La revolución ideal materialista ya está aquí

Zamora, 4 marzo 2024
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         Efraim Lessing pasó por ser el escritor alemán más importante de la Ilustración, al tomar la senda iniciada por Descartes y pretender llegar al pleno conocimiento de la verdad, a través del estudio de la historia sin más luces que la propia capacidad de discernimiento.

         Por su parte, a partir de su libro La Religión, dentro de los límites de la nueva Razón, Enmanuel Kant se atrevió a poner en tela de juicio al propio sentido común, con su peculiar interpretación de la "duda metódica cartesiana", ahora asistida por una más cumplida ilustración de un privilegiado ego que reniega de las superficialidades de los ilustrados, para aplicarse con ahínco a desvelar los misterios de la Razón Pura.

         Otra intelectualizada forma de paganismo, que nació por la época y siguió cobrando fervor religioso entre los contemporáneos del s. XIX, fue la formulada por el padre del positivismo: Augusto Comte, secretario del conde socialista Saint Simon.

         En 1842, y en su Curso de Filosofía Positiva, Comte presuponía a la historia de la humanidad regida por la Ley de los Tres Estados, en casual coincidencia con la citada proclama de Feuerbach ("Dios fue mi primer pensamiento, la razón el segundo y el hombre, mi tercero y último"). En definitivas cuentas, Comte toma al hombre como especie compartiendo una sola conciencia, sólo que en distintos niveles y otorgando la plaza de privilegio a los prohombres de los negocios (la tribu de los superhombres).

         Según la Ley de los Tres Estados de Comte, pasó el hombre de la creencia en lo divino al razonamiento especulativo, y de aquí a la directa experiencia sobre lo positivamente dado. En muy aventurada simplificación, Comte hacía coincidir el 1º estado con la época medieval, al 2º con la herencia de Descartes y al 3º con su propia época y los siglos venideros. Pretendía cerrar así el círculo, haciendo coincidir su pensamiento con las supuestas primitivas inquietudes religiosas del hombre: el fetichismo, o vuelco religioso hacia lo más palpable.

         Punto de apoyo de tal religión era para Comte el instinto de simpatía entre los hombres, mientras que la pauta para su organización debía ser el esquema jerárquico de la Iglesia Católica, cuyo populismo veía animado por la figura de la Virgen María (a la cual sustituirá poco después, por el amor platónico del que se obsesionó poco después, una tal Clotilde de Vaux).

         Para completar los elementos clave de su revolución religiosa, Comte definió a la humanidad como el grand etre, conviertendo en casta sacerdotal a los prohombres de la industria y de los negocios. Respecto a su peculiar remembranza del catolicismo, inventó 9 sacramentos y 84 fiestas religiosas.

         Pero el meollo de la revolución religiosa de Comte radicaba en su pretensión de sustituir a Dios por la Organización, en función del orden industrial y al servicio de los sumos pontífices de la economía. No obstante, ¿no era ésa la principal obsesión burguesa? ¿Y la de sus adeptos? Porque si lo que primaba era el "tanto tienes tanto vales", lo que se requería era una fe incondicional de los simples, distrayendo sus inquietudes religiosas con ritos y devociones alimentadas con la retórica de lo útil para la historia.

         Tocado así de muerte Dios, y convertido en literatura el recuerdo del Crucificado, o archivado en la trastienda el compromiso personal con la redención, así como ignorados los derechos de los más débiles, por anacronismo inmaterial del amor... no debe chocar que la poderosa superficialidad se empeñara en identificar al progreso con el culto al placer, con el desprecio a la vida, con la vagancia, con ese animal que goza y no piensa, con el becerro de oro, con la irresponsabilidad personal... y la muerte de lo genuinamente humano.

         Leyendo o recordando a Comte, junto con algunos de sus seguidores, vemos que es impropio hablar de corrientes modernas de ateísmo o de humanismo ateo, porque lo que primó en esta corriente ideal materialista fue el sustituir la adoración de Dios por un estricto paganismo idolátrico, con sus templos y escalas de valores. De esta manera, lo que empezó a primar en aquella mentalidad ideal materialista fue la sintonía con la apatía y el cansancio, en una sociedad opulenta y rencorosa.

         La vivencia de tal paganismo, a la par que suponer un retroceso histórico, castró a la vida humana de todo sentido, incluido el utilitarista. No obstante, comenzó a ser asimilable el nuevo hombre-animal, una vez conquistada su voluntad.

         En este sistema de valores, lo que importaba era la promoción del aburrimiento existencial, del agudo pasotismo, de los afincamientos en la nada y de las desesperadas búsquedas de paraísos artificiales, empedrados de continuas y progresivas frustraciones.

         Por supuesto, tal mentalidad facilitó e inspiró ideologías de segregación racial, cultural y confesional, y de muchas otras sin entronque alguno con la más palmaria realidad del hombre (ser social y racional). Pero eso daba igual, si lo que se hacía era seguir imponiendo esa visión materialista del hombre y del mundo, en una atractiva huida hacia abajo en que las fantasías animales, tanto para los señores como para los esclavos, no encontrarían otro freno que el hastío.

         El paganismo farfullero y embrutecedor forjado por el ideal-materialismo cortó el camino del trabajo solidario, y del más asequible medio de la vocación humana, si lo que se quería era (como decía el propio Comte) reconquistar nuevas parcelas de libertad, y revalorizar así la genuina condición de colaborador en la obra de la creación.

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