El drama del humanismo ateo

Zamora, 29 agosto 2022
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Hasta la Caída del Muro de Berlín no había formulación de ateísmo más difundida y valorada que la que servía de base al llamado (entonces) socialismo real, socialismo científico y, menos académicamente, comunismo soviético.

         Para la vieja Enciclopedia Soviética el ateísmo era aquella ideología que negaba la existencia de Dios, y que luchaba contra la religión y contra todos sus conceptos asociados (humildad, pobreza, obediencia, sumisión...). Así como un "sistema de ideas que niega la fe en lo sobrenatural" (espíritus, dioses, vida de ultratumba...).

         El objeto del ateísmo es explicar las fuentes y causas del origen y existencia de la religión, criticar las creencias religiosas desde el punto de vista del mundo, aclarar el papel social de la religión, señalar de qué manera pueden superarse los prejuicios religiosos. Pero veamos cómo lo describía la difunta Enciclopedia Soviética:

"La aparición y progreso del ateísmo están unidos al avance de los conocimientos científicos. En cada época histórica, el ateísmo ha reflejado el nivel de conocimientos alcanzados y los intereses de las clases que lo utilizan como arma ideológica. Su base filosófica es el materialismo.

El contenido positivo y las insuficiencias de tal o cual forma de ateísmo se hallan condicionados por las circunstancias económico-sociales concretas de cada período determinado, por el grado de desarrollo de la ciencia y de la filosofía materialista. La lucha del ateísmo contra la religión está estrechamente unida a la lucha de clases.

El ateísmo alcanza su forma más rigurosa en el marxismo-leninismo. Los intereses del proletariado, su posición y su papel en la sociedad, coinciden con las tendencias objetivas del desarrollo de la misma, lo cual hace que el ateísmo marxista se vea libre de la limitación clasista típica de sus formas no marxistas. La base filosófica del ateísmo marxista consiste en el materialismo dialéctico e histórico. El ateísmo marxista posee un carácter militante.

Por primera vez en la historia, se hace una crítica multilateral de la religión, se señala cuáles son los caminos y los medios que conducen a su plena superación. El ateísmo marxista ha establecido que esta superación sólo podrá ser completa cuando se hayan aniquilado las raíces sociales de la religión en el proceso de formación de la sociedad comunista. La experiencia de la URSS constituye una confirmación práctica. 

Los ateos odiamos lo que la idea de Dios representa en el mundo: el control, la esclavitud de nuestras mentes, la pérdida de la libertad moral e intelectual. ¿Por qué estar sometidos por un ser, por una idea, que ni siquiera existe? Los ateos no sólo no creemos en Dios, sino que intentamos demostrar que efectivamente no existe, y además perseguimos y atacamos duramente todo lo que la divinidad y la religión representan".

         Así pues, los objetivos de las ideas del ateísmo pueden resumirse en dos: 1º acabar con Dios y 2º acabar con la religión. Y esto sea cual fuere la forma que estos dos conceptos adopten.

         Recordemos cómo, para defender esa concepción del ateísmo, las autoridades soviéticas rivalizaban en fervor proselitista para moldear conciencias o convencer de una "suprema verdad": no existe otra realidad que la materia, autosuficiente por sí misma, principio y fin de todo.

         Lo que pretendían y, en gran parte, lograron fue desarrollar la adhesión religiosa de sus gentes a toda una dogmática que, lógicamente, habría de exigir la previa colectivización de las conciencias y un soporte racional que ellos dijeron haber encontrado en lo que llamaron dialéctica materialista (ilustres profesores españoles, como Gustavo Bueno, siguen creyendo en ella). Todo como si el Dios de los cristianos hubiera de ser sustituido por el dios Materia.

         No es ésa la única corriente de paganización que, durante muchos años, ha logrado amplia audiencia en nuestro mundo. Son muchos los hombres y mujeres que, refugiados en la colectivización de sus respectivas conciencias, vuelcan su tendencia natural a la adoración arrastrados hacia una o varias de las numerosas corrientes de paganismo que han recobrado actualidad con preferencia a las más directamente orientadas a la pura y simple satisfacción animal.

