La materia y sus materialidades: Dios, alma, razón...

Zamora, 22 abril 2024
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Según apuntan sus más destacados discípulos, en contraposición a las ideas alma, mundo y Dios, básicas en la filosofía tradicional europea, Bueno Martínez propuso al mundo académico la doctrina empírico-trascendental de los 3 géneros de materialidad, consistente según López Rodríguez en:

-materia primo genérica (M1), que representa a la materia físico química y orgánica además de las ondas electro magnéticas,
-materia segundo genérica (M
2), referida a la materialidad de índole psicológica tal como los deseos, recuerdos o ensoñaciones de diversa índole,
-materia tercio genérica (M
3), que tiene en cuenta las estructuras esenciales además de las ideas y conceptos de índole abstracta, tales como la perpetua distancia entre las líneas paralelas, la amplitud del universo, la serie interminable de los números primos, los irrebatibles imperativos categóricos...

         Respecto a esto último nos dice el citado profesor López Rodríguez:

"Los contenidos tercio genéricos son acrónicos y atópicos, no se incluyen ni en el espacio ni en el tiempo, pero sin que queramos dar a entender que estén fuera del espacio y del tiempo ni que sean esencias eternas e inmutables. Por decirlo en términos clásicos: si los dos primeros géneros pertenecen al reino de la existencia, el tercer género pertenece al reino de la esencia, aunque, según nos dice Bueno, M3 es tan material como un montón de grava. Las esencias, si bien es cierto que siempre son pensadas, pueden existir al margen de ser pensadas, al tratarse de objetividades ideales al margen de vivencias individuales o colectivas. Si M1 no se correspondía con una sustancia material o sustancia extensa ni M2 con una sustancia espiritual, M3 no se corresponde con una sustancia eterna. Luego M3 no es una esencia inmaterial que flote hipostáticamente en algún lugar supra celeste o un cielo de las ideas al estilo del platonismo convencional. Sin las materialidades tercio genéricas el mundo sería ininteligible; y no porque estas materialidades nos remitan a un tercer mundo más allá del mundo físico, porque estas materialidades son inmanentes al único mundo en que nos movemos, y al margen de las materialidades tercio genéricas es imposible distinguir el azar de la necesidad".

         Desde esa perspectiva, la supuesta conjunción de los 3 géneros de materia nos lleva a lo que Bueno llama "materia ontológico general", idea que, dentro de la tradición filosófica, cobra relieve frente al apeiron de Anaximandro, al bien de Platón, al uno de Plotino, a la sustancia de Espinosa, a la cosa en sí kantiana, a la voluntad de Schopenhauer o al ser de Heidegger, a la par que tritura la idea de un único Dios inmaterial y creador de todas las cosas puesto que, según muestra el nuevo materialismo:

"La materia ontológico-general no es una y ni mucho menos idéntica, ya que las Ideas de unidad e identidad son sólo aplicables a la materia ontológico-especial del universo del que formamos parte, así como las conexiones y las relaciones, pues las primeras se establecen en M1 y M2 y las segundas en M3. Como decimos, la idea de la materia ontológico-general está pensada contra todo tipo de reduccionismo categorial, por muy amplio que se presente, es la tesis más potente contra el monismo y favorable al pluralismo; de hecho si se rechaza el pluralismo la viabilidad de una ontología general queda comprometida".

         Según ese orden de cosas, Gustavo Bueno ha dejado dicho que "el campo del materialismo filosófico no es solamente la materia ontológico general, sino el universo, a la manera como el campo de la teología dogmática no es propiamente Dios, sino la revelación ofrecida por Dios a los hombres". ¿Quiere ello decir que, desde esa idea, la materia es eterna, autosuficiente y con posibilidades de proyección infinita en múltiples formas relacionadas entre sí pero en nada dependientes de una entidad de carácter diferente al de la misma materia?

         El aferrarse a la concepción materialista de la realidad requiere una fe que el señor Bueno logró hacer muy firme en su ámbito cultural hasta el punto de que bien podemos decir que el llamado Materialismo Filosófico, fenómeno con el que se distingue a la doctrina materialista por él impartida, ha cobrado en parte de los medios académicos españoles el carácter de una cerrada ideología aplicable a la actividad política con no menor fuerza que el marxismo-leninismo, tanto en la vertiente del llamado Materialismo Dialéctico como la del Materialismo Histórico.

