Un dios poderoso: el Dios del amor y la libertad

Zamora, 16 octubre 2023
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Hemos visto hasta ahora cómo la materia es la sustancia de los cuerpos perceptible por los sentidos, bien sea directamente o bien a través de los adecuados instrumentos de observación. Y hemos visto también cómo toda materia necesita de un poder distinto a ella para cumplir sus propias funciones.

         Hoy día se cree que hay materia hasta en el corpúsculo localizado por la física moderna en las entrañas de un grano de luz. De ser así, esa ínfima porción de materia no permitiría diferenciar de la pura energía a las partículas subatómicas presentes en el más etéreo de los elementos, esa misma luz para cuya íntima consistencia se ha inventado el paradójico término de "materia no másica".

         Si centramos nuestra atención en el tejido de la materia, vemos que ésta es de una complejidad inimaginable, y muy difícil de desentrañar en sus últimos elementos, tanto de corpúsculos como de ondas de indescifrable carácter o composición.

         Si para Demócrito los átomos eran las primeras e indivisibles manifestaciones de la materia, que vagaban por el espacio hasta tropezar unas con otras siguiendo el supuesto destino de componer los millones de distintos cuerpos, hoy se sabe que ese eventual tropiezo hubiera resultado estéril si cada átomo no obedeciese a la necesidad de formar parte substancial de una superior realidad.

         Por lo demás, ese átomo, más que una minúscula y uniforme porción de materia, consiste en un micro mundo en continua ebullición de protones, neutrones y electrones (como principales protagonistas) y otras partículas elementales (hadrones y mesones) en cuya constitución los científicos hacen entrar a los quarks y los antiquarts (asociados entre sí gracias a las nubes de gluones o bosones, en los que hoy día resulta imposible saber si estamos ante formas de masa o de energía).

         Sin lograr traspasar el ámbito de lo probable, la Física Cuántica insiste en que es absurdo conceder autosuficiencia a la materia, y mucho menos a partir de una retahíla de indemostrados supuestos. En su caso, la ciencia cuántica se ve obligada a introducir previsiones y cuantificaciones aproximadas... que por lo visto apuntan a un corazón de la materia (que nosotros llamamos ese algo o Alguien primigenio).

         Al respecto, ilustrativo es recordar a Teilhard de Chardin, quien llega a hablar del "poderío espiritual de la materia", reconociendo que no hay identidad alguna entre el espíritu y la materia, pero tampoco oposición. Merced al soplo creador de Dios, viene a decir Teilhard, la materia ofrece una paradójica fragilidad nacida de su multiplicidad, su complejidad... y de un esclarecimiento unido a su finalidad espiritual. Ambigüedad, poder, oscuridad y transparencia caracterizan así a esta realidad fundamental, la cual no puede ser comprendida más que desde un esfuerzo por asociar el progreso y la interiorización.

         Siguiendo el camino abierto por Henri Bergson en su Evolución Creadora, Teilhard de Chardin se arriesgó a disertar de forma sorprendentemente original sobre el misterio de la creación. En concreto, supone que el primero y principal efecto de la acción creadora de Dios es una especie de energía que se cuela en el interior de la materia haciendo que todas sus manifestaciones, desde lo ínfimo a lo inmenso, lleguen a ser lo que tenían que ser según el divino proyecto de cosmogénesis. Es un proceso en el que Teilhard ve reflejados la libertad y el ilimitado amor de Dios.

         Sin que hubiera contacto directo entre Bergson y Teilhard, sí que hubo evidentes coincidencias en cuanto partieron del mismo método (acercarse a lo superior a través del estudio de lo inferior) para llegar a presentar como lo más razonable un proceso de creación-evolución que, a través de sucesivas formas de materia evolucionada y evolucionante, abre el camino a la vida como soporte y antesala de la conciencia.

         Procedían de ambientes familiares distintos (católico de rigurosa ortodoxia el de Teilhard, judío convencional el de Bergson) y también de distinta formación intelectual: el realismo cristiano con Aristóteles y Santo Tomás como principales referencias en Teilhard, mientras que para Bergson, en principio más afectado por el ideal-materialismo cartesiano (el panteista Spinoza, el empirista Hume y el evolucionista Spencer, entre otros) fueron Platón y Plotino los principales maestros; ello hasta que, en los últimos años de su vida, se familiarizó con los místicos españoles y cristianizó lo fundamental de sus postulados y conclusiones.

