya inmadurez provocaba multitud de desórdenes.

         El general Yuan Shi-Kai pretendió cortar de raíz el caos republicano, y se volcó en su intento por reinstaurar una nueva dinastía china, que por supuesto habría de encabezar él mismo. Se apoyó en sus más directos colaboradores (a los que llamó "señores de la guerra"), y coloca al frente de las provincias a sus propios familiares.

         No fue posible el restablecimiento de la monarquía, pero sí la ocasional consolidación de determinados "señores de la guerra". Estos militares se erigieron en auténticos reyezuelos, con especial predilección por abrirse a los caminos de la corrupción de las potencias extranjeras (a las que, en perruna correspondencia, brindaron su vasallaje). Los atropellos y arbitrarias intromisiones del bárbaro en tierra china generaron rebeldía en los sectores tradicionales chinos, y de ellos surgió un nacionalismo a ultranza que elaboró toda una serie de argumentos que originaron un populismo genuinamente campesino.

         En ese círculo populista campesino es donde destacó el joven Mao Tse-Tung (1893-1976), nacido en un pequeño pueblo de la provincia de Hunan (Chao Chen) de la China Central.

         A sus 20 años decidió hacer la guerra Mao a la tradicional cultura confucionista, y acercarse a los economistas y pensadores del Oeste de la estela material-idealista. Bajo su inspiración, pronto hablará Mao de los "cuatro grandes demonios de China": el pensamiento de Confucio, el capital, la religión y el poder autocrático. Según propia confesión, él mismo se sentía idealista, hasta que en su 1º viaje a Pekín (ca. 1918) el bibliotecario Lit Ta-Chao le introduce en el marxismo.

         El maestro Li defendía la teoría de que los países subdesarrollados (colonizados o semi-colonizados) eran superiores a los industrializados (o imperialistas), y que si Marx viviese habría calificado a China de "país proletario". De ahí la invitación que hizo a Mao de considerar la liberación del imperialismo como una superior forma de "lucha de clases". Pues esa situación colocaría a China, país esencialmente proletario, a la vanguardia de la lucha anti-imperialista.

         Mao, radical y ambicioso, siguió los consejos del maestro Li, y rápidamente se propuso liberar China de toda presencia colonial. Y a tal tarea se aplicó durante 30 años. De cara a sus seguidores, Mao se revelaba como hombre patriota, estratega, poeta, inigualable organizador y "fidelísimo marxista". Y eso en un tiempo en que Lenin se encargaba de divulgar a los cuatro vientos que los "explotadores rusos se han convertido en explotados" gracias a la doctrina de Marx (la cual es "ominpotente, porque es exacta").

         De 1920 (en que Mao encabezó el Partido Comunista de su provincia) a 1949 (en que Mao asentó sus reales en la Ciudad Prohibida de Pekín) hubo un largo recorrido de acción y destrucción, en el cual la Larga Marcha de Mao resultó ser su más heroico episodio: 10.000 km recorridos hacia el noroeste, reclutando a 40.000 seguidores para hacer frente a los casi 3 millones de soldados de su antiguo socio en la lucha anti-imperialista y hoy implacable enemigo: el general Chiang Kai-Chek.

         El ataque japonés sobre China brindó a Mao la oportunidad de su vida, pues no sólo su enemigo Kai-Chek estaba entretenido con los japoneses, sino que él mismo podía levantar su voz en el pueblo y encarnar el "gran timonel" de su providencial libertador.

         Mientras tanto, la otra China, la de los grandes terratenientes, ex-señores de la guerra, servidores de las multinacionales extranjeras, y los poderosos funcionarios... se iban agrupando en torno a Chiang Kai-Chek, conformando un ejército 100 veces superior al de Mao. Pero Mao era más astuto que todos ellos, y a base de huir y contra-atacar (cuando está seguro de vencer), logró coger prisionero a su rival. Fue el inicio de la Guerra Civil China, que terminó con el confinamiento de los fieles de Chiang en la isla de Formosa (ca. 1949).

         El triunfo definitivo puso a Mao en la necesidad de edificar la paz. Pero como la tarea era complicada, el mandatario comunista optó por el camino más sencillo: 800.000 sumarias ejecuciones. Esa fue su forma de "desbrozar el camino hacia el socialismo".

         Mao logró mantener el fervor popular a través de la Campaña de las Cien Flores y del Salto Hacia Adelante (o Revolución Cultural). Por supuesto, todo ello con su Libro Rojo, o biblia material-idealista. Pero todavía siguió ansiando más, y para eso convirtió a los oprimidos en nuevos señores de la tierra. En su aspecto negativo, Mao fue incapaz de presentar serios alicientes para el trabajo solidario, y tuvo que tirar demasiado de la burocracia, parasitaria e insolvente en lo administrativo.

         Fue así como surgió en esa China pobre y tercermundista el nuevo "estado de pequeña tranquilidad", en que la gente no se moría ya de hambre pero sí de calamidades, comenzando por la esclavitud laboral y siguiendo por la higiene de los hogares y casi absoluta analfabetización. Pero esa era la "ciencia de la vida" del nuevo líder supremo y religioso Mao, ante la absoluta falta de resistencia social (en contra de lo que había predicho Marx, que creyó ver grandes revueltas sociales contra sus nuevos modos de producción) del pueblo chino.

         El paso de la miseria severa a la pobreza crónica fue presentado por Mao como una "idea de salvación", y el camino a seguir para crear una sociedad en que "el trabajo sea de todos y para todos", como 1ª razón de la existencia.

         Como en todos los regímenes autoritarios, la obsesión por el mantenimiento del poder cerró las puertas a cualquier liberalización de las conciencias (algo que, a nivel general, nunca existió en China), así como abrió el camino a la degradación máxima del respeto por la vida. Pero algo positivo consiguió: abrir una gigantesca sociedad (el 20% de la población de la tierra) a algo nuevo, olvidando por completo lo tradicional.

         La idea de contentarse con un estado crónico de pobreza (a nivel tercermundista), principal logro de Mao Tse-Tung, fue abandonada por China a los pocos años de su muerte (ca. 1976), sobre todo por el buen criterio adoptado por su sucesor Deng Xiaoping (1978-1989), que tuvo la feliz idea de abrir la iniciativa empresarial y, a partir de ella, dar paso a otra serie de liberalizaciones.

         Por supuesto, estuvo presente en esta Perestroika china la mano de su colega ruso Gorbachov, que ya en la URSS había logrado derribar el Muro de Berlín y descuartizar el Partido Comunista Ruso. Fue la entrada de China en el sistema económico capitalista, en el sistema bancario transfronterizo y en el sistema comercial internacional, que logró el despegue de China a todos los niveles (salvo en el democrático y de derechos humanos, cuyas liberalizaciones todavía no han tenido lugar).

.

  Act: 17/10/22        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A