         Al parecer, eso es lo que se pretende en un abierto afán por potenciar o superar a precedentes teorías sobre la realidad de que formamos parte y que ellos se afanan por presentarnos como absolutamente material o materializada según una síntesis que puede apreciarse en el siguiente cuadro, en el que nos hemos permitido añadir una referencia a Teilhard de Chardin, el científico jesuita que vio la realidad de muy distinta manera a la de los más recalcitrantes materialistas desde la creencia en Dios como "alfa y omega" (es decir, como principio y fin de todas las cosas).

*  *  *

         Tras confundir espiritualismo con idealismo, decía Lenin que "espiritualismo y materialismo son las dos pautas fundamentales en la filosofía", adoptadas por unos u otros en función de su carácter y circunstancias. En efecto, para el jerarca de todas las Rusias "materialismo es reconocer la existencia de los objetos en sí o fuera de la mente", mientras que "las ideas y las sensaciones son copias o reflejos de estos objetos".

         La doctrina opuesta (el idealismo) afirma que los objetos no existen fuera de la mente, y que los objetos son combinaciones de sensaciones (a forma de sustitución universal de toda la naturaleza física por lo psíquico), según “las tendencias o líneas en filosofía de Demócrito y Platón. Bueno y sus discípulos no ven tal categórica diferencia entre el materialista Demócrito y el idealista Platón, puesto que:

"Es incontestable que todo aquél que presenta la Teoría de las Ideas de Platón como prototipo de una concepción del mundo no materialista (espiritualista, o idealista) es porque está operando, no desde la neutralidad objetiva, sino desde una idea de materia que excluye de su ámbito a todas la acepciones de la idea de materia que giren en torno a la idea de una materia inteligible. Precisamente el mundo de las ideas, en tanto las unas se determinan a las otras (aunque algunas estén disociadas de las restantes, según se nos precisa en su Sofista, 259) cumple enteramente la definición de materia determinada, puesto que cumple los atributos de multiplicidad y determinación, en un horizonte del tercer género, pero tan rigurosamente como pudiera cumplirlo en un horizonte del primer género. Más exacto sería, pues, ver en Platón al pensador que, antes de Aristóteles, ha desarrollado la materia determinada de sus precursores hasta sus valores límites, a saber, la materia prima y las formas puras y que ha abierto con ellos los problemas filosóficos que se derivan de la definición de estos límites. Entre los extremos del monismo y del pluralismo, Platón está, desde luego, más cerca de Demócrito que de Parménides o incluso que de Anaxágoras".

         Es decir, que según él se impone la revisión de la historia del materialismo a la luz de una idea de materia filosóficamente adecuada que sea capaz, por ejemplo, de plantear la cuestión de la reivindicación materialista de la Teoría de las Ideas de Platón.

         Para calificar a la materia como inteligible, además de aportar pruebas suficientes para desentrañarla en todas y cada una de sus manifestaciones, ha sido obligado partir de una capacidad de entendimiento cuyo origen nadie ha probado que sea de carácter material por lo que es infinitamente arriesgado atribuir a la materia, en cualquier de  sus formas, la capacidad de entender por sí misma.

         Pero tomar la materia como inteligente es tanto como dotarla gratuitamente con una inteligencia que, aún siendo exclusiva de los seres humanos, ni mucho menos puede decirse que venga de una raíz material. Al respecto, creemos llegado el momento de requerir testimonios de acreditados científicos. En 1º lugar, al genial descubridor de la Teoría de la relatividad.

         En efecto, Albert Einstein descubrió un peculiar efecto de lo que llamó una 4ª dimensión (el tiempo), que moldea el ser de los cuerpos (desde una partícula infinitesimal a una supernova) y que, por tanto, es parte esencial de la física. Ese descubrimiento le llevó a plantear la estrecha relación entre masa y energía en función de la velocidad de la luz, lo que expresó en la archiconocida fórmula E=mc2 (donde E representa a la energía, m a la masa y c a la velocidad de la luz).

