Irrumpe el materialismo histórico, de Hess y Marx

Zamora, 14 agosto 2023
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         "El comunismo es una necesaria consecuencia de la obra de Hegel", había escrito en 1840 Mois Hess, joven hegeliano autodidacta y el de 5 hermanos en una familia judía bien acomodada, respetuosa con la ortodoxia tradicional.

         Apenas adolescente, hubo de interrumpir Hess sus estudios para integrarse en el negocio familiar. Y como ávido lector hizo suyo el colectivismo de Rousseau, el panteísmo de Spinoza, el anticlericalismo socialista de Proudhon, el determinismo económico de de Adam Smith y, con especial devocn, el ideal-materialismo de Hegel. En definitiva, un batiburrillo ideológico, al que intentará dar forma en una pretenciosa Historia Sagrada de la Humanidad, escrita desde la perspectiva de lo que pronto se llamará materialismo histórico.

         Apunta en dicha obra Hess a una especie de colectivismo stico de raíz panteísta, a la que llama historia sagrada porque "en ella se expresa la vida de Dios" en 3 grandes períodos:

-el estado natural, del que hablaba Rousseau,
-el estado cristiano, "fuente de discordia",
-el estado revolucionario, que (según Hess) se inicia con el panteísmo de Spinoza, se hace fuerte con la Revolución Francesa (en un "gigantesco esfuerzo de la humanidad por retornar a la armonía primitiva") y culminará con la "consecución de la última meta de la vida social presidida por una igualdad clara y definitiva" (tras haber superado el inevitable enfrentamiento entre 2 protagonistas:
la pobreza y una opulencia "promotora de la discordancia, la desigualdad y un egoísmo que, en progresivo crecimiento, alcanzará un nivel tal que aterrará hasta el s estúpido e insensible de los hombres").

         Según Hess, fueron las contradicciones las que llevaron al conflicto entre pobreza y opulencia, hasta que todo se resuelva con "una ntesis que represente el triunfo de la primera sobre la segunda". Y esto a través de la dialéctica hegeliana y su "negación de la negación", como automatismo resolutivo de todos los conflictos.

         Hess escribe también una Triarquía Europea, en la que sale de la inercia monocorde de los jóvenes hegelianos para apuntar la conveniencia de ligar el subjetivismo idealista alemán con el pragmatismo social francés. Ambos fenómenos, escribe Hess, han sido consecuencia lógica de la Reforma Protestante, la cual, al iniciar el camino de la liberación del hombre, ha facilitado el hecho de la revolución francesa, gracias a la cual esa liberación ha logrado su expresión jurídica:

"Ahora, desde los dos lados, mediante la reforma y la revolución, Alemania y Francia han recibido un poderoso ímpetu. La única labor que queda por hacer es la de unir esas dos tendencias y acabar la obra. Inglaterra parece destinada a ello y, por lo tanto, nuestro siglo debe mirar hacia esa dirección".

         De Inglaterra, según Hess, habrá de venir la libertad social y política, porque es allí donde es más acentuada la oposición entre la miseria y la opulencia. En Alemania, en cambio, el proceso no llegará a ser tan marcado, como para provocar una ruptura revolucionaria. Sino que "solamente en Inglaterra alcanzará nivel de revolución la oposición entre miseria y opulencia".

         Apunta también Hess a lo que se llamará "dictadura del proletariado", cuando en 1844 subraya que "orden y libertad no son tan opuestos como para que el primero, elevado a su más alto nivel, excluya al otro! Solamente, se puede concebir la más alta libertad dentro del más estricto orden".

         Mois Hess promovió la formación de un partido al que lla Verdadero Socialismo. Cuatro años más tarde (febrero de 1848), y por obra de Marx y Engels, todos los postulados de ese devorador de libros, que fue Mois Hess, constituyeron el meollo del Manifiesto Comunista, punto de partida teórico de ese materialismo histórico al que acabamos de referirnos.

*  *  *

         Carlos Marx nacen Tréveris (Westfalia) en 1818. Su abuelo paterno, el rabino Marx Leví, cuyos orígenes conocidos se remontan al s. XIV (en los que destacó su ancentro y rabino Yehuda Minz, fundador de la brillante Escuela Talmúdica de Padua), había roto con la tradición secular de la familia al permitir a su hijo Hirschel ha-Le Marx (padre de Carlos Marx), salir del círculo de la más rígida ortodoxia judía, seguir la educación laica del siglo y convertirse en un cotizado abogado.

