El mundo godo se sube al carro de la humanidad

Zamora, 8 mayo 2023
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Nos dice la historia que las invasiones bárbaras (más efecto que causa del lento e implacable desmoronamiento del Imperio Romano) empezaron en la etapa de Marco Aurelio (ca. 180), emperador de origen hispano. Es durante su reinado cuando tiene lugar el intento de invasión bárbara de Hispania con los mauri (moros), indómitas tribus bereberes refugiadas en las montañas del Rif, que cruzaron el estrecho de Gibraltar y trataron de ocupar la Bética hasta ser rechazadas por la Legio Séptima Gémina.

         En el año 260, etapa del emperador Galieno, los francos lograron penetrar por el norte hasta Tarraco, que sitiaron y destruyeron parcialmente. Luego se dejan utilizar por el Imperio como mercenarios guardianes del limes (frontera) que marca el Rhin mientras que los godos, también paniaguados por los romanos, guardan la frontera que, en parte, marca el Danubio.

         Allende esas fronteras están los territorios poblados por los bárbaros menos romanizados, entre ellos los vándalos y suevos que proceden de las orillas del ltico y los alanos, procedentes del actual territorio de Ucrania. Son pueblos, que unidos por el temor al expansionismo de los hunos, originarios del Asia Central, mantienen entre sí relaciones de conveniencia en un compás de espera hasta encontrar la ocasión propicia de extender sus correrías a costa del decadente Imperio Romano.

         Los godos se mantenían en el paganismo hasta mediados del s. IV en que, mayoritariamente, adoptan el arrianismo predicado por el obispo Ulfilas. Aunque originario de Capadocia, Ulfilas había crecido y sido educado entre los godos hasta el punto de sentirse uno de ellos; hecho prisionero por las tropas de Constantino y trasladado a Constantinopla, tra conocimiento con el destacado obispo arriano Eusebio de Nicomedia, quien le instruyó en su doctrina, consagró obispo y facilitó su libertad con el encargo de atraer al arrianismo al pueblo godo.

         Ya en Dacia, durante 10 años, se aplicó a traducir la Biblia para lo cual hubo de inventarse un alfabeto con mezcla de caracteres griegos, rúnicos y latinos e hizo de ella la base de una infatigable predicación que, en cierta forma, apor humanidad a los que antes hacían de la violencia su principal valor.

         Tan es así que algunas de las incursiones de los godos más parecían maniobras de acercamiento entre pueblos que avalanchas de cruel avasallamiento. Aunque no aceptasen la divinidad de Jesucristo, le veían como el mejor hombre a seguir y ello neutralizaba muchos de sus anteriores desenfrenos. Es a lo que se refiere San Agustín cuando nos dice:

"El hecho de que el salvajismo de los rbaros se haya mostrado blando hasta el punto de dejar establecidas, por elección, las basílicas s capaces para que el público las llenase y evitaran la condena, se lo debemos al nombre de Cristo. Allí a nadie se atacaba; de allí nadie podía ser llevado preso; a sus recintos los enemigos conduan por compasión a muchos para darles la libertad; al ni la crueldad de los enemigos sacaría cautivo a uno solo. Todo esto, repito, se lo debemos al nombre cristiano, esto se lo debemos a la época del cristianismo" (Ciudad de Dios, I, 7).

         No ocurría lo mismo con otros pueblos invasores. Cuenta la historia que el año 406 fue particularmente frío, hasta el punto de helar un considerable trayecto del Rhin, el suficiente para permitir el paso en seco de todo un ejército. Es así cómo en la nochevieja del 406, aprovechando la fuerte resaca subsiguiente al jolgorio de las celebraciones del confiado ejército franco-romano, vándalos, suevos y alanos cruzaron con todos sus pertrechos el Rhin helado para ir ocupando posiciones en la Galia y penetrar en España (ca. 409).

         En principio, los vándalos logran hacerse con el dominio de la Bética para luego pasar al norte de Africa y ocupar lo que fueran dominios de Cartago (sabemos que San Agustín, obispo de Hipona, mur el 430 durante el sitio de esta ciudad por los vándalos); unos años antes (ca. 422) el propio emperador Valentiniano III había reconocido la soberanía del caudillo vándalo Genserico.