         Por lo demás, con su Teoría de la Relatividad pudo demostrar Einstein la complementariedad y matemática relación entre espacio, tiempo, materia, energía, gravitación e inercia, en un proceso en el que, ni mucho menos, cabía negar la acción de "Alguien que no juega a los dados".

         En aproximada línea de observación, el filósofo Henri Bergson, premio Nobel en 1927, popularizó el término durée (duración) según el cual el tiempo y el espacio, fundidos en un indisoluble fenómeno, constituyen el soporte de la evolución creadora. Fue el comienzo de la Teoría de la Evolución Creadora, que hizo mella en el jesuita Teilhard de Chardin, hasta llevarle a romper alguno de los esquemas del saber tradicional.

         En el campo de lo puramente intelectual, se esforzó Chardin por sustituir la creencia del motor inmóvil de Aristóteles (el Ser inmutable) por la dinámica de un Ser que, desde toda la eternidad y en línea de plena libertad y amor infinito, crea y sigue hasta sus definitivas consecuencias el progresivo desarrollo, y realización, de su obra, según un Plan de Cosmogénesis en parte identificable con lo que otros científicos llaman evolución.

*  *  *

         Desde la supuesta incompatibilidad entre ciencia y religión se ha llegado al ciego culto a la materia, de la que se hacen derivar todas las luces y sombras que rodean a la humana existencia. Y tanto que ya podemos hablar de millones y millones de fanáticos por aprovechar de forma exclusiva y apasionada todo lo que brinda o creen que brinda lo estrictamente material.

         Se trata de un fenómeno al que señalamos como fanatismo materialista. Según ello ¿es infranqueable esa supuesta valla entre la ciencia y la religión? La creencia en el Dios de los judíos, cristianos y musulmanes ¿ha sido un rémora para profundizar en los secretos de la materia? Y el cristianismo, ¿es realista?

         Para algunos biólogos los sentidos de los animales son como tentáculos de un cerebro cerrado sobre sí mismo: les basta para cumplir las funciones anejas a su condición; cuando pretenden extender tal forma de sensibilidad a todos los vivientes no aciertan a explicarse una evidente y extrasensorial puerta de recepción-impulsión que constituye la peculiaridad fundamental del cerebro del animal-hombre, centro de control de su hambre de libertad, de su pensamiento y de su acción.

         Es esa peculiaridad fundamental la que abre las puertas a las dudas y creencias de los humanos. Ciertamente, estos mismos biólogos son los científicos que, todavía no han logrado comprender el paso de lo inerte a lo animado, de lo muerto a lo vivo. De hecho, no han llegado más allá de las primeras líneas de la primera página del libro de la ciencia.

         Dicho esto, no cabe ligereza alguna en la respuesta al ¿de dónde viene todo lo que, sin duda alguna, existe? ¿Qué quiso decir Einstein cuando exclamó: "Lo más incomprensible del universo es que sea tan comprensible, y que cuenta con un principio indudable aunque misterioso". Eso quiso decir, ¿no creéis?

         La asociación entre materia y la energía que produce el movimiento (la fuerza nacida de la caída de los cuerpos, se dijo y se sigue diciendo) fue y es un socorrido recurso de los materialistas de antaño y hogaño. A ello replican los físicos que no comulgan con ruedas de molino ¿Cómo puede un flujo de energía que se derrama sin objetivo esparcir la vida y la conciencia por el mundo? ¿Por qué la naturaleza produce orden?

         La pereza mental no justifica el que demos por improbables una mínima alteración en leyes físicas o constantes universales como la de la gravitación universal, la velocidad de la luz o la constante de Planck, tan reveladora en la física cuántica. Una mínima alteración en ese inexplicable orden de la naturaleza habría hecho imposible la fantástica concatenación de las realidades materiales y, más aún, la aparición y desarrollo de la vida y del pensamiento.

         Reconozcamos algo que entra dentro de la más rigurosa lógica: que el universo ha sido planificado, y es regulado hasta el mínimo detalle, con el propósito de que materia y energía mantengan un riguroso orden en el que sea posible la aparición de los seres vivos y, entre ellos, la de un ser inteligente.

