Junto a la razón, surge el hambre de religión

Zamora, 7 febrero 2022
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         El carácter de la propia reflexión situó al hombre muy por encima de cualquiera entidad simplemente material, le infiltró hambre por sintonizar con el principio y fin del universo, y le prestó sólidos argumentos a su irrenunciable aspiración a la trascendencia. Una trascendencia que, por lo visto, latía en el ser de todos los seres humanos, y que por lo tanto formaba parte de las exigencias de la realidad.

         Esta hambre por sintonizar con el principio y fin del universo es una de las posibles definiciones de religión, como hambre existencial que se ajusta a los dictados de la realidad, y que por lo mismo resulta lógica y racional. Y esto es lo que surgió con el nacimiento de la razón, desde una óptica en la que no tenían cabida ni los ateos (que piden ver a Dios, para creer en él) ni los racionalistas (que sustituyen al Dios de todos por un "principio activo" de su propia cosecha), según lo explicado por Henri de Lubac en su Origen de la Religión.

         Dos tendencias principales actuaban en aquel entonces: la proveniente de las condiciones en que debía esforzarse la inteligencia, y la proveniente de la desviación moral original (en esa tendencia a confundir al Autor de la naturaleza con la Naturaleza, a través de la cual se revela oscuramente, y de la cual es necesario tomar los rasgos de su imagen).

         Las analogías se endurecían, y hasta en los tiempos en que la razón parecía haber hecho progresos decisivos, Dios era concebido todavía como un individuo de pasiones humanas, o como una abstracción sin resplandor eficaz. Lo mejor se cambiaba a veces por lo peor, y la gran fuerza de perfeccionamiento del hombre pasaba muchas veces a servir los fines profanos.

         De aquí nació la necesidad de una purificación. Una purificación a la que, desde los lejanos tiempos de Jenófanes, contribuyen todavía hoy día los ateos, considerando esta vez por ateos a los que no siempre se definen "sin Dios".

         Por supuesto, es lógico rechazar hoy día a aquel Dios tan lleno de deformaciones humanas, o a la religión por el abuso que de ella hacían los hombres. Es lo que hizo el purificante monoteísmo, que negando abuso a abuso, y deformación a deformación, logró llegar a una afirmación lógica y fecunda.

         Por lo demás, bajo una forma u otra, y tras las negaciones más desfiguradas, el hombre volvió siempre a la adoración de ese Ser primordial, como un deber esencial que surgía de la necesidad más profunda de su ser. Dios era el polo que no cesaba de atraer al hombre, e incluso a aquellos que con el tiempo creyeron negarlo, pero que siguieron dando testimonio de él, según refieren las palabras del gran Orígenes: "A cualquier cosa antes que a Dios, propusieron su indestructible noción de Dios".

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