Judíos rusos implantan la URSS, y los dogmas comunistas

Zamora, 26 septiembre 2022
Antonio Fernández, licenciado en Sociología

         "La doctrina de Marx es omnipotente porque es exacta". Fue el dogma que impuso el judío Lenin en la Unión Soviética. Tras él, toda la fuerza publicitaria del régimen luchó lo indecible para demostrar cómo se abría al mundo el sol de una nueva era, la era del paraíso comunista.

         Efectivamente, los publicistas soviéticos presentaban el producto comunista como un objeto de fe sin fisuras, con capacidad para ofrecer aceptables respuestas a todas y a cada una de las humanas inquietudes "hasta llenar la cabeza y el corazón" (según Garaudy), y empezaron a desarrollar cualquier tipo de actividad bajo su sombra.

         Como verdad absoluta fue presentada una total concepción de la naturaleza y de la historia, en que se podían encontrar tanto las cumplidas explicaciones sobre el origen y destino del universo, como la totalidad de las posibles relaciones entre los hombres y el cauce específico al que había de ajustarse la vida de cada uno de ellos.

         La doctrina del judío Marx fue, pues, una religión, cuyo dogma principal vino a ser la autosuficiencia de una materia capaz, por sí misma, de prestar finalidad y progresivo orden a cuanto existe, y cuyo texto sagrado quedó reflejado en la obra científica de Marx y su colega judío Engels: el Manifiesto.

         La consecuente realidad social de todo eso fue de sobra conocida: una burocracia oligárquica, que durante 70 años frenó toda posibilidad de libre iniciativa y que garantizó (eso sí) la supervivencia de cuantos empezaron a vegetar a la sombra del poder.

         Junto a esa burocracia de unos cuantos (enriquecidos a costa del resto, a base de irrebatible elocuencia), no podía faltar tampoco el carácter más esencial de la doctrina marxista: la fiebre ideal-materialista, lanzada al mercado de las ideas como "descomposición del espíritu absoluto" (según el propio Marx).

         Tanto el socialismo científico, como el socialismo real, o comunismo soviético, o materialismo dialéctico... todo fue derivando en un mismo hilo conductor: el subjetivismo especulativo, tapadera de las ambiciones y estrategias que se urdían desde todos los ángulos para la conquista y mantenimiento del poder. Y esto si la gente tragaba a la 1ª, porque si no se abría la puerta a los ríos de sangre y al secuestro de las libertades de todos los súbditos, incluso de los más allegados a la cabeza visible de la efectiva oligarquía.

         Todo ello fue posible en la inmensa y santa Rusia, país que vivió más de 1.000 años al margen de los avatares de la Europa Occidental, y que hasta 1861 mantuvo oficialmente el sistema de servidumbre (en que vivían 50 de 60 millones de rusos). Y es que si en Occidente el hombre fue cubriendo las sucesivas etapas de la libertad, en Rusia fue cubriendo las sucesivas etapas de la servidumbre.

         En efecto, desde el heroico altruismo de los vikingos varegos (fundadores de los primeros rus o núcleos urbanos rusos), había ido pasando la madre Rusia por los sucesivos siglos de la despersonalización, llegando a alcanzar la situación del mujik u hombre-rebaño, sujeta a las más imaginables tropelías (de ahí que en la futura URSS todo ruso viese elevado su status social, cuando los comunistas elevaron su categoría de hombre-rebaño al de hombre-cifra).

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         Pero volvamos a la historia, porque uno de lo más destacados de los occidentalistas rusos era un profesor cuya formación filosófica provenía del Instituto Minero de San Petersburgo, donde debió asistir a algún seminario sobre el más avanzado sistema filosófico para los mineros: el idealismo alemán. Nos referimos a Gueorgui Plejanov (1857-1918), padre del marxismo ruso.

         Primero en Berna, y luego en París, Plejanov contactó con algunos de los judíos marxistas, de los que tomó un radical materialismo, al que (en recuerdo de Hegel) llamó dialéctico. Conocida a grandes rasgos la obra de Marx, Plejanov se aplicó a su difusión y popularización en base a tomar al pie de la letra sus postulados básicos, "sin concesión alguna a la eventual estrategia revolucionaria" (según Lenin). Es decir, que:

-si la sociedad sin clases era (según Marx) una consecuencia lógica de la emancipación proletaria (consecuencia de la consumación de la revolución burguesa),
-en Rusia el 1º paso a dar debía ser el de la industria capitalista, hasta llegar al nivel de las sociedades occidentales más avanzadas.