         Por supuesto, cuando le damos vueltas al porqué de las cosas, la pereza mental o la pedantesca presunción de valernos por nosotros mismos para dogmatizar sobre todo lo divino y humano puede llevarnos a despreciar la humana lógica de personajes como Gandhi, quien ha dejado escrito:

"Con frecuencia, en mi caminar he vislumbrado leves destellos de la verdad absoluta, que es Dios, y todos los días crece en mí la convicción de que solo Dios es real. Los instrumentos para buscar la verdad tienen tanto de fácil como de difícil. Pueden parecer imposibles para una persona arrogante y, a la vez, perfectamente posibles para un niño inocente. Quienes buscan la verdad tienen que ser más humildes que el polvo. El mundo aplasta el polvo bajo sus pies, pero los buscadores de la verdad tienen que ser tan humildes que hasta el polvo pueda aplastarlos. Solo entonces, y únicamente a partir de entonces, obtendrán un vislumbre de la verdad".

         De Teilhard de Chardin se dice que, desde muy niño, sentía dentro de sí mismo la profunda simbiosis entre lo palpable o visible y lo impalpable a la vez que acuciante por imperativo de una conciencia que empieza a hacerse preguntas y busca respuestas sin tirar por los cómodos atajos seguidos por una buena parte de teorizantes que, gozando del fervor popular, dogmatizan gratuitamente sobre todo lo que les sale al paso.

         Entre ese fervor popular y la pedantería congénita de tantos ídolos de carne y hueso nace y crece una forma de simbiosis ideológica que lleva a dogmatizar sobre lo que conviene a la tranquilidad de la masa. De ahí nacen presupuestos de vida y de pensamiento que nunca han podido ser demostrados pero que, indudablemente, han marcado y marcan cauces de acción a reyes y súbditos, a tribus y pueblos enteros.

         Tal ha ocurrido desde la noche de los tiempos y, para nuestra ilustración, tal queda reflejado en una buena parte de los testimonios de las viejas y nuevas culturas. Según los vaivenes que marca el péndulo de la historia, si a la tranquilidad de la masa conviene la idea fuerza de un dios tiránico que no permite la menor discrepancia respecto a la voluntad del que manda por presunta delegación de ese mismo Dios.

         Teorizantes habrá para mostrar las extraordinarias similitudes entre el que delega y el delegado. Y si este delegado pierde autoridad y sobreviene la anarquía, lloverán teorizantes encargados de ridiculizar viejas creencias hasta confundir a la nada con el principio esencial de todo lo visible e invisible.

         Algunos ilustrados de esos ideólogos dirán que, al menos, sí que existían los ladrillos antes que el edificio. ¿Cómo? Porque la nada absoluta es inconcebible, dicen ellos, pero con porciones de algo el azar puede hacer algo, y los átomos, bien hilvanados, pueden construir un mundo y todo lo que encierra. ¿Cómo? Por las afinidades electivas de esos mismos átomos, siguen respondiendo ellos. ¿Y quiere ello decir que lo infinitamente pequeño tiene por sí mismo capacidad de decisión? Según ellos, sí. Pero... ¡no digamos tonterías!, pues la materia inerte es materia inerte, y no genera vida.

         Esto último es la fuerza convincente para dar el paso desde el supuesto de la nada a la creencia en la materia esencial y autosuficiente. Claro que si, en lugar de la autosuficiencia de lo inerte y de los caprichos de un dios tiránico que delega en el poderoso de turno, admitamos la posibilidad de Alguien superior a todo lo imaginable, libre y enamorado de todo lo que es capaz de hacer un infinito poder. Con ello, fácil es encontrar la adecuada respuesta a nuestras esenciales preocupaciones: ¿de dónde vengo?, ¿qué he de hacer?, ¿adónde voy?

         Es tan viejo como nuestra cultura tradicional el paso del patético nihilismo (nada existe ni nada puede existir) al materialismo ateo, llámese o no materialismo filosófico puesto que la inventada autosuficiencia de la materia condena por innecesaria la fe en un Dios creador y providente. ¿Pruebas de esto último? ¿Por qué he de buscarlas si mi falta de curiosidad me ayuda a descansar en la nada existencial? Es así como vamos, hasta el infinito, del nihilismo al materialismo, del materialismo al nihilismo, etc.

