Inteligencia y libertad: lo añadido a la madre Tierra

Zamora, 17 enero 2022
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Los sabios han buceado en el magma de la Tierra y han adelantado la hipótesis de que la Tierra, "ya por su propia composición química inicial, constituía el germen increíblemente complejo de cuanto requiere la supervivencia y desarrollo de todos sus posibles pobladores".

         Tal hipótesis nos invita a creer que, dentro del Plan de Cosmogénesis de que estamos hablando, ha de entrar la plena suficiencia de recursos materiales, para el desarrollo de millones y millones de aventuras personales.

         Con todo el tiempo necesario por delante, esas miríadas de composición química inicial, en que se expresaba la actividad de la Tierra juvenil, se convirtieron en una "materia orgánica" (que resultó ser soporte de la vida, multimillonaria en sus manifestaciones), unas con otras entrelazadas y hasta constituir un comunidad de vivencias y complementariedades, hasta cubrir las respectivas insuficiencias.

         La vida resultó como una sinfonía magistralmente orquestada, pero necesitada de una cierta sublime nota: la libertad, tesoro inconcebible fuera del ámbito de la Inteligencia Suprema (a su vez, suprema expresión de la Vida Eterna).

         La tierra se ha hizo moldeable por esa Inteligencia Suprema, la cual puede incluso llegar a destruirla. Pero la Tierra, la madre Tierra, es fuerte y previsora tanto que, con el necesario tiempo por delante, es capaz de enderezar los renglones que tuercen sus pobladores, y demostrar que su despensa es suficiente en aportar recursos materiales. La Tierra, como entidad material sin alma, es absolutamente irresponsable, y es una fuerza ciega que ha de ser orientada por la voluntad y generosidad de los seres inteligentes que la pueblan.

         En las virtualidades de la Tierra están los remedios (o paliativos) a las hambres y a las catástrofes, muchas de ellas ocasionadas por sus propios pobladores. Las épocas de penuria pudieron (y pueden) ser resueltas contra el afán de acaparamiento (torcido hijo de la libertad), algo que, a lomos de la mala voluntad de las personas, se enseñorea de tal o cual época o región, hasta resultar el disparate de la época que nos toca vivir, en que menos del 10% de la humanidad acapara el 80% de alimentos y recursos materiales (que deberían estar al servicio de todos los hombres).

         Las miserias, que han sufrido y que sufren tantos seres inocentes, son producto directo del mal uso de la libertad, con la consecuente escasez de amor entre los hombres y mujeres que poblamos el ancho mundo. Y por eso mismo, constituyen el más acuciante desafío a nuestra conciencia.

         Reconozcamos que, paralela a la historia de la Tierra, se acusa el efecto de una Voluntad Suprema empeñada en que los hijos de la Tierra aprendamos a valernos por nosotros mismos, en un irreversible camino de autorrealización y a base de un continuo ejercicio de solidaridad.

         Los sabios aseguran que tal proceso de autorrealización tiene su precedente en los primeros y diversos estadios de la evolución química (por virtud de las leyes físicas del movimiento universal), y es resultado de una particular y constructiva asociación entre éste y aquel otro elemento, para formar entidades cada vez más complejas.

         Asociadas entre sí esas entidades complejas, para cumplir con el papel que les corresponde en la generación de nuevas realidades, es forzoso destacar la aparición de los seres vivos de las distintas familias, a los que se les puede aceptar como protagonistas de una fantástica, coherente y ascendente intercomunicación planetaria para dar paso al rey de la creación.

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