El siglo XX: frío, de hierro, convulso y tecnológico
II

Zamora, 4 septiembre 2023
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Durante el pasado s. XX no fue la soviética la única revolución. La rápida toma del Palacio de Invierno por los seguidores de Lenin logró despertar fiebre de homologación en los movimientos proletarios de todo el mundo, y una buena parte de los cleos revolucionarios vieron un ejemplo a seguir en la trayectoria bolchevique.

         Como estrategia de lucha el marxismo-leninismo requería la capitalización de todas las miserias sociales, requería unos objetivos, unos medios y una organización. El objetivo principal era universalizar el triunfo bolchevique. Los medios operativos, cuantos pudieran derivarse del monopolio de los recursos materiales y humanos de la Unión Soviética. Y el soporte de la organización una monolítica burocracia que canalizara ciegas obediencias, una vez reducidos al mínimo todos los posibles desviacionismos o críticas a las directrices de la vanguardia del proletariado, el soviet supremo o la voluntad del autócrata de turno.

         La tal estrategia se materializó con la fundación y desarrollo de lo que se llaKomintern o Tercera Internacional, cuya operativa incluía 21 puntos a respetar por todos los partidos comunistas del mundo bajo pena de incurrir en anatema (y, por lo mismo, ver cortado el grifo de la financiación).

         Desde la óptica marxista y como réplica a los exclusivismos bolcheviques, difundidos y mantenidos desde la Komintern, surg un más estrecho entendimiento entre los otros socialismos. De a surg lo que se llamó y se llama la Internacional Socialista (en mayo de 1923, en Hamburgo).

         A pesar de las distancias entre una y otra Internacional los no comunistas reconocían ostensiblemente el cacter socialista de la revolución bolchevique. Las divergencias no se han referido nunca a la base materialista y atea ni a los objetivos de colectivización, cuestiones que se siguen aceptando como definitorias del socialismo.

         Hoy como ayer, entre comunistas y socialistas hay diferencia de matices en la catalogación de los maestros y en la elección del camino hacia la utopía final. Para los primeros desde el aparato del estado y en abierta pugna con el gran capital, y para los segundos desde la democrática confrontación política, las reformas culturales (laicismo radical) y a través de presiones fiscales y agigantamiento de la burocracia pasiva.

         Para unos y otros el supuesto roussoniano de la conciencia colectiva es muy por encima de la responsabilidad y responsabilización personal mientras que, se diría que religiosamente, aceptaban y siguen aceptando como referencia de conducta y doctrina la figura y obra de Marx, indiscutible padre del materialismo histórico (pues para él "nada hay fuera de la esencia y acción de la materia").

         En líneas generales, la aparente diferencia entre socialistas y comunistas es en que éstos, para su estrategia política, siguen la tónica de Lenin y de Stalin o Trotsky, mientras que los socialistas (en su mayoría y sin negar la preeminencia de Marx) presentan al socialismo como un valor en sí al tiempo que admite a otros maestros (llegando así a un eclecticismo ideológico en el que pudieron destacar otros clásicos como Saint Simón o Proudhon). Por lo demás, las fidelidades marxistas de los socialistas estaban sujetas a las interpretaciones o distorsiones de los revisionistas (como Bernstein), pacifistas (como Jaures) o activistas (como Sorel).

         Jorge Sorel ha pasado a la historia como un estratega de la violencia organizada al amparo de la permisividad democrática. Predicaba Sorel que es en el proletariado en donde se forman y cobran valor las "fuerzas morales de la sociedad", según él (Reflexiones sobre la Violencia, 1908) continuamente alimentadas "por la actitud de lucha contra las otras clases".

         Fue el sindicato, por tanto, el ejército obrero por excelencia y el soporte de la vida diaria. Y la huelga general la fuerza matriz capaz de aglutinar a los forjadores de un nuevo orden social, algo que, en razón de una stica revolucionaria al estilo de la que predicara Bakunin, surgirá de las cenizas de la actual civilización. "Destruir es una forma de crear", había dicho Bakunin sin preocuparse por lo que había que hacer después, así como Sorel tampoco explicó cuáles habrían de ser los valores y objetivos de ese nuevo orden social.