         Por supuesto, tal como nos dice Teilhard (en su Medio Divino) "la muerte es la encargada de practicar hasta el fondo de nosotros mismos la abertura requerida. Nos hará experimentar la disociación esperada. Nos pondrá en el estado orgánico que se requiere para que penetre en nosotros el fuego divino. Y su poder nefasto de descomponer y disolver se hallará puesto al servicio de la más sublime de las operaciones de la vida".

         En otro de sus geniales ensayos (su Corazón de la Materia), nos dice Chardin que "materia y espíritu no son dos cosas, sino dos estados, dos rostros de una misma trama cósmica, según se la vea, o se la prolongue, en el sentido en que se hace o por el contrario, en el sentido en que se deshace".

*  *  *

         En este punto de nuestro relato conviene aclarar que no creemos necesaria una profesión de fe materialista para admitir que, cuando los sabios bucean con sus estudios en el magna material de la Tierra, nos ofrecen la hipótesis de que "ya por su propia composición química inicial era, por sí misma y en su totalidad, el germen increíblemente complejo de cuanto necesitamos". Tal como si todo estuviera dentro de un plan en el que entrara la plena suficiencia de recursos materiales para el desarrollo de millones y millones de aventuras personales.

         Con todo el tiempo necesario por delante, esa composición química inicial se tradujo en materia orgánica como soporte de la vida, multimillonaria en sus manifestaciones, unas con otras entrelazadas hasta constituir un comunidad de intereses a base de sus respectivas partículas elementales que conforman la arquitectura de los átomos, considerados por los antiguos las mínimas expresiones de la materia eterna.

         Ahora podemos creer que el micro mundo que representa el átomo, pudo ser el resultado de la unión de ínfimas partículas elementales ensambladas por la energía exterior según un preciso Plan de Cosmogénesis o Plan de Arquitectura Cósmica concebida y diseñada con inigualable precisión.

         Pudo suceder que, en un momento del proceso, esa energía exterior, manifestación de una voluntad creadora, empujara a las miríadas de átomos a la condensación hasta formar el núcleo o "huevo del universo", que sirve de base a la teoría del Big Bang. Vendría luego la irrefrenable marcha hacia el ser de innumerables cosas, de más en más complejas, de más en más artísticamente conjuntadas y con clara vocación de allanar los caminos de una proyectada evolución.

         Desde esa perspectiva, y siguiendo a Teilhard de Chardin, es razonable admitir que, desde su propio nacimiento o creación, siguiendo específicas afinidades latentes en su misma razón de ser, los átomos cubrieron un superior estadio de evolución que fue la molécula, la cual, a su vez y siguiendo el impulso de secretas afinidades, se asoció a otras entidades materiales para formar la mega molécula, paso previo a los complejos orgánicos que resultarán ser el soporte material de la vida.

         Este fantástico misterio de la vida, presente en una simple célula, aún no está suficientemente clarificado por la ciencia. Tampoco es explicable la aparición del pensamiento, culminación de un largo proceso en que las virtualidades de los complejos orgánicos hubieron de conectar, adecuadamente y en el momento preciso, con un Plan General de Cosmogénesis que el camino a la vida y al pensamiento de las más privilegiadas criaturas, de forma que ya pueda vivir, pensar y obrar en libertad.

         Efectivamente, la vida resultó como una sinfonía magistralmente orquestada pero necesitada de una  cierta sublime nota: la libertad, tesoro inconcebible fuera del ámbito de la inteligencia, a su vez, suprema expresión de vida.

         La Tierra se ha hecho (¿era ya?) moldeable por una Inteligencia que, incluso, puede llegar a destruirla. Pero la Tierra, la madre Tierra, es fuerte y previsora tanto que, con el necesario tiempo por delante y con el indudable concurso de la energía exterior, es capaz de enderezar los renglones que tuercen sus inquilinos y demostrar ser la suficiente despensa en recursos materiales.

