Del sujeto operativo al ego trascendental

Zamora, 30 junio 2025
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Antes de exponer lo que entendemos por hombre y mujer (es decir, por animal humano y ser racional), resulta pertinente lo que, al respecto, se dice desde el materialismo filosófico según su ontología (materialismo ontológico), que es en lo que se apoya la Teoría de las Tres Materialidades a la que he hecho referencia en el capítulo anterior. Trascribo la explicación de dicha teoría:

"La doctrina ontológica agrupa la totalidad de las realidades que constituyen el campo de variabilidad del mundo (M, según la terminología buenista) en tres géneros de materialidad (M1, M2, M3) oponiéndose al reduccionismo ontológico de los distintos formalismos. El corporeísmo que se basa en el privilegio de la realidad corpórea (M1) es, desde esta perspectiva, un formalismo primario. El psicologismo y el sociologismo son los que hacen del hombre (individual o colectivamente) la medida de todas las cosas son formalismos secundarios (M2). El idealismo, que convierte a las ideas en la única realidad efectiva y objetiva, a expensas de las entidades físicas y de los sujetos, constituye un formalismo terciario (M3). Frente al reduccionismo mundanista (es decir, la pobre y grosera filosofía de los que, según los buenistas, no filosofan como ellos), el materialismo ontológico postula la existencia una materia ontológico general (M) plural e inconmensurable, que se constituye regresivamente a partir de la pluralidad mundana, tomando al sujeto gnoseológico (E) como principal valedor de su posibilidad".

         Dada la importancia que el doctor Bueno otorgaba a la precisa significación de cada expresión para el justo entendimiento de sus teorías, no está de más que recordemos la equivalencia de materia ontológica general (M), la expresión que más repetía y repiten sus discípulos.

         Por materia ontológica general (M) entendemos la idea de la pluralidad indeterminada, infinita, en la que no todo está vinculado con todo (lo que, según Bueno, equivale a la negación de un orden o armonía universal).

         El monismo del ser es la negación misma del materialismo, de acuerdo con el propio sentido clásico del concepto de materia, que incluye la pluralidad de "partes extra partes", por lo que la expresión "monismo materialista" es una composición tan absurda como el círculo cuadrado.

         De ahí se puede deducir que, para el materialismo filosófico todo se deriva del pluralismo de la materia original, cuyos tres principales géneros incluyen todo lo que existe o puede existir sin dejar hueco alguno a lo puramente espiritual, llámese Dios o alma humana, ésta tomada como "materialidad secundo genérica" (es decir, M1). Sigamos escuchando el relato del dr. Bueno:

"Cuando desde M adscribimos M1, M2 y M3 al mundo, se abre la posibilidad de coordinar estos géneros a un centro del mundo (designado por E) desde el cual intentaremos reconstruirlo científicamente. Los tres géneros de materialidad se coordinarán con los sectores del eje sintáctico y a través de los sectores del eje semántico del espacio gnoseológico. Los términos (de los diversos campos de las ciencias), a través sobre todo del sector fisicalista, se coordinarán con los contenidos primo genéricos; las operaciones (a través de los fenómenos) con los contenidos segundo genéricos; y las relaciones (a través de las esencias) con los contenidos tercio genéricos. Esto nos permite redefinir las esencias como relaciones (entre términos fisicalistas). Según ello, la esencia o estructura (por ejemplo, la relación pitagórica del triángulo rectángulo) es una relación entre los términos lados del triángulo rectángulo. Contemplados desde M, los tres géneros de materialidad constitutivos del mundo no tienen por qué aparecer como mundos megáricos aunque yuxtapuestos, sino como dimensiones ontológicas de un único mundo empírico que se implican mutuamente y, en particular, con el elemento animal (segundo genérico) de este mundo (mucho más que de un principio antrópico hablaríamos de un principio zoo-trópico). Tendría incluso algún sentido ver a los contenidos del mundo como refracciones de los contenidos de M, con lo que contribuiríamos al menos a debilitar la tendencia a subsumir los contenidos tercio genéricos en el segundo género, como si fueran un subproducto suyo. En efecto, cuando consideramos los tres géneros desde la perspectiva de los sujetos operatorios (que convergen en un punto E, que no es trascendental en virtud de ciertas funciones a priori de su entendimiento, sino en virtud del propio ejercicio, in medias res, de los sujetos operatorios) los contenidos tercio genéricos tenderán a ser puestos bajo el severo control de M2, por cuanto éste aparece en su génesis. Pero cuando los consideramos desde la perspectiva de M, estos canales genéticos pueden desvirtuarse, de suerte que M3 pueda pasar a verse como una refracción de algo de M en cuanto a su estructura, independientemente de su génesis".