         Hirschel Marx se había casado con Enriqueta Pressborck (hija de un rabino holandés), y con ella había tenido 8 hijos, de los cuales solamente dos (Carlos y Carolina) llegaron a la madurez.

         Para un brillante abogado judío, cual fue el padre de Carlos Marx, era muy difícil el pleno reconocimiento social por parte de las reaccionarias autoridades prusianas. Y para soslayar tales dificultades, en 1824 cambió su nombre por el de Enrique, y pidió ser bautizado con toda la familia por el rito luterano.

         Cuando la ceremonia familiar del bautizo luterano, Carlos contaba 6 años de edad y, por lo que consta en algunos de sus trabajos escolares (sobre la unión de los fieles con Cristo, o sobre las reflexiones de un joven ante la elección de profesión...) parece que, al menos hasta los 17 años, se tomó muy en serio la fidelidad al evangelio. Tal nos indican los siguientes párrafos de uno y otro trabajos:

"Dónde se expresa con mayor claridad  la necesidad de la unión con Cristo es en la hermosa Parábola de la Vid y de los Sarmientos, en que él se llama a mismo la Vid y a nosotros los sarmientos. Pero los sarmientos no pueden producir nada por solos y, por consiguiente, dice Cristo, nada podéis hacer sin mí".

"El corazón, la inteligencia, la historia... todo nos habla con voz fuerte y convincente de que la unión con Cristo es absolutamente necesaria, que sin él somos incapaces de cumplir nuestra misión, que sin él seríamos repudiados por Dios y que solo el puede redimirnos".

"Por la unión con Cristo tenemos el corazón abierto al amor de la humanidad. La unión con Cristo produce una alegría que los epicúreos buscaron vanamente en su frívola filosoa; otros s disciplinados pensadores se esforzaron por adquirirla en las s ocultas profundidades del saber. Pero esa alegría solamente la encuentra el alma libre y pura en el conocimiento de Cristo y de Dios a través de él, que nos ha encumbrado a una vida s elevada y s hermosa".

         No era ésa la predisposición de su padre ni tampoco la de un vecino e íntimo amigo de la familia, al que Carlos Marx llegó a considerar supadre. Nos referimos al barón Von Westphalen, un distinguido funcionario del gobierno que, en forma de vida y pensamiento, mostraba ser un romántico que cree resolver todo con las luces de la razón.

         Indiferente como Von Westphalen en materia de religión era su hija Jenny (bella y refinada, según las fotos que nos han llegado), 5 años mayor que Carlos Marx y con la personalidad y atractivo suficiente para ilusionar a un joven de 17 años.

         Por lo que nos dice la historia, lo de Jenny y Carlos fue una unión que, durante más de 40 años, no tropezó con otros baches que el de un escarceo sentimental entre Carlos y Elena Demuth (la doncella de Jenny), con el resultado de un hijo nunca reconocido por Carlos (Frederik Demuth).

         Aun antes de ingresar en la Universidad de Bonn (ca. 1835) y Berlín (ca. 1836), Marx desec su ilusionante y cristiano proyecto de llevar la justicia al mundo para sumergirse en la corriente del siglo. ¿Fue la influencia de su acomodaticio y agnóstico padre? ¿O la del ariscrata vecino Von Westphalen, quien le había dado libre acceso a su bien nutrida biblioteca y dedicaba largas horas a pulir los desequilibrios del generoso y despierto adolescente? ¿O tal vez el amoroso contagio por parte de  su descreída novia Jenny von Westphalen?

         Sea cual fuere la fuerza de una u otra influencia, todas ellas quedaron chiquitas en relación con lo que, para Marx representó la Universidad de Berlín, "centro de toda cultura y toda verdad" (como se decía entonces).

         Marx compatibiliza sus estudios con la participación activa en el llamado Doktor Club, que agrupaba a venes hegelianos empeñados en materializar el idealismo del recientemente desaparecido maestro Hegel (muerto en 1831).

         En paralelo, lleva Marx una desaforada vida bohemia, que le empuja a derrochar sin medida, a fanfarronear hasta el punto de batirse en duelo, a extrañas misiones por cuenta de una sociedad secreta, a una breve estancia en la rcel... De todo lo cual se justifica Carlitos, porque (según escribe) pretende "conquistar el Todo, ganar los favores de los dioses poseer el luminoso saber, perderse en los dominios del arte".

