La muerte del cristianismo, según los idealistas

Zamora, 1 agosto 2022
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Bruno Bauer, también pastor luterano, se presentaba a sí mismo como incondicional discípulo de Hegel, con el que había llegado a una identificación tal que resultaba difícil diferenciar las publicaciones de uno y otro (por el mismo estilo "áspero y melodioso", la misma técnica en el manejo de conceptos, y de igual el mismo "desfile dialéctico" de términos rebuscados).

         Y una vez muerto Hegel, Bauer pretendió ser el nuevo e indiscutido maestro del Idealismo, rodeándose para ello de los círculos intelectuales de la ortodoxia oficial. Como llegó a decir Cieskowski, "decir que Bruno Bauer no es un fenómeno filosófico de primera magnitud es como afirmar que la Reforma careció de importancia, pues ha iluminado el mundo del pensamiento de tal forma que ya es imposible oscurecerlo".

         Pero la réplica de Bauer a los postulados de Strauss no alcanzó, ni mucho menos, la contundencia que esperaba la Iglesia Luterana oficial. El choque entre ambos fue algo así como una pelea de gallos en que cada uno jugaba a superar al otro en novedoso radicalismo, tanto que pronto Bauer se mereció el título de "el Robespierre de la teología".

         Como él mismo confesaba, se había propuesto "practicar el terrorismo de la idea pura, cuya misión es limpiar el campo de todas las malas y viejas hierbas" (Carta a Marx). En el enrarecido ambiente algo debió de influir la desazón y el desconcierto que en muchos clérigos había producido la "unión de las iglesias", celebrada en 1817 por los luteranos y calvinistas.

         Si Strauss había declarado la guerra a la fe, Bauer lo hace con la religión, una "cuestión de estado que escapa a la competencia de la jerarquía eclesiástica, cuya única razón de ser ha de ser proteger el libre examen" (lo apuntado por Lutero). No obstante, lanza su cruzada contra la religión sin abandonar el campo de la teología luterana, y desde una óptica que asegura que es genuinamente hegeliana (al señalar que la religión es algo fundamental, aunque no sea más que para postergarla). 

         Bauer publica en 1841 su Crítica de los Sinópticos, en que presenta los evangelios como una simple expresión de la "conciencia de la época", y un anacronismo convertido en inoperante tras la revolución hegeliana.

         En ese sentido, llega a autoproclamarse Bauer como el único portavoz de la auténtica intencionalidad del omni presente Hegel: "Se ha hecho preciso rasgar el manto con que el maestro cubría sus vergüenzas, para presentar el sistema en toda su desnudez". De lo que resultaba que, en la auténtica interpretación de Hegel (según Bauer), estaba la implacable andanada contra el cristianismo, una "conciencia desgraciada" a superar a través de la fuerza revolucionaria del propio sistema hegeliano.

         La idea que vende Bauer, y que dice haberla heredado del "oráculo de los tiempos modernos", es la radical quiebra del cristianismo: "Será una catástrofe pavorosa y necesariamente inmensa: mayor y más monstruosa que la que acompañó su entrada en el escenario del mundo" (Carta a Marx).

         Para el resentido pastor luterano, cual resultaba ser Bruno Bauer, era inminente la batalla final contra el cristianismo, que representaría la definitiva derrota del "último enemigo del género humano", o "esa inhumanidad que el hombre ha cometido contra sí mismo" (Las buenas cosas de la Libertad). Presumiendo de ser su más directo y fiel intérprete, recuerda Bauer a Hegel como panteísta y ateo (¿?), que "hirió de muerte al cristianismo, al que solamente le falta el acta de defunción".

         "Asistimos a un cataclismo sin precedentes en la historia de Alemania", escribe Bauer emulando a Marx: "el inimaginable fenómeno de la descomposición del Espíritu Absoluto". Y lo explica bien explicado, para que su profecía sea bien comprendida:

"Cuando la última chispa de vida abandonó su cuerpo, las partes componentes constituyeron otros tantos despojos que, pertinentemente reagrupados, formaron nuevos productos. Y muchos de los mercaderes de ideas, que antes subsistían a costa de la explotación del Espíritu Absoluto, se apropiaron de las nuevas combinaciones, y se aplicaron a lanzarlas al mercado".

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