Accidentada historia de un pueblo: el elegido

Zamora, 6 marzo 2023
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Parece probable que, en los albores de la humanidad, se dio una cierta degeneración de la especie humana que el relator del Génesis trata de explicar como la consecuencia de un torticero uso de la libertad por parte de nuestros lejanos  antecesores.

         Al respecto, conviene destacar que nada de la moderna ciencia avala la teoría según la cual las especies inferiores evolucionan hacia más nobles realidades biológicas. Y si ello es así, faltan argumentos para demostrar que los primitivos seres humanos fueron de calidad inferior a la actual o que el antecesor del ser pensante fue un simio de morfología similar pero, todaa, sin la facultad de personalizarse, es decir, incapaz de evaluar distintas opciones en los avatares del día a día.

         Los considerados especialistas en la cuestión hacen depender el nivel de inteligencia (capacidad para decidir en libertad) del tamaño (o proporción) de la masa cerebral, lo que crea un extraordinario desconcierto a la hora de ponerse de acuerdo para presentar un inequívoco filum en las diversas posibilidades de la evolución humana, si es que ésta ha de ser considerada como absolutamente probada, lo que, hoy por hoy, no es el caso.

         La Biblia, por su parte, expresa: "Y creó Dios el hombre a imagen suya; a imagen de Dios lo creó; macho y hembra los creó" (Gn 1, 27). Esa alegoría a la imagen no se refiere en absoluto al aspecto físico en cuanto el propio relator sagrado tiene muy en cuenta que Dios es superior a todo, eterno e incorreo: se refiere a que esa excepcional criatura, que es el hombre, se asemeja a Dios (no es igual a él) porque nace con la facultad de amar en libertad.

         Muy bien podemos pensar que, cuando la Biblia lo expresa de esa manera y, a renglón seguido, destaca la diferencia entre el buen obrar de personajes como Abel y Set, cuyo hijo Enós "fue el primero en invocar el nombre de Dios" (Gn 4, 26)  y la perversión de Caín y sus descendientes, lo que nos transmite es que, ya desde el principio de la humanidad, a pesar del mal uso de la libertad de los primeros seres pensantes, existió la posibilidad del estado de gracia para las personas de buena voluntad, que invocan el nombre de Dios.

         Pero ¿cuáles fueron las fuentes de información del relator del Génesis, partey esencial de la Torah (la ley) o Pentateuco, libro sagrado para judíos y cristianos, entre los que se encuentra el que esto escribe? La Iglesia  nos enseña que fueron la revelación y la tradición las fuentes principales, ambas avaladas por todo lo que ha venido después y no desmentidas en razón de los débiles argumentos de cuantos han pretendido ponerlas en entredicho.

         Para el pueblo judío, autoproclamado "pueblo de Dios", no existía otra versión de la realidad que la derivada de sus patriarcas y profetas, en especial de Abraham, "padre de los creyentes".

         Es una versión de la realidad, cuyo núcleo principal es la creencia en un solo Dios trascendente, inmaterial y eterno. Él es el creador y mantenedor de un mundo cuyo principio, según se lee en la Escritura, estuvo en la luz: "Dijo Dios: haya luz. Y hubo luz" (Gn 1, 3). En la misma Escritura se explica que, tras la luz, vino todo lo demás, incluido el hombre, hecho "a imagen y semejanza de Dios" (Gn 1, 26). También se dice que este ser excepcional, que resultará ser el hombre, no es una simple parte del mundo material puesto que dispone de un alma inteligente y libre.

         Gracias a las peculiaridades de ese alma (memoria, inteligencia y voluntad), desde sus comienzos, la criatura humana recibió del propio Dios el encargo de conservar y organizar todo lo material que ha de servir para su desarrollo; no abandonará Dios a su criatura inteligente en una delegación, que nace del amor y ha de mantenerse por correspondencia en el amor: "Mi Amado es para y yo soy para mi Amado" (Cant 2, 16). Lo cual prueba que, para el libro sagrado, es el amor el carácter esencial del Creador.

         En uso de esa libertad para corresponder o no al amor del Creador, la criatura inteligente cayó en la trampa de tomarse a sí misma como exclusivo objeto de todos los derechos, acreedora al disfrute exclusivo de todo lo que le rodea e, incluso, superior a todos sus semejantes. Tanto es así que, desde el principio de los tiempos, hubo no pocos hombres y mujeres, que se dejaron guiar por la envidia y otras perversiones, "como fiera que te codicia y a quien tienes que dominar" (Gn 4, 7).

