La nueva filosofía llega a Hispania, y se cristianiza

Zamora, 8 mayo 2023
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Refiriéndose a España, el historiador frans Pierre Vilar dice: "Prehistoria inmensa y brillante, romanización excepcionalmente fecunda y duradera, participación activa en la formación del mundo cristiano. Entre las naciones del Mediterráneo, todas tan favorecidas humanamente, la nación española no cede a ninguna en cuanto a antigüedad y continuidad de la civilización". Nuestra condición de hispanos, y las palabras de ese hispanista, son razones para tomar a Hispania como referencia para seguir con el hilo de nuestro discurso.

         Mientras que a Julio sar la conquista de las Galias le lle no más de 8 años (57-49 a.C), casi 200 años (218-19 a.C) necesitaron los romanos para hacerse con el territorio que va de los Pirineos a Gibraltar, conocido por los griegos como Iberia y para los romanos Hispania.

         Dos siglos de lucha por la libertad con ejemplos como los de Numancia, resistente al invasor durante no menos de 20 años (153-133 a.C) hasta su aniquilamiento que no rendición, y el del caudillo Viriato (139 a.C), quien durante 10 años mantuvo en jaque a las legiones romanas hasta ser asesinado por 3 sus propios capitanes vendidos a los romanos (recuérdese aquello de "Roma no paga a traidores").

         Lo de Roma en Hispania fue algo más que lo habitual entre conquistador y conquistado. Hispania se romanizó al mismo tiempo que, en cierta forma, Roma se hispanizaba. Se adoptó el latín como lengua principal y veculo de absorción de la nueva cultura. Se explotaron minas, se modernizó la agricultura y se construyeron calzadas, acueductos, puentes, templos, villas, teatros y anfiteatros. Y con extraordinaria rapidez se reorganizó la vida y sociedad hispánica al estilo romano. Pero muchos hispanos participaron en los fastos de lo que se ha llamado la grandeza de Roma.

         Hispanos fueron los emperadores Trajano, Adriano y Teodosio; y lo fueron Quintiliano, Marcial, Lucano y, sobre todos ellos, Séneca, rerico, dramaturgo, filósofo y político, a quien dedicaremos mayor atención unas líneas más abajo.

         Desde años atrás, Roma, ya dueña de la mayor parte del mundo civilizado, se consideraba heredera y depositaria de la cultura griega, trataba con especial predilección a sus rericos y filósofos como en un afán de obligarles a superar con creces las cotas alcanzadas por filósofos de la talla de Platón o Aristóteles. Eso creyó un Cicerón que se atrevió a escribir: "Sería cosa gloriosa y admirable que los latinos no necesitáramos para nada las filosofías de los griegos, y lo conseguiremos, ciertamente, si yo puedo desarrollar todos mis proyectos" (De Officiis, II, 2, 5).

         Aventurada pretensión, tal vez, pero que, de alguna forma, representa las aspiraciones de quienes se creían dueños del mundo y, por lo mismo, capaces de llegar en cualquiera de los órdenes hasta donde nadie había llegado. Por supuesto que habría de hacerse para mayor gloria de Roma o de sus más ilustres representantes y no por el simple servicio a la verdad. De hecho muchos, incluido el propio Cicerón, pagaron con la vida su despiste.

         Tras las repetidas y enconadas guerras civiles alimentadas por la ambición de poder de personalidades como Mario y Sila, Pompeyo y César, Marco Antonio y Octavio, fue reconocido éste último como augustus imperator por el senado romano, gober durante más de 40 años (63 a.C-14 d.C) y propició una más tranquila forma de convivencia entre las distintas facciones y pueblos de la cuenca del Mediterráneo.

         Es lo que se ha llamado la Pax Romana: fluidez y cierta seguridad en las comunicaciones, sagrado respeto a la propiedad, sociedad jerarquizada con derechos que disminuyen de arriba abajo y deberes que siguen un orden inverso, formación de la juventud pudiente siguiendo la estela de la Grecia clásica, más devoción por el prestigio social, el lujo y la vida muelle que por los dioses arrinconados en sus templos y bien vistos en cuanto mantienen la sumisión de la plebe. Un orden, en fin, con raíces en lo aparente y fundamentalmente material.

