El poder lucha contra la religión, y luego se une

Zamora, 18 abril 2022
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         La historia poco nos habla del fervor religioso del emperador Constantino; pero sí que pone de relieve su pragmatismo político: aunque se mantienen dudas sobre si murió bautizado, está fuera de discusión que promocionó decisivamente lo que, en el llamado mundo occidental, habría de ser razón y base del poder político durante no menos de 1.000 años: el reconocimiento de la Iglesia Católica como valor social de 1º orden.

         Constantino había acertado a presentar a su rival, Magencio, como el anacrónico paladín de un viejo mundo carcomido por la abulia y la viciosa esterilidad. Y, puesto que era la cruz el símbolo y el nimbo de gloria de sus más fieles y disciplinados súbditos, Constantino buscó en ella todo un raudal de juvenil energía capaz de abrir nuevos horizontes de ilusión a una sociedad en crisis.

         Para muchos de sus súbditos aquella fue una guerra santa, y la derrota de Magencio representó la estrepitosa caída de los viejos dioses e imponía la necesidad de que Jesús de Nazaret fuera reconocido como el gran triunfador. Se prestaba así aire sobrenatural a la ocasional resolución de un simple conflicto de ambiciones.

         Pero al margen de la simpatía o interesada utilización de los poderosos, la religión cristiana se reveló como una doctrina viva capaz de despertar y encauzar innumerables vocaciones de amor y de trabajo: si había oficialismo y manipulación, también se había alcanzado un superior estadio de libertad fecunda en ejemplos de fe "capaces de mover montañas".

         Algunos de esos ejemplos de fe revertían en el pertinente freno a no pocos atropellos. Como ejemplo de ello recuérdese cómo, años más tarde, el obispo San Ambrosio de Milán se enfrentó al soberbio emperador Teodosio, al que obligó a penitencia pública y al abierto reconocimiento de sus crímenes (por simple cuestión personal, el emperador había bañado en sangre inocente las calles de Tesalónica).

         Sabemos que, en su genuina esencia, el cristianismo presenta al amor (agente humanizador de la naturaleza y fuerza de cohesión social) y a la libertad (facultad para conocer lo mejor de uno mismo) como soportes principales del progreso histórico. Y que la conversión tiene lugar siempre en el plano de la voluntad y la libertad personal. Así se hizo, y así se hace en el desarrollo de las comunidades cristianas, en la "positiva conversión" del pueblo.

         No es lo mismo cuando se hace del evangelio una razón política, lo que, a lo largo de toda la historia, han asumido no pocos caudillos llamados cristianos. Son confusionismos que abundan particularmente en épocas de revoluciones y conquistas de que tan pródiga fue la Edad Media, tiempo en que se consolida la civilización cristiana, como fuerza social y fuente de poder político. Los líderes de la época hacen coincidir la idea de evangelización con la de civilización y ésta con la de expansión y autoridad, es decir, con la idea y prueba de poder: privó lo que, en leguaje de la actualidad, podrá llamarse fundamentalismo religioso.

         El cristianizar ya no era, exclusivamente, "amorizar la Tierra" o, lo que es igual, estar en el mundo para, en sincero propósito de amor y de trabajo, facilitar el pan del prójimo y, por caminos de abierta y liberadora generosidad, conquistar la voluntades una a una: al ejemplo de Cristo, así lo hicieran Pablo, Pedro, Santiago y tantos heroicos seguidores. Pero con muy distinto estilo e intención, hubo no pocos caudillos, administradores y satélites, que se presentaban como cristianos sin otro afán que el de comprar voluntades.

         Para ello, y siempre en función de sus intereses, traducían los apóstoles en recurso dialéctico lo más noble de la novedad doctrinal, "vestían piel de cordero" y consolidaban posiciones; logrado el poder, seguían teniendo presente que convenía aprovechar al máximo los recursos publicitarios del orden nuevo para mantener la fidelidad de los súbditos.

         No es de extrañar, pues, que en la llamada sociedad cristiana, más que el fecundo compromiso de trabajo y generosidad, privase, por una parte, el apasionado individualismo de los poderosos, por otra, la gregaria sumisión y el respeto a los ritos y coacciones sociales.

         Cierto que los buenos cristianos veían en su doctrina bastante más que la ideología oficial. De ello nos dan sobrados ejemplos una pléyade de "promotores del progreso social", entre los cuales, sin duda alguna y durante los siglos de "construcción del cristianismo, merecen un puesto de honor Jerónimo, Benito, Agustín, Ambrosio, Isidoro de Sevilla, Bernardo de Claraval, Francisco de Asís, Tomás de Aquino...