         Marx admira y odia a Hegel, en cuyos ambiguos postulados de "necesaria evolución dialéctica" las autoridades políticas y también académicas pretenden justificar el orden establecido. Es cuando, como en expresión de rebeldía, Marx se autoproclama ateo. "En una palabra, odio a todos los dioses", dice citando al  Prometeo de Esquilo, al principio de su tesis doctoral Diferencia entre le materialismo de Demócrito y el de Epicuro, que precisamente dedica al que será su suegro (el citado Ludwig von Westphalen).

         En paralelo, Marx ha leído con esritu crítico las producciones de los jóvenes hegelianos (los hermanos Bauer, Strauss, Feuerbach, Hess...), que más ruido hacían en los medios universitarios alemanes. Y colecciona supuestos para, desde un materialismo intelectualizado por la gracia y obra de la dialéctica hegeliana, hacer valer su propia personalidad (que es la de un joven doctor en filosofía, progresivamente revolucionario en ideas y afanado por dar la vuelta a la sociedad de su tiempo). Eso es lo que expresa Marx, cuando escribe en sus Tesis sobre Feuerbach que "hasta ahora, los filósofos se han ocupado de explicar el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo".

         Diríase que el afán de transformar el mundo es la principal obsesión de Carlos Marx. Y a partir de que presume de haber captado los entresijos de la realidad, arde en deseos de conquistar el mundo, cuenta con su título de doctor, y es admirado ciegamente por su novia Jenny ("la chica más linda de la ciudad de Tréveris"), 4 años mayor que él y que, junto con una mediana fortuna, habrá de heredar el título de baronesa.

         En el terreno de las originalidades ideológicas, dice haber dado un paso más allá que Feuerbach y su Crítica de la Relign, por haber captado su doble funcn como "expresión del mundo vuelto al revés" y como "opio del pueblo". La crítica de la religión, escribe Marx, es "lo esencial de la crítica de este valle de lágrimas, cuya nube ilusoria es la religión".

         ¿Desde qué perspectiva se ha de criticar a la religión y a todo lo demás de ella derivada? Desde el toma y daca elemental que rige las relaciones humanas. Propiedad y trabajo serán los factores esenciales de ese toma y daca elemental siempre bajo las determinaciones del materialismo histórico.

         Para Marx, fuente única de la propiedad debiera ser el trabajo y, consecuentemente, ser el trabajador el propietario exclusivo del resultado de su esfuerzo; pero, desde que el mundo es mundo, no han faltado no- trabajadores obsesionados por apropiarse del trabajo ajeno, esos mismos que no ven el otro más que a una herramienta o máquina productiva a la que engrasar con lo mínimo necesario para mantenerla a plena producción, ésta ya con el carácter de propiedad de quien no hará mayor cosa que traducirla en mercancía con el consiguiente rédito o plusvalía para sí mismo.

         En consecuencia con ello, el trabajador o proletario vivirá esclavizado al producto de su trabajo mientras que el no-trabajador, capitalista o burgués, gozará dejándose esclavizar por su capital o suma de réditos o plusvaas. Cambiar el orden de cosas ("que el explotador se convierta en explotado" dirá, años más tarde, Lenin) es la tarea que, al menos aparentemente, se impone Marx con una doctrina que, en los llamados Manuscritos de 1844, y siguiendo a Mois Hess, se llama comunismo:

"Se trata del comunismo como supresión positiva de la propiedad privada, como auto-enajenación humana, y por tanto como apropiación real de la esencia del hombre por y para el hombre. Se trata del comunismo como vuelta completa, consciente y verificada, dentro de la riqueza total de la evolución existente, a mismo como hombre social, es decir humano.

Este comunismo en cuanto total naturalismo es igual a humanismo, como total humanismo es igual a naturalismo. Es la verdadera solución de la disputa entre existencia y esencia, entre objetivación y autoafirmación, entre libertad y necesidad, entre individuo y especie. Es la solución del enigma de la historia y se conoce a mismo como tal solución" (cf. Mega, vol. 2, I/2, Berlín, p. 263).