         En ese orden político-militar, cobró excepcional importancia un íntimo de Augusto llamado Mecenas. Enormemente rico y apasionado por seguir la estela de los "más ilustres padres de la patria", dedicó una buena parte de su fortuna a promover  el conocimiento y superación de rericos y filósofos de la madre Grecia, en una línea similar a la de un fiel discípulo de Epicuro, su contemporáneo Lucrecio.

         Es así como pudo vivir Roma su propio siglo de oro, marcadamente materialista. Horacio, Vario, Propercio y Virgilio, descollantes figuras de esa época, mucho le  debieron  al  patronazgo y financiación de Mecenas (es lo que hoy se llama mecenazgo).

         Esa amplia a la par que interesada protección de las artes y las letras, además de desarrollar entre los ciudadanos libres el afán de aprender, nos ha legado genialidades como la Eneida de Virgilio, fantasía épica rival de la Ilíada de Homero (tanto que el roe protagonista, Eneas, es presentado como un príncipe troyano, que, en réplica a los legendarios caudillos griegos, resulta ser no menos valiente que Aquiles ni menos prudente que Ulises). Ciertamente, con Mecenas y Octavio, Roma se convirtió en el principal foco cultural.

*  *  *

         Al calor de tal forma de ilustración, se for la personalidad académica de Lucio Anneo Séneca. Había nacido Séneca en Córdoba, en el seno de una opulenta familia hispano-romana. Su padre, el rerico Marco Anneo Séneca, se cuidó de que tuviera la mejor educación posible en la época y, desde su adolescencia, le hizo viajar a Egipto, completar su formación en la Biblioteca de Alejandría y abrirse porvenir en la ya fastuosa Roma en donde llegó a ocupar puestos de tanta relevancia como el de preceptor de Nerón (49 d.C), pretor (50 d.C) y cónsul (64 d.C).

         Todaa, a los círculos elitistas de la gran ciudad no ha llegado conocimiento de que ya cuenta la humanidad con la semilla de una revolución que pretende que "los últimos sean los primeros" (Mt 20, 16): es el amor, la libertad y el poder que trae el Hijo de Dios, nacido, precisamente, en Belén, pequeña población de la lejana Judea (año 0, o año 30 del gobierno de Augusto).

         Creemos que Séneca mur sin llegar a conocer lo fundamental de la Buena Nueva y que sus aproximaciones al cristianismo fueron producto de la reflexión de un hijo del siglo que busca algo distinto a la vaciedad del entorno social y desarrolla su capacidad de reflexión siguiendo el impulso natural hacia la crítica de lo que más repugna a su conciencia.

         Sin llegar a priorizar lo netamente espiritual sobre los oropeles del siglo, la tiranía de la vida muelle  y otras muestras del materialismo reinante, llega a conclusiones que mucho tienen que ver con una elemental moral natural. Por supuesto que no se puede decir que viviera de acuerdo con los buenos preceptos, que trasmitía a quienes leían y escuchaban. Difícil ser de otra forma desde el posicionamiento al que le llevaban su frívola y contemporizadora forma de vivir, las simples luces del razonar humano y el orgulloso regodeo del que se sabe una de las personas más cultas de su entorno.

         Testigo directo del progresivo enterramiento de las viejas libertades republicanas al hilo de las liviandades, atropellos, endiosamientos y crímenes de los primeros sucesores de Augusto, aunque sin dejar de servirles por conservar su posición, Séneca buscaba su propia razón de ser en el estudio y la reflexión al tiempo que participaba en los fastos de la corte y seguía con la vida muelle que le proporcionaba su inmensa fortuna (varios millones de sestercios).

         Los manuales de filosofía catalogan a Séneca como estoico o seguidor de la doctrina que se enseñaba en la Biblioteca de Alejandría y, en consecuencia, era la más difundida entre los ilustrados del mundo pagano: un totum revolutum en el que, junto con algunos dictados de Heclito, Pitágoras, Platón y Aristóteles, se habían introducido diversas corrientes de epicureísmo, cinismo y escepticismo. s que filósofo, Séneca podría ser considerado moralista del buen parecer y el de vivir conforme a un "equilibrio natural" (del que Rousseau, siglos más tarde, pretenderá algo parecido).