         De tal explicación sí que podemos deducir que el protagonismo de los sujetos operatorios (es decir, de los animales humanos) muy poco significa, hasta que, desde el nivel individual, se sitúan in media res para converger en E, privilegiada letra con la que Bueno designa al ego trascendental, y forjar una historia con los altos y bajos que todos conocemos, siempre dentro del género de materialidad que le corresponde.

         Esto del ego trascendental es una figura, que podría confundirse con el Zaratustra de Nietzsche si no fuera porque parece tener entidad pluripersonal a modo de elitista colectividad responsable de enderezar los renglones que tuercen los sujetos operatorios desorganizados.

         La constitución del sujeto en cuanto ego transcendental (E) puede ser considerada como el proceso recurrente de un paso al límite de las relaciones de identidad (tercio genéricas) al que tienden los sujetos operatorios (segundo genéricos, alineados en el eje pragmático en tanto interactúan, a través de sus individuos o términos corpóreos (primo-genéricos) en el proceso de constitución del mundo.

         La idea de cuerpo, se nos dice en el Diccionario Filosófico, ocupa un lugar privilegiado en el sistema del materialismo filosófico.

         El materialismo filosófico no es, desde luego, un corporeísmo (en cualquiera de sus versiones, como pudiera serlo la del corpuscularismo de los atomistas griegos) porque no reduce la materia a la condición de materia corpórea.

         En efecto, hay materias incorpóreas, y no solamente contando con la materia segundo genérica o tercio genérica, sino también contando con contenidos propios de la materia primo genérica (una "onda gravitacional" einsteiniana (h=g-g0) determinada por una masa corpórea que deforma el espacio-tiempo, no es corpórea ni másica. Algunos físicos llegan incluso a considerarla como una "onda inmaterial", denominación absurda desde el punto de vista materialista, que sólo se explica en el supuesto de una ecuación previa entre materia y corporeidad).

         Sin embargo, la materia corpórea, los cuerpos, no son "un tipo de realidad entre otros" o incluso un tipo de realidad comparativamente irrelevante, sobre todo cuando se tiene en cuenta la "amplitud inabarcable de los procesos materiales que nos abre la perspectiva de la materia ontológico-general".

         En efecto, nos es imposible fingir la posibilidad de situarnos en la perspectiva de esa materia ontológico-general en un momento anterior a la aparición de los cuerpos entre otros millones y millones de seres, como es imposible fingir, al modo de la ontoteología (teología del ser), que podamos situarnos en la perspectiva de un Dios creador en el momento anterior a la aparición de los espíritus (querubines, serafines...).

         Nuestro punto de partida es siempre el "mundo de los cuerpos". Y aun cuando desde un punto de vista ontológico regresemos a una perspectiva global desde la cual los cuerpos se nos den como una mera subclase de realidades (y ello, tanto si esta perspectiva global es la de la ontoteología neoplatónica, como si es la perspectiva del "vacío cuántico", o de la doctrina de los tres géneros de materialidad), no cabe fingir que podamos situarnos en algún tipo de realidad incorpórea, aunque se postulase como material, para deducir o derivar de ella a los cuerpos, como pretenden algunos físicos contemporáneos (pongamos por caso Gunzig o Nordon cuando postulan un "vacío cuántico" y unas "fluctuaciones cuánticas" dadas en ese vacío y capaces de desgarrar el espacio-tiempo de Minkowski para dar lugar al mundo de los cuerpos sin necesidad de pasar por una singularidad correspondiente a un big-bang).

         En efecto, la deducción sobre el dilema del ser, como cualquier otra deducción racional, implica la actividad de un sujeto operatorio. No obstante, el sujeto operatorio es un sujeto corpóreo (las operaciones racionales son operaciones quirúrgicas, que consisten en separar o aproximar cuerpos).

         Lo que decimos de los cuerpos, por tanto, respecto de la realidad (o del ser) en general, tenemos que decirlo también de los vivientes, respecto de los cuerpos: los vivientes orgánicos (descartado, por supuesto, el hilozoísmo) constituyen una subclase relativamente insignificante en proporción con la extensión desbordada de los cuerpos abióticos. Sin embargo, no cabe fingir que nos situamos en el plano de los cuerpos en general, puesto que el sujeto operatorio no es solamente un cuerpo, sino un cuerpo viviente.

