El siglo XX: frío, de hierro, convulso y tecnológico
I

Zamora, 28 agosto 2023
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         En paralelo con el auge del positivismo, nihilismo, relativismo, desaforado hedonismo y otras corrientes materialistas catalogadas como conservadoras o de derechas, entró a formar parte de la vida de las sociedades industrializadas la genuina corriente de izquierdas que sus mentores presentaron como "materialismo hisrico-dialéctico", y es conocida por los nombres de marxismo, socialismo real, social democracia, socialismo a secas o comunismo.

         Sin el imprescindible apoyo de las pertinentes demostraciones, con sus proclamas e insinuaciones sobre el fundamento y trasfondo de las realidades materiales, hisricas y sociales, Marx y Engels haan presentado al mundo su weltanschauung o cosmovisión materialista sin otro ingrediente fundamental que la pura y autosuficiente materia.

         Al poco de morir Engels (ca. 1895), dentro del propio ámbito marxista, surgieron reservas sobre la viabilidad de los más barajados principios. Entre un cúmulo de convencionales ideas, la visión marxista de las ciencias naturales partía de demasiadas hipótesis mientras que en lo tocante a la vida y acción de los humanos ya se observaba como la evolución de la sociedad industrial seguía un camino muy distinto al vaticinado por Marx y Engels.

         En contra del progresivo empobrecimiento que postulaba el comunismo (o socialismo científico), los proletarios ya tean más cosas que perder que sus cadenas. Es así como pronto nació y se desarrolló un movimiento revisionista cuyo primero y principal teorizante fue Eduard Bernstein, albacea testamentario de Engels.

         En 1896, Bernstein proclama que "de la teoría marxista se han de eliminar las lagunas y contradicciones". El mejor servicio al marxismo, decía, incluye su crítica, y podrá ser aceptado como socialismo científico si deja de ser un simple y puro conglomerado de esquemas rígidos. No se puede ignorar como, por ejemplo, en lugar de la pauperización progresiva del proletariado, éste ha logrado superiores niveles de bienestar.

         Sin renunciar al ideal de la revolución proletaria, cabe desarrollar para Bernstein una acción sindical y política, mediante "el ejercicio del derecho al voto, las manifestaciones y otros pacíficos medios de presión", puesto que "las instituciones liberales de la sociedad moderna se distinguen de las feudales por su flexibilidad y capacidad de evolución". No procede, pues, destruirlas, sino "facilitar su evolución".

         Frente a Bernstein, considerado "marxista de derechas", se alzó Rosa de Luxemburgo como intérprete y promotora de un "marxismo de izquierdas" en el que se proponía y practicaba la acción directa frente a la ordenada participación político-social, y el respeto a la legalidad vigente.

         Entre Bernstein y Rosa de Luxemburgo puede situarse a Karl Kautsky, quien presumía de haber conocido a Marx y de haber colaborado estrechamente con Engels. Era partidario de una acción alternativamente democtica o revolucionaria según conveniencia de la clase trabajadora, cuyos intereses, en todos los casos, habrían de ser captados y defendidos por su élite intelectual.

         Kautsky no se llevaba bien con Bernstein, tal vez porque este último se le adelantó en alguna de las proposiciones que él había de defender más tarde. Las aportaciones de uno y de otro, más o menos fundidas y confundidas en razón de la estrategia de los sucesivos líderes, siguen formando parte de lo que hoy es la social- democracia alemana.

         Engels mur sin demostrar el carácter irrebatiblemente científico de sus postulados sobre las realidades materiales. Ello no fue óbice para que algunos sacralizaran sus postulados hasta ver en su Dialéctica de la Naturaleza una de las imprescindibles bases de la nueva a ciencia a la que, además de socialismo científico, podía y debía corresponderle un nombre tan sonoro como el de materialismo dialéctico.

         Así lo consideró y nombró el profesor ruso Gueorgui Plejanov, preceptor ideológico de hisricos revolucionarios como Lenin y Trotsky.

         Plejanov pasó por ser el más riguroso de los fieles a la ideología genuinamente marxista. Siguiendo al pie de la letra a Marx y a Engels, se interesaba mucho más por difundir que por analizar con un elemental rigor crítico. Porque Marx y Engels así lo haan manifestado, Plejanov entendía que en la Ley de Contrarios se apoyaba tanto la historia como la realidad material en todas sus formas.