*  *  *

         Tal laguna fue motivo de reflexión para Benito Mussolini, socialista e hijo de militante socialista. Desertor del ejército y emigrante en Suiza (ca. 1902) Mussolini trabajaba en los oficios más dispares al tiempo que devoraba toda la literatura colectivista que llega a sus manos. Tras varias condenas dercel, fue expulsado de Suiza y regresó a Italia para meterse de lleno en el activismo revolucionario.

         Su principal campo de acción son los sindicatos según las premisas de Sorel, cuya aportación ideológica aliñó Mussolini con otros postulados blanquistas, prudonianos y marxistas. Todo ello filtrado gracias a la aportación de Wilfredo Pareto, a quien el propio Mussolini reconoccomo el "padre del fascismo", por su ensalada ideológico-economicista en la que tenía su parte el romanticismo de un Peguy (convenientemente adulterado, para casar con el materialismo de base).

         Propugnaba el tal Pareto el "gobierno de los mejores", al servicio de un estado convertido en valor absoluto. Y eso fue lo que Mussolini tomó como principal idea motriz para toda su trayectoria política (en la que, por supuesto, no había nadie mejor que él mismo).

         Llegó Mussolini a ser director del diario Avanti, órgano oficial del Partido Socialista Italiano, del que fue reconocido como nº 3. Hasta que su egocentrismo le lle a crear su propio periódico (Il Popolo dItalia), en el que mezcla proclamas marxistas con aforismos de Nietzsche y un batiburrillo ideológico en el que hacía primar el ultranacionalismo sobre las tesis socialistas (lo que motivó su expulsión del PSI).

         Participó Mussolini como voluntario en la I Guerra Mundial, y al calor de los combates escribun diario de guerra en el que se veía a sí mismo como el héroe capaz de instaurar un nuevo orden mundial en el que todo había de girar en torno al jefe (por supuesto, él, por sus merecimientos) y un equipo de "justos y disciplinados" que estuvieran "muy por encima de la masa amorfa", cuya principal preocupación no podía ser otra que la de sentirse a gusto formando parte de un compacto y arrollador rebaño.

         Al regreso de la guerra, Mussolini capitalizó el descontento y desarraigo de los arditi (lit. excombatientes) y de cuantos renegaban del sovietismo de importación y de la "estéril verborrea de los socialistas". Y para ellos creó, en 1919, los "fascios italianos de combate", con los que empezó cosechando un triste resultado electoral.

         Pero no se amilanó el duce, sino que suavizó sus diatribas contra la monarquía y la Iglesia, se declaró abiertamente beligerante contra la extrema izquierda, puso en juego su fuerza de convicción en los tratos con la poderosa industria italiana (de la que logró una sustanciosa financiación) y logró el acta de diputado en las elecciones de 1921.

         Radicalizando sus posicionamientos ideológicos respecto a los otros partidos y al propio sistema parlamentario, promovió Mussolini la "acción directa" (o terrorismo), predicó apasionadamente la resurrección de Italia a costa de los que sea, se hizo rodear de un aparatoso ritual de marketing y organizó un golpe de fuerza y de teatro (más de teatro que de fuerza).

         Fue el caso de la famosa Marcha sobre Roma del 28 octubre 1922, cuyo directo resultado fue la deriva anticonstitucional del propio rey Víctor Manuel III, vacilante ante la stica del orden a un alto precio (la violencia de los canicie nere-camisas negras, que encarnaban el fascismo y un sistema parlamentario prisionero de las inoperancias de uno y otro signo). Hasta que, ganado por el voluntarismo y promesas de lealtad de Mussolini, prohibió cualquier réplica por parte del ejército, que no hubiera vacilado en acatar las órdenes de su capitán general. Orgulloso de su triunfo, el duce se atrevió a declarar:

"He rechazado la posibilidad de vencer totalmente aunque podía hacerlo. Me auto-impuse límites. Me dije que la mejor sabiduría es la que no se abandona después de la victoria. Con 300.000 jóvenes armados totalmente, decididos a todo y casi místicamente listos a ejecutar cualquier orden que yo les diera, podía haber castigado a todos los que han difamado e intentado enfangar al fascismo. Podía hacer de esta aula sorda y gris un campamento de soldados. Podía destruir con hierros el Parlamento y constituir un gobierno exclusivamente de fascistas. Podía, pero no lo he querido, al menos en este primer momento".