         Se explica así la regresión moral de la humanidad de los tiempos aquellos en los que "los hijos de Dios vieron que las hijas de los hombres les venían bien y tomaron por mujeres a las que más destacaban de entre todas ellas" (Gn 6, 2).

         Surgen así los odios, las guerras, y otras violencias que entorpecen la positiva acción de los fieles a Dios hasta el punto de que, incluso el pueblo elegido, en múltiples ocasiones, fragua su propia desgracia al tiempo que ensombrece el camino que debiera servir de guía al resto de la humanidad. Y queda patente la debilidad del ser humano confiado a sus propias fuerzas.

         Inigualable expresión del amor de Dios es su voluntad de que ese ser hecho "a su imagen y semejanza" (Gn 1, 26) se sobreponga a un desgraciado y estúpido alejamiento "pise la cabeza de la serpiente" (Gn 3, 15) y vuelva a su Señor voluntariamente, lo que le permitirá recobrar una prestada capacidad para amorizar la tierra.

         Si repasamos la historia, vemos que ello empezó a cobrar realidad en una serie de gentes pertenecientes a lo que judíos y cristianos reconocemos como el pueblo de Dios. Vemos así que todo el AT gira en torno a la promesa que Abraham cree recibir de Yahveh, el único Dios: "Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra" (Gn 12, 3).

         Esa bendición, clara prueba del amor de Dios, que elige libremente y actúa como eterno enamorado, es un acicate a la libre correspondencia de los bendecidos, llamados a contagiar a toda la humanidad efectivas muestras de su capacidad de amor.

         Es así como la historia de la humanidad, empezando por la comunidad "de los hijos de Abraham", es una sucesión de fidelidades, libertades, despegos y traiciones llegando a un punto en el que las traiciones superaban con creces a las fidelidades con el riesgo de convertir en imposible la justa correspondencia de las criaturas inteligentes al amor del Creador.

         Para superar las crecientes dificultades de una voluntaria reconciliación, la criatura, ya perdida en una progresiva y desesperante ignorancia, necesita de una luz y una energía que solamente le puede venir del propio Creador. Y lo hará en esa inigualable prueba de amor cual es la redención, acción divina que presta a los seres humanos capacidad para amorizar la tierra.

         Con la expresión "capacidad para amorizar la tierra" copiamos a Teilhard de Chardin, para mostrar cómo el misterio de la redención es una directa e indiscutible consecuencia del amor divino y complemento necesario para el hombre, que, de otra forma, viviría irremisiblemente abandonado a sus propias fuerzas. Ello es ya implícito en el Génesis, y cuenta con numerosas referencias en el resto de los libros sagrados del AT. Creerlo es creer en la palabra de Dios, extensible "a todos los linajes de la tierra".

         No falta quien toma todas las expresiones de la Biblia (el AT, en especial) como una exactísima trascripción de lo redactado por el mismo Dios o alguno de sus ángeles. Obviamente, todo lo que leemos ha sido redactado, escrito, traducido e impreso por hombres no muy distintos de nosotros en luces y capacidad de interpretación de lo que ven o sienten.

         Por supuesto que los relatores sagrados, de alguna forma, tuvieron el privilegio de un mayor acercamiento a la verdad, pero siempre desde su carácter de limitadas criaturas. Y por eso expresaron lo que vieron o sintieron según su leal saber y entender, como el apóstol expresa magistralmente cuando dice que "la letra mata, mas el Esritu da vida" (2Cor, 3, 6).

         Dicho esto, al margen de la diferencias de estilo y precisión, podemos muy bien apreciar una elocuente y continuada coherencia espiritual en los principales libros del AT con los testimonios de personajes reales aceptados por los creyentes como profetas. Desde esa perspectiva, vemos pruebas de la voluntad de Dios de no abandonar a los hombres a la fuerte corriente de sus vicios y debilidades. Nos lo recuerdan explícitamente los profetas cuando dicen:

"Hasta aquí nos ha socorrido el Señor" (1Sm 7, 12-16).
"Mas tú, Yahvéh, no te mantengas lejos, corre en mi ayuda, oh fuerza a, libra mi alma de la espada, de las garras del perro mi vida; lvame de las fauces del león, y a mi pobre alma de los cuernos de los búfalos" (Sal 22, 20-22).
"A pesar de todo, cuando estén ellos en tierra enemiga, no los desecharé ni los aborreceré hasta su total exterminio, anulando mi alianza con ellos, porque yo soy el Señor su Dios; me acordaré en su favor, de la alianza hecha con sus antepasados, a quienes saqué de la tierra de Egipto, ante los ojos de las naciones, para ser su Dios, yo el Señor" (Lv 26, 44-45).