         Al igual que Cicerón, tampoco Séneca creía en los dioses oficiales del imperio, que "despiertan más temor que amor" y son un desafío a la normal inteligencia. "No soy lo tonto que se necesita para aceptar tales patrañas", llegó a decir. Por el contrario, cree en un Dios confundido con las fuerzas de la naturaleza: "¿Qué otra cosa es la naturaleza sino Dios y la razón divina inserta en todo el mundo y en cada una de sus partes? No se da la naturaleza sin Dios ni Dios sin la naturaleza".

         Para Séneca el verdadero sabio es el que vive conforme a razón y se hace fuerte en tanto en cuanto logra encauzar sus pasiones hacia un elevado fin. Como él mismo decía, "el fuego es lo que la prueba al oro, las vicisitudes de la vida a los hombres fuertes".

         Desde ese posicionamiento intelectual nos ha legado una obra en que se defiende con calor y convicción creencias y principios morales muy próximos a un cristianismo que no conoció. Ello implica que, a pesar de no haber vivido el cristianismo, Séneca ha sido aceptado como maestro de moral por no pocos ascetas y religiosos, tanto que algunos han llegado a considerarle algo así como guía de pensar para los cristianos: "Seneca saepe noster" (lit. Séneca, a veces, es nuestro), dejó escrito Tertuliano.

         Cuando Séneca habla del destino, diríase que piensa en la providencia cristiana, la cual, sin coartar la libertad de las personas, inicia el camino de la mejor solución: "El destino no es otra cosa que lade una serie de causas que a ella se encadenan". Nos habla de una "invisible alma del universo", a la que concibe "todo bondad y pendiente del bienestar de toda la humanidad", adelantando así una aceptable definición de la persona humana cuando dice que "el hombre es cosa sagrada para el hombre".

         Puesto que le faltó conocer y vivir el amor y la libertad, que vino a mostrar Jesucristo, Séneca se mantiene lejos del cristianismo cuando no reniega del lujo que se alimenta de la miseria de los débiles, coloca al sabio en el mismo plano que a Dios, es condescendiente y no generoso con los defectos del prójimo o ve a la muerte voluntaria (el suicidio) como una "potestad del sabio que huye de las vicisitudes para alcanzar el descanso".

         Claro que era aquella una circunstancia absolutamente pegada a las cosas de este mundo y él, de alguna forma, hubo de dejarse llevar (o participar) en el desenfreno anejo a la corte de personajes como Cagula, Claudio y Nerón hasta ser condenado a abrirse las venas por parte del último (de quien, como ya hemos recordado, había sido preceptor).

         Siendo el estoicismo la doctrina filosófico-moral más apreciada por la élite de la intelectualidad romana, cabe creer que sus derivaciones llegaron a formar parte de la vida y formación de los hispano romanos más cultivados de la misma época y, por extensión, tal vez también de parte del pueblo.

         Dicho esto, alecciona el hecho de que, muy al contrario de lo que ha ocurrido con otras viejos sistemas de la antigüedad, la doctrina personificada por Séneca, el estoicismo, se desvanec progresivamente ante la crecida presencia del cristianismo, tal como si el papel hisrico que le hubiera correspondido fuera el de precursor y algunos de los valores que defendía fueran humilde anticipo de los ratificados por nuestro Señor Jesucristo.

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         Todos esos eran valores presentes en la Hispania Romana del s. I. Aunque, según la tradición, fue el astol Santiago el predicador del evangelio por las tierras de Hispania. Según la misma tradición, superó las dificultades iniciales gracias al tesón y coraje que le infundió María, la madre del Salvador, en el milagroso encuentro que tuvo lugar en Cesar Augusta (Zaragoza).

         De a nacería el coraje que supo infundir a los 7 varones apostólicos, de quienes la tradición nos dice difundieron el evangelio por toda Hispania. Santiago volvió a Jerusalén, donde "Herodes le hizo morir por la espada" (Hch 12, 2), convirtiéndose así en elde los apóstoles muerto por el odio de los no cristianos. Sus discípulos recogen el cuerpo y lo traen hasta Galicia.

         Desde época inmemorial, su sepulcro es objeto de veneración para toda la cristiandad mientras que su testimonio, culto y recuerdo forman parte substancial de nuestra historia y creencias. A tal legado de la tradición se refirJuan Pablo II en su visita a Zaragoza del año 1982:

"Es el Pilar símbolo que nos congrega en aquella a quien, desde cualquier rincón de España, todos llamáis con el mismo nombre: Madre y Señora nuestra, y evoca para vosotros los primeros pasos de la evangelización de España. El Pilar de Zaragoza ha sido siempre considerado como el símbolo de la firmeza de fe de los españoles".

