Occidente sí tiene un entronque cultural

Zamora, 29 enero 2024
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Para la esfera cultural de lo que llamamos Occidente, la historia escrita del pensamiento empieza con los intelectuales griegos. En líneas generales, la forma de pensar de los griegos estaba animada por la preocupación por deducir el significado de la vida, desde el previo conocimiento de su entorno físico y mental.

         Se trataba de una actitud realista (percepción y reflexión, sobre la propia reflexión), en la cual tenía escasa cabida el fantasismo individualista que han defendido los llamados "arquitectos de ideas" (los idealistas, que en la estela de Descartes, y con Hegel a la cabeza, abrieron el camino a no pocos fundamentalismos ideológicos de la actualidad).

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         Algunos de los filósofos griegos presocráticos ya se preocuparon por explicar en lógica natural cuanto existe. Abogaban por una especie de comunión entre elementos físicos y seres humanos, y en esa línea ha de interpretarse el legado de un Tales de Mileto para quien el principio creador era el agua, del que procedían desde el ínfimo animal hasta los propios dioses.

         Para Anaximandro, compatriota de Tales, el principio creador era el apeirón o lo infinitamente indeterminado, que adopta las variadas formas impuestas por la evolución (desde una elemental partícula hasta la propia inteligencia). En la misma línea, Anaxímenes, discípulo de Anaximandro, identificó la materia prima con el aire (aún no se había descubierto el polvo cósmico, del que hablará Teilhard de Chardin).

         Sin duda que esos primeros apuntes evolucionistas, desde una óptica que mucho se parece a una versión naturalista de un Todo en todos, representaron un serio esfuerzo por situar al hombre en el camino que mejor correspondía a su destino. Con ello, se miró al cielo con los pies en la tierra, teniendo enfrente a un ser ("animal político", en expresión de Aristóteles) que apreciaba progresivamente una especie de vocación al protagonismo en el mundo material, desde el esfuerzo por interpretar la realidad en todas sus dimensiones.

         Pero también hubo, en la época socrática, cultivadores de la evasión idealista. Una de las corrientes más destacadas del tal idealismo vino representada por el divino Platón, que vio en las ideas ("madres de todas las cosas", y con vida propia ajena a los hombres a los que, en el mejor de los casos, solamente llegará su sombra) el principio de toda realidad. Otra peculiar especie de "idealismo cabalístico" vino representado por los pitagóricos, para quienes los "números son la causa primera y raíz de cuanto existe".

         Ambas modalidades constituyeron una especie de "idealismo objetivo", en que las ideas cobraban vida propia, con total independencia respecto de los cerebros (que habrán de asimilar o desarrollar). Es decir, que el cerebro era un simple receptor de las imágenes a dilucidar (a diferencia del "idealismo subjetivo" del hegelianismo ilustrado, para el que la propia conciencia era el principal proyector de la verdad).

         Las circunstancias en que se desenvolvió el discurrir de los filósofos clásicos llevó a éstos admitir la violencia como factor principal en las relaciones entre estados, el no reconocimiento de la igualdad entre los hombres y la institucionalización de las formas de avasallamiento de por vida (la esclavitud), sin otro aval que la fuerza física o la derrota en el campo de batalla.

         Ante ello, fueron muchos los tentados a considerar el panorama como una realidad definitiva. Así parece mostrarlo Heráclito (llamado el Oscuro), cuyo principio de que "la guerra es la madre de todas las cosas" le llevó a plantear la historia en fatal y agitada rueda que se ajustaba a un ciclo de 10.800 años (nadie ha explicado aun de donde viene esta cifra), como pretendiendo demostrar que, hágase lo que se haga, cuanto existe terminará volviendo a empezar después de haber bañado en sangre un largo período de historia.

         En la historia de los círculos intelectuales siempre han existido posiciones encontradas. No es de extrañar, pues, que el "evolucionismo circular" y el extremismo derrotista de un Heráclito (resucitado por Hegel y sus discípulos) encontrara el polo opuesto en Parménides, para quien la realidad estaba sumida en una especie de nirvana ocupada por un Ser Inmutable a cuyo conocimiento solamente podían acceder los privilegiados, mientras que el resto, sumidos en crasa ignorancia, habría de contentarse con las simples apariencias.

         Desde esta posición surgió la máxima griega de que la realidad total será lo que determine el sabio ("lo mismo es el pensamiento que aquello que pensamos"). Con ello, los derroteros fueron pasando del idealismo utópico al más exagerado racionalismo, bajo el peculiar matiz de liberar del rígido anclaje del "yo dictador de la realidad" (cual será el caso del idealismo alemán).