         Según la Biblia, presente es Dios entre los hombres cuando, por ejemplo, se personaliza en la Sabiduría para decir:

"Dios me creó, primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas. Desde la eternidad fui moldeada, desde el principio, antes que la tierra. Cuando no existían los abismos fui engendrada, cuando no había fuentes cargadas de agua. Antes que los montes fuesen asentados, antes que las colinas fui engendrada. No había hecho aún la tierra ni los campos, ni el polvo primordial del orbe. Cuando asentó los cielos, allí estaba yo, cuando trazó un círculo sobre la faz del abismo, cuando arriba condensó las nubes, cuando afianzó las fuentes del abismo, cuando al mar dio su precepto para que las aguas no rebasaran su orilla, cuando asentó los cimientos de la tierra, yo estaba allí como arquitecto, y era yo todos los as su delicia, jugando en su presencia en todo tiempo, jugando por el orbe de su tierra; y mis delicias están con los hijos de los hombres" (Prov 8, 22-31).

         Se trata de una sabiduría que se hace perceptible por el hombre cuando éste, desde la profunda realidad de su ser, implora:

"Dios de los padres, Señor de la misericordia, que con tu Palabra hiciste el universo, y con tu Sabiduría formaste al hombre para que dominase sobre los seres por ti creados, rigiese el mundo con santidad y justicia y ejerciese el mando con rectitud de esritu, dame la sabiduría, que se sienta junto a tu trono y no me excluyas del número de tus hijos" (Sab 9, 1-4).

         Podía con ello liberarse Israel de sus enemigos, tal como pone la Escritura en boca del profeta Ezequiel:

"Por eso, así dice el Señor Dios: ahora voy a hacer volver a los cautivos de Jacob, me compadeceré de toda la casa de Israel, y me mostraré celoso de mi santo nombre. Ellos olvidan su ignominia y todas las infidelidades que cometieron contra mí. Manifestaré en ellos mi santidad a los ojos de numerosas naciones y sabn que yo soy su Dios. No les ocultaré más mi rostro, porque derramaré mi Esritu sobre la casa de Israel, oráculo del Señor" (Ez 39, 25-29).

         La sabiduría, o palabra de Dios, era para los hebreos una inmensa fuerza creadora, con capacidad para concebir y realizar todo lo que existe y puede llegar a existir. Así lo percibimos cuando, humilde y generosamente, intentamos acercarnos a nuestro Dios y Señor, el mismo Dios que adoraron y adoran los judíos, que adoran los cristianos y que, también, aunque interpretándolo de forma distinta, adoran los musulmanes.

         Sin duda que, como "Dios desconocido" (Hch 17, 23), en la sinceridad de su corazón también aceptaron al Creador y su sabiduría no pocos pensadores paganos como Sócrates, Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca e incluso el controvertido Héraclito (llamado el Oscuro), el cual se refir al Logos (la palabra de Dios) como principio creador.

         Por los textos sagrados vemos que el pueblo elegido empezó a tomar entidad como tal a partir del momento en el que Dios dijo a Abram: "Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre, que servirá de bendición" (Gn 12, 1-2). Se estima que ello ocurrió hacia el s. XX a.C.

         Abraham era hijo de Teraj y, como tal , perteneciente a una estirpe, tribu o familia (los patriarcas post-diluvianos) que, muy seguramente y tal como se sugiere en el Génesis (Gn 11, 10-26), había mantenido durante siglos el culto al Dios único en medio de los idólatras caldeos (Ur de Caldea, donde según la Biblia vivió la familia hasta trasladarse a Jarán, enclave situado en la frontera entre Turquía y Siria).

         En la época a la que nos referimos, Caldea formaba parte del Imperio Babilónico, a la sazón, dominado por los casitas, que haan logrado expulsar a los bárbaros hititas de la gran ciudad (Babilonia) para restablecer a continuación el culto del dios Marduk, patrón de Babilonia y, como tal, señor de los otros dioses patronos de las diversas ciudades estado, entre ellas, Ur de Caldea, feudataria de Babilonia bajo la dinastía casita, como ya lo había sido de los hititas, de los acadios y de los sumerios.