         El cristianismo, predicado y protegido pero insuficientemente vivido, resultó incapaz de superar la abulia de un poder político atropellante o en descomposición y, por lo mismo, víctima de sus propios errores ó presa fácil para una multitud de pueblos empujados por la dinámica de su miseria y de su ambición.

         Y se sucedieron las invasiones y asentamientos bárbaros con la lógica secuela de radicales cambios en las formas de vivir y de relación entre los hombres y, tras las invasiones y los asentamientos bárbaros con más o menos politizadas conversiones, guerras fratricidas con muy interesadas y, frecuentemente, torticeras lecturas del evangelio, más o menos toleradas por la acomodaticia burocracia de la jerarquía.

         En los llamados siglos oscuros la cultura genuinamente cristiana se refugió en los monasterios, desde donde podían fluir atemperantes arroyos de humanidad siempre en comunión con la autoridad de Roma, centro emblemático de la cristiandad, y por uno de los grandes misterios de la historia, siempre celosa por no contradecir a la verdadera esencia del cristianismo.

         Hacía ya tiempo que Roma había dejado de ser capital del Imperio Romano, pues sitiada y saqueada por Alarico, rey de los visigodos, conquistada por los vándalos... pronto fue objeto de protección por los subsiguientes reinos bárbaros (ostrogodos primero, y longobardos más tarde).

         El obispo de Roma gozaba de prerrogativas especiales tanto sobre las otras autoridades eclesiásticas y el común de los fieles como sobre las autoridades civiles locales. La base de tales prerrogativas nacía en el hecho de que su titular era reconocido por todos como el sucesor de Pedro, príncipe de los apóstoles.

         En el aspecto político, Roma vivía como a la sombra de las viejas glorias: mantenía un Senado con sus cónsules y un prefectus urbis, dependiente del magister militum, especie de delegado del exarca de Rávena, del rey bárbaro de turno, del emperador o del propio papa.

         A finales del s. VI hubo un prefectus urbis que llegó a ser papa con el nombre de Gregorio I Magno. Pronto sería reconocido como señor feudal por los lombardos que dominaban entonces en Italia. De hecho, ya administraba el papa un territorio, el llamado patrimonium Petri o conjunto de sucesivas donaciones recibidas de tales o cuales poderosos deseosos de reconciliarse con la Iglesia in extremis.

         La condescendencia de los lombardos permitió que el patrimonium Petri se convirtiera en territorio soberano y que su titular, el papa, fuera reconocido como principal jerarquía civil. Es el inicio del poder temporal de los papas, cuya reminiscencia actual es el minúsculo estado del Vaticano.

         Hijo de la época, el papa Gregorio I Magno se hace reconocer como señor feudal, pero imprime un nuevo carácter a ese señorío: el de "siervo de los siervos de Dios", considerando su posición privilegiada como un don no merecido que obliga la entrega a los demás de lo mejor de sí mismo, y pone la fuerza que se deriva de su alta posición social al servicio de la cristiandad.

         Acepta la seguridad que le ofrece el rey lombardo Agiulfo al tiempo que promueve la conversión de toda su corte al catolicismo; puede influir e influye para que su amigo personal, Leandro de Sevilla, convierta al rey Recaredo con toda su corte, o que el pagano rey de Essex admita la libertad de predicación para todos sus súbditos. El ascendiente moral que logra sobre los poderosos de su época es utilizado por Gregorio I para asentar como valores esenciales la "sabiduría y el poder de Dios".

         La sabiduría, muy por encima de la simple cultura académica y de la retórica, guía a los hombres hacia la comunión de los buenos cristianos, mientras que el poder de Dios debe ser reconocido como la única fuente de poder terreno: "El poder ha sido dado a mis señores sobre todos los hombres para ayudar a quienes deseen hacer el bien para abrir más ampliamente el camino que conduce al cielo, para que el reino terrenal esté al servicio del reino de los cielos".

         Gregorio I legó a sus sucesores una reconocida autoridad moral que, en múltiples ocasiones, fue confundida con la autoridad civil o política. De hecho, es desde entonces cuando el poder efectivo del papa (obispo de Roma) cuenta con progresivo asentamiento terreno hasta culminar con Esteban II (ca. 752), ya reconocido soberano de un amplio territorio denominado Estados Pontificios, desde el cual imparte autoridad que sanciona o pone en entredicho el poder de reyes y emperadores.