         No entran en sus planes ni las hambres ni las catástrofes artificiales. De hecho, las épocas de penuria pudieron haber sido y pueden ser resueltas si el afán de acaparamiento, torcido hijo de la libertad, no se hubiere enseñoreado de tal o cual época o región hasta resultar el disparate de que menos de un 10% de la humanidad acapare el 80% de alimentos y otros recursos materiales.

         Pudiera pensarse que, paralela a la historia de la Tierra, se acusa el efecto de una Voluntad empeñada en que los hijos de la misma Tierra aprendan a valerse por mismos en un irreversible camino de autorrealización.

         Los sabios aseguran que tal proceso de autorrealización se hace ya evidente en los diversos estadios de la evolución química, resultado de tal particular y constructiva reacción entre éste y aquel otro elemento. Tanto más en la tendencia que a cumplir un preciso destino manifiestan los seres vivos a los que, ya sin rebozo, se les puede aceptar como protagonistas de una fantástica y coherente intercomunicación planetaria.

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         En la apreciación general, se considera materia a lo que un Descartes llamó res extensa, es decir, cosa medible en función de su forma, que según Aristóteles le da diferenciada entidad en cuerpos de distintas magnitudes desde lo más pequeño hasta el más grade de los astros, cuestión un tanto confusa para los cartesianos que, en lugar de una forma constituyente, parten de la asociación en paralelo de dicha res extensa con la res cogitans (cosa pensante) de la que ya había hablado Descartes.

         A lo más pequeño los antiguos lo llamaron átomo, cuya masa las nuevas tecnología nos muestran como un conjunto de partículas subatómicas singularmente asociadas en un conjunto ("masa bariónica") de lo que los científicos llaman bariones, a su vez compuestos por quarks, que es así como se denominan a las partículas elementales.

         El citado Descartes habría identificado con su res extensa a esa materia bariónica de la que, al parecer, están constituidos todos los seres visibles o medibles, desde la partícula elemental a una estrella, pasando por todos los integrantes de nuestros mundos mineral, vegetal y animal, pequeña parte de un universo del que conocemos tan poco puesto que se nos presenta en lo que un Teilhard de Chardin calificó de 3 misteriosas infinitudes: lo infinitamente grande, lo infinitamente pequeño y lo infinitamente complejo.

         Se trata de la deslumbrante maravilla de ingeniería cósmica en la cual resulta absolutamente bobo y pretencioso apuntar la posibilidad de cualquier efecto sin una previa causa hasta llegar al Uno eterno e infinitamente poderoso, principio y fin de cuanto existe.

         Puesto que no es de lugar extendernos en un terrenos en el que nos sentimos absolutamente bisoños, sí que nos toca apuntar que es ahí en donde se inicia una maravillosa realidad cuya totalidad mantiene un secreto que la más avanzada ciencia no llega más que a suponer.

         Son las teorías de aquí y de allá que nos llevan hasta la filosofía de la cosmología, que viene a ser el arte de pensar sobre lo absolutamente desconocido dejando adivinar el punto de destino a cada uno de nosotros, lo que obviamente es como si hubiéramos de ir a ninguna parte.

         Desde el principio de los tiempos, los más curiosos de los humanos se han preguntado sobre si toda la materia o sustrato material tenía un principio único o tenía diversas fuentes. Que dicho sustrato sea uno o varios principios materiales (aire, fuego, tierra y agua), fue cuestión planteada por algunos de los antiguos filósofos de los que se tiene noticia. Diversidad de criterios que, en el ámbito de la perenne discusión académica, llevó a otros a defender la suposición de que el principio de la materia era algo indeterminado e inconsistente, una especie de no-ser (es decir, la nada).

         Marginando lo que no deja de ser un antiquísimo anticipo de no pocas estériles confrontaciones académicas de la actualidad, a efectos de centrar la cuestión en lo que se dice (o se cree) actualmente de la realidad material, fijamos nuestra atención en la llamada teoría atomista de la antigüedad, puesta de actualidad por el mecanicismo racionalista de los s. XVII y XVIII, que algunos toman como base de ciertas modernas teorías sobre el principio y fin del universo tomando como perspectiva  para explicar la realidad como conjunto de materia, leyes materiales, movimiento y determinismo.