         Desde esa perspectiva se ha de aceptar que la revolución del proletariado es una consecuencia directa de la revolución burguesa, a su vez, consecuencia del cambio en los medios y modos de producción, a su vez producto de la tensión dialéctica que mueve a toda realidad material.

         Puesto que por aquel entonces en la madre Rusia no se había producido aún nada que se aproximase a una revolución burguesa, correspondía a los marxistas rusos propiciar la industrialización o cambio en los modos de producción en que había de apoyarse la formación de una poderosa clase burguesa que habría de dar paso al cambio de régimen con la subsiguiente revolución proletaria:

         En Rusia, decía Plejanov que "sufrimos no sólo el desarrollo del capitalismo, sino también la insuficiencia de ese desarrollo". Entendía así Plejanov que otra obligación de los marxistas era la de difundir la concepción materialista de la historia y de la naturaleza, con particular insistencia sobre lo que representa la vida y actividad humana en el desarrollo de esa naturaleza y de esa historia. Eso es lo que había de mostrar el materialismo dialéctico, para el cual no cabían subjetivismos personalistas y sí una objetividad progresivamente desarrollada por la conciencia social (según los postulados de Rousseau).

         Tal interpretación del marxismo no convencía a Vladimir Ilich Lenin, quien quería ver en la obra de Marx y Engels el soporte para el afán de revancha nacido en el mismo momento en el que, a sus 17 años de edad, fue obligado a presenciar el ajusticiamiento de su hermano mayor, acusado de complotar contra el zar.

         Ve también Lenin en el marxismo una doctrina con la suficiente elasticidad para prestar argumentos a un partido esencialmente ruso y genuinamente revolucionario. Reniega de los economicistas, de Plejanov y sus mencheviques, que todo lo fían al dictado del materialismo hisrico. También de los nihilistas y visionarios (que "otorgan a la espontaneidad de las masas un remedo de la justicia eterna"). Y aunque no condena al terrorismo, no busca su utilización fuera de un bien hilvanado proyecto de guerra revolucionaria.

         Para Lenin el marxismo es, fundamentalmente, el vademécum de su particular revolución. Así trata de hacerlo ver a primeros del s. XX con su libro ¿Qué Hacer?, en que se ve como exclusivo dirigente de un reducido grupo de revolucionarios profesionales, capaces de encauzar la ciega y efectiva rebeldía de proletarios y campesinos hacia el objetivo inmediato de derrocar el régimen zarista y subsiguiente moldear la voluntad del colectivo para quienes lo primero y principal es el derrocamiento del zarismo y subsiguiente marginación del sistema económico liberal-capitalista de los burgueses por un capitalismo de estado.

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         Nuevos medios y modos de producción, rivalidades comerciales, tensiones nacionalistas, incontrolados particularismos del  Imperio Austro-húngaro, desenfrenados colonialismos de las grandes potencias, viejas rivalidades comerciales, afanes caudillistas en tal o cual héroe de turno (como el indisimulado del káiser Guillermo II) eran ingredientes de una tensa situación a la que una chispa podría convertir en explosión. Y tal ocurr cuando Gavrilo Princip, un exaltado nacionalista serbobosnio, el 28 junio 1914 asesinó en Sarajevo al archiduque Francisco Fernando, sobrino del emperador Francisco José I y heredero al trono austro-húngaro.

         El Imperio Austro-húngaro consideró el acto terrorista como casus belli, y declaró la guerra a Serbia (28 julio 1914), mientras que Guillermo II de Alemania vio en el incidente la ocasión para saldar viejas cuentas con los rusos y humillar a los franceses (revalidando la sonada victoria de Sedán-1870 contra Napoleón III de Francia). Fue el comienzo de la gran guerra europea o I Guerra Mundial.

         Sin más fuertes argumentos, el káiser alemán declaró la guerra a Rusia (1 agosto) y a Francia (3 agosto), circunstanciales aliadas de Serbia, e invadió lgica (4 agosto 1914), forzando la entrada de Reino Unido en el conflicto y la unión del Imperio Turco en torno suyo.