         Puesto que están alimentadas por la harto generalizada fiebre materialista, son corrientes que, con cierta colorista singularización, gozaron y gozan de enorme audiencia; a veces, con una paradójica consecuencia, la de lograr fundir la doctrina antropocentrista del "hombre singular" (el "ego mihi deus" que dijo Stirner) con la doctrina, también antropocentrista, del "hombre especie" (el "homo homini deus" que había dogmatizado Feuerbach).

         A cierto nivel de masificación, la lógica de la convivencia requiere un pastor, un guía, un líder algo así como el super-hombre de Nietzsche, que tantos argumentos prestó a Hitler y sigue prestando a los tiranos que se empeñan en desviar hacia el propio beneficio el sentido de la historia.

         Todavía, aquí y ahora, son muchos los que ven en la soberbia soledad del héroe de Nietzsche, el "super-hombre Zaratustra", la grandiosidad de un a todo el poder-ser del hombre, "al más atrevido encuentro con la íntima verdad del hombre".

         Bueno está recordar que Nietzsche situaba su verdad "más allá del bien y del mal", en un mundo que él quiere elemental: de materia y de voluntad, de carne y de sangre, mundo en el que impone su razón el que está en situación de atropellar y de despreciar a cuantos aceptan la moral de la solidaridad o "moral de esclavos".

         En la voluntad de dominio encuentran los fieles de Nietzsche la razón primordial para renegar de los viejos valores, para situar el ansia u obsesión desesperada de poder por encima de la resignación, preferir la guerra a la paz, la astucia a la prudencia... hasta que "perezcan los débiles y los fracasados ante la voluntad de dominio de los fuertes" (del Anticristo).

         No importa que todo ello se debata en el campo de lo irracional, que la voluntad de dominio destruya las raíces anteriores y superiores a uno mismo, enfrentado a la fatalidad o condenado a flotar sobre el vacío de una autosuficiencia simplemente imaginada: a Nietzsche no le importa que el tal super-hombre viva y muera como el títere de una absurda tragedia: "Solitario, sigues el camino del Creador, quieres hacer un dios de tus siete demonios... Yo, en cambio, amo a todo aquel que se propone crear algo superior al hombre y sucumbe en el empeño" (Así hablaba Zaratustra).

         Todo ello no es ateísmo: es deliberada preocupación por introducir en el pensamiento de los hombres la presencia de un ídolo alimentado por las más obscuras corrientes de la historia: la idea de un hombre sin traba moral alguna y, por lo mismo, capaz de alargar hasta el infinito los horizontes de una vida radicalmente insolidaria con la suerte de todos sus congéneres. ¡Pobre super-hombre, diosecillo con pies de barro!

         Otra intectualizada forma de paganismo, que sigue cobrando fervor religioso entre no pocos contemporáneos, es la formulada por el padre del llamado positivismo, Augusto Comte, cuya Ley de los tres Estados es una literal coincidencia con una célebre proclama de Feuerbach: "Dios fue mi primer pensamiento, la razón el segundo y el hombre, mi tercero y último".

         También aquí se toma al hombre como especie (o rebaño) compartiendo una sola conciencia, sólo que dividido en dominantes los pro-hombres de los negocios (oligarquía o tribu de super-hombres) y dominados sin otro patrimonio que su capacidad de trabajo.

         Según la Ley de los tres Estados de Comte, pasó el hombre de la creencia en lo divino al razonamiento especulativo y de aquí a la directa experiencia sobre lo positivamente dado. En aventuradísima simplificación, Comte hacía coincidir el primer estado con la época medieval, el segundo con la herencia de Descartes y el tercero con su propia época y los siglos venideros. Pretende cerrar el círculo haciendo coincidir su pensamiento con las supuestas primitivas inquietudes religiosas del hombre: el fetichismo, o vuelco religioso hacia lo más palpable.