         Al amparo de tal situación, se elabora y aplica una doctrina política frecuentemente excedida en pragmatismo: no pocos turbios manejos de los poderosos buscan apoyo en tal o cual peculiar interpretación de la ley de Dios.

         Hay ocasiones en que toma la consistencia de un dogma de fe una palmaria y aberrante simplificación: puesto que la más notable expresión de fuerza está en determinado príncipe "cristiano" es voluntad de Dios que esa fuerza se aplique a defender y propagar el cristianismo. Siendo el obispo de Roma el avalista de las acciones guerreras de ese príncipe, el pueblo de Dios contará con una doble defensa: el favor de la fe y la espada del poder.

         Se llega así a una oportunista aplicación del llamado "agustinismo político" (el de San Agustín), que desde Carlomagno a las Guerras de Religión de la Edad Moderna, se autojustificará con la pretensión de elevar la "ciudad temporal" a la categoría de "ciudad de Dios".

         Desde que el cristianismo resultó una fuerza social, su historia se expresa en una doble proyección: hacia el moldeo de las conciencias según el auténtico legado de Jesucristo, y hacia el fortalecimiento de sus raíces en el cuerpo social. La 1ª forma de proyección se ha expresado y se expresa por liberal contagio de amor y trabajo, mientras que la 2ª, con demasiada frecuencia, ha incluido factores ajenos al evangelio (la coacción y el oportunismo político).

         La propia Iglesia cayó multitud de veces en la trampa del conquistador, arrastrando con ella a no pocos cristianos. Porque conquistadores hubo que llegaron a ser más papistas que el papa.

         De ellos es un notable ejemplo Carlomagno, un guerrero visceral, mujeriego e ilimitadamente ambicioso, analfabeto y supersticioso... que se atreve a trazar normas de moral al clero, y se permite formular postulados de teología. Un más crudo ejemplo de "más papista que el papa" lo ofrece la condesa Marozzia, que promovió, mató, hizo y deshizo papas en rivalidad con otros príncipes, ninguno de los cuales dejó de llamarse cristiano.

         Sin duda que todo aquello era humano, o ramplonamente humano. Pero a pesar de todo, el reino de Dios seguía conquistando adeptos, que resultaron ser los principales promotores del progreso en todos los órdenes. Como tales son reconocidos personajes históricos de primerísima magnitud como Bernardo de Claraval, el Serafín de Asís u otro gran papa, Gregorio VII:

-el primero, que se presenta como paladín de Cristo crucificado y dice no tener otra preocupación que la de ajustarse a la voluntad de Dios,
-el segundo, que dice haberse desposado con la pobreza, "viuda desde la muerte de Cristo",
-el tercero, que con toda la fuerza que le da el ser reconocido como principal poder de la tierra, proclama que "asume tal situación para anunciar, quiéralo o no, la justicia y la verdad a todas las naciones, en especial a las que se llaman cristianas".

         Sobre todo, fue éste último un papa que, en uso de las prerrogativas que le concede su tiempo, reforma en profundidad la Iglesia, habla a los poderosos alto y claro... a la par que se manifiesta humilde con los humildes e intransigente con cualquiera pretendida adulteración de la doctrina.

         Cien años más tarde, surge en el ámbito de la jerarquía otro personaje excepcional: Lotario di Segni, quien antes de cumplir los 40 años llegó a ser papa con el nombre de Inocencio III. De él se conserva el tratado De Contemptu Mundi, que pasó por ser la más categórica formulación de lo que se ha llamado la doctrina teocrática, que propugnaba la sumisión total de los poderes de este mundo a la autoridad del vicario de Jesucristo. Según Inocencio III, el papa debía ostentar "la supremacía absoluta, tanto en lo espiritual como en lo temporal".

         De hecho, Inocencio III ha pasado a la historia como uno de los más claros ejemplos del absolutismo papal. Con el argumento de salvaguardar la fe católica, y siempre que pudo, intervino de forma categórica en la política de los reinos más o menos cristianos, con la fuerza de la persuasión y el anathema sit como armas más efectivas.