         Eso sí, siempre bajo los dictados de Marx, lo cual implicaba:

-la expansión de un proletariado progresivamente consciente de su carácter de motor de la historia,
-la subsiguiente radicalización de la lucha de clases,
-la progresiva debilidad del otro antagonista, la burguesía del poseer (más que de interpretar el sentido de la historia).

         Entre los primeros militantes de lo que Plejanov llamó Social Democracia figuraron varias figuras emergentes. El 1º de ellos fue un joven visceralmente enemigo de la autocracia zarista: Vladimir Ulianov, más conocido como Lenin. Para el judío Lenin fue fundamental la obra divulgativa de Plejanov, y su encuentro con él en el exilio fue celebrado como uno de los principales acontecimientos de su vida.

         Lenin fue reconocido como líder por los bolcheviques, o rama revolucionaria de la Social Democracia Rusa (escindida en dos en 1903). Mientras que León Bronstein (más conocido como Trotsky) fue reconocido como líder por los mencheviques, o rama socialista de la Social Democracia Rusa (la de los "social-traidores", según Lenin).

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         Tenía el judío Trotsky no menos talento y ambición que el también judío Lenin, y se dice que optó por los mencheviques para no encontrar quien pudiera hacerle sombra, y porque en el partido bolchevique había arrollado la personalidad de Lenin.

         Muy pronto se fue imponiendo en Trotsky el pragmatismo revolucionario, y al ver que su partido menchevique estaba perdido decidió pasarse a los bolcheviques, con la excusa de convertirse en el alter ego de Lenin y, junto a él, impulsar la revolución marxista ("en nombre de Marx pero contra Marx", según Plejanov).

         En 1905 se viene abajo en Rusia el poder de los zares, y Nicolás II pasa a convertirse es una simple figura decorativa que distraía sus frustraciones en el mundo de las banalidades y supersticiones. El poder legislativo fue asumido por la Duma (o parlamento), con más grandilocuencia que falta de sentido de la realidad, y a la par de cualquier referencia histórica que fuese de otras latitudes.

         Las sucesivas dumas de Nicolás II se fueron convirtiendo en un juguete de la improvisación y del oportunismo, mientras en la calle se iban fortaleciendo los soviets (o consejos de obreros y soldados) que organizaban Lenin y Trotsky, junto con un plantel de teóricos entre los que ya descollaba un tal georgiano llamado Iosif Stalin, responsable de las finanzas a base de lo que los marxistas empezaron a llamar expropiaciones (y que no eran más que explícitos robos y atracos).

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         En la Europa Occidental, mientras tanto, hervían las cosas de tal forma que un fortuito asesinato político (el del archiduque Fernando, en Sarajevo) provocó el tremendo revuelo que supuso ser la I Guerra Mundial (1914-1918). Fue la ocasión propicia que supo aprovechar magistralmente Lenin, para llevar a cabo de una vez por todas la ejecución de todos sus planes: la sovietización de Rusia.

         En efecto, a través de sus soviets empezó a difundir Lenin la idea del carácter capitalista de la guerra (en la que Rusia había quedado integrada, como parte ofendida), y de que eso atentaba contra la "virtud proletaria" de los obreros rusos. Por todos los medios a su alcance, empezó a fomentar Lenin el desconcierto en todos los sectores. Y cuando consigue reclutar a un grupo de obreros, a éstos los convierte en soldados y los envía desarmados a sus camaradas alemanes (para luchar contra la Rusia Zarista), los cuales los reciben a tiros y bayonetazos.

         Mientras el ejército ruso de Nicolás II perdía el norte y estrepitosas batallas en la I Guerra Mundial, con consecuentes catástrofes nacionales de índole económica y social, el pro-alemán Lenin volvía de Alemania a Rusia a través de un tren blindado que la había facilitado ocultamente el enemigo alemán, junto al resto de marxistas rusos que se habían exiliado en Europa para luchar contra Rusia.