         Hubo un período de paz y prosperidad, en el que privaron el  lujo y un cierto desenfreno atemperados  por las circunstanciales aplicaciones del Código de Hammurabi. En razón de ello, no son de extrañar las reminiscencias de dicho código en la forma de vivir y de legislar de los hebreos o pueblo que fija sus raíces en el patriarca Abraham, la fe en el Dios Único y una consecuente nueva ley (la ley mosaica, expresada por los 10 mandamientos) la que marcará una notable diferencia entre aquel y ésta.

         Es menester recordar algunos ejemplos de esas diferencias, pues mientras que en el Código de Hammurabi se establece pena de muerte por hurto de propiedad del clero y del estado o por recibir bienes robados (ley 6), en la Ley Mosaica se castiga al ladrón con el resarcimiento a la víctima (Ex 22, 1-9). Y si en aquel se dice "muerte por ayudar a un esclavo a escapar o por refugiar a un esclavo fugitivo" (ley 15, 16), en ésta se determina "no entregarás a su señor el siervo que huye de él y acude a ti" (Dt 23, 15).

         En lo que ambos códigos coinciden es en la llamada Ley del Talión del Código de Hammurabi, barbaridad condenada por el cristianismo: Si una casa mal hecha causa la muerte de un hijo del dueño de la casa, la falta se paga con la muerte del hijo del constructor" (ley 230). La cual viene a ser lo mismo que lo dispuesto por la Ley Mosaica: "Y el que causare lesión en su prójimo, según hizo, así le sea hecho: rotura por rotura, ojo por ojo, diente por diente; según la lesión que haya hecho a otro, tal se hará a él" (Lv 24, 19).

         En la atmósfera de relativismo en que se desenvuelven los amigos de explicar todo desde la indiferencia, no han faltado teorizantes que adelantan el supuesto de que la adoración al Dios único, de la que se encuentran múltiples pruebas en la zona a la que nos estamos refiriendo, tiene su origen no en la tradición de los patriarcas (seguida "de generación en generación", según apunta el libro del Génesis) y sí en el llamado mazdeísmo (al que, sin prueba alguna concluyente, prestan una antigüedad de varios milenios más, dando por supuesto que de él se derivan todas las religiones monoteístas).

         Para afianzarnos en la creencia de que el Ser supremo, que adoraron las patriarcas, es el único Dios (3 personas distintas y 1 solo Dios verdadero) no tenemos más que seguir la secuencia de los diversos avatares del pueblo elegido hasta sentir que, por voluntad del Padre, llega hasta nosotros el Hijo, hecho hombre por la gracia del Esritu Santo.

         Si el patriarca Abraham es aceptado como "padre de los creyentes", corresponde a Moisés el papel de legislador a través de un código (los 10 mandamientos) que podríamos considerar revolucionario para una época en la que privaba y hacía historia la ley del más fuerte y las sociedades más civilizadas se regían por el antinatural sistema de lo que podemos llamar desigualdades funcionales con dioses y castas sacerdotales que hacían el juego a los caprichos e intereses de los poderosos. Al respecto, con el estilo y en lenguaje de su entorno, el relator sagrado expresó de Dios lo siguiente:

"Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto y de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un dios celoso, que castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y biznietos, cuando me aborrecen. Pero también soy un Dios que actúo con piedad por mil generaciones, cuando me aman y guardan mis preceptos" (Ex 20, 1-17).

         En el libro del Éxodo se dice que, conociendo la resistencia de los israelitas, "duros de cerviz", a desechar sus viejas costumbres paganas y a acatar en todos sus términos la ley de Dios:

"Mois cayó de rodillas y se post, diciendo: Si realmente me has brindado tu amistad, dígnate, Señor, ir en medio de nosotros. Es verdad que este es un pueblo obstinado, pero perdona nuestra culpa y nuestro pecado, y conviértenos en tu herencia.
Tras lo cual,
el Señor le respondió:
Yo voy a establecer una alianza. A la vista de todo el pueblo, realizaré maravillas como nunca se han hecho en ningún país ni en ninguna nación. El pueblo que está contigo verá la obra del Señor, porque yo haré cosas tremendas por medio de ti. Observa bien lo que te mando. Yo expulsaré de tu presencia a los amorreos, los cananeos, los hititas, los perizitas, los jivitas y los jebuseos. No hagas ningún pacto con los habitantes del país donde vas a entrar, porque ellos serían una trampa para ti. Antes bien, derriben sus altares, destruyan sus piedras conmemorativas y talen sus postes sagrados" (Ex 34, 8-13).