         Con su paso a Africa, los vándalos dejaban parte de sus conquistas hispánicas a merced de los suevos, que ya dominaban el noroeste peninsular (la Gallaecia). En 448, el rey suevo Rekila pidió ser bautizado para casarse un año más tarde con la hija del godo Teodorico, en la ocasión aliado de los romanos; por ello este tal Rekila fue reconocido como amigo del Imperio. La tribu de los alanos, por su parte, era la más inestable y belicosa de los invasores y se dedicó al pillaje por todas las tierras de Hispania hasta ser dominada y absorbida por los suevos.

         Para los historiadores, el final del Imperio Romano coincide con el principio de lo que se llama Edad Media: 1.000 años de historia con distintas luces, sombras y, también, distintos protagonistas, que, en su mayoría, se presentan como cristianos sin que ello signifique que, realmente y salvo unos pocos, llegaran a amar al prójimo como a sí mismos.

         En aquella como en cualquier otra época de la Historia, abundaban los tibios y los especuladores mientras que la barca de Pedro había de mantener su rumbo con el constante recordatorio de los Santos Padres y el esfuerzo de unos pocos de buena voluntad.

         Como lo había sido para fenicios, griegos, cartagineses, romanos, vándalos, suevos, alanos..., también para los godos (mejor dicho, visigodos, rama occidental del pueblo godo) fue Hispania objeto de deseo. Alarico I, su rey, había sido derrotado 2 veces por Estelicón (jefe militar al servicio del Imperio Romano, hasta ser asesinado por instigación del propio emperador Honorio).

         Pero desaparecido Estelicón, Alarico encontró vía libre para, tras ocupar el sur de la Galia, invadir Italia y saquear Roma (ca. 410), hasta morir meses más tarde y dejar como sucesor a su hijo Ataúlfo con el encargo de extender a Hispania su zona de dominio. Uno y otro son visigodos romanizados, que adoptan muchos de los usos y costumbres del Imperio y que, en la cuestión religiosa, se muestran más eclécticos que enemigos de los católicos.

         Es Ataúlfo el que encabeza la csica lista de los reyes godos españoles. En el 414 se había casado en Narbona con Gala Placidia, hermanastra de Honorio; cruza luego los Pirineos y fija su corte en Barcelona, donde es asesinado (ca. 416). También será asesinado su sucesor Sigerico, y lo serán muchos otros de los reyes godos como si el asesinato (morbus gothorum, lit. enfermedad de los godos) fuera su habitual sistema de sucesn en el trono.

         Oficialmente, los godos han entrado en Hispania como comisionados de Honorio para restablecer el poder imperial y así se presentan en sus relaciones y conflictos con los otros ocupantes bárbaros y los propios hispano-romanos hasta dominar enteramente la Hispania.

         A diferencia de Alarico y Ataúlfo, una buena parte de los sucesivos reyes godos toman su arrianismo como medio de consolidación de sus conquistas y preeminencia social. Durante no menos de 150 años, el fundamentalismo religioso arriano alimenta la animosidad demasiadas veces cruenta hacia otras creencias, sobre todo, hacia los católicos.

         En el último tercio del s. VI, la crisis alcanza su punto álgido. Es entonces Toledo la capital de la Hispania gótica y es Leovilgildo, arriano fundamentalista, el que ocupa el trono y ha delegado en su primogénito, Hermenegildo, la gotificación y consiguiente arrianización de la tica, en la que mantiene la fe calica la fuerte personalidad del obispo Leandro.

         Hermenegildo se había casado con la princesa franca Ingunda, fervorosa católica que facilitó frecuentes contactos de su esposo con el obispo Leandro: entre una y otro convencieron a Hermenegildo de las bondades del catolicismo, lo que le lle a abjurar de su fe arriana con el consiguiente enfrentamiento a su padre, quien, ante la imposibilidad de imponer su criterio, declaró la guerra a su propio hijo hasta derrotarle, hacerle prisionero y ordenar su ejecucn.

         Testigo de tales hechos fue Recaredo, hijo de Leovilgildo y, por lo tanto, hermano de Hermenegildo: se había mantenido al margen en las luchas religioso-familiares y solamente hizo ver sus preferencias por la fe católica cuando, ya reconocido como sucesor de Leovilgildo, vio consolidada su posición de rey.