         No habiendo ninguna razón para suponer que puedan existir vivientes incorpóreos (es decir, espíritus) será preciso concretar la referencia del materialismo filosófico a los cuerpos a través de los sujetos corpóreos vivientes, redefiniendo al materialismo, en cuanto opuesto al espiritualismo, como la concepción que afirma la condición corpórea de todo viviente.

         Esta afirmación no implica la recíproca, por cuanto la tesis según la cual todo viviente es corpóreo no implica que todo ser corpóreo haya de ser viviente. Ahora bien, un sujeto operatorio solamente puede desarrollar su actividad entre otros cuerpos de su entorno. El mundo de los cuerpos se nos presenta, por tanto, como el mismo espacio práctico (operatorio) de los sujetos racionales y la conservación de los cuerpos de estos sujetos corpóreos como el principio mismo de la ética.

         Tan profusa y categórica argumentación puede llevarnos al convencimiento de que los seres humanos no pueden contar más que consigo mismos para hacer historia y ello siempre que su carácter de sujetos operatorios cobre la dimensión que otorga la conjunción de esfuerzos hasta alcanzar la categoría de ego trascendental en la medida y límite de su presencia en el mundo con el que comparten una materialidad extensible a todo el universo, entidad inconmensurable que, pese a la complejidad y multitud de desconocimientos que encierra, Bueno decía considerar existente y suficiente por sí mismo, marginando incluso la elemental creencia volteriana de que no puede haber reloj sin un previo relojero.

         Se trata ésta de una arriesgada y debilísima hipótesis que deja sin respuesta a un cúmulo de acuciantes preguntas partiendo del qué, el por qué y  el para qué de un animal dotado de ilimitada reflexión y muy limitada capacidad de acción en medio de todo a lo que ha de enfrentarse.

         En cambio, sí que hemos de reconocer que los creyentes en que las cosas no son lo que son por sí mismas pueden, por ejemplo, empezar por pensar algo tan de sentido común como que la nada no es igual al todo y, desde esta elementalísima premisa, tomar en consideración la creencia en un Creador con la sabiduría, la voluntad y el poder que requieren la existencia y mantenimiento de las inmensidades de que formamos parte habida cuenta de nuestras innegables limitaciones.

         Ciertamente, en todas las civilizaciones de que tenemos noticia se han dado explicaciones al respecto y, por la parte que nos toca, no sin tener en cuenta el hecho de que los relatores no dejaron de percibir desde sus limitaciones humanas lo que pudieran percibir por sí mismos o les fuera revelado, aceptamos como el menos incoherente y, por lo tanto, más creíble, el relato del Génesis sobre el origen del universo, el carácter de las distintas realidades materiales y el más o menos dramático  papel de los seres humanos en la historia, cuyo primer capítulo es relatado de manera simbólica como no podía ser de otra manera.

         Para describir este drama, los autores inspirados no recurrieron a formulaciones abstractas. Lo hicieron por medio de una serie de relatos convenientemente ordenados, de hondo contenido simbólico, que llevan la impronta del tiempo y de la cultura en que fueron escritos.

         Por eso, al leer estos textos, es imprescindible distinguir entre la verdad revelada por Dios, que mantiene su valor y actualidad permanentes, y su expresión literaria concreta, que refleja el fondo cultural común a todos los pueblos del Antiguo Oriente, con la especificidad del pueblo hebreo al que, en principio, fue dirigido. Éstas fueron sus declaraciones:

"Dios dijo: Que la tierra produzca toda clase de seres vivientes: ganado, reptiles y animales salvajes de toda especie. Y así sucedió. Dios hizo las diversas clases de animales del campo, las diversas clases de ganado y todos los reptiles de la tierra, cualquiera sea su especie. Y Dios vio que esto era bueno. Dios dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza; y que le estén sometidos los peces del mar y las aves del cielo, el ganado, las fieras de la tierra, y todos los animales que se arrastran por el suelo. Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer. Y los bendijo, diciéndoles: Sed fecundos, multiplicaos, llenad y someted la tierra; dominad a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra" (Gn 1,24-28).

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  Act: 30/06/25        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A