"No olvidemos que la fe sin obras es muerta, y aspiremos a la fe que actúa por la caridad. Que la fe de los españoles, a imagen de la fe de María, sea fecunda y operante. Que se haga solicitud hacia todos, especialmente hacia los más necesitados, marginados, minusválidos, enfermos y los que sufren en el cuerpo y en el alma".

         La "fe que actúa por la caridad", en efecto, formó parte importantísima de la historia de Hispania. Lo ha sido desde los tiempos apostólicos, con santos y héroes que se enfrentaron al materialismo imperante.

         Pero ¿vino también San Pablo a España? Lo anuncia él mismo en dos pasajes de su epístola a los romanos (Rm 15,24; 15,28) y pudo ocurrir en torno al año 63. Es un probable viaje al que, en sus escritos, hacen referencia el papa Clemente I, sucesor de Pedro como obispo de Roma (año 94). Y más distantes en el tiempo, San Jerónimo, San Cirilo de Jerusalén, San Juan Crisóstomo, San Atanasio de Alejandría... Basado en tales testimonios, Alfonso X el Sabio lo da por cierto en su Primera Crónica General.

         Lo que parece fuera de toda duda es que el cristianismo fue conocido en Hispania desde la misma época de los apóstoles y que en el s. II se había extendido por la mayor parte de la península. A ello se refiere Tertuliano (160-220) cuando escribe que, en sus tiempos, "la fe cristiana había llegado a todos los rincones de Hispania".

         Cuando surgen las persecuciones y hereas, es Hispania semillero de fieles al evangelio, mártires y predicadores que dan testimonio y hacen historia. Son muchos los mártires que caen bajo las persecuciones y notables defensores de la ortodoxia, cuando, tras el Edicto de Milán (ca. 313) afloran con fuerza herejías como la arriana.

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         Entre esos defensores de la ortodoxia es de justicia recordar al obispo Osio de Córdoba, infatigable defensor de la doctrina contra los atropellos de la autoridad civil primero y contra las diversas sectas desde el momento mismo en que la sociedad aprendía a deslindar el poder del césar del poder de Dios.

         Desde su responsabilidad como obispo calico consejero del emperador, Osio supo compaginar los intereses del poder civil y el eclesiástico hasta convencer a sus principales representantes, el propio Constantino y el papa Silvestre I, de la conveniencia de convocar un concilio ecuménico, que revitalizara el legado evangélico con la consiguiente condena de interesadas desviaciones.

         Surgasí el Concilio de Nicea (ca. 325), el 1º de los ecuménicos de la cristiandad. El concilio reunió a 318 obispos de todo el ámbito cristiano, y sin paliativos condeal arrianismo y legó a los católicos, como documento final y bajo la probable iniciativa del hispano Osio de Córdoba, el Credo (documento-oración que, con ligeras adaptaciones semánticas, sigue siendo nuestra profesión de fe). Siempre fiel a la Iglesia de Roma, por el Concilio de Sárdica (ca. 343), eliminando nuevas tensiones entre arrianos y católicos, Osio logró también la reposición de su heroico amigo San Atanasio en su sede de Alejandría.

         Volvieron los arrianos a la carga contra este valiente e infatigable defensor de la fe católica y, apoyados en el emperador Constancio que coqueteaba con el arrianismo, hacen saber a Osio que a él también le consideran su enemigo en tanto que es "tu autoridad sola la que puede levantar el mundo contra nosotros; eres el príncipe de los concilios; cuanto tú dices, se oye y se acata en todas partes; eres el que redac la profesión de fe en el Sínodo de Nicea y el que llama herejes a los arrianos".

         Osio se defiende con una carta al emperador que nos parece anticipo del posicionamiento de San Ambrosio ante Teodosio:

"Yo fui confesor de la fe cuando la persecución de tu abuelo Maximiano. Si la reiteras, dispuesto estoy a padecerlo todo, antes que a derramar sangre inocente ni ser traidor a la verdad. Mal haces en escribir tales cosas, y en amenazarme. Dios te ha confiado a ti el Imperio; a nosotros las cosas de la Iglesia. Ni a nosotros es lícito tener potestad en la tierra, ni tú, emperador, la tienes en lo sagrado".