         Cuando Lenin llega a Rusia, preside por entonces la Duma zarista el teórico e ingenuo Kerensky, cuyo efectivo poder pronto será suplantado por Lenin y su comité, al grito de "todo el poder para los soviets". Era el otoño de 1917, y en cuanto Lenin se hace dueño del poder central, anula a la oposición dentro de sus propias filas (la izquierda rusa, compuesta por anarquistas, revolucionarios y mencheviques) y ordena el asesinato de toda la familia imperial. Tras lo cual saca a Rusia de la Guerra Mundial bajo unas condiciones que, de inmediato, desencadenarán una nueva y sangrienta guerra, entre los propios hermanos marxistas (rojos contra blancos).

         Lenin, de apariencia mongoloide, se muestra a sí mismo como un implacable vapuleador de los explotadores (al grito de "que los explotadores se conviertan en explotados"), como un fidelísimo albacea de la herencia intelectual de Marx (ya que "la doctrina de Marx es omnipotente, porque es exacta") y como un revolucionario sin tregua (pues "todos los medios son buenos, para abatir a la sociedad podrida").

         En la práctica, lo que empieza a crear Lenin es todo un exhaustivo aparato de explotación, haciendo de la doctrina de Marx un cúmulo de dogmas inquisitoriales con los que había que estrangular cualquier conato de revuelta. A no ser que la revuelta fuese la promovida por él mismo y sus satélites, que desde entonces estaban llamados a ocupar, durante más de 70 años, la cabecera de la nueva oligarquía rusa: la casta soviética.

         Lenin supo vender la idea de la trascendencia soviética, dotando a su causa del apelativo de "necesidad histórica", y al producto que él había engendrado del carácter de "mal menor", para ir esquivando así todos los sufrimientos y reveses que hubieron de padecer sus conciudadanos. A la par que infundía suficiente fe en sus dos soberbios mitos:

-el del carácter redentor del proletariado,
-el del inminente paraíso comunista, de plena abundancia gracias a la abolición de la propiedad privada.

         Fantástica posibilidad que, para toda la humanidad, abría Lenin con su Unión Soviética.

         Gracias a la iniciativa de Lenin, tomó progresivo cuerpo lo que podría llamarse escolástica soviética, impartida tanto en escuelas como en universidades. Se trataba de la nueva religión, en la que el odio y la ciencia eran los principales valores, hasta que la libertad fuese el "definitivo bien social". No obstante, esta libertad no era la libertad que pregonaba Occidente, sino la de la praxis soviética, nacida por la fuerza y que cobrará progresivo caudal gracias a la bondad intrínseca de la dictadura (del proletariado, por supuesto).

         Los fieles al marxismo de Lenin no pasaron del 5% de la población total. Pero fueron los suficientes como para mantener a toda la población rusa (a la vieja y santa Rusia) adherida a esta religión, cuyos dogmas servían de cobertura ante cualquier posible acción del gobierno.

         El éxito de la Revolución de Octubre de 1917 canalizó buena parte de las aspiraciones de los partidos revolucionarios de todo el mundo. Y como buen estratega, Lenin se autoerigió en principal promotor de este movimiento reivindicativo mundial, materializado en la convocatoria de una Tercera Internacional que, con rublos y consignas, impuso la línea soviética como la única capaz de augurar éxito a cualquier movimiento de socialismo marxista o materialista.

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         Durante muchos años, y bajo la férula de Stalin y sus sucesores (hasta Gorbachov), la tríada de los judíos Marx-Engels-Lenin tuvo el carácter de sagrada referencia. Y hoy sus cabezas (de piedra) ruedan por el suelo de las plazas públicas, y en aquellos sitios que en antaño fueran sus templos y catedrales.

         Como resultado final, no podemos negar la enorme pérdida de tiempo y energías que significó la fidelidad a este producto idealista, cual fue llamado materialismo dialéctico. Es verdad que nuevos ricos surgieron de todo ello, pero no como fruto de su trabajo sino debido a los ríos de sangre que fluyeron, y a muchas ilusiones humanas que quedaron en el vacío.

         La etapa soviética fue una experiencia histórica de 70 años que fracasó hasta en lo más sencillo de triunfar, como era basar el orden social en un progresivo desarrollo de los recursos materiales. Y fracasó por una razón muy sencilla: la eliminación sistemática del amor y libertad del ser humano.

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  Act: 26/09/22        @enseñanzas de la vida            E D I T O R I A L    M E R C A B A     M U R C I A