El hombre primitivo, principalmente religioso

Zamora, 23 octubre 2023
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Las guías turísticas nos dicen que, diariamente, miles de australianos y turistas asaltan el Monte Uluru, reconocido en 1985 de vital importancia por el gobierno australiano para la cultura aborigen, cuya antigüedad está estimada en más de 60.000 años. En 1987 fue declarado patrimonio de la humanidad, y símbolo del continente oceánico.

         Se trata de una gigantesca roca que está incrustada en medio del parque nacional Uluru-Kata Tjuta, con 9 km de contorno que deja ver una montaña de 348 m. de altura en superficie y otros 2.500 m. bajo tierra. Pasa por ser uno de los mayores monolitos de todo el mundo, y sin duda alguna es el que despierta mayores y singulares atractivos. Seguramente, el más atractivo. Si a este hecho le sumamos el cálido y apacible paisaje que lo rodea, y la magia que lo envuelve, nos encontraremos ante una escena que nos dejará totalmente perplejos.

         La superficie del monolito cambia de color según la inclinación de los rayos solares, tanto a lo largo del día como en las diferentes estaciones del año. Es particularmente famosa la imagen de Uluru al atardecer, cuando se vuelve de un color rojo brillante. A pesar de que la lluvia es poco frecuente en esta zona semiárida, durante los períodos húmedos la roca adquiere una tonalidad gris plateada, con franjas negras debidas a las algas que crecen en los cursos de agua.

         En 2017 cientos de aborígenes de toda Australia se reunieron en asamblea de 4 días a los pies de Uluru, y allí elaboraron el concepto de aborigen australiano, pidieron actualizar el asunto aborigen a nivel constitucional y exigieron una representación de los aborígenes australianos en el sistema de gobierno actual, tras elaborar una revisión honesta de la historia del país.

         Conjuntamente, la junta directiva del Uluru-Kata Tjuta votó por unanimidad prohibir la subida al monte Uluru, debido a la importancia que aquel sitio sigue teniendo para la vida espiritual de los aborígenes actuales, que lo tienen como su más sagrado centro de una espiritualidad y en el que ellos siguen alimentándose de sus ancestrales creencias, que de boca a boca se ha ido transmitiendo de generación tras generación, desde hace más de 5.000 años. Unas creencias que narran así, por ejemplo, la creación del mundo por parte de Dios:

"El Espíritu de la Vida, que flotaba sobre la nada, soñó el fuego que se hizo el dueño de la propia nada y soñó el viento, que soñó el agua, que soñó los espíritus de los peces, que soñaron los espíritus de las plantas y del resto de los animales cuyos espíritus formaron el espíritu de la tierra. Sobre la cual, acabada la creación, descansó el Espíritu de la Vida y se dejó ver en el monte Uluru mientras la Serpiente del Arco Iris formaba montes, valles, ríos, bosques y desiertos por los que habría de discurrir la vida de los humanos en buena armonía con las plantas y todos los otros seres que se mueven por la tierra el aire y el mar".

         Al respecto, la antropóloga Lynne Hume apunta que se puede decir que el sueño se relaciona con la idea de una presencia ancestral que existe como un poder espiritual que está profundamente presente en la tierra. Esta presencia (a veces denominada poder) también existe en ciertas pinturas, en algunas representaciones de danza, y en canciones y objetos ceremoniales. Cuando una persona aborigen dice "este es mi sueño", se refiere a un área localizada que llaman mi país (a la que pertenece) y a los mitos, ceremonias y canciones que esas historias describen y representan.

         Consecuentemente, las relaciones se valoran sobre la riqueza material, un aspecto de la cultura aborigen que no ha disminuido con la llegada de los europeos. La pérdida de la conexión con la familia y los vínculos emocionales y espirituales profundamente significativos con su país a través de la intervención temprana del gobierno y la misión han cambiado gran parte de la cultura aborigen tradicional, y muchos de los que ahora viven en las ciudades tienen muchas menos oportunidades de participar en las ceremonias tradicionales.