         Aunque se tiende a presentar cierto paralelismo entre lo que ocurría en la Hispania gótica y la Galia dominada por los francos (que se impusieron sobre los galo-romanos), cabe una puntualizacn: esta última se decía católica y "unida por la fe" desde que, en el año 496, animado por su esposa (Santa Clotilde), Clodoveo abandonó el paganismo para hacerse bautizar en la fe católica (Recaredo lo hizo 2 siglos más tarde, y desde la herejía arriana).

         Por lo demás, lo que se llamaría Francia (la Galia dominada por los francos) fue un reino uniforme, relativamente pacífico y sin traumas sucesorios bajo la continuada dinastía católica de los merovingios. Se les lla reyes holgazanes porque, normalmente, delegaban en el mayordomo de palacio, hasta que uno de estos últimos, Pipino de Heristal, creó sin ningún trauma su propia dinastía también católica (la de los carolingios).

        No sucedía lo mismo en Hispania en la que, frente al ninguneo y acoso doctrinal de reyes y obispos arrianos, los católicos, con su jerarquía al frente, estaban obligados a defender su fe y digna forma de vivir. Es así como, con pacífica energía, práctica de las virtudes cristianas, fidelidad al papa y mucho trabajo de documentación y reflexión, forjaron una personalidad excepcional 3 santos e infatigables obispos, los hermanos Leandro, Fulgencio e Isidoro.

        San Isidoro, el más joven de los tres, reconocido como el más documentado científico y el más inspirado teólogo de su tiempo, es, como dice Hirschberger, el broche de la patrística occidental al igual que San Juan Damasceno lo es de la oriental.

         La obra literaria más importante de San Isidoro son sus Etimologías ("originum sive etymologicarum libri viginti"), especie de enciclopedia redactada con el afán de mostrar el progreso hisrico unido a la propagación del cristianismo y que encierra todo el saber de entonces en las más diversas materias: ciencias naturales, cosmología, gramática, literatura, derecho, doctrina moral...

         Tal como apunta el mismo Hirschberger, "toda la obra de San Isidoro es presidida por la idea del orden y de la unidad; el centro de convergencia, naturalmente, es Dios, el Dios de la teología, y bajo este signo geontrico se articula la universidad del interés científico vuelto a los más variados aspectos de la realidad mundana e hisrica".

         Desde el análisis de las Naturales Quaestiones de Séneca y el De Rerum Natura de Lucrecio, sabe otorgar el interés que corresponde al estudio de las ciencias naturales de la época, al tiempo que se ocupa de desvanecer multitud de prejuicios y errores, que, a su entender, alejan de la verdad de Dios. Es su obra, creemos nosotros, una elocuente expresión de realismo cristiano.

         En el año 600 sucedió San Isidoro a su hermano mayor San Leandro en la sede episcopal de Sevilla, desde donde sigue la defensa de la unidad de los cristianos hasta lograr que su idea del magisterio de la Iglesia Católica, formando parte substancial de la historia de España, sea tomada como ejemplo por toda la cristiandad durante toda la Edad Media.

         El año 619 convoca y preside San Isidoro el Concilio II de Sevilla, y en el 633 el Concilio IV de Toledo, desde donde marca las neas de sucesivos cónclaves (destinados a situar en el lugar que les corresponde  la ley de Dios y el poder de los príncipes de este mundo). Impartiendo doctrina hasta el último momento, muere el 636. Pocos años más tarde, el Concilio VII de Toledo (ca. 653) lo declara "doctor insigne, la gloria más reciente de la Iglesia Católica".

*  *  *

         El año 580 Leovigildo había logrado el dominio sobre toda la Hispania, con la absorción del reino suevo de Galicia y la expulsión de los bizantinos, asentados en el suroeste hispánico 30 años atrás. Para su corte de Toledo, Leovigildo ha copiado el brillo y ceremonial de la corte bizantina; le falta la unificación religiosa que le coloque a él en similar situación a la de los emperadores bizantinos, que se presentan revestidos de autoridad sagrada como eslabón entre Dios y el pueblo que les ha sido confiado.

         Para ello ha de eliminar Leovigildo las diferencias sociales y religiosas entre godos arrianos e hispano-romanos católicos desde la aceptación de la prominencia arriana y la ciega obediencia al rey, indiscutible intérprete de la voluntad de Dios, lo que, según él, debería ser la principal conclusión del concilio que, convocado en Toledo, habría de reunir y propiciar el entendimiento entre las principales autoridades religiosas del reino.