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         Al margen de no pocas pedanterías y errores, en los que tan fácilmente incurren los intelectuales de profesión, estos primeros representantes de la cultura mediterránea (los griegos) tuvieron el mérito de abrir brecha en la fértil reflexión sobre la difícil percepción de la realidad, desde un paciente y desapasionado estudio de las cosas, de los hombres y de cuanto ocurre en ellos y entre ellos.

         Tal fue el caso del maestro Aristóteles, quien se empeñó en conciliar experiencia y razón, comprometida ésta en la aproximación a la realidad desde un natural principio de intuición.

         Con su Liceo, Aristóteles se esforzó por salir del atasco en que se debatía la Academia de su antiguo maestro Platón. Y frente a la cantada autonomía de las ideas, Aristóteles respondió perogrullescamente: "No se puede pensar sin comer".

         Cantó Aristóteles la libertad del hombre frente al gregarismo de su maestro, y simultaneó la reflexión sobre las serias preocupaciones de los hombres con el estudio de las ciencias naturales. Fue así como apuntó Aristóteles la probabilidad de la evolución animal, la estrecha relación entre alma y cuerpo y la necesidad de una 1ª fuente de energía capaz de animar el proceso de la realidad.

         Desde su pagana visión del hombre, Aristóteles consideró la esclavitud como una imposición de la infraestructura económica, y en razón de ello llegó a decir que algunos hombres eran naturalmente esclavos: Si a la naturaleza le gusta facilitar sus frutos a partir de un duro y continuo trabajo, si las necesidades ordinarias requieren una especie de mecánica dedicación... las correspondientes tareas no pueden ser desarrolladas más que por aquellas personas en que predomina el afán de supervivencia, sobre el afán de reflexión. Tal situación era para Aristóteles algo inevitable, hasta que "las lanzaderas y otras herramientas se muevan por sí solas".

         Aristóteles legó al entorno mediterráneo su preocupación por casar hombre y naturaleza, por hacer depender al pensamiento de lo que entra por los sentidos, por apuntar a una realidad en la que todos dependen del Todo, y por identificar lo sabio con el mayor conocimiento posible de la realidad (desde lo natural hasta lo político, pasando por lo fisiológico y técnico).

         Aristóteles fue un personaje comprometido con el estudio de las cosas, las cuales, mediante la capacidad reflexiva del ser humano, pueden convertirse en ideas. Pero nunca al revés, como fuera el caso de Parménides o de Platón. Por lo demás, dedicó especial simpatía a cuanto pudiera facilitar la armonía entre los hombres y de éstos con todo el universo espiritual y material.

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         En paralelo con el afán griego por encontrar el sentido trascendente a todo lo natural y humano, se desarrollaron los afanes imperialistas de Alejandro Magno (díscolo discípulo de Aristóteles) y de los diadocos helenistas, con la trágica secuela de ruinas, atropellos y muertes.

         Fue el momento en que los más reflexivos trataron de encontrar el sentido de la propia vida dentro de sí mismos, preocupándose por lo que pasó a llamarse ciencia del comportamiento o ética. No obstante, también ahí se dieron posiciones encontradas, entre los epicúreos (de Epicuro de Samos) y los estoicos (de la stoa, nombre del pórtico ateniense decorado por Polignoto).

         Los epicúreos, desde una concepción del mundo ramplonamente materialista, basaban la realización personal en perseguir el placer de los sentidos, y sus obligaciones sociales se reducían al buen parecer (según el patrón que marcó el propio Epicuro, personaje cultivado, de suave trato y amigo de sus amigos).

         Incondicional devoto de Epicuro fue Lucrecio Caro, el más celebrado panegirista del buen vivir de la época dorada romana, o de la beautiful people de la época de Augusto, Virgilio, Horacio, Mecenas... como principales mentores. Según Lucrecio, la religión debía reducirse a un instrumento estrictamente formal, y las divinidades ser vistas como opulentos rentistas, que vivían para sí sin la mínima preocupación por lo que ocurre en el mundo de los humanos (en el que el más sabio es aquel que "acierta a vivir como un dios").

         En cambio, los estoicos cultivaban una serena religiosidad y el dominio de las pasiones, y el auténtico saber no era sino la ciencia de las cosas divinas y humanas. En sus creencias iban más allá de la cosmogonía oficial, y adoraban a un solo Dios "por el cual tiene todo una existencia viva". Se trata de un Dios "santo, inconmensurable, jamás nacido y jamás muerto".