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         Podemos decir que, a grandes rasgos, tal cosmovisión espiritualista es la más primitiva de que se tiene noticia. Al parecer, fue compartida por la mayoría de los aborígenes australianos, de los cuales se han llegado a conocer hasta 400 grupos aborígenes diferentes, cada uno distinguido por un nombre en particular que por lo general identifica un idioma, dialecto o peculiaridad específica del habla. Cada idioma fue utilizado para mitos originales, de los cuales derivan las palabras y nombres de los mitos individuales.

         Con tantos grupos, idiomas, creencias y prácticas aborígenes diferentes, los académicos no pueden tratar de caracterizar, bajo un mismo título, la gran cantidad y diversidad de mitos que son contados continua y variadamente, además de desarrollados, elaborados, y experimentados por miembros de grupos a lo largo de todo el continente.

         En la Encyclopaedia of Aboriginal Australia se observa que "una característica intrigante de las creencias de los aborígenes es la mezcla de diversidad y similitud en los mitos a lo largo del continente". Son conocidos como las historias del Tiempo del Sueño, para ellos equivalente a la creación de todo lo existente desde una perspectiva marcadamente espiritualista, en la que el sueño equivale al "pensamiento creador". En diversas versiones, se refieren ciertas creencias de un común denominador a la par que dentro de la cultura de cada grupo aborigen particular.

         Estos mitos se pueden encontrar en todo el continente australiano, con una importancia cultural y significado profundo, y permiten a ciertos grupos contar un nivel de conocimiento y sabiduría acumulada sobre los ancestros de los aborígenes australianos desde tiempos inmemoriales:

"Un mapa mítico de Australia mostraría miles de personajes, todos de distinta importancia, pero siempre conectados con la tierra de alguna u otra manera. Algunos emergieron en sus sitios específicos y se mantuvieron en un nivel espiritual en sus cercanías. Otros vinieron de otros lugares y se trasladaron luego a otros lugares".

"Muchos cambiaban de forma, se transformaban en seres humanos o especies naturales, o en fuerzas naturales como rocas pero todo dejaba parte de su esencia espiritual en los lugares mencionados en sus historias. Por lo general describen los viajes se seres ancestrales, por lo general animales o personas gigantes, sobre lo que comenzó como una tierra sin accidentes geográficos. Montañas, ríos, cuerpos de agua, especies de animales y plantas, y otros recursos naturales y culturales se formaron como resultado de los eventos que tuvieron lugar durante estos viajes en el tiempo del sueño. Su existencia en los paisajes actuales es vista por muchos pueblos aborígenes como la confirmación de sus creencias creacionistas".

"Las rutas tomadas por los seres creadores en sus viajes por el Tiempo del Sueño a través de mar y tierra... conectan muchos sitios sagrados en una red de caminos del Tiempo del Sueño zigzagueando por el continente. Los senderos del Tiempo del Sueño puede extenderse por cientos, incluso miles de kilómetros, desde el desierto hasta la costa y pueden ser compartidos por pueblos en naciones por las que pasan los senderos".

         Con esa aspiración a lo absoluto, que se sigue viendo latente en los aborígenes australianos, concuerda lo que, sobre el hombre primitivo, escribe Heinrich Beck en su libro El Dios de los Sabios y Pensadores:

"Como ser en el cual la inteligencia se había convertido en instinto, el hombre vive la relatividad interna, dependencia, limitación y carácter transitorio de todas las cosas y de la propia vida, y pregunta, a través de ellas, por una razón absoluta, independiente, ilimitada o imperecedera de su ser y sentido, razón que soporta y hace posible todo".