         Apoyado en sus fieles obispos arrianos, Leovigildo intenta imponer a los católicos una profesión de fe que, bajo la fórmula "gloria Patri per Filium in Spiritu Sancto", obligaría a reconocer a Jesucristo como simple hombre subordinado a Dios Padre. Ante la firmeza de los católicos, Leovigildo opta por la fuerza, destierra a los más destacados prelados católicos y desencadena una guerra, que termina con la derrota, apresamiento y ejecución de su propio hijo San Hermenegildo.

         El obispo de Sevilla San Leandro, hermano mayor de San Fulgencio y San Isidoro, tuvo mucho que ver en la conversión al catolicismo de San Hermenegildo, y fue uno de los prelados que sufr un destierro que, para él se convirtió en bendición. Desplazado a Constantinopla conoc allí a quien resultó ser amigo entrañable, su mentor espiritual y una de las figuras clave de la Iglesia Católica de todos los tiempos: San Gregorio I Magno.

         Nacido y educado en la Italia que acaba de ser arrebatada a los ostrogodos por Belisario, general del emperador bizantino Justiniano I, Gregorio destaca desde muy joven como brillante jurista y es nombrado "prefectus urbis" (especie de alcalde) de la ciudad de Roma, hasta que renuncia a todas las prebendas y honores, se hace monje benedictino, y convierte su palacio en monasterio.

         Cuatro años más tarde, el papa Pelagio I le hace delegado suyo en la corte de Constantinopla. Es a donde, durante tres años, comparte estudios y amistad con san Leandro. Coinciden en talla intelectual, fe, disciplina moral y amor a la Iglesia.

         Al tiempo que Leandro regresa a Hispania, Gregorio vuelve a Roma, asolada entonces por la guerra con los longobardos y por una subsiguiente peste que diezma la población; es el papa Pelagio I una de las víctimas y el cónclave reunido para la sucesión nombra sucesor a Gregorio I.

         Hijo de una época, en la que el principio de autoridad es esencial para mantener la cohesión social, humildemente pero con la firmeza de los que se saben servidores de la verdad, el papa Gregorio I se hace reconocer como señor feudal; pero imprime un nuevo carácter a ese señorío: se presenta como "siervo de los siervos de Dios", considera su posición privilegiada como un don no merecido que impone la entrega a los demás de lo mejor de sí mismo  y pone al servicio de la cristiandad la fuerza que  se deriva de su alta posición social.

         Acepta Gregorio I la seguridad que le ofrece el rey lombardo Agiulfo al tiempo que promueve la conversión de toda su corte al catolicismo y obtiene que el rey pagano de Essex (Inglaterra) admita la libertad de predicación para todos sus súbditos.

         El ascendiente moral que logra sobre los poderosos de su época es utilizado por Gregorio I para asentar como valores esenciales "la sabiduría y el poder de Dios". La sabiduría, muy por encima de la simple cultura académica y de la rerica, guía a los hombres hacia la comunión de los buenos cristianos mientras que el poder de Dios debe ser reconocido como la única fuente de poder terreno:

"El poder ha sido dado a mis señores sobre todos los hombres para ayudar a quienes deseen hacer el bien para abrir más ampliamente el camino que conduce al cielo, para que el reino terrenal esal servicio del reino de los cielos".

         Es la misma línea de acción que le sirve a san Leandro para acercarse a Leovigildo y convencerle de un radical cambio de actitud, hasta el punto de que es el propio rey el que le ruega complete la formación de su hijo y sucesor Recaredo. Muere Leovigildo el año 586 convertido al catolicismo, según se cree.

         Al margen de su más o menos auténtica fidelidad a su adscripción religiosa, creemos que la razón de estado era el valor supremo tanto para Leovigildo como para Recaredo. Desde esa perspectiva, ambos aspiraban tanto a la unidad territorial de lo que fuera la Hispania romana como a la unidad en la fe.

         Leovigildo con la pretendida sumisión de los católicos a la autoridad arriana con la que, de forma radical, se consideraba absolutamente identificado; ocupado el trono, Recaredo sigu muy distinto camino: testigo de la trayectoria vital y martirio de su hermano, desde el principio de su reinado promovió el acercamiento entre las jerarquías de una y otra iglesia al tiempo que él manifestaba públicamente sus preferencias por la católica.