         La entrada en guerra de Estados Unidos, en abril de 1917, equilibró la balanza entre los Imperios centrales (alemán, austriaco y turco) y la entente (Inglaterra, Francia, Rusia e Italia), propiciando la renuncia unilateral de Rusia (octubre de 1917) y la final firma de la paz (11 noviembre 1918).

         Aunque se dijo que el cúmulo ruinas, miserias y millones de muertes, valdría como lección para "poner fin a todas las guerras", lo cierto fue que despertó a más de un monstruo dormido hasta el punto de que, en pocos años, los odios, desconciertos, tensiones y decepciones en personas y pueblos dieron lugar a nueva guerra mundial, aún más larga (del 1 septiembre 1939 al 2 septiembre 1945), sangrienta (más de 50 millones de muertos), desoladora (con ruina y destrucción nunca vistos) y estúpida (pues nos hizo a todos más irracionales).

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         No fal quien, como Lenin, aprovechó la ocasión de la Gran Guerra para interpretar la realidad histórica como un inevitable enfrentamiento entre los imperialismos del momento (el imperialismo, estadio superior del capitalismo), movidos por sus modos y medios de producción.

         En efecto, trata de hacer creer Lenin que, ante las palmarias injusticias sociales y el crudo enfrentamiento entre unos y otros, en buena lid materialista, todo lo que él propone y realiza es lo que haría Marx en su lugar y ante las mismas circunstancias.

         En razón de ello, se esfuerza Lenin por llevar a sus compañeros de lucha el convencimiento de que "la doctrina de Marx es omnipotente porque es exacta puesto que es la heredera directa de lo mejor creado por la humanidad en forma de filosofía csica alemana, economía potica inglesa y socialismo frans". Lo hace sin dejar de representar en todo momento el papel deder revolucionario para quien todo, absolutamente todo, ha de ser supeditado al resultado propuesto.

         Es la doctrina bolchevique, que hizo del marxismo su biblia y de la revolución su bandera, hasta el monolítico dominio de la inmensa Rusia. Para ello, el vengativo, frío y calculador Lenin contó con una muy propicia circunstancia cual fue esa cruda y estúpida Gran Guerra europea, y se sirvió de su propio alter ego: Lev Davidovich Trotsky, 10 años más joven, más pegado a las cosas, mejor organizador que él y tan devoto como él al ideal-materialismo que brindaba la doctrina de Marx.

         Tenía Trotski no menos talento ni menor ambición que el propio Lenin. Se dice que, en principio, optó por los mencheviques porque en esa facción del marxismo ruso no encontró quien pudiera hacerle sombra, muy al contrario de lo que ocurría en el partido de los bolcheviques, arrollado por la personalidad de Lenin. Pero pronto, sobre cualquier otra consideración, se le impuso a Trotsky el pragmatismo revolucionario, y se pasó a los bolcheviques para convertirse en el alter ego de Lenin y junto con él impulsar una revolución "en nombre de Marx, pero contra Marx" (según Plejanov).

         Lenin se mostraba a sí mismo como un implacable vapuleador de los explotadores ("que los explotadores se conviertan en explotados"), como un fidesimo albacea de la herencia intelectual de Marx ("la doctrina de Marx es omnipotente porque es exacta") y como un revolucionario sin tregua ("todos los medios son buenos para abatir a la sociedad podrida"). Trotsky, de origen judío, gustaba ser considerado como el hombre de la acción directa y de la revolución permanente.

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         La consecuente realidad social al triunfo de la Revolución de Octubre (ca. 1917) es de sobra conocida. A cargo de Trotsky, comisario de guerra, fue llevada a cabo una implacable depuración de rusos blancos, y de cualquier otro elemento no revolucionario. Y a cargo del propio Lenin, y del siniestro Stalin, fue puesta en práctica una burocracia oligárquica que, durante 70 años, frenó toda posibilidad de libre iniciativa.

         Era la dictadura del proletariado, que prometía una rosada utopía a los ingenuos desheredados de siempre y ahogaba en sangre cualquier atisbo de oposición, mientras garantizaba el buen vivir de cuantos vegetaban a la sombra del poder sin rechistar a ninguna de las órdenes y consignas del rojo de turno (según relata el Cero e Infinito de Arturo Kostler).