         En 1202 unge Inocencio III como zar a Kalogan, fundador del II Imperio Búlgaro, en la disputa por la sucesión al trono del Imperio Germánico toma abierto partido por Otón de Brunswick (contra Felipe de Suabia), en 1209 corona emperador a Otón IV (para excomulgarlo más tarde y promover a su ahijado Federico II).

         A Felipe II de Francia le prohibió con éxito Inocencio III la conquista de Inglaterra, y en 1213 excomulgó a Juan I de Inglaterra, obligándole a rendir homenaje y tributo como vasallo (lo que ya había logrado con los soberanos de Aragón, Bulgaria, Castilla, Dinamarca, Hungría, Polonia, Portugal y Suecia).

         Promovió Inocencio III la IV Cruzada, que derivó en la fundación del Imperio Latino de Constantinopla (ca. 1204) para intentar la sumisión de la Iglesia Griega, e imponerle un patriarca latino. Dio forma de cruzada a la guerra contra los cátaros del Languedoc, semilla y motor de múltiples guerras y masacres entre compatriotas.

         Como un claro ejemplo de la confusión entre los poderes temporal y espiritual, la historia nos recuerda al abad Arnaud de Citeaux (legado pontifical de Inocencio III en Occitania), quien descaradamente abusará de su poder de arzobispo y duque de Narbona. Por sucios intereses materiales, no dudó en excomulgar al legendario Simón de Monfort, a supeditar todo a la consolidación de su poder temporal y a ordenar matanzas en masa: la Chanson de la Croisade, bajo una frase absolutamente demencial: "Matadles a todos, que Dios ya reconocerá a los suyos".

         Inocencio III amplió considerablemente las posesiones de los Estados Pontificios, y se dice que convocó el Concilio IV de Letrán con el secreto deseo de ser proclamado emperador del mundo. Aún así, ese concilio resultó ser uno de los más importantes de la Edad Media por sus logros en la cohesión interna de la Iglesia Católica, y por trascendentales aportaciones en el terreno de la fe y de la doctrina.

         En este punto hemos de recordar una incuestionable constatación. En esos años de infinitas revueltas y soterrada confusión entre lo que "se debe a Dios y al césar", florecen y hacen historia los testimonios de algunos de los más grandes santos de la Iglesia (Santo Domingo de Guzmán, San Francisco de Asís, Santa Clara), con el efecto de obligar a doblar la cerviz a los poderosos e infundir esperanza y alegría de vivir a los más humildes. Esto les les convierte en imprescindible fuerza constituyente de la cristiandad, y llega a imponerse sobre el pragmatismo imperialista de un Inocencio III, reconocido como el más político de los papas de la Edad Media.

         Se trató del "pragmatismo imperialista", que no logró distraer a Inocencio III de una vida privada decididamente austera ni de su obligación de obrar como cabeza espiritual de la cristiandad en todo lo tocante a las costumbres y a la doctrina. Así, favoreció una profunda reforma del vivir cristiano a través de la aprobación de nuevas órdenes religiosas (esencialmente urbanas), entre las que cabe destacar las órdenes mendicantes que seguían las enseñanzas de San Francisco de Asís: los franciscanos y las clarisas.

         Al respecto, reproducimos parte de un ilustrativo documento. Santa Clara se dirige al papa en estos términos, en el que se ha llamado Privilegio de la Pobreza:

"Yo Clara, que aunque indigna, soy la servidora de Cristo y de las hermanas pobres del Monasterio de San Damián, y plantita del padre santo, puesto que meditaba con mis hermanas nuestra altísima profesión y la voluntad de un tal padre, y también la fragilidad de las demás que vendrían después de nosotras, temiéndolo ya por nosotras mismas al morir el santo padre Francisco, que era nuestra columna y nuestro único consuelo y apoyo después de Dios, por eso más y más veces nos hemos obligado a nuestra dama la santísima pobreza, para que, después de mi muerte, las hermanas que están con nosotras y las que vendrán después tengan la fuerza de no apartarse nunca de ella, de ningún modo.

E igual que yo siempre he sido diligente y solícita para observar yo misma y hacer observar la santa pobreza que hemos prometido al Señor y al santo padre Francisco, así las hermanas que me sucederán en este oficio estén obligadas a observarla y a hacer que la observen las demás, hasta el final. Mas también, para mayor seguridad, me preocupé de recurrir al señor papa Inocencio, durante cuyo pontificado dio comienzo nuestra Orden, y a sus sucesores, para que confirmasen y corroborasen con sus privilegios papales nuestra profesión de la santísima pobreza que prometimos a nuestro bienaventurado padre Francisco, para que nunca, en ningún momento, nos apartásemos de ella".