         En cuanto ocupó el poder, Recaredo llamó a consulta a los más destacados obispos de uno y otro bando e hizo que se reunieran en concilio (ca. 587) para acercar posiciones mientras que él se mantenía a la expectativa. La firmeza de los católicos provocó el desmoronamiento de las tesis arrianas, lo que, visto por el rey, declaró al Catolicismo, objeto de preferente atención tanto que, poco tiempo más tarde, se declaró abiertamente católico e invitó a toda su corte a seguir el ejemplo.

         Al respecto convocó Recaredo el más lebre de todos los concilios toledanos, el, en el que, solemnemente abjuró de su fe arriana, a la que declaró fuera de lugar en su corte. Ciertamente no hubo demasiadas tensiones entre godos e hispano-romanos, aunque, justo es reconocerlo, la libertad de conciencia salió un tanto resquebrajada.

         El año 601, año de la muerte de Recaredo, sucedió un hecho que muestra la preeminencia de la Iglesia Católica, y la subsiguiente igualdad de derechos entre godos e hispano-romanos. Se había producido un forsimo cambio social del que, en justicia, cabe un gran mérito al clero católico y, de forma muy especial, a San Leandro y sus 3 hermanos santos: Fulgencio, Isidoro y Florentina.

         Del 589 (año de la conversión de Recaredo) al 711 (año de la invasión musulmana) hubo 16 concilios toledanos, todos ellos más o menos social-político-religiosos. Esos concilios segan un procedimiento similar al del antiguo Senado Romano, correspondiendo al rey el papel de imperator con potestad para marcar la línea de deliberaciones ("tomus regius") y a los obispos el de senadores con la responsabilidad de intervenir según su conciencia para dilucidar todo lo tocante a los asuntos de estado, incluidos los eventuales problemas de sucesión al trono.

         Las conclusiones del concilio lograban fuerza del ley ("lex in confirmatione concilii") en cuanto el rey las sancionaba con su firma. En consecuencia nos es exagerado atribuir a los concilios un cierto "poder constituyente". Es lo que se expresa en este pasaje de las actas del Concilio III de Toledo, presidido y convocado por Recaredo:

"Todas estas constituciones eclesiásticas, que hemos tocado compendiosa y brevemente, decretamos que permanezcan en estabilidad perenne, según se contienen con s extensión en el canon. Y si algún clérigo o laico no las quisiere observar, sufra las siguientes penas. El clérigo, sea obispo presbítero, diácono o de cualquier otro grado, será excomulgado por todo el concilio. Si fuere lego y persona de clase elevada, perderá la mitad de sus bienes; y si fuere persona de clase inferior, será multada con la pérdida de sus bienes y desterrada".

         Con todas las luces y sombras anejas a la brutalidad de las culturas guerreras y a los residuos de viejos paganismos que se resisan a desaparecer, los concilios de Toledo, centro de reunión y entendimiento de los distintos poderes de una época muy dada a oportunismos y oligarquías, fueron capaces de encontrar caminos hacia la universalización de las libertades públicas y, por lo mismo, hacia la práctica de ese realismo cristiano que había avalado la vida, muerte y resurrección del Hijo de Dios.

         Tal sucedía en la España de los llamados siglos oscuros, época de avasallamientos inmisericordes en otros pueblos vecinos con no superior grado de civilización.

         Tras Recaredo, hubo reyes como Chintila (que propone como asuntos de estado el que del 13 al 15 de diciembre todos los súbditos recen las Letaas de los Santos), como Recesvinto (que encarga a los conciliares la elaboración de las "más necesarias leyes", entre las que incluye "una ley contra la avaricia de los príncipes" en el Concilio VIII de Toledo) y como Ervigio (que se sirve del Concilio XIII de Toledo para decretar una disminución de los impuestos que afectaban a las economías más modestas, todo como si los padres conciliares obraran y debieran obrar por y para el pueblo).

