La muerte, la guerra, el amor y la historia

Zamora, 14 noviembre 2022
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Ante un cuadro de Holbein representando a Cristo yacente, lívido y con signos de próxima descomposición, la sensibilidad de Dostoyevski estalló en rebeldía: "Si la putrefacción sugerida por el cuadro es prueba de aniquilamiento de la carne, Jesús de Nazaret, pudriéndose, deja de ser Cristo, deja de ser carne, deja de ser hombre y no puede ser Dios, si resultó incapaz de dominar a la muerte", recordando aquello que había escrito casi 2.000 años atrás San Pablo: "Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe".

         Es conocida la tormentosa crisis espiritual del genial escritor ruso Dostoyevski, hasta que en el confinamiento de Siberia, y tras la paciente y repetida lectura del NT, reencontró la genuina personalidad de Hombre-Dios al que necesitaba, como asidero y punto de referencia para su trayectoria vital. Allí se encontró con un Cristo muy próximo, pegado a sí mismo e infinitamente por encima de todo lo humanamente concebible. Encontró en él al Ser capaz de dar total sentido a la vida de sus amigos, hasta el punto de responder: "Si alguien me demostrase que la historia de Cristo no es verdad, me aferraría a la mentira para estar con Jesucristo".

         Son muchos los que, como Dostoyevski, descubren la apabullante lógica de perderse en Cristo, para lograr la culminación de la propia personalidad. Y es que en su vida terrena Jesús de Nazaret situó al hombre en su real dimensión, y demostró que el hombre, por vocación natural, no es un animal acaparador que defiende su espacio vital en base a sus límites, ni al amparo de su fuerza ni en lucha continua con sus congéneres. Así como demostró que tampoco es un ser obligado a derrochar las energías de su pensamiento, perdiéndose por lo insustancial o simplemente imaginado.

         Según el testimonio de Cristo, tiene el hombre una vocación a la que consagrar todas sus energías, una historia exclusiva que forjar, una trascendencia que asegurar, una específica función social que cumplir. Es decir, la trayectoria vital de cada hombre está llamada a resultar un bien social, y un eslabón de progreso.

         Y porque Jesucristo es Dios, él aportó a la historia elementos sobreabundantes de realismo, a través de su vida, muerte y resurrección. Esa fue su principal gracia, como proyección real del favor de Dios hacia los seres humanos, como un valioso alimento que desvanece angustias y da energías para mantener con tenacidad una actitud de continua laboriosidad, de fortaleza, de amor y de fe.

         Por la presencia histórica de la gracia de Dios, y con el trabajo enamorado que nace del compromiso por seguir los pasos de Cristo, se abre el camino en el mundo la más fecunda proyección social de las propias facultades, dentro de una vida que se prolonga hasta la eternidad. Porque tras la encarnación de Cristo, ¿dónde está, muerte, tu victoria?

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         Nos gusta creer, como ya hemos dicho, que evoluciona todo aquello que responde positivamente a las potencias del amor, pues por ventura ¿no se aprecia ya un signo de amor en aquella partícula elemental sobre la cual fue engendrado el creador Plan General de Cosmogénesis? Y ¿no fue por un motivo de amor por el que fue engendrada una realidad material superior?

         Para ello necesitó el Creador volcar hacia lo otro parte de su energía interior, y hasta quizás sintonizar con la energía exterior de lo creado, empeñándose así en abrir caminos de más-ser a todo lo creado. Y gracias a esta irradiación de amor, son muchos los que, a lo largo de la historia, han preferido aferrarse a esta animosidad fraternal, antes que a actuar por su cuenta o en una contradicción total.

         Entre los de la Antigüedad, el más celebrado de los promotores de esta singular y descorazonadora teoría fue Heráclito el Oscuro, que vivió allá por el s. V a.C y que defendió que "es siempre uno, e igual a sí mismo, lo vivo y lo muerto, lo despierto y lo dormido, lo joven y lo viejo", pues "todo se dispersa y se congrega de nuevo, se aproxima y se distancia".