         Vulnerando sus atribuciones constitucionales, el 30 de octubre, el rey nombró primer ministro a Mussolini, el cual se las arreg para, en menos de un mes, lograr del parlamento plenos poderes para, en el plazo de un año, restablecer el orden en lo social, lo económico y lo administrativo. Para ello se rodeó de sus incondicionales para formar lo que se lla el Gran Consiglio del Fascismo, con el fantasioso proyecto de resucitar una buena parte de las viejas glorias romanas. Fue así como un reducido colectivo de iluminados aupó a un singular personaje "sobre el cadáver de la diosa libertad" (según Montanelli).

         Este "orden nuevo" fue una especie de socialismo vertical, tan materialista y tan promotor del gregarismo como cualquier otro. Tuvo de particular la estética del apabullamiento (vibrantes desfiles y sugerentes formas de vestir) y el desarrollo de un exacerbado nacionalismo empeñado en dar sentido trascendente a la obediencia ciega al guía o jefe y, también, a la expansión incondicionada del imperio.

         Por directa inspiración del duce se entronizaron nuevos dioses de esencia etérea (como la gloria) o más a ras del suelo (como la "prosperidad a costa de los pueblos débiles"). Y con su bagaje de fuerza y de teatro, Mussolini prometió hacer del mundo un campo de recreo para sus fieles fascistas.

         Al ofrecer como reverso de la medalla de la oclocracia (lit. gobierno de los mediocres) reinante entonces en Italia, Mussolini logró un determinante apoyo de una buena parte de los acomodaticios de siempre. Y a poco de asentarse en el poder renegó de la violencia callejera de sus primeros tiempos, fir un concordato con la Iglesia, a la que cedió la soberanía sobre el Estado Vaticano y logró concitar voluntades de patronos y obreros en el campo de la industria y de la agricultura.

         Todo esto se tradujo en una indiscutible prosperidad económica, que Mussolini aprovec tanto para el realce de su persona como duce (que sabe lo que quiere y no desmaya en el empeño de llevarlo a cabo) como para fortalecer un ejército al que encomendó la creación de un Imperio Italiano que italianizara el Mediterráneo entero (a despecho de Francia e Inglaterra), procurando evitar el abierto enfrentamiento con las grandes potencias. Es decir, elude a sus grandes oponentes, y se orienta a implantar sus ilusiones en Africa.

         De tales objetivos se derivó la guerra contra Abisinia (ca. 1934-1936), culminada con la conversión en colonia italiana de la única nación africana no colonizada por las potencias europeas. Fueron dos campañas, la saldada con un fracaso italiano (diciembre de 1934) y la 2ª (octubre 1925-mayo 1036) con la decisiva derrota de los abisinios, tras el uso masivo y secreto de bombas incendiarias y del mortífero gas mostaza (en abierto desafío de las convenciones internacionales y de un elemental derecho de gentes, cosa que ignoraron o fingieron ignorar quienes tenían la obligación de impedirlo o, al menos, criticarlo desde el elemental respeto a los derechos humanos).

*  *  *

         El espectacular desenlace de la Marcha sobre Roma de Mussolini fue tomado como lección magistral por otro antiguo combatiente de la I Guerra Mundial en la que había sido condecorado con la cruz de hierro: Adolf Hitler.

         Cuando en 1919 se afilió al recientemente creado Partido Obrero Alemán, excrecencia de la primitiva social democracia, Hitler descubr en sí mismo unas extraordinarias dotes para la rerica, que le permitieron pasar a ser el cabeza de Partido y a rebautizar a éste con el nuevo nombre de Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (ca. 1920).

         El programa del Partido Nazi quiso ser un opio de la reciente derrota de los alemanes, y por eso empezó a hablar de bienestar sin límites para los trabajadores (tomados, claro está, como estricto colectivo). También hablaba de exaltación patriótica, de valores de raza (el superhombre de Nietszche) y de inexcusable responsabilidad histórica frente a los vicios ajenos (que, pronto y tal como siempre ocurre en el fariseísmo, incluyó entre los propios).

