Logra resistir la cuestión social francesa, o socialismo

Zamora, 22 agosto 2022
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Fue en el París de las revoluciones dónde, sin salir del racionalismo cartesiano, hombres como el conde de Saint Simon se impusieron la tarea de dedicar su vida a esclarecer la cuestión de la organización social.

         Con anterioridad a Saint Simon habían surgido en Francia figuras como las de Morelly, Mably, Babeuf.... que se presentaron como apóstoles de la igualdad con más entusiasmo que rigor en los planteamientos. En el medio que les es propicio son recordados como referencia ejemplar pero no como genuinos "teorizantes del socialismo utópico francés" (según Marx), cuyo primero y principal promotor es el citado Saint Simon.

         Saint Simon era el que decía que "si la revolución de 1789 proclamó la libertad, ésta resulta una simple ilusión, puesto que las leyes económicas son otros tantos medios de desigualdad social, y ello obliga a que el libre juego de la competencia sea sustituido por una sociedad organizada en perfecta sintonía con la «era industrial".

         En efecto, Saint Simon titubea sobre las modalidades concretas de esa "sociedad organizada", desde la de aceptar la situación establecida hasta la de dar voz a un "colegio científico representante del cuerpo de sabios", capaz de otorgar el poder a los más ilustres representantes del industrialismo, "alma de una gran familia, la clase industrial, la cual, por lo mismo que es la clase fundamental, la clase nodriza de la nación, debe ser elevada al primer grado de consideración y de poder".

         Es entonces cuando "la política girará en torno a la administración de las cosas" en lugar de (tal como ahora sucede, sigue argumentando Saint Simon) "ejercer el gobierno sobre las personas". Tal será posible porque "a los poderes habrán sucedido las capacidades".

         En los últimos años de su vida, Saint Simon preconiza como solución "una renovación de la moral y de la religión". Y puesto que la obra de los enciclopedistas ha sido puramente negativa y destructora, "se impone restaurar la unidad sistemática". En este nuevo cristianismo regirá un único principio, concluye Saint Simon: "todos los hombres se considerarán hermanos". Un principio que habrá de aplicarse al ámbito de la ética social, y no al nivel personal y de culto sacramental. Y por supuesto, sin la mínima alusión a un presencia activa de Jesús de Nazaret.

         La ambigüedad de la doctrina sansimoniana facilitó la división radical de sus discípulos: Augusto Comte, que encabezará una de las corrientes del humanismo ateo (positivismo) basada en una organización religiosa dirigida por la élite industrial; y Próspero Enfantin, que empeñará su vida como "elegido del Señor" en una especie de cruzada hacia la redención de las clases más humildes hasta, por medios absolutamente pacíficos, llegar a una sociedad en que rija el principio de «a cada uno según su capacidad y a cada capacidad según sus obras».

         Charles Fourier, otro de los socialistas franceses más destacados, pretende resolver todos los problemas sociales con el poder de la asociación, que habrá de ser metódica y consecuente con los diversos caracteres que se dan en un grupo social, ni mayor ni menor que el formado por 1.620 personas (afirma Fourier que es ese número "el que expresa la totalidad de las posibles armonías entre caracteres").

         Fourier presta a la "atracción pasional" el carácter de ley irrevocable. Dice haber descubierto 12 pasiones y 810 caracteres cuyo duplicado constituye ese ideal grupo de 1.620 personas, célula base en que, "puesto que estarán armonizados intereses y sentimientos, el trabajo resultará absolutamente atrayente".

         La "organización de las células económicamente regeneradas en un perfecto orden societario", según afirma Fourier, permitirá la supresión total del estado. Consecuentemente, en el futuro sistema no habrá lugar para un poder político. En lo alto de la pirámide social no habrá nada que recuerde la autoridad de ahora, sino una simple administración económica personificada en el aerópago de los jefes de serie apasionada; estas series apasionadas resultan de la espontánea agrupación de varias células base en las cuales la armonía es el consecuente resultado del directo ejercicio de una libertad sin celador alguno.

         En consecuencia, las atribuciones de ese aerópago no van más allá de la simple autoridad de opinión. Será esto posible gracias a que, a juicio de Fourier, el espíritu de asociación crea una ilimitada devoción a los intereses de grupo y, por lo tanto, puede sustituir cumplidamente a cualquier forma de gobierno.

         Dice Fourier estar convencido de que cualquier actual forma de estado se disolverá progresivamente en una sociedad-asociación, en la cual, de la forma más natural y espontánea, se habrá excluido cualquier especie de coacción. A renglón seguido, se prodigarán los falansterios (o "palacios sociales"), en que, en plena armonía, desarrollarán su ciclo vital las células-base hasta, en un día no muy lejano, constituir un "único imperio unitario extendido por toda la Tierra".

         Esa es la doctrina del falansterismo, que como tal es conocido el socialismo utópico de Fourier, algo que, por extraño que parezca, aun conserva el favor de ciertos sectores del llamado progresismo racionalista hasta el punto de que, cada cierto tiempo, y con derroche de dinero y energías, se llega a intentar la edificación de tal o cual falansterio. Efímeros empeños cultivados por no se sabe qué oculto interés proselitista.

         No menos distantes de un elemental realismo, surgen en Francia otras formas de colectivismo, cuyos profetas olvidan las predicadas intenciones si, por ventura, alcanzan una parcela de poder. Tal es el caso de Luis Blanc, que llegó a ser miembro del gobierno provisional que se constituyó a la caída de Luis Felipe o Philippon; "Queremos, había dicho Luis Blanc, que el trabajo esté organizado de tal manera que el alma del pueblo, su alma ¿entendéis bien? no esté comprimida por la tiranía de las cosas".