         Según interpretan nuestros maestros, en la libre Alianza que Dios establece con el pueblo elegido hay amor. Es decir, predisposición amistosa, absolutamente gratuita y desbordante, que se plasma en actos de generosidad y liberación, y que es capaz de perdonar cualquier traición. Hay también fidelidad, es decir, permanencia, estabilidad, que resalta el cacter definitivo e irrevocable del amor. Hay misericordia, que significa "querencia desde las entrañas" (o hesed, palabra hebrea es la misma que designa las entrañas maternas) y que implica ternura, compasión ante un ser indefenso y débil, capacidad infinita de perdón.

         De este modo, la revelación del rostro de Dios llega aquí a un punto culminante, y la majestad infinita de Dios se manifiesta como cercanía y ternura máximas. Es lo que expresa con toda exactitud una bella oración de la liturgia cristiana: "Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia". Se ha dado así un paso de gigante hacia la gran y definitiva revelación.

         Aunque en los medios al uso no se considera filosófica la Torah judía (equivalente al Pentateuco católico), hemos de reconocer que sí que presentan implicaciones filosóficas con sus correspondientes pautas de reflexn en cuanto giran en torno a un ser humano y a una sociedad humana a los que se les otorga la responsabilidad de cumplir una específica funcn en la vida y en la historia.

         En razón de ello, bien se pueden explicitar ciertas proposiciones filosóficas que constituyen el cleo del pensamiento judaico:

         Existe un solo Dios. Es en razón de este monoteísmo como el judaísmo es una religión muy diferente de otras muchas que admitían multitud de presuntas divinidades (como el mazdeísmo, que veía todo lo existente en perpetuo enfrentamiento sin cuartel entre el bien Angra Mainyu y el mal Spenta Mainyu, presuntas divinidades que el mítico Zoroastro presentó como derivadas de la primitiva fuerza creadora Ahura Mazda).

          El mundo no es eterno: fue creado por Dios y dura (según Bergson) en el tiempo, lo que quiere decir que tuvo un principio y tendrá un fin.

          El mundo, como compuesto de materia, es absolutamente distinto de Dios, que es trascendente, inmaterial y eterno.

          El ser humano (hombre y mujer) es bastante más que una simple porción del mundo material. Ha sido creado por Dios a su imagen, lo que quiere decir que ha sido dotado de un alma inteligente y libre, elemento con el que goza de la capacidad y libertad para humanizar y trascender al mundo que le rodea.

          Es posible una continua relación personal entre Dios y el hombre, puesto que en su infinitud y por propia voluntad. Dios no se aleja nunca del hombre como Padre amante y fiel que no abandona nunca a sus hijos; en razón de ello, Dios busca al hombre e invita al hombre a que le busque en una secuencia de divino amor: "Mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado" (Cant 2, 16).

          Aunque en la historia del pueblo elegido se confunde lo ramplonamente temporal con lo relativo a la vida eterna, a lo largo del AT, se desarrollan dos ideas fundamentales: la de la resurrección y la de la venida de un enviado de Dios, el Mesías con cuya vida terrena, supremo sacrificio y triunfal vuelta al Padre, se iniciará la edificación del reino de Dios.

         "Por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra en pago de haber obedecido tú mi voz" (Gn 22, 18) fue la promesa de Dios al patriarca Abraham. Es de creer que la divina promesa le llegó al patriarca en correspondencia a una fe capaz de superar las mayores pruebas, y por lo mismo alimento de valores esenciales para formar mundo aparte en un territorio regido por la ambición, caprichos y vicios del más fuerte.

         Efectivamente, con sus altos y sus bajos en cuestión de fidelidad a la voluntad divina, mundo aparte ha representado la historia del pueblo hebreo que, según la tradición judeo-cristiana-musulmana, encabeza dicho patriarca Abraham, nacido hace unos 40 siglos en Ur de Caldea, emblemática ciudad de la baja Mesopotamia.