         Ganó Hitler para su causa al general Ludendorff, con quien organizó en 1923 un fracasado golpe de Estado que le llevó a la cárcel (en la que, ayudado por Rodolfo Hess, escribió su Mein Kampf, Mi Lucha, especie de catecismo nazi).

         Vuelto a la arena política y en un terreno abonado por la decepción, una terrible crisis económica, ensación romántica y torpe añoranza por héroes providentes del escaso pan, logró Hitler el suficiente respaldo electoral para que el mariscal Hindemburg, presidente de la República, le nombre canciller.

         Muy rápidamente, Hitler logró el poder absoluto, desde el cual pretendaplicar la praxis que le dictara el ideal matrimonio entre Marx y Nietzsche, pasado por las sistematizaciones de un tal Rosemberg.

         En esa praxis nitcheano-marxista, Alemania debía ser el Deutztschland uber alles (lit. eje del universo), y todos sus afiliados los elementos de un compacto y absolutamente despersonalizado rebaño que seguía a ciegas al jefe o guía (el fuhrer, que, porque él lo dice, representaba la encarnación de un privilegiado superhombre, como ya decía el Zaratustra de Nietzsche). Y todo ello con unos pensamientos, palabras y acciones que venían avalados y justificados por esa moral de conquista situada "más allá del bien y del mal" (según había dejado escrito Nietzsche).

         Por debajo del fuhrer y sus incondicionales, tendría Hitler a un fidesimo pueblo con una única voluntad (o gregarismo absoluto, como supremo resultado de una completa colectivización de energías físicas y mentales), y el propósito compartido de lograr la felicidad sobre la opresión y miseria del resto de los mortales.

         La realidad fue que, en idéntica línea pagana de Lenin y Stalin en Rusia, pero con especial énfasis nacionalista sobre el animal que obedece y aca, Hitler llevó a cabo una de las más criminales experiencias de colectivización de que nos habla la historia.

         Había alimentado el arraigo popular con una oportunísima capitalización de algunos éxitos frente a la inflación y al declive de la economía, la cómoda inhibición ("manda, fuhrer, nosotros obedecemos") y la vena romántica con espectaculares desfiles, procesiones de antorchas, la magia de los símbolos y el saludo en alto de "la mano redentora del espíritu del sol".

         Para los fieles de Hitler era objetivo principal conquistar un amplio lebensraum (lit. espacio vital) en que desarrollar su colectiva voluntad de dominio. La socialdemocracia fue su 1ª ctima, para luego serlo el comunismo (lo que no fue óbice para el camaraderil entendimiento con Stalin en el reparto de Polonia).

         Muchos alemanes votaron por el gran demagogo que irradiaba novedad y aparentaba capacidad para hacer llover el maná del bienestar para todo el colectivo. El descalabro del socialismo democrático, y consecuente triunfo de los nazis, fue propiciado por la inicial actitud del Partido Comunista (el cual, siguiendo las orientaciones de Moscú, entendía que el triunfo de Hitler significaba el triunfo del ala más reaccionaria de la burguesía). Y eso fue lo que, en virtud de los postulados marxistas, facilitó una posterior reacción a su favor. Es así como Thalman, un destacado comunista de entonces, llegó a escribir ante la investidura de Hitler: "Los acontecimientos han significado un espectacular giro de las fuerzas de clase en favor de la revolución proletaria".

         Obvia es cualquier reserva sobre el paso por la historia de ese consumado colectivismo cual fue la revolución hitleriana. Sus devastadoras guerras imperialistas, las inconcebibles persecuciones y holocaustos de pueblos enteros, las exacerbadas vivencias de los más bestiales instintos, el alucinante acoso a la libertad de sus propios ciudadanos... han mostrado con creces el absoluto y rotundo fracaso de cualquier idealista empeño de colectivización de voluntades.

         La trayectoria de Hitler y sus incondicionales esclavos engendró un trágico ridículo que planeó sobre Europa incluso años después de la espantosa traca final. En el pavoroso vacío subsiguiente a la experiencia nacional-socialista cupo la impresión de que haan incurrido en criminal burla todos los que, desde un lado u otro, haan cantado la "muerte de Dios".

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  Act: 04/09/23        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A