El origen del hombre, entre el ser o la nada

Zamora, 2 octubre 2023
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Tratar de comprender y desarrollar la realidad de nuestra propia vida nos obliga a dar de lado el capcioso dilema de sí existimos o no para meternos de lleno en la reflexión sobre la manera de vivir como nos corresponde y podemos, aunque, para ello, tengamos que correr un tupido velo sobre la resaca subsiguiente a la borrachera de tantas y tantas sombrías ilustraciones paridas por los ideólogos de oficio: Son éstos los que aun embrollan más la situación cuando plantean interrogantes del siguiente tenor:

-¿Estás seguro de ser lo que crees que eres?
-Puesto que pienso, no puedo dudar que soy.
-¿Y qué me dirías si eso que crees pensamiento no fuera más que un sueño nacido de la nada?
-Que el sueño habría sido capaz de hacer que exista lo que nunca existió.

         "No hay reloj sin relojero", dijo Voltaire a pesar de que, en no pocas situaciones, se creyó superior a Jesús de Nazaret y a la Segunda Persona de la Divina Trinidad. Y es que Voltaire no fue tan obtuso como para negar una clarísima evidencia: si no hay una creación de por medio, no puede ser lo que no es.

         Consecuentemente, es forzoso admitir la existencia del ser antes que admitir que todo lo demás existe, y que todo lo que existe debe su existencia a ese ser.

         No obstante, la cuestión que sigue subyaciendo es: ¿Sigue siendo cierto que ese ser que nos ha creado (que es "el que es", por sí mismo) nos ha creado a su imagen y semejanza? Porque los buenos teólogos no dejan ninguna duda al respecto, pero el s. XXI ha avanzado ya mucho para pensar por sí mismo.

         Todo lo que nosotros hacemos activamente, en respuesta, descansa siempre en una pasividad primigenia, y eso es lo que da la forma unitaria a todo nuestro ser y obrar. Se trata de un principio que el protestantismo ortodoxo está elaborando últimamente se detiene en él.

         No obstante, yo iría por el camino más universal: que el niño pequeño despierta a la conciencia de su ser cuando es llamado por el amor de su madre. Es decir, que es el amor el que hace surgir el auto otorgamiento, y la conciencia personal, y la confianza del otro en sí mismo.

         Pues bien, si eso es así entre los seres humanos, ¿por qué no serlo también en ese Ser primigenio? Porque tras esa inigualable experiencia del amor (el de un niño que escucha a su madre), se supone que el amor estuvo en ese proceso de creación del Creador.

         Pero volvamos a la reflexión sobre la situación del ser humano en la tierra (el "ser finito", que dirá la filósofa Edith Stein), ese ser limitado en un mundo limitado. Pues este ser posee una razón abierta a lo ilimitado, y ésta es la prueba que le muestra su finitud y contingencia (que yo soy, pero podría no ser) y que muchas cosas que no existen podrían ser.

         Y es que las esencias son limitadas, mientras que el ser no lo es. Y esta escisión (o "distinción real", de la que hablaba Tomás de Aquino) es la fuente de todo pensamiento filosófico. Es inútil precisar que toda filosofía humana sea esencialmente religiosa o teológica, puesto que lo que sea plantea es el problema del Ser Absoluto, independientemente de que se le atribuya un carácter personal o impersonal.

         La respuesta teológica está contenida en el dogma trinitario del Dios que es uno, bueno, verdadero y bello,. Y si Dios es esencialmente amor, y el amor supone la unidad entre el uno y el otro, la alteridad de la creación ya no sería una caída o pérdida, sino una imagen del amor absoluto de Dios, entre él y el resto de sus criaturas.

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  Act: 02/10/23        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A