         No gus mucho la carta a Constancio, quien se creyó con fuerza para hacer valer su verdad convocando un concilio con predominio de obispos arrianos: fue el Concilio de Milán (ca. 355),el cual, apoyado en la mayoría y en la autoridad del emperador, decre nuevo destierro de Atanasio contra la oposición frontal de Osio, quien, ya con cien años de edad, fue azotado y condenado al destierro en donde mur al año siguiente.

         San Atanasio nos recuerda tan valiente testimonio con las siguientes palabras:

"MurOsio protestando de la violencia, condenando la herejía arriana, y prohibiendo que nadie la siguiese ni amparase. ¿Para qué he de alabar a este santo viejo, confesor insigne de Jesucristo? No hay en el mundo quien ignore que Osio fue desterrado y perseguido por la fe. ¿Qué Concilio hubo que él no presidiese? ¿Cndo habdelante de los obispos sin que todos asintiesen a su parecer? ¿Qué iglesia no fue defendida y amparada por él? ¿Qué pecador se le acerque no recobrase aliento y salud? ¿A qué enfermo o menesteroso no favoreció y ayudó en todo?".

         Nos gusta creer que era ésa la fe de los españoles de entonces e ilusionarnos con que un rescoldo de ella, no menos que la herencia de la civilización romana, siguió y sigue viva en lo mejor de una buena parte de los españoles.

         Frente al arrianismo y otras sectas que se resisan a aceptar la plena divinidad del Hijo de Dios, ya los católicos del s. IV, en el que tanto abundaron las discrepancias doctrinales, vivían el realismo cristiano en la aceptación y práctica del mensaje evangélico desde, al menos, 5 premisas fundamentales:

          Realmente, Jesucristo es Dios, unido al Padre y al Esritu Santo desde toda la eternidad (Jn 10, 33). Su venida al mundo (encarnación como hombre), avalada sin ningúnnero de dudas por la historia, marca el camino para que todos y cada uno de nosotros, con su gracia, lleguemos a ser lo que podemos ser a través del desarrollo de nuestras facultades (Jn 14,6).

          A diferencia de cualquier otro ser de los que pueblan la tierra, los seres de alma y cuerpo que somos nosotros, nos personalizamos actuando libre, cristiana y positivamente sobre nuestra circunstancia, a la que habremos de conocer (papel de la ciencia) para luego encauzarla hacia el bien de todos nuestros semejantes (Lc 10, 2).

         En la imitación de Jesucristo, que dijo verdad y todo lo hizo bien, es la raíz de la progresiva extensión del amor y de la libertad en el mundo. Esa imitación se traduce en compromiso constructivo para todos los fieles cristianos (1Cor 4, 16).

          No todos los que dicen seguir a Cristo son realmente cristianos. Lo son los que se aman entre sí por encima de lazos de familia, religión o posicionamiento social hasta el sacrificio por el bien del otro (Jn 13, 35).

          Puesto que, entre los que muestran saber más que nosotros, abusan interesadamente de la retórica o manejan el arte de confundir la verdad con la mentira, no faltará quien siembre dudas sobre alguna de nuestras fundamentales creencias, nos atenemos al magisterio de la Iglesia para aceptar o no cualquier novedosa o vieja proposición (Mt 16, 18).

         Para los arrianos, eran letra muerta la 1ª (la divinidad de Jesucristo y su substancial igualdad con el Padre) y la (es la cabeza de la Iglesia, el sucesor de Pedro, el árbitro sobre cualquier discrepancia en materia de fe y principios morales) de esas premisas y, en consecuencia, el resto venía a ser simple expresión de intenciones que muy bien podían flotar sobre la realidad del día a día sin decisivo peso sobre el real comportamiento de señores y súbditos.

         Se llegaba así a una simplificación doctrinal muy del agrado de los poderosos, diletantes y respectivosquitos; es así cómo, durante los s. IV y V, el arrianismo logró numerosos adeptos, en especial, entre los pueblos renuentes al yugo imperial, lo que, de hecho, despertaba complicidades entre los tibios, máxime si, de alguna forma, veían en ello la posibilidad de fortalecer su posición o de ascender en la escala social. Arrianos fueron los godos y otros pueblos bárbaros, que ansiaban repartirse los despojos del Imperio Romano.

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  Act: 08/05/23        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A