         Según el estoicismo, las "rationes seminales" de Dios, o ínfimas porciones de materia que están en el principio y origen de todas las cosas, nos hacen ver que el hombre es de "linaje divino", y estaría comprometido en la inacaba obra de la creación, desde una perspectiva que celebra hasta el mismo San Pablo: "Como han dicho algunos de vuestros poetas, somos de linaje divino" (Hch 17, 28).

         Frente al epicureismo dominante, el estoicismo se declaró abiertamente beligerante sobre la posibilidad de encontrar sentido trascendente a los valores, sobre todo a la solidaridad (entre personas de distintas razas y posicionamientos sociales). Su más cruda batalla tuvo lugar en Roma, en que la doctrina de los estoicos fue recibida calurosamente por los personajes más reputados y más ascéticos, como el general Escipión el Africano o el sumo pontífice Mucio Escévola.

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         Fue el estoicismo la doctrina que inspiró la trayectoria intelectual del gran Cicerón y del cordobés Séneca, quien pasó por ser el más ilustre representante de esta escuela y el más grande de los sabios de la Roma Imperial.

         Para Séneca, sabio es el que "sabe conducir su vida conforme a razón". Su filosofía o forma de pensar es esencialmente práctica, como una forma de vida más que un método de especulación teórica. Crítico con la corrompida corte imperial (de Calígula, Claudio y Nerón), sufrió Séneca enconadas represalias desde las altas jerarquías, hasta ser condenado a abrirse las venas por parte de Nerón, de quien había sido preceptor.

         Para Séneca, "vivir conforme a la razón" es una exigencia de la propia naturaleza, y la mayor prueba de heroísmo ("el fuego prueba al oro, y las vicisitudes de la vida a los hombres fuertes"). En el centro de la naturaleza (el "corazón de la materia", que dirá Teilhard) hay para Séneca un Ser que es autor y mantenedor de todo lo existente, pues "¿qué otra cosa es la naturaleza, sino la razón divina inserta en todo el mundo y en cada una de sus partes?". Como él mismo concluye, "no existe naturaleza sin Dios, ni Dios sin su naturaleza".

         Las limitaciones de Séneca fueron las limitaciones de todo el que percibe en sí mismo a Dios, pero no disfruta aun de su cercanía, por la gracia de Jesucristo. Porque no es verdad que Séneca llegara a conocer a San Pablo (quien, sin duda, le habría hablado de Jesucristo, y le habría mostrado las diferencias esenciales entre Dios y sus criaturas, y una mayor amor hacia el prójimo).

         A pesar de su carácter pagano, Séneca fue aceptado como maestro de moral por no pocos ascetas y padres de la Iglesia. En ese sentido, alecciona el hecho de que, muy al contrario de lo que ha ocurrido con otras viejos sistemas de la antigüedad, la doctrina personificada por Séneca (el estoicismo) se desvaneciese ante la crecida presencia del cristianismo, tal como si el papel histórico que le hubiera correspondido fuera el de precursor, y los valores que defendía fueran humilde anticipo de los valores cristianos.

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         Con pleno derecho, el que sí fue considerado padre de la Iglesia fue otro español, San Isidoro de Sevilla, hermano de San Leandro de Cartagena (el que bautizara al rey Recaredo I de Toledo y a toda su corte). Para Isidoro, Dios era el eje de toda preocupación científica, y la piedra angular del edificio de todo acontecer humano. Reniega Isidoro de toda especulación estéril, y busca un hermanamiento total entre ciencia y fe, entre pensamiento y humanización del entorno.

         Auténtica enciclopedia viviente, puso Isidoro de actualidad a clásicos como Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca... a la par que abrió los caminos del evangelio a los poderosos de la época, siempre con directa proyección sobre el acontecer del día a día (la directa realidad, que espera la impronta del convertido para resultar más benévola con el hombre). A través de sus obras (como Etimologías, 1ª enciclopedia del mundo, o Naturaleza de las Cosas), mostró Isidoro su constante y más religiosa preocupación: la aplicación positiva de las ciencias de su tiempo.

         Consejero de doctores, reyes y papas, influyó Isidoro en el complejo mundo que sustituyó al derruido Imperio Romano: el mundo de los bárbaros. San Isidoro personificó una forma de vivir en apasionado afán por no apartarse de la realidad (física, espiritual y social), y lideró una larga cultura greco-romana con larga proyección sobre la historia del mundo occidental.

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  Act: 29/01/24        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A