Caduca el comunismo: camino hacia la Perestroika

Zamora, 31 octubre 2022
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         El colectivismo marxista había puesto en marcha en la URSS y sus satélites un sistema que giraba en torno al "determinismo de las fuerzas materiales" y a la proclama de que la humanidad era un "conjunto indiferenciado de animales superiores divididos en grupos irreconciliables", marchando durante años por un camino muy distinto al de la humanidad como comunidad de seres inteligentes y libres, con diversas aptitudes unos y otros, y todos ellos invitados y capaces de traducir en bien social el uso de su libertad.

         En la Europa democrática, una de esas corrientes colectivistas de más peso político había sido el Partido Comunista Italiano. Antonio Gramschi (1921-1937), uno de sus clásicos teorizantes, se había apartado un tanto de la ortodoxia al otorgar valor a lo que el llamaba "voluntarismo social" frente al determinismo. Pero lo hacía apelando al colectivo o "conjunto de entes abstractos capaces de disolver en lo general cualquier particularidad o diferenciación personal".

         Además, el dictador de la norma debía seguir siendo para Gramschi el Partido (por supuesto, el Partido Comunista), entelequia que habría de encarnar todas las prerrogativas del "sabio rey" de Platón o del "príncipe maestro del arte de la política" de Maquiavelo.

         No obstante, el devenir de los años demostró la gran mentira de esta conciencia positiva en cualquier colectivismo, cuya idea norte no era sino la conveniencia o capricho de sus privilegiados mentores.

         Por el contrario, el progreso nunca es ajeno a la voluntad de sus protagonistas, uno a uno, persona a persona. Estos protagonistas, lo sabemos bien, no siempre se han movido ni se mueven por altruismo o amor. A veces lo han hecho por descarnada pasión por el dinero, por ambición de poder con proyección de futuro, por curiosidad, por huir del aburrido ocio, por inexplicable secreta intuición, por puro y simple azar. Y otras lo han hecho por el íntimo convencimiento de que no hay mejor forma de justificar la propia vida que comprometiéndola en el trabajo solidario.

         Cubrir etapas hacia el progreso precisa, pues, del soporte de las distintas voluntades humanas, tanto más activas y eficientes cuanto mayor aliciente encuentran en las oportunidades y objetivos de su campo de acción: perseguir al dividendo obliga a crear empresas, hallar el remedio a una enfermedad tienta el prurito profesional o curiosidad del investigador.

         En ese sentido, el trabajo de sol a sol sugiere mejoras en los cultivos al tiempo que se hace más llevadero si sus beneficios revierten sobre los seres queridos, las carencias del prójimo son una invitación a la solidaridad, el sacrificio cobra sentido si aporta nuevos puntos de apoyo a la ansiada realización personal.

         Pero no tuvieron en cuenta tales presupuestos los artífices de la obra de colectivización más radical y más larga (el comunismo, ca. 1917-1991), cuyo rotundo fracaso era ya algo notorio en 1980. Hablamos, claro está, de la experiencia soviética, en la que "la providencia del estado da la misma seguridad a los zánganos que a los ciudadanos responsables".

         Quien afirma eso último no soy yo, sino un antiguo jerarca supremo de la URSS llamado Mihail Gorbachov (1985-1991), jefe de la Unión Soviética y padre de la Perestroika.

         Quería ser la Perestroika de Gorbachov el revulsivo de un anquilosamiento burocrático cual había resultado ser todo el aparato administrativo y doctrinal en que descansaba la pervivencia de la vieja revolución. Y en dicho revulsivo defiende Gorbachov que "son las personas, y los seres humanos con toda su diversidad creativa, quienes construyen la historia", algo que se da frontalmente de bruces contra el dogma básico del materialismo comunista (según el cual "son los modos y medios materiales de producción los que hacen la historia, con independencia de la voluntad de los hombres que la sufren y la viven").

         Apelaba así Gorbachov, sin rodeos, a las diversas conciencias de sus conciudadanos, para pedirles "un poco más de esfuerzo" en correspondencia "al alto nivel de protección social que se da en la Unión Soviética", que es lo que "permite que algunas personas vivan como gorrones".