         Era novedoso y, por lo tanto, capaz de arrastrar prolitos el presentar nuevos caminos para la ruptura de lo que Hegel llamara conciencia desgraciada o abatida bajo múltiples servidumbres. Por lo demás, el darle forma académica (dialéctica, se decía entonces) era un sugerente asunto que muy bien podría desarrollar y exponer brillantemente un joven doctor en filosofía.

         Cuando Marx, como joven generoso, vivía de cerca el testimonio del Crucificado, apuntaba al amor y al trabajo solidario como factores esenciales de la propia realización obrera. Ahora, intelectual aplaudido por unos cuantos, y doctor por la gracia de sus servicios al subjetivismo idealista, opta por otra cosa: ¿Por qué no el odio, que es lo contrario al amor?

         Pero para ello habrá que prestar raíces naturales a ese odio. Y eso es lo que Marx encuentra en la dialéctica hegeliana, capaz de dogmatizar que "toda realidad es unión de contrarios" y no existe progreso sin la "negación de la negación".

         ¿Y qué quiere todo esto? Que así como toda realidad material es unión de contrarios, la obligada síntesis o progreso nace de la pertinente utilización de lo negativo.

         En base a tal supuesto ya están los marxistas en disposición de dogmatizar que, en la historia de los hombres, no se progresa más como por el perenne enfrentamiento entre unos y otros: la culminación de ese radical enfrentamiento, por arte de las irrevocables leyes dialécticas producirá una superior forma de realidad social. Y se podrán formular dogmas como el de que "la podredumbre es el laboratorio de la vida" (según Engels), o el otro de que "toda la historia pasada es la historia de la lucha de clases" (según Marx).

         En esa radical oposicn, odio o guerra latente, tanto en la materia como en el entorno social, no cabe responsabilidad alguna al hombre cuya conciencia se limita a "ver lo que ha de hacer" por imperativo de los medios y modos de producción.

         Desde esa perspectiva los teorizantes ad hoc habrán de procurar que la subsiguiente producción intelectual y muy posible ascendencia social gire en torno a más o menos originales expresiones de ideal-materialismo para el uso y disfrute de una masa sin otras inquietudes que las estrictamente materialistas.

*  *  *

         Egono de Marx, y compañero en lo bueno y en lo malo, fue Federico Engels, de quien proceden algunas formulaciones del llamado materialismo dialéctico. Ambos aplican y defienden la dialéctica hegeliana como prueba de la autosuficiencia de la materia, cuya forma de ser y de evolucionar, según ellos, marca cauces específicamente dialécticos a la historia de los hombres obligados a producir lo que comen y, como  tal, a desarrollar espontáneamente los modos y medios de producción.

         Por la propiedad o no propiedad de esos medios de producción, también según ellos, se caracterizan las clases y sus perennes e irreconciliables conflictos... creencias, moral, arte o cualquier expresión de ideología es un soporte de los intereses de la clase que domina tal o cual época de la historia.

         El proletariado, última de las clases, es llamado a ser el árbitro de la historia en cuanto sacuda sus cadenas ("lo único a perder") e imponga su dictadura, paso previo y necesario para una idílica sociedad sin clases y, por lo mismo, en perpetua felicidad.

         Eso y no más es lo que sus promotores llamaron comunismo o socialismo científico en el que, sin demostrar nada, se dogmatiza sobre la autosuficiencia de la materia. Esa materia es un ente que evoluciona en tanto en cuanto es sometida a perpetuas contradicciones a través de las cuales va superándose a sí misma.

         Esta misma materia, en su secreta razón de ser, alimentaba la necesidad de que apareciera el hombre, que ya no es un ser capaz de libertad ni de reflexionar sobre su propia reflexión, sino un ser cuya peculiaridad es la de producir lo que come.

         Como todo otro elemento material, el hombre está sometido, en su vida y en su historia, a perpetuas contradicciones, luchas, que abren el paso a su destino final cual es el de señorear la tierra como especie (no como persona), que aprenderá a administrar sus propios placeres naturales.

         Este era el sueño de muchos divulgadores coetáneos de Marx, algunos muy cercanos a él como el referido Mois Hess, quien, de forma infinitamente menos cultivada, le había presentado una síntesis de eso que Lenin lla las "tres fuentes del socialismo marxista: la filosofía clásica alemana, el socialismo francés y la economía política inglesa".