         Punto de apoyo de tal religión es el instinto de simpatía entre los hombres mientras que la pauta para su organización la encuentra en el esquema jerárquico de la Iglesia Católica, cuyo populismo ve animado por la figura de la Virgen María, a la cual sustituirá por el objeto de un amor platónico por el que se obsesionó en una obscura parte de su vida, una tal Clotilde de Vaux.

         Para completar los elementos clave de su revolución religiosa, Comte presenta a toda la humanidad como grand etre, convirtiendo así en casta sacerdotal a los prohombres de la industria y de los negocios. Y en peculiar remembranza del catolicismo, inventa 9 sacramentos y 84 fiestas religiosas.

         El meollo de tal revolución religiosa radica en la pretensión de sustituir al Dios del amor y de la libertad por el dios Organización, en función del orden industrial al servicio de los sumos pontífices de la economía. ¿No era ésa la principal obsesión burguesa, y la de sus adeptos? Y ¡cuantos tienen algo que perder, si falla el culto al "tanto tienes tanto vales"!

         Sobre todo porque todo ello requiere una fe incondicional de los simples, que muy bien pueden distraer sus inquietudes religiosas con dioses, ritos y devociones pertinentemente alimentadas con una retórica que haya sido útil a lo largo de la historia. Es lo que seguía diciendo el bueno de Comte:

"Muerto Dios, y convertido en literatura el recuerdo del Crucificado, archivado en la trastienda de la historia el compromiso personal con la redención, ignorados los derechos del más débil o fuera de la propia órbita, condenado el amor por anacrónico e inmaterial... no debe chocar que la poderosa superficialidad se empeñe por identificar al progreso con el culto al placer, al desprecio por la vida, a la vagancia, a la envidia, al animal que goza y no piensa, al becerro de oro, a la irresponsabilidad personal, a la muerte de lo genuinamente humano".

         Puesto que el hombre es un animal religioso, resulta impropio hablar de corrientes modernas de ateísmo o de humanismo ateo: Lo que pugna por sustituir a la adoración del Dios del amor y de la libertad es estricto paganismo con sus dioses, con sus templos y sus escalas de valores, que, si no descubren nada nuevo, al menos sintonizan con la apatía y el cansancio de una sociedad opulenta y rencorosa.

         Sabemos que la vivencia de tal paganismo, a la par que es un retroceso en la historia, castra a la vida humana de todo sentido, incluido el utilitarista. Pero, puesto que, en principio, es fácilmente asimilable por el animal, ha conquistado millones de voluntades.

         No importa que promocione el aburrimiento existencial, el agudo pasotismo, los afincamientos en la nada o desesperadas búsquedas de paraísos artificiales empedrados de continuas y progresivas frustraciones. Y tampoco debe importar mucho que faciliten e inspiren ideologías de segregación racial, cultural, confesional o social sin entronque alguno con la más palmaria realidad del hombre (animal social y racional)... Representan, y ése es su principal atractivo, una huida hacia abajo en que las fantasías animales, tanto para los señores como para los esclavos, no encontrarán otro freno que el hastío.

         Ese paganismo farfullero y animalizante corta el camino hacia constructivas vivencias de amor y de libertad. Dirán que lo hacen bajo los dictados o en el nombre de la ciencia ¿cómo puede ser eso si, en honor a la verdad, hemos de reconocer que en el terreno de la ciencia y en base a lo poco que hemos visto y a lo mucho que nos falta por descubrir, estamos en el 1º renglón de la 1ª página del libro de la realidad científica, el cual ¡a saber cuantas sorpresas nos depara sobre el conocimiento de las más elementales entidades físicas, sobre sus leyes y sus relaciones con lo universal!

         En consecuencia, lo del ateismo no tiene para nosotros ningún sentido: una reposada, humilde e incondicionada reflexión nos lleva a creer que (tenemos todo el derecho del mundo a creer) existe un Ser Superior que nos ama y espera ser correspondido con amor y libertad.

         Este ser superior, nuestro Padre Dios, sí que es el principio y fin de todas las cosas, el Autor y mantenedor de todo lo que existe y ha de existir en perfección y progresivo hermanamiento. Y suyo es el proyecto de amorización universal entre todos los seres humanos.

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  Act: 29/08/22        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A