         Para llegar a tal suposición han obviado cualquier referencia a una energía primordial e, incluso, al apunte aristotélico de que la característica fundamental de la materia es la receptividad de la forma. La materia puede ser todo aquello capaz de recibir una forma. Por eso, ante todo, la materia es potencia de ser algo, siendo el algo lo determinado por la forma.

         En función de este concepto hay tantas clases de materias como clases de formas capaces de determinar a un ser. Puesto que el movimiento consiste en un cambio de forma de la sustancia, el movimiento se explica en función de la materia como potencia y el acto como forma de determinación de la sustancia.

         El materialismo, es decir, la doctrina que otorga a la materia una absoluta autosuficiencia, pretende convencernos de que todo lo que percibimos por los sentidos e, incluso, apreciamos por nuestra capacidad de entendimiento y reflexión tiene su indiscutible base en esa masa o materia que "no ha sido creada de la nada, sino que existe en la eternidad y que el mundo y sus regularidades son cognoscibles por el humano, ya que es posible demostrar la exactitud de ese modo de concebir un proceso natural, reproduciéndolo nosotros mismos, creándolo como resultado de sus mismas condiciones y además poniéndolo al servicio de nuestros propios fines, dando al traste con la cosa en sí, inasequible, de Kant".

         Poner las observaciones, más o menos razonadas, al servicio de nuestros propios fines es lo que hoy se entiende como Principio Antrópico, cuyo significado viene a ser que "todo lo que se ve es del color del cristal con que se mira". Es a lo que un científico de la talla de Steven Weinberg, Premio Nobel de Física en 1979, objetó con conocimiento de causa y buen sentido común:

"A veces los argumentos antrópicos equivalen a la afirmación de que las leyes de la naturaleza son las que son para nuestra existencia, sin más explicaciones. Esto parece ser no mucho más que un galimatías. Por otro lado, si realmente hay una cantidad enorme de mundos en los que algunas constantes toman valores diferentes, entonces la explicación antrópica de por qué en nuestro mundo estas constantes toman valores favorables para la vida es sólo sentido común, como explicar por qué vivimos en la Tierra más bien que en Mercurio o Plutón. El valor de la constante cosmológica recientemente medido mediante el estudio del movimiento de supernovas distantes está en el rango que cabría esperar de este tipo de argumentaciones: es justo lo suficientemente pequeño, para no interferir en la formación de las galaxias. Sin embargo, todavía no conocemos lo suficiente de física para decidir si realmente existen diferentes partes del universo donde lo que habitualmente llamamos constantes de la física toman valores diferentes. Ésta no es una pregunta sin esperanza; seremos capaces de responderla cuando conozcamos algo más de la teoría cuántica de la gravedad de lo que conocemos en la actualidad".

         Respecto a la Teoría Cuántica de la Gravedad es importante resaltar que, de ella, se ha hecho la introducción a los más acreditados estudios y observaciones, tanto sobre lo inmensamente grande (el universo) como sobre lo inconcebiblemente pequeño cual es el mundo de las llamadas "partículas elementales".

         Fue el científico alemán Max Planck quien descubrió un extraño paralelismo entre las leyes cósmicas y las que rigen en los campos atómicos y subatómicos, en cuya composición e interacciones observó "formas de energía" que mueven y objetivan a las más elementales entidades físicas a los que llamó cuantos y presentó como objetivo fundamental de una parte de la física: la Mecánica Cuántica.

         La Mecánica Cuántica fue la revolucionaria novedad científica que facilita el conocimiento de la compleja fenomenología del átomo, de su núcleo y de todas y cada una de las partículas elementales, cuyo estudio sigue constituyendo un apasionante desafío para los científicos de vocación.

         Estos científicos de vocación son los mismos para los que carece de sentido imaginar un cosmos invadido por una materia absolutamente amorfa y a expensas de que le preste un sentido el caos, que algunos han pintado como azar providente (los "torbellinos de átomos" de los que, recordando a Demócrito, habla el fundamentalismo materialista).

         Los materialistas, desde Demócrito hasta nuestros agnósticos, han pretendido salvar la encrucijada presentando a ese azar como una especie de dios abstracto capaz de acertar con la única salida en el laberinto de lo inconmensurable con millones de escapadas de las cuales una sola sería la probablemente eficiente para, en el paso siguiente, reanudar el ilimitado juego de lo inconmensurable.