         El propio Marx, su inseparable Engels e infinitos teorizantes subsiguientes presentan al sistema (o religión) marxista como socialismo científico. Es socialismo porque ellos lo dicen y es ciencia, porfían, porque, desde el materialismo y por caminos dialécticos (el sumum del discurrir en la Europa pos napoleónica), rasga los velos del oscuro idealismo alemán, porque encierra y desarrolla los postulados de la ciencia económica inglesa (Adam Smith, Riccardo...), porque pinta de realidad las utopías de los socialistas franceses (Saint Simón, Fourier, Proudhon...).

         El acta de fe y la mayor requisitoria contra los otros socialismos (sentimentaloides, farfuleros, utópicos, burgueses...) lo constituyó, sin duda alguna, el Manifiesto Comunista, libro sagrado del revolucionarismo mundial.

         Frente a los socialismos en nombre de la justicia o de la solidaridad entre los humanos (hasta entonces predicados por Weitling, Proudhon e, incluso, por el propio Bakunin, partidario de la violencia sin control) se alzó el comunismo de Marx, ya definido en 1841 por Mois Hess, quien, tal como hemos apuntado en este mismo capítulo, haa ideado un sistema de justicia social según una síntesis dialéctica entre el idealismo alemán, la economía política inglesa y el socialismo francés.

         Será un comunismo despojado radicalmente de todo ciego sentimentalismo y, también, de cualquier supuesto ajeno a las determinaciones de la historia. Será un socialismo científico en tanto en cuanto viene determinado por las leyes que rigen la evolución de la materia autosuficiente.

         Ese comunismo o socialismo científico tomó cuerpo al hilo de las revoluciones que sufr Europa en la mitad del s. XIX, aunque no influyó para nada en ellas. Fue Lenin el que lo convirtió en idea fuerza o fundamentalismo religioso (fe ciega en el dogma materialista) con que copar el poder de la inmensa Rusia y desde allí convertirlo en imperialismo ideológico para una buena parte de la humanidad.

         En el período de apunte (que no detallada elaboración) de sus principios por parte de Marx y Engels quiso ser el tiro de gracia de todos los otros socialismos y comunismos a la par que el más autorizado portavoz del sentido de la historia.

         Así se intenta hacer ver en el Manifiesto Comunista que, redactado por Marx y Engels, vio la luz el mes de la tercera revolución francesa (la de febrero de 1848, que derrocó la monarquía de julio, a su vez, producto de la revolución de julio de 1830, subsiguiente al estado de cosas que produjo la de 1897, la primera o genuina Revolución Francesa con su secuela napoleónica y anacrónica restauración de los Capetos).

         Desde su publicación, el Manifiesto Comunista ha querido ser el catecismo de todas las subsiguientes revoluciones. Escrito con crudeza y concisión, derrocha lirismo épico para presentar como héroe del futuro al proletario que no tiene otra cosa que perder que sus cadenas.

         Los comunistas, dicen Marx y Engels en su Manifiesto, "desdeñan el disimular sus ideas y proyectos, y declaran abiertamente que no pueden alcanzar sus objetivos si no es destruyendo por la violencia el viejo orden social". Tras lo cual, advierten los coautores:

Que tiemblen las clases dirigentes ante la sola idea de una revolución comunista! Los proletarios no pueden perder s que sus cadenas mientras que, por el contrario, tienen todo un mundo a ganar! Proletarios de todos los países, uníos!".

         El Manifiesto Comunista es, pues, el catecismo de la revolución o un breviario de las ideas maestras de una nueva religión sin otro Dios que la pura y dura materia idealizada, hasta alcanzar la absoluta autosuficiencia. Así nos lo asegura Engels, quien, hasta su muerte en 1893, se preocupó de recopilar el amplio material testimonial que, en apuntes y diversas publicaciones, esbozó Marx y él mismo tra de sistematizar sin demasiada convicción en su Dialéctica de la Naturaleza.

         ¿No es todo ello simple expresión de un ideal-materialismo desligado de la realidad por simple afán de originalidad por parte de sus teorizantes? Así lo han llegado a reconocer algunos antiguos marxistas, para quienes "carece de sentido plantear el problema de hasta qué punto la teoría de Marx y Engels es válida y susceptible de aplicación práctica. Todos los intentos de aplicarla a la mejora de la clase trabajadora no son más que utopías reaccionarias" (según Karl Korsch).

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  Act: 14/08/23        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A