         Hoy pocos dudan de que fue la Mesopotamia la cuna de todas las civilizaciones, si entendemos por civilizada a una sociedad que ha superado la etapa de inmovilismo tribal de los pueblos primitivos. Al parecer, alguna de esas civilizaciones mesopotámicas se remonta hasta el V milenio a.C; desde entonces hasta el tercer milenio, proliferaron en la zona más o menos extensas satraas y ciudades estado mientras, en otras partes del mundo, nacían y se desarrollaban imperios como el egipcio.

         Una de esas satraas mesopotámicas estuvo encabezada por la ciudad de Ur, cuyos más antiguos restos descubiertos pertenece a lo que los arqueólogos conocen como el Período de Obeid (V milenio a.C). Según lo atestiguan las ruinas del majestuoso Zigurat de Urnamu, tuvo Ur su época de gloria hasta decaer ante la avalancha guerrera del acadio Naram-Sin (2.250 a.C), quien logró hacerse dueño de toda la Mesopotamia y del territorio que va desde la actual Siria hasta el Sinaí; crecido sobre sus victorias, se autoproclamó dios con derecho a exclusiva adoración por parte de sus súbditos.

         A la muerte del tal Naram-Sin, se desmoronó el imperio por él creado y Ur recuperó la hegemonía perdida, envidiables niveles de prosperidad y el culto a sus tradicionales dioses, sobre los cuales, muy probablemente, no faltaba quien ponía al nico Dios de sus padres". Se mantuvo tal situación durante unos doscientos años hasta que Ibbi-Sin, último rey de la III dinastía de Ur, en torno al 2.000 a.C, hubo de enfrentarse a oleadas de amorreos que fueron desposendole de de sus territorios del Norte.

         Poco tiempo después, desde el este, le llegó la invasión de los elamitas, los cuales, azuzados por Ishbi-Erra (un alto funcionario de la corte) arrasaron la capital e hicieron prisionero al legítimo rey, poniendo en su lugar al traidor (que, tal cual era habitual entre los conquistadores, se consideró a sí mismo un dios con derecho sobre cualquier otro de los tradicionales, entre ellos el "único Dios" por la familia de un ganadero llamado Najor). Según la Biblia, este Najor, descendiente de Sem (primogénito de Noé; Gn 11, 10-23), fue padre deraj, quien "engendró a Abraham, a Najor y a Herán" (Gn 11, 26).

         Se cree que por librar a su familia de la persecución religiosa del trapa Ishbi-Erra, "Teraj tomó a su hijo Abram, a su nieto Lot, el hijo de Harán, y a su nuera Saray, la mujer de su hijo Abram, y salieron juntos de Ur de los caldeos (Baja Mesopotamia) para dirigirse a Canaán". Hasta que, "llegados a Jarán (a las afueras de Urfa, en Turquía), se establecieron allí" (Gn 11, 31). Unos os después, Dios dijo a Abraham:

"Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre que servirá de bendición: Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra" (Gn 12, 1-3).

         Obedeciendo la voz de Dios, "tomó Abraham a Saray, su mujer, y a Lot, hijo de su hermano, con toda la hacienda que habían logrado, y el personal que habían adquirido en Jarán, y salieron para dirigirse a Canaán" (Gn 12, 5). Por la fe, dice el apóstol, "Abraham obedeció a Dios y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba" (Hb 11, 8).

         Bendecido por Dios, Abraham se abrcamino en el país de los cananeos, hasta que "hubo hambre en el país y Abraham bajó a Egipto a pasar allí una temporada pues el hambre abrumaba al país" (Gn 12, 10). Regresado al país de los cananeos, Dios dijo de nuevo a Abraham, después que Lot se separase de él:

"Alza tus ojos y mira desde el lugar en donde estás hacia el norte, el mediodía, el oriente y el poniente. Pues bien, toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia por siempre. Haré tu descendencia como el polvo de la tierra: tal que si alguien puede contar el polvo de la tierra, también podrá contar tu descendencia. Levántate, recorre el país a lo largo y a lo ancho, porque a ti te lo he de dar" (Gn 13, 14-17).

         Nos dice la Biblia que Abraham se libró del acoso de sus enemigos, tras derrotar a 4 reyes idólatras coaligados contra él, rescatar a su sobrino Lot (hecho prisionero en una de las campañas), ser acatado por Melquisedec ("rey de Salem, quien presen pan y vino, pues era sacerdote del Dios altísimo") y ser bendecido por Melquisedec (que le bendijo diciendo: "Bendito el Dios de Abraham, que entregó a tus enemigos en tus manos"; Gn 14, 17-18).