         El arqueólogo Gary Presland, presidente de Box Hill Historical Society, refiriéndose a la etnia wurundjeri, nos da a conocer que este grupo humano, desde hace no menos de 40.000 años mantenía la ancestral cultura que ha resistido el paso de los siglos hasta el no tan lejano s. XIX. Vivían de la pesca, la caza y la recolección, fabricando sus hachas y otras herramientas de piedra a base de diorita llegando a comerciarla "a lo largo de una vasta área que se extendía desde Nueva Gales del Sur hasta Adelaida". Respecto a su espiritualidad nos dice:

"Los wurundjeri comparten el mismo sistema de creencias que el resto de los pueblos kulin, basado en una época de creación conocida como el Tiempo del Sueño que data de una era remota en la historia cuando los ancestros creadores conocidos como los primeros pueblos viajaron a través del continente, creando y dando nombre a las cosas en su paso. La tradición oral de los aborígenes australianos y sus valores religiosos están basados en la reverencia hacia la tierra y una creencia en este Tiempo del Sueño. El sueño es la antigua época de creación al igual que la realidad presente del sueño. Existe una gran variedad de grupos, cada uno con su propia cultura, sistema de creencias e idiomas. Estas culturas se cruzaron de una manera u otra con el paso del tiempo y evolucionaron. Los tótems del pueblo wurundjeri son mitad bunjil (el águila-halcón) y mitad waang (el cuervo)".

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         El ejemplo presentado nos muestra que, al menos una parte de la humanidad, desde sus orígenes más remotos, se siente religiosa desde una sincera y profunda espiritualidad. Por la parte que nos toca, no lo podemos remediar: somos religiosos y, si no adoramos al Principio y Fin de todo lo existente, adoraremos a cualquier cosa que se nos ponga por delante, aunque para ello tengamos que marginar elementalísimos dictados de nuestras íntimas y más acuciantes vivencias. Como dejó dicho Plutarco en el s. I, ya muy cercano a nuestra civilización: "Existen ciudades salvajes, que no tienen leyes civiles ni reyes que los gobiernen. Pero no existe ninguna que no tenga dioses, templos, oraciones, oráculos, sacrificios y ritos expiatorios".

         Entonces, ¿los ateos no son religiosos? ¿O estamos seguros de que realmente hay ateos, y de que todos los que se dicen ateos durante el día no dudan de ello cuando se encuentran frente a sí mismos en la soledad de la noche? Porque aún en el supuesto de que, realmente, haya personas que no crean en nada superior a lo que ven o palman. ¿Y cómo me demuestra usted que no sientan devoción religiosa por lo que ven o palpan incluidos ellos mismos?

         Cuando reflexionamos sobre el origen de las más antiguas formas de religión, nada categórico podemos adelantar. Según apunta Henri de Lubac, de muy poco sirve tratar de establecer concordancias entre lo que sabemos o suponemos de los primitivos pobladores del planeta y la elemental religiosidad de nuestros contemporáneos más atrasados (los indígenas de la Australia Central o los pobladores de las más intrincadas selvas centroafricanas o amazónicas) porque, para ello, habríamos de partir de cualquiera de dos supuestos, hoy por hoy, sin base científica alguna:

1º La paleontología va más allá de los simples y muy tenues indicios hasta convertirse en incontrovertible caudal de pruebas categóricas.

2º Los pueblos más atrasados desde el punto de vista de la cultura reflejada en los libros al uso, no en las formas de vida de acuerdo a la ley natural, las llamadas de la propia conciencia e, incluso, el sentido común, se mantienen sin substancial variación desde miles de años atrás.

         Mucho nos tememos que lo del eslabón perdido tarde en resolverse durante años y años mientras que la sociología más elemental muestra como evidente el hecho de que todo aquello que, salvo se mantenga en firmes creencias de carácter espiritual, no progresa decae.

         Por lo tanto, podemos muy bien admitir que el retraso cultural de algunas comunidades es el resultado de una lenta y progresiva ignorancia de primitivos valores que, probablemente, cultivaron sus ancestros en comunidad de creencias con otros pueblos en una reciprocidad rota por los aislamientos que motivaron catástrofes naturales o guerras entre unos y otros. En tal caso la frescura intelectual de los primeros seres inteligentes pudo permitir un mayor acercamiento a la verdad que la interesada capitalización de lo poco que saben (sabemos) los que presumen (presumimos) de penetrante inteligencia.