         Es la Hispania gótica, no ninguna otra nación o pueblo de la época, la que en un compromiso escrito expresa una voluntad de servir, no de avasallar por parte de un rey semi-bárbaro. Procede del rey Recesvinto (que reinó casi 20 años, algo excepcional entre los godos) y fue leído por el propio rey en el Concilio VIII de Toledo (ca. 653):

"En el nombre del Señor, el rey Recesvinto a los reverendísimos padres de este sínodo. Poseyendo y conociendo sólidamente por admirable don del Espíritu Santo la regla de mi fe, y arrojando a sus pies con humildad de corazón mi gloriosa diadema, contento sólo con haber oído que todos los reyes de la tierra sirven y obedecen a Dios, he aquí, reverendos padres (a quien acato con profunda veneración), que me presento a vosotros, apelando en gracia de mi mansedumbre al testimonio de vuestra beatitud y sometiéndome a la prueba de vuestro examen ante el terrible mandato del Dios omnipotente, a quien doy infinitas gracias por haberse dignado en su divina clemencia, sirvndose de mi precepto, congregaros en este santo concilio, confiando que, tanto a mí como a vosotros, nos concederá el premio de su gracia ahora y en los tiempos venideros. El unánime y religioso afecto de vuestra concordia lo habéis demostrado en el mero hecho de acudir a mi llamamiento, apresurándoos a reconocer abiertamente la piadosa intención que me guía en el gobierno del pueblo".

"Mas como el momento actual no consiente largos discursos, en este pliego veréis cl es la fe santa que aprendí de los apóstoles y de los siguientes padres y cles son los negocios por los que os he convocado. Leedlo y releedlo atentamente, y procurad dar soluciones convenientes a los graves problemas que mi poder os plantea... [sigue aquí la profesión de fe]. Echando hacia atrás una mirada retrospectiva, recordamos que vosotros y todo el pueblo jurasteis que la persona de cualquier orden y honor que fuere, que se probase haber pensado o maquinado la muerte del rey o la ruina del linaje godo o de la patria, fuese castigada con sentencia irrevocable, no experimentando jamás perdón ni disminución alguna de la pena. Mas, porque ahora se juzga demasiado grave esta sentencia y en contradicción con la misericordia, a fin de no retener una condenación absoluta y para no cerrar la puerta a la piedad, que según el apóstol es útil para todo, encomiendo a vuestro sano juicio este negocio. Examinadlo maduramente y fallad acerca de él. Afán vuestro será inspirados por la gracia divina, moderar de suerte ambos extremos, que se eviten los perjurios y la inhumanidad".

         A este mismo rey se debe la promulgación del Liber Iudiciorum (que se convertirá en el Fuero Juzgo del Reino de León) un código civil que se hacía heredero del derecho romano y del consuetudinario propio del pueblo godo y preconizaba la virtual igualdad de todos ante una ley muy difícil de aplicar en cuanto el entorno del propio monarca era un hervidero de ambiciones, en múltiples casos confundidas con filiaciones religiosas, a pesar de la labor constructiva de los concilios de Toledo y de la probada capacidad de concordia por parte de no pocos eclesiásticos y nobles: entre católicos y arrianos, más o menos reconocidos, demasiadas veces, seguía una soterrada tensión traducible en conflictos de intereses y sangrientos enfrentamientos.

         Este buen rey Recesvinto mur en Gérticos (cercana a Valladolid), y al mismo los nobles que le rodeaban eligieron por aclamación a Wamba. Se seguía así la vieja tradición goda para la cual, al menos teóricamente, privaban los méritos de ciudadanía sobre los de herencia. Wamba fue un buen rey hasta que, 8 años más tarde (ca. 680) fue depuesto y sustituido con malas artes por Ervigio, jefe de una facción empeñada en acaparar el poder.

         Al parecer, Ervigio no tenía más que una hija, Cixila, a la que casó con Egica, sobrino de Wamba. Con ello atraía a su terreno a los partidarios de Wamba, al tiempo que velaba por el porvenir de su descendencia asociando en el poder a su nuevo yerno (viejo truco para velar por la difícil continuidad dinástica). Este tal Egica, ya rey (687-702), asocen el poder a su hijo y sucesor Witiza (702-710), quien lo hizo tan mal que no pudo asegurar su sucesión en Agila, su hijo y asociado en el acomodaticio sistema de reinar.

         A la muerte de Witiza los nobles no admitieron el apaño y nombraron rey a don Rodrigo (710-711), cuya muerte en la Batalla de Guadalete (ca. 711) pone fin a la época romano-gótica de Hispania, para dar paso al intento de islamización a cargo de las belicosas huestes árabes y bereberes, convencidas de que la guerra de conquista es exigencia ineludible de su religión.

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  Act: 08/05/23        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A