         Tiempo después, Abraham fue testigo de la destrucción de las ciudades de Sodoma y Gomorra. Hay sobrecogedor patetismo en el conocido pasaje bíblico en el que Abraham intercede por la suerte de 2 ciudades sumergidas en el vicio y la ignominia:

"¿De verdad vas a aniquilar el justo con el malvado? Tal vez existen cincuenta justos en la ciudad ¿de verdad vas a aniquilarlos? ¿no perdonarás al lugar en atención a los cincuenta justos que puede haber en él?" (Gn 18, 23-33).

         Fe y devoción que Abraham trasmitió a su hijo Isaac, quien, a su vez, los legó a Jacob (apodado Israel por "haber luchado con Dios" en un sueño), padre de los patriarcas que dieron nombre a las 12 tribus del pueblo, que, a través de venturas y desventuras a la vez que rodeado de atávicas religiones y torticeras formas de convivencia, mantuvo durante siglos el culto al único Dios.

          que, entre fidelidades y tibiezas, gozando de cierta prosperidad y sufriendo opresiones, pero no de aniquilación porque, sin duda, "siempre contó con más de 10  justos", el pueblo de Israel adoraba al Dios de Abraham, Isaac y Jacob más por impulso natural y devoción trasmitida de generación en generación que por una ley reguladora de los esenciales aspectos de la vida comunitaria o privada.

         Durante el Exodo fue Moisés quien, siguiendo la voluntad de Dios, ejerc de legislador tras sus diálogos con Dios en el Monte Sinaí, y consecuente promulgación de las Tablas de la Ley, expresadas en los 10 mandamientos de la ley de Dios.

         Después de 40 años de nomadismo por el desierto, para los israelitas llegó el momento de asentarse en la tierra prometida, ya sin Moisés, su guía y legislador, quien, al final de su vida, había traspasado a Jos toda su responsabilidad según las siguientes palabras:

" valiente y firme, porque vas a dar a este pueblo la posesión que juré dar a sus padres. Sé, pues, valiente y muy firme, teniendo cuidado de cumplir toda la ley que te dio mi siervo Moisés. No te apartes de ella ni a la derecha ni a la izquierda para que tengas éxito dondequiera que vayas. No se aparte el libro de esta ley de tus labios: medítalo día y noche; a procurarás obrar en todo conforme a lo que en él está escrito y tendrás suerte y éxito en tus empresas. ¿No te he mandado que seas valiente y firme? No tengas miedo ni te acobardes porque Dios estará contigo dondequiera que vayas" (Jos 1, 6-9).

         Dirigidos por Josué, se asentaron los israelitas en la tierra prometida, no sin cruentos enfrentamientos con diversos pueblos idólatras que la ocupaban:

"Tal como Dios había ordenado a su siervo Moisés, Moisés se lo había ordenado a Josué y Josué lo ejecutó: no dejó pasar una sola palabra de lo que Dios había ordenado a Moisés. Josué se apoderó de todo el país: de la montaña, de todo el Neguev y de todo el país de Gosen, de la Tierra Baja, de la Arabá, de la monta de Israel y de sus estribaciones" (Jos 11, 15-16).

         A la muerte de Josué, entre fidelidades y apostasías, períodos de paz y cruentos enfrentamientos entre uno u otros vecinos, vivió Israel la etapa del gobierno de los Jueces de entre los cuales la Biblia destaca a Otniel, Ehud, Sangar, la profetisa Débora, Gedeón, Sansón...

         Hasta llegar a Samuel, quien entendió que era llegado el momento de atender las peticiones del pueblo que pedía un rey, que organizase un ejército capaz de neutralizar el persistente empuje de los filisteos, sus más encarnizados enemigos. Fue así como fue ungido Saúl, sucedido por David y éste, a su vez por Salomón.

         Neutralizados los filisteos, el pueblo de Israel llegó al máximo poder de su historia habiendo alcanzado con David un largo período de fecunda paz traducida en buen orden y prosperidad que permitió a Salomón alzar en honor del único Dios el más suntuoso templo que uno pudiera imaginarse.