         Menos gorrones y más trabajadores conscientes y responsables. Eso es lo que venía a pedir Gorbachov, en una flagrante contradicción de los ideales comunistas:

"No se trata de crear una imagen de un futuro ilusorio para luego imponerlo en la vida, porque el futuro no nace del anhelo. Sino de lo que nos rodea, de las contradicciones y tendencias del desarrollo de nuestro trabajo común. Olvidarse de esto es una fantasmagoría".

         Por supuesto, parte de este discurso no era más que una obligada concesión a los viejos principios comunistas. Pero en el fondo pedía Gorbachov una "fuerza determinante a la libertad responsable", poniendo así en entredicho el determinismo materialista:

"Si una persona es firme en sus convicciones y conocimientos, si es moralmente fuerte, será muy capaz de capear las peores tempestades. En la actualidad, nuestra principal tarea consiste en elevar espiritualmente al individuo respetando su mundo interior y proporcionándole fuerza moral".

"Todo será posible en el marco de la Perestroika, que significa una constante preocupación por la riqueza cultural y espiritual, por la cultura de cada individuo y de la sociedad en su conjunto".

         Con esto, Gorbachov intentaba revalorizar aquella ética que se mantenía en los límites del convencionalismo. Eso sí, sin hacer de la Perestroika una moral del compromiso:

"Cuando se dice que Perestroika es eliminar de la sociedad todas las distorsiones de la ética socialista, y aplicar con coherencia los principios de la justicia social, se está haciendo coincidir los hechos y las palabras, los derechos y los deberes. La Perestroika es la exaltación del trabajo honrado y altamente cualificado, es la superación de aspiraciones rastreras al dinero y al consumismo".

         En un principio, dicho discurso no pareció ir más allá de otra consigna grandilocuente más, y no logró más que fugaces adhesiones. E incluso estuvo más inclinado a provocar un inminente choque con la realidad comunista, pues lo que intentaba era minimizar por ley los abusos, corrupciones y atropellos comunistas, y multiplicar los focos de emulación positiva y los ambientes de libertad.

         Pero ¿era esta llamada a la "integración sentimental" lo suficientemente fuerte como para poner en marcha el cúmulo de soluciones que requería la situación? Sin duda que dicha Perestroika favorecía el progreso, pues apelaba a que "el obrero se transformara en propietario, y el campesino en amo de la Tierra", abriendo así la puerta a la iniciativa privada. Pero armonizar todo esto con un poder absoluto (el soviético) era como oponerse a la naturaleza comunista de las cosas.

         Para construir un ilusionante futuro, Gorbachov apeló a la "voluntad política", y no tan sólo a un catálogo de buenas intenciones u ocasional retórica. Por lo menos, se debía elaborar y desarrollar un "realista y sugestivo proyecto de acción en común, a la medida de las propias circunstancias". El proyecto Perestroika de Gorbachov empezó así a despertar abundantes y progresivas adhesiones, hasta provocar lo que ya todos sabemos: la subsiguiente Caída del Muro de Berlín (ca. 1989).

         Seguiría a la Caída del Muro de Berlín, y bajo la presidencia de Boris Yeltsin (1991-1992), el proceso de recuperación o conquista de libertades (la independencia de las ex-repúblicas soviéticas) y el subsiguiente progresivo bienestar, tanto más rápido cuanto más efectivo resultaba el contagio de generosidad (como se vio en la independencia de la RDA alemana).

         Abrir el cauce a la libertad responsable significó para Rusia volver los ojos a la realidad, a un mundo en que todo se hilvanaba según el modo de vivir y de pensar de los hombres, repeliendo cualquier intento de anulación personal y condenando cualquier experiencia de colectivización (con viejos o nuevos colores).

         Y eso se tradujo en un estado de bienestar para Rusia, que hizo que el país pasara de la miseria social y bancarrota económica (de la URSS) a uno de los países más civilizados del mundo, entrando en el G20. Como ya había advertido Nicolás Berdiev, el que fuera compañero de Lenin (hasta ver en el cristianismo la mejor y más segura vía de realización personal): "El pan del prójimo debe ser para ti la principal exigencia espiritual". 

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  Act: 31/10/22        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A