         La desfachatez de este encendido predicador pronto se puso de manifiesto cuando algunos de sus bienintencionados discípulos crearon los llamados "talleres nacionales". Resultó que encontraron el principal enemigo en el propio gobierno al que ahora servía Blanc y que, otrora, cuando lo veía lejos, este mismo Blanc deseaba convertir en regulador supremo de la producción y banquero de los pobres.

         Otros socialistas franceses reniegan de la realidad y destinan sus propuestas a sociedades en que no existe posibilidad de ambición: tal es el caso de Cabet que presenta su Icaria como mundo en que la libertad ha dejado paso a una igualdad que convierte a los hombres en disciplinado rebaño con todas las necesidades animales cubiertas plenamente.

         Allí toda crítica o creencia particular será considerada delito: huelgan reglas morales o religión alguna en cuanto un providencial estado velará por que a nadie le falte nada: concentrará, dirigirá y dispondrá de todo; encauzará todas las voluntades y todas las acciones a su regla, orden y disciplina. Así quedará garantizada la felicidad de todos.

         Hay aun otros teorizantes influyentes para quienes nada cuenta tampoco el esfuerzo personal por una mayor justicia social; por no ampliar la lista, habremos de ceñirnos a Blanqui, panegirista de la "rebelión popular" (que, en todos los casos, será la de un dictador en potencia) y a Sismondi, "promotor de un socialismo pequeño-burgués" para Inglaterra y Francia.

         Puso también al desnudo las hipócritas apologías de los economistas; demostró de manera irrefutable los efectos destructores del maquinismo y de la división del trabajo, las contradicciones del capital y de la propiedad agraria; la superproducción, las crisis, la desaparición ineludible de los pequeños burgueses y de los pequeños propietarios del campo; la miseria del proletariado, la anarquía de la producción... Pero, al hablar de remedios, aboga por restablecer los viejos medios de producción e intercambio y, con ellos, la vieja sociedad, "a forma de socialismo reaccionario y utópico" (según Marx).

         De todos los socialismos específicamente franceses el que más influencia ha ejercido es el promovido por Pedro José Proudhon. Divisa de combate de éste fue "justicia y libertad", y el centro de sus ataques la "trinidad fatal": religión, capital y poder político (a los que Proudhon opone revolución, autogestión y anarquía). Revolución porque las revoluciones son sucesivas manifestaciones de justicia en la humanidad. Autogestión porque la historia de los hombres ha de ser obra de los hombres mismos. Y lo último, porque el ideal humano se expresa en la anarquía.

         Más que pasión por la anarquía, lo que Proudhon manifiesta es odio a todo lo que significa una forma de autoridad que no sea la que nace de su propia idea. Es el suyo un ideal-materialismo que dice haber aprendido en Hegel, de quien tiene indirectas referencias a través de algunos refugiados alemanes.

         Proudhon asegura que la autoridad, como resorte del derecho divino, está encarnada en la religión; cuando la autoridad se refiere a la economía, viene personificada por el capital y, cuando a la política, por el gobierno o el estado. Religión, capital y estado forman, pues, la "trinidad fatal", que la libertad (desligada por Proudhon de una directa responsabilidad social o comunitaria) se impone la tarea de destruir.

         La de Proudhon es una libertad que engendrará una moral y una justicia, "verdaderas porque serán humanas" y harán inútil cualquier especie de religión. Una libertad que se mostrará capaz de imponer el mutualismo a la economía ("nada es de nadie y todo es de todos") y el federalismo en política ("ni gobernante ni gobernado").

         Por virtud de cuanto Proudhon nos dice, podemos imaginarnos a un lado, y en estrecha alianza, "el altar, la caja fuerte y el trono"; y al otro lado "el contrato, el trabajo y el equilibrio social". Y puesto que se ha de juzgar al árbol por sus frutos, frente al hombre bueno, resignado y humilde (según Proudhon un resumen de la jurisprudencia de la Iglesia) surgirá "el hombre libre, digno y justo" (cual han de ser los hijos de la revolución). Entre uno y otro sistema, proclama Proudhon, imposible conciliación alguna.

         Sin duda que no muy convencido, Proudhon protesta de que su revolución no pretende ser violenta: simplemente, tiene el sentido de un militantismo anticristiano y viene respaldada por un estudiado uso de las leyes económicas. Por medio de una operación económica, dice, vuelven a la sociedad las riquezas que dejaron de ser sociales en otra anterior operación económica.

         Como solución a los problemas que plantea el mal uso de la autoridad, Proudhon fía todo a una Constitución social, la cual es la negación de toda autoridad, pues su fundamento no es ni la fuerza ni el número: es una transacción o contrato, para cuyo exacto cumplimiento huelga la mínima coacción exterior: basta la libre iniciativa de las partes contratantes.

         Proudhon recela continuamente de su filiación socialista. Pero no quiere reconocer la probabilidad de que, en cualquier tipo de contrato, la balanza se incline no a favor de la razón, sino de la fuerza. Sale del paso asegurando que, "disuelto el gobierno en una sociedad económica", el desgobierno (la anarquía) hará el milagro de contentar a todo el mundo (ricos y pobres, pequeños y grandes), sin la mínima intervención del amor y de la libertad que venimos defendiendo desde el principio de esta secuencia de artículos.

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  Act: 22/08/22        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A