El hombre, animal racional, y religioso ante Dios

Zamora, 6 febrero 2023
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         No lo podemos remediar: somos religiosos y, si no adoramos al Principio y Fin de todo lo existente, adoraremos a cualquier cosa que se nos ponga por delante, aunque para ello tengamos que marginar elementalísimos dictados de nuestras íntimas y más acuciantes vivencias. Como dijo Plutarco, "existen ciudades salvajes, que no tienen leyes civiles ni reyes que los gobiernen. Pero no existe ninguna que no tenga dioses, templos, oraciones, oráculos, sacrificios y ritos expiatorios".

         ¿Qué los ateos no son religiosos? ¿Es usted seguro de que hay realmente ateos, de que todos los que se dicen ateos durante el día no dudan de ello cuando se encuentran frente a sí mismos en la soledad de la noche? Porque aún en el supuesto de que no crean en ningún Ser superior a ellos mismos, tangible y medible, ¿cómo me demuestra usted que no creen en otro tipo de cosa originante de todo esto que estamos viviendo, y que para ellos sea la explicación? Cuando reflexionamos sobre el origen de las más antiguas formas de religión, nada categórico podemos adelantar.

         Como apuntó Henri de Lubac, de muy poco sirve tratar de establecer concordancias entre lo que sabemos (o suponemos) de los primitivos pobladores del planeta y la elemental religiosidad de nuestros contemporáneos más atrasados (los indígenas de la Australia Central, o los pobladores de las más intrincadas selvas centroafricanas o amazónicas), porque para ello habríamos de partir de cualquiera de dos supuestos, hoy por hoy sin base científica alguna:

1º la paleontología va más allá de los simples y muy tenues indicios hasta convertirse en incontrovertible caudal de pruebas categóricas;
2º los pueblos más atrasados desde el punto de vista cultural (no es bueno confundir lo cultural con un sentido común más o menos liberado de ancestrales prejuicios) se mantienen tal cual desde miles de años atrás.

         Mucho nos tememos que lo del "eslabón perdido", del que tanto hablan los estudiosos de hoy día, no sea nunca resuelto de forma científica (tangible y medible), y que mientras tanto la sociología de turno siga mostrando como elementales y evidentes pruebas del origen de todo el hecho de que todo aquello que no progresa decae.

         Por lo tanto, podemos muy bien admitir que el retraso cultural de algunas comunidades es el resultado de una lenta y progresiva ignorancia de primitivos valores que, probablemente, cultivaron sus ancestros (en comunidad de creencias con otros pueblos, en una reciprocidad rota por los aislamientos que motivaron catástrofes naturales o  guerras entre unos y otros). En tal caso la frescura intelectual de los primeros seres inteligentes pudo permitir un mayor acercamiento a la verdad que la interesada capitalización de lo poco que saben (sabemos) los que presumen (presumimos) de más penetrante inteligencia.

         También carece de gica identificar a las razas humanas con distintas formas de religión, máxime si tenemos en cuenta la probabilidad de que transcurrieran millares de años entre los primeros atisbos de humanidad y la aparición de las razas. En cambio, no es ilógico suponer coincidencias entre las primeras manifestaciones de inteligencia reflexiva (la fabricación de herramientas, por ejemplo) y el hambre de Dios, lo que nos lleva a aceptar como muy respetable la idea de que el hombre más primitivo aplicó su inteligencia (tal vez, incluso, embrionaria) a reconocerse necesitado del apoyo de un Ser superior.

         ¿Fue un único Dios el principal objeto de adoración entre los primeros animales dotados de alma y, por ello, tal vez más religiosos que amigos de perderse en estériles divagaciones intelectuales? ¿Fue el monoteísmo anterior o posterior al politeísmo? ¿Fue éste último una política forma de reconocimiento a personajes destacados por su poder, fortuna, virtudes o crueldades? Se sabe que, en Grecia, fueron los poetas los que añadieron dioses y semidioses al más o menos discutido "padre de todos ellos". ¿No pudo ocurrir lo mismo en otras más antiguas civilizaciones?

         Lo que sí nos recuerda la historia es la existencia de un antiquísimo pueblo en que la adoración a un único Dios llegó a ser la principal razón de su existencia; Abraham, perteneciente a ese pueblo, es reconocido como "padre de los creyentes" porque revivió una fe latente en su linaje desde época inmemorial ¿fue esto desde siglos antes de la palabra escrita en cualquiera de los grafismos de que tenemos constancia? Probablemente.

         El filum monoteísta forma parte esencial de la religiosidad de cuantos se reconocen, nos reconocemos, "hijos de Abraham", tanto judíos como musulmanes y cristianos. Son, somos los cristianos los que, siguiendo los pasos de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios, Dios verdadero de Dios verdadero, estamos especialmente invitados a la construcción de la ciudad de Dios y, con ello, a promover la libertad personal y la generosidad (con directa proyección a una mayor felicidad) de todos los seres humanos (únicos animales religiosos) desde el apasionado afán por acercarnos a un Dios todo amor y libertad.

         Esta forma de vivir la vida no es característica de todos los dos mil millones de seres humanos que pasan por cristianos: son muy pocos los que viven en ese amor y esa libertad, que emanan del cristianismo, doctrina que es acomo referencia a no desdeñar cuando tratamos de responder al qué y para qué de nuestra existencia.

         Claro que, fuera del cristianismo y de las otras comunidades de los "hijos de Abraham", no faltan quienes adoran al verdadero Dios sin saberlo, y con no menos libertad y generosidad (que los fieles cristianos) participan en la construcción de la anhelada ciudad de Dios. Son aquellos que, a pesar de los torticeros envites de lo egoísta y mundano, hacen del servicio al bien del prójimo su personal religión.

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