         Sucedieron años de desconocida prosperidad material, algo que corrompió a muchos y ensoberbeció a Salomón, quien, durante unos años, desestimó los valores que había jurado defender y ejerc el poder no de forma muy distinta a la de lostrapas de su época:

"Amó, ades de la hija del faraón, a muchas otras mujeres extranjeras: moabitas, amonitas, edomitas, sidonias y heteas; de los pueblos de los que Dios había dicho a los hijos de Israel: No os unáis a ellos ni ellos se unan a vosotros, no sea que hagan desviar vuestros corazones tras sus dioses. A éstos Salomón se apegó con amor. Tuvo 700 mujeres reinas y 300 concubinas. Y sus mujeres hicieron que se desviara su corazón.

         Entonces Salomón edificó un lugar alto a Quemós, ídolo detestable de Moab, en el monte que está frente a Jerusalén, y a Moloc, ídolo detestable de los hijos de Amón. Y a hizo para todas sus mujeres extranjeras, las cuales quemaban incienso y ofrecían sacrificios a sus dioses.

         Dios se indignó contra Salomón, porque su corazón se había desviado del Dios de Israel, que se le había aparecido 2 veces y le había mandado acerca de esto, que no siguiese a otros dioses. Pero él no guardó lo que Dios le había mandado. Entonces dijo Dios a Salomón:

"Por cuanto ha habido esto en ti y no has guardado mi pacto y mis estatutos que yo te mandé, ciertamente arrancaré de ti el reino y lo entregaré a un servidor tuyo. Pero por amor a tu padre David, no lo haré en tus días; lo arrancaré de la mano de tu hijo. Sin embargo, no arrancaré todo el reino, sino que daré a tu hijo una tribu, por amor a mi siervo David y por amor a Jerusan, que yo he elegido" (1Re 11, 1-13).

         A la muerte de Salomón, su hijo Roboán resultó ser un petimetre que desoyó los consejos de los sabios para seguir el de sus compañeros de abusos y francachelas: a las peticiones de moderación, justicia y orden por parte de sus súbditos respondió Roboán con esta estúpida bravuconada: "Mi padre hizo pesado vuestro yugo, pero yo lo haré s pesado todavía. Mi padre os castigó con látigos, pero yo os castigaré con escorpiones" (1Re 12, 14).

         Ante tal actitud, 10 de las 12 tribus de Israel "se fueron a sus tiendas" y ofrecieron el poder a Jeroboán, quien se había refugiado en Egipto por huir de las represalias de de Salomón y Roboán. Es así como se dividió en 2 reinos lo que había sido reino de David y Salomón.

         Al norte quedó el reino de Israel, agrupando a 10 de las 12 tribus, con capital en Siquén y luego en Samaria (fundada por Omrí, sucesor de Jeroboán). Y al sur quedó el reino de Judá (territorio de las tribus de Judá) y Benjamín, con Jerusalén como capital y el templo de Salomón como centro principal del culto y de la vida social. Jeroboán no fue mejor que sus rivales y renegó pronto de Dios al levantar templos a los ídolos e incurriendo en los mismos excesos que antes había criticado.

         Junto con períodos de relativa paz y prosperidad, al hilo del comportamiento de sus principales responsables (reyes y sacerdotes), la historia de ambos reinos deja constancia de un cúmulo de infidelidades y apostasías en las que los profetas vieron la razón de tantos y tantos acosos y guerras a los que, con desigual fortuna, hubo de hacer frente ese pueblo singular en cuyo seno había de nacer Jesucristo, el Hijo de Dios.

         En todo el pueblo de Israel (los reinos del Norte y del Sur, Ju y Samaria), frente a los desvaríos de príncipes y notables, fueron los profetas, quienes, a lo largo de 12 siglos, mantuvieron la fe en el único Dios, que es el que es por sí mismo (Ex 3, 13-14).

         Una fe que, a escala social y su consecuente proyección moral, sufrió no pocos altibajos en razón de los avatares más o menos propicios y de la buena voluntad o tibieza de cuantos presumían de mantenerla en el fondo de sus corazones. Pero una fe que imprim carácter a todo un pueblo, de forma tal que los siglos y siglos de subsiguiente historia no han borrado una doctrina y una "peculiar moral social" (que diría Bergson) que, todavía hoy día, sigue girando en torno al Dios único, creador y hacedor de todas las cosas.

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  Act: 06/03/23        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A