         Comunismo, socialismo científico, materialismo dialéctico, socialismo real... eran simples expresiones del subjetivismo ideal-materialista o materialismo histórico, hechas hilo conductor de mil ambiciones y de otras tantas bien urdidas estrategias para la conquista y mantenimiento del poder, sea ello a costa de ríos de sangre y del secuestro de la libertad de todos los súbditos incluso de los más allegados a la cabeza visible de la efectiva oligarqa. Todo ello fue posible en la inmensa y santa Rusia, país que vivó más de 1000 años al margen de los avatares de la Europa Occidental y de las culturas genuinamente asiáticas.

         Diríase que la evolución de la historia rusa ha seguido una pauta diametralmente opuesta a la de nuestro entorno: si aquí el hombre, a través de los siglos, fue cubriendo sucesivas etapas de libertad, en Rusia tuvo lugar justamente lo contrario. Desde la ciega exaltación del héroe que se sacrificaba por el pueblo en los legendarios tiempos del principado de Kiev, se descendía a la consideración del humilde como simple cifra (hasta poco antes de los soviets el poder de un noble se medía por los miles de esclavos a su libre disposición).

         Tal proceso a la inversa o evolución social regresiva fue la más notoria característica de la historia de Rusia. Y sorprende cómo eran ctimas todas las capas sociales a excepción del zar, quien gozaba en exclusiva de todos los derechos sin otros límites que los de su soberano capricho. De hecho, el zar podía desencadenar guerras por simple diversión, ejercer de verdugo, abofetear en público a sus más directos colaboradores o golpear brutalmente y como prueba de escarmiento a su propio hijo. Era un autócrata que gozaba de inmunidad absoluta hasta erigirse en intérprete exclusivo de la voluntad de Dios.

         Lenin, Stalin y algún otro de los nuevos zares rojos, que vinieron después, marcaron la pauta de la Unión Soviética en esa misma línea de acción. Y vendieron muy bien la idea de trascendencia soviética: supieron dar carácter de menor mal, aunque implacable producto de la necesidad hisrica, a todos los sufrimientos y reveses que padecía el pueblo a la espera del inminente paraíso soviético (extrapolable, según ellos, a cualquier latitud). Por virtud del carácter redentor del proletariado, arfice del socialismo real, se abría al mundo un futuro de libertad, plena abundancia y todas las subsiguientes satisfacciones materiales. Una fantástica posibilidad que, para toda la humanidad, decía abrir la URSS.

         Para un pertinente adoctrinamiento que garantizase una ciega fidelidad de los súbditos y progresiva simpatía del proletariado mundial, a iniciativa de Lenin, Stalin y subsiguientes doctrinarios tomó progresivo cuerpo lo que se podrá llamar "escolástica soviética", a diferentes niveles, impartida en escuelas y universidades. Una nueva religión en que el odio y la ciencia eran los principales valores hasta que la libertad fuese el "definitivo bien social". No obstante, era ésta una libertad que, según la ortodoxia soviética, nacía por la fuerza de las cosas, y como un manantial que fue cobrando progresivo caudal gracias a la bondad intrínseca de la dictadura del proletariado.

         Los fieles militantes del comunismo no pasaron del 5% de la población total. Pero fueron los suficientes como para mantener la adhesión de toda la población a su religión, cuyos dogmas sirvieron de cobertura a cualquier posible acción de gobierno.

         El éxito de la Revolución de Octubre canalizó una buena parte de las aspiraciones de los partidos revolucionarios de todo el mundo. El buen estratega Lenin se autoerig en principal promotor del movimiento revindicativo mundial, sobre todo en la convocatoria de la Tercera Internacional (en la que, con rublos y consignas, impuso la línea soviética como la única capaz de augurar éxito a cualquier movimiento revolucionario). Durante muchos años, la tríada de Marx-Engels-Lenin tuvo el carácter de una sagrada referencia. Hoy, sus cabezas de piedra ruedan por el suelo de lo que antes fueran sus templos comunistas.

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  Act: 28/08/23        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A