         Hasta ahora la ciencia no ha prestado base alguna a tal aventurada suposición. Confluyen, en cambio, dos creencias que antaño se presentaron como antagónicas: la "creation ex nihilo" y la "evolución desde lo simple a los múltiple", debido a un elaboradísimo Proyecto de Cosmogénesis.

         En una atrevida extrapolación de lo apuntado por el libro del Génesis y sin ningún atropello a la lógica, cabe (apuntamos) una historia del universo al estilo de:

"En el principio el universo era expectante y vacío, y las tinieblas cubrían todo lo imaginable mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de lo inmenso. Entonces dijo Dios: Haya luz, y hubo luz".

         Fue entonces cuando tiene lugar el 1º (o 2º) acto de la creación: el acto en que la materia primigenia, ya actual o aparecida en el mismo momento, es impulsada por una inconmensurable energía a realizar una fundamental etapa de su evolución (en que lo ínfimo y lo múltiple se convierten en millones de formas precisas y consecuentes).

         Lo que había sido (si es que así fue) expresión de la realidad física más elemental, probablemente, logra sus primeras individualizaciones a raíz de un centro o eje que, al parecer, ya han captado los ingenios humanos de exploración cósmica: un momento de compresión (explosión) que hizo posible la existencia de fantásticas realidades físicas inmersas en un inconmensurable mar de polvo cósmico o de energía granulada.

         La decisiva 1ª etapa hubo de realizarse a una velocidad superior (incluso, a la de la misma luz), fenómeno físico que, según Einstein, produce en los cuerpos el efecto de aumentar (y acomplejar) su masa.

         Desde el 1º momento de la presencia de la más elemental forma de materia en el universo, se abre el camino a nuevas y cada vez más perfectas realidades materiales, todo ello obedeciendo a una necesaria Voluntad y evolucionando o siguiendo un perfectísimo Plan de Cosmogénesis.

         Se trata del plan de Aquel que ama infinitamente e imprime amor a cuanto crea, mantiene y anima. Y lo hace según una lógica y un orden que él mismo se compromete a respetar. En consecuencia, con los respectivos caracteres, con el estilo de acción y con las etapas y caminos que requiere el Plan de Cosmogénesis, superan barreras y logran progresivas parcelas de autonomía las distintas formas de realidad.

         En ese intrincado y complejísimo proceso son precisas sucesivas uniones (¿reflejo de ese amor universal que late en cuanto existe?) o elementales expresiones de afinidad, primero, química, luego física, biológica más tarde y espiritual al fin.

         Al respecto, conviene recordar la respuesta al periodista Sullivan del propio Max Planck a la pregunta de turno: "¿Cree usted que la conciencia puede ser explicada en términos de la materia y sus leyes?". Oigámosla:

"No. La conciencia es fundamental. Considero que la materia deriva de la conciencia. No podemos abandonar la conciencia. Todo aquello de lo que hablamos, todo aquello que consideramos que existe postula la conciencia. Como hombre que ha dedicado su vida entera a la más clara y superior ciencia, al estudio de la materia, yo puedo decirles que como resultado de mi investigación acerca del átomo, lo siguiente: no existe la materia como tal. Toda la materia se origina y existe sólo por la virtud de una fuerza la cual trae la partícula de un átomo a vibración y mantiene la más corta distancia del sistema solar del átomo junta. Debemos asumir que detrás de esta fuerza existe una mente consciente e inteligente. Esta mente es la matriz de toda la materia".

         Desde la misma perspectiva, el matemático y físico alemán Max Born, Premio Nobel de Física en 1954 por sus trabajos en el desarrollo de diversas aplicaciones de la Mecánica Cuántica, con plena conciencia de lo mucho que falta para desentrañar cualquiera de los grandes misterios a los que se enfrenta el afanoso observador ha dejado escrito:

"Hemos llegado al final de nuestro viaje por los abismos de la materia. Buscábamos un suelo firme y no lo hemos encontrado. Cuanto más profundamente penetramos, tanto más inquieto, más incierto y borroso se vuelve el universo".

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  Act: 22/04/24        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A