         También carece de lógica identificar a las razas humanas con distintas formas de religión, máxime si tenemos en cuenta la probabilidad de que transcurrieran millares de años entre los primeros atisbos de humanidad y la aparición de las razas. En cambio, no es ilógico suponer coincidencias entre las primeras manifestaciones de inteligencia reflexiva (la fabricación de herramientas, por ejemplo) y el hambre de Dios, lo que nos lleva a aceptar como muy respetable la idea de que el hombre más primitivo aplicó su inteligencia (tal vez, incluso, embrionaria) a reconocerse necesitado del apoyo de un Ser superior.

         En los últimos tiempos, la semántica nos juega alguna que otra mala pasada, como la de confundir positivismo con realismo. Por virtud de las aportaciones intelectuales de un Augusto Comte, el positivismo, que hace un par de siglos significaba "afición a las comodidades y goces" (según la enciclopedia Espasa) y ahora resulta ser para muchos un supuesto realismo que reniega de cualquier concepto que no venga avalado por la experiencia física.

         Desde esa óptica, el mismo Comte se consideró autorizado a reducir la historia de la humanidad a la Ley de los Tres Estados y a dogmatizar sobre el carácter de cada uno de ellos: el estado teológico, que cubriría la infancia de la humanidad y pasaría por las etapas del fetichismo, en que se atribuye poder mágico o divino a las cosas, del politeísmo (que agrupa a multitud animales y dioses divinizados) y del monoteísmo (que según Comte resulta ser la síntesis de todos los dioses en un solo Dios).

         Detrás del estado teológico vendría el estado metafísico, que para Comte corresponde a la adolescencia de una humanidad, que ya no acepta al Dios único ni a cualquiera de los antiguos dioses pero que, en cierta forma, hace depender su ansia de saber de lo divino haciendo de la filosofía una especie de teología laica, en que se sustituye dogmas por suposiciones.

         Como definitiva resolución de su historia, Comte supone a la humanidad inmersa en el estado positivo, en que la verdad de todo está avalada por la experiencia científica. Puesto que la ciencia experimental parte de hipótesis las más de las veces pendientes de una contundente demostración, nunca podrá salir de un camino en que se van desbrozando probabilidades, difícilmente convertibles en certezas absolutas.

         Ello quiere decir que, apoyándonos exclusivamente en la ciencia experimental, no podemos ir mucho más allá de lo que nos muestran los sentidos; tanto peor si desechamos como teológicos o metafísicos los caminos que nos abre la propia conciencia con sus funciones de intuición, memoria y reflexión.

         Nosotros no renunciamos a estos últimos caminos ni, siguiendo a los positivistas, al dictado de los sentidos, lo que nos coloca en ventaja para aceptar lo poco que sabemos tanto sobre los íntimos secretos de la materia como sobre el transcurrir del más lejano acontecer humano. Así que ¿son los primitivos de la actualidad muestra de lo que fueron nuestros más lejanos antecesores?

         ¿Y fue un único Dios el principal objeto de adoración entre los primeros animales pensantes de forma que, al hilo de la culturización o imposición de interesados criterios, no se impuso una posible trasgresión de valores? ¿Fue la angustia de no comprender lo que hizo derivar al monoteísmo hasta el fetichismo? ¿Fue éste anterior o posterior al politeísmo? ¿Fue éste último una política forma de reconocimiento a personajes destacados por su poder, fortuna, virtudes o crueldades?

         Se sabe que fue en Grecia donde los filósofos añadieron a los dioses un "Padre originante de todos ellos". ¿No pudo ocurrir lo mismo en otras antiguas civilizaciones, aunque no tanto como la de los aborígenes australianos?

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  Act: 23/10/23        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A