         A lo que, en acta de reconocimiento eclesial, responde Inocencio III:

"Inocencio, obispo, siervo de los siervos de Dios, a las amadas hijas en Cristo, Clara y demás siervas de Cristo de la asisana Iglesia de San Damián, tanto presentes como futuras, profesas en la vida regular, para siempre.

Como es manifiesto, deseando consagraros solamente al Señor, renunciasteis al deseo de las cosas temporales; por lo cual, vendidas todas las cosas y distribuidas a los pobres, os proponéis no tener en absoluto propiedad alguna , siguiendo en todo las huellas de Aquel que por nosotros se hizo pobre, camino, verdad y vida.

Y no os ahuyenta de tal propósito el temor a la penuria de cosas, porque la izquierda del Esposo celestial está bajo vuestra cabeza para sostener las flaquezas de vuestro cuerpo, que, con ordenada caridad, habéis sometido a la ley del espíritu. Y por último, quien alimenta las aves del cielo y viste los lirios del campo, no os faltará en cuanto al alimento y al vestido, hasta que, pasando él, se os dé a sí mismo en la eternidad, cuando su diestra os abrace más felizmente en la plenitud de su visión.

Por consiguiente, tal como nos suplicasteis, confirmamos con el favor apostólico vuestro propósito de altísima pobreza, concediéndoos, por la autoridad de las presentes letras, que no podáis ser obligadas por nadie a recibir posesiones. Y si alguna mujer no quisiera o no pudiera observar este propósito, que no conviva con vosotras, sino que se traslade a otro lugar".

         Ciertamente, en aquella como en nuestra época, eran muy pocos los que, voluntariamente, renunciaban a todo lo que les sobraba en bienes materiales. Entonces como ahora, eran mayoría los egoístas y los tibios por lo que no es de extrañar que surgieran fervorosos apóstoles contrarios a la Iglesia, teorizantes de la especulación estéril, investigadores que se creyeron capaces de inventar el "principio esencial".

         Reconozcamos que la clásica pugna entre los dos reinos, demasiadas veces aparece en forma de acomodaticia tregua como si el ramplón movimiento de secularización, promovido incansablemente por acaparadores, indolentes y egocentristas, lograse neutralizar esa formidable corriente progresista que es la redención o única forma de amorizar la Tierra.

         Pero aun en los siglos obscuros, la redención sigue viva y ascendente en el Cristo y por el Cristo ya para siempre presente en la historia. De él viene su fuerza a cuantos cristianos demuestran la viabilidad de un mundo mejor. Con su inserción en el mundo, Jesucristo ha facilitado y facilita el camino hacia la ciencia sin fisuras irreversibles, imparte el afán de descubrir secretos que han de beneficiar a todos los hombres, crea reino trascendente.

         Y lo hace siempre en libertad. Porque la libertad es una condición esencial para resultar bastante más que simples ciudadanos de este mundo, para voluntaria y generosamente pegarse a la cruz y gastar la propia vida en trabajo solidario. Son los cristianos que han vivido apasionadamente esa libertad (la "libertad de los hijos de Dios") los que con más positivo resultado han trabajado por el progreso.

         Gracias a estos buenos cristianos, capaces de orientar hacia lo mejor "el dedo de Dios", la relación entre Iglesia y poder presenta un balance positivo. Superando simples afanes de alcanzar y conservar posiciones, la Iglesia influyó decisivamente en el respeto al hombre. A la par que, dígase lo que se diga, promovía el buen ejercicio de la ciencia, la economía y la política.

         Sus sabios, predicadores, administradores y hombres de estado, facilitaban respuestas cristianas a los problemas de cada día, lo que es una clara forma de hacer actual el reino de Dios. Algunas de esas respuestas han confluido en realidades tan concretas como la de que un hombre, por muy humilde que sea su origen, es bastante más que una bestia de carga o un instrumento de producción.

         En buena parte, gracias a la doctrina que la Iglesia mantiene viva (de amor y libertad), y a pesar de sus frecuentes coqueteos con el poder de este mundo, entre los fieles se hace progresivamente patente la necesidad de que los bienes naturales y energías humanas sean encauzadas hacia la superación de viejas apetencias criminales, o de ramplones preocupaciones de acaparamiento.

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  Act: 18/04/22        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A