         Según ello el futuro es consecuencia de la permanente oposición entre realidades en permanente oposición, continuó explicando Heráclito, porque "la guerra es la madre de todas las cosas" según la voluntad de un Dios que "es el día y la noche, invierno y verano, guerra y paz, saciedad y hambre", y "un ser permanentemente cambiante".

         De ser esto último así, espetamos ahora nosotros a aquel lejano Heráclito, no tendría sentido conceder a las cosas ni siquiera una tilde de energía interior, ni cabría la mínima responsabilidad al hombre, ni habría sitio para la libertad. E incluso la energía exterior tendría que ajustarse a las leyes del capricho.

         Efectivamente, tendríamos que decirle a Heráclito que la guerra no es la "madre de todas las cosas", sobre todo porque tal hipótesis fue lo que llevó a aquel apasionado defensor de Napoleón, llamado Hegel, a formular su particular dialéctica del amo y del esclavo, en una Ley de Contrarios que fue lo que originó el frenazo y desplome de 18 siglos de crecimiento humano.

         Ya hemos visto cómo fue esta Ley de Contrarios lo que entusiasmó al tanden Marx-Engels, hasta el punto de que toda su producción intelectual, desde el Manifiesto Comunista hasta la Crítica del Programa de Ghota, pasando por Das Kapital, giraba en torno al dogma de que "la historia del mundo es la historia de la lucha de clases".

         A nosotros, en cambio, nos resulta más razonable el aceptar que aquella partícula elemental de la creación, por su mismísima razón de ser, estaba ya animada por una energía interna (el amor) capaz de responder en armonía a todas las invitaciones de las energías exteriores. Y que de esa respuesta positiva a tal invitación obedecía empezó a funcionar el más perfecto de los caminos de la humanidad: la "unión que diferencia". Pues aquello que se une, más que perder su esencia, sigue siendo lo que era más algo más, en un escalón superior del ser.

         El mundo está hecho, pues, para la unión y complementariedad, y no para la confusión ni oposición. Esto fue válido para las partículas elementales, y lo sigue siendo en la mayor parte de los organismos más complejos, hasta de forma visible. Si observamos en detalle un átomo, por ejemplo, se observará que es, en la asociación, donde cobran relevancia las partículas infinitesimales que lo integran. Y que tras esa asociación de partículas, son las partículas diferentes (o necesitadas) las que buscan la asociación, hasta componer una realidad con mayor sentido o trascendencia.

         Esto es así en el mundo del ser y de la realidad, aunque en el mundo de las ideas y de las utopías marxistas no se quisiera reconocer. Y es así porque todo ser está dotado de la capacidad de amar (querer, buscar, unir...) sin contrapartida material alguna, de la capacidad de reflexionar y de la capacidad de vivir la formidable aventura de la libertad.

         La natural tendencia a la unión es un fenómeno verificable en las relaciones del todo con cada una de sus partes y de éstas entre sí, sea por propia voluntad o por imperativo de las leyes físicas derivadas (de aquello que Teilhard de Chardin llamó Ley de la Convergencia Universal).

         En el instinto animal puede verse otro ejemplo de respuesta individual a esa Ley de la Convergencia Universal, a la que parece ajustarse el Plan General de Cosmogénesis del Creador. Eso sí, sin dejar de ser estrictamente animal, pues lo que tiene el animal es instinto al amor y no amor, al carecer de una libertad completa o voluntaria.

         Efectivamente, en el mundo ajeno al hombre las distintas realidades materiales participan ciegamente en lo que, sin rebozo, puede llamarse "progresiva expresión de la realidad" (lo que otros, simple y llanamente, llaman evolución). Sobre todo desde la llegada del homo sapiens, único poblador del mundo capaz de alterar ese proceso de evolución de forma libre y consciente, a través de una fecunda acción que fue desarrollando su capacidad de amor.

         Por amor, obviamente, entendemos esa ofrenda voluntaria que hace uno de lo mejor de sí mismo, y que ofrece al con absoluta libertad.

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  Act: 14/11/22        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A