         Si Teilhard hizo teología a través de la ciencia y la íntima meditación, Henri Bergson, considerablemente más reconocido y admirado en su tiempo, se caracterizó por hacer filosofía desde la ciencia, la literatura (premio nobel en 1928) y el arte, manejados con genial maestría.

         La Evolución Creadora-1907 es su más significativa obra; en ella, no sin ciertas reminiscencias ideal-panteístas, rompe con las corrientes mecanicistas poniendo en juego lo que él llama élan vital (impulso vital) motor de una evolución que, en sucesivas porciones de durée (el tiempo en el espacio), da paso a las distintas formas de vida en multitud de especies vegetales y animales, éstas dependientes de aquellas y todas ellas alimentando una especie de embrionaria conciencia, que alcanzará su plenitud personalizante en el hombre.

         Es una conciencia cuyo anticipo, en forma cerrada sobre sí misma, ve Bergson en insectos sociales como las hormigas y las abejas: es la de estas especies animales una manifestación de conciencia colectiva fijada en el tiempo y que, respondiendo a la necesidad de perpetuar la especie según un carácter y orden inmutable, está repartida entre las distintas categorías de miembros para mantener facultades o funciones a perpetuidad delimitadas y complementarias entre sí.

         En los vertebrados, a través de sucesivas etapas en el "espacio moldeado por el tiempo", que Bergson llama durée (duración), función y evolución son posibles merced a lo que llama élan vital (impulso de vida) que en los invertebrados se expresa en una cerrada organización y en los vertebrados en un camino abierto hasta llegar a la inteligencia, peculiaridad exclusiva de los seres humanos.

         Entre Bergson y Teilhard se sitúa Maurice Blondel, el cual traduce en acción personal y social el élan vital bergsoniano. Desde su militancia católica, marca distancias con las reminiscencias panteístas de la filosofía de la vida de Bergson para poner de relieve el ineludible "soplo de Dios" en la conciencia humana con sus directas consecuencias en la libre voluntad.

         Para Blondel, estéril es un buen pensamiento que no se traduce en acción. Blondel había llegado a tal conclusión antes aun de conocer a Bergson y cuando, después de haber publicado su L’Action-1893, examinó las ideas reflejadas en la Evolución Creadora, encontró en ellas escasa consistencia para, realmente, mover las conciencias en orden al progreso personal y social auspiciado por el realismo cristiano.

         Diríase que Teilhard encontró la fórmula de hilvanar en fecunda síntesis las perspectivas de Bergson y Blondel. En concreto, que toma el testigo de uno y otro y, sin ninguna concesión al idealismo platónico, ni al panteísmo, ni, tampoco, a la acomodaticia inercia de muchos de los centros de formación religiosa, aborda lo que podemos calificar de revolucionaria visión del todo existente (según Weltanschauung).

         Luego de aplicarse a exhaustivos exámenes de los fenómenos (el fenómeno humano en especial), da por supuesta la creación-evolución de toda la obra de Dios en un proceso que incluye la aparición de multitud de formas de materia espiritualizada en manifestaciones de cosa inanimada, pre-vida, vida y conciencia hasta llegar más allá de lo que, incluso, significa la persona humana.

         Como un superior estadio de la creación-evolución (traducción teilhardiana de la evolución creadora) Teilhard ve posible (y necesario) la ascensión a lo ultra humano: comunidad de personas en total armonía gracias al pleno y libre desarrollo de las respectivas facultades en sintonía con el amor y la labor redentora del Hijo de Dios hecho hombre.

         La humanidad, exaltada por una co-reflexión de carácter personal-comunitario y amplitud planetaria (la noosfera, que dirá el revolucionario jesuita), se supera a sí misma en generosa acción llegando a alcanzar muy superiores niveles (el todo superior a la suma de las partes) de pensamiento y de libertad en ilimitada efusión de Amor.

         Si en Platón el amor no era más que la carencia de un amante que exige la entrega carnal del amado en placentera sumisión acompañada de tenue complacencia intelectual, en el cuadro cristiano, Dios ama desde la plenitud del ser en un espontáneo desbordamiento de su poder creador en una acción gratuita que a Chesterton despertó la siguiente reflexión:

"El budismo es centrípeto, pero el cristianismo es centrífugo: estalla. Porque el círculo es perfecto e infinito en su naturaleza aunque sujeto a la voluntad del amado por que la cruz, en la que se expresa, puede expandir sus cuatro brazos hacia los cuatro vientos sin perder su carácter y forma en perpetua invitación a piadosos, indiferentes y tibios".